Thursday, January 26, 2017

Gracias y desgracias del vallenato

ROBERTO BURGOS CANTOR

Por un deseo de compartir o por la vanidad, emulación amistosa que en el Caribe pueden llamar aguaje o para que te piques, mis amigos Arnulfo Julio y Alfonso Múnera me relataron alguna de sus alegrías de fin de año.

Además del suceso, me sedujo la forma de contarlo, esa que empieza con la afirmación, propia de los samarios: Resulta y pasa.

Y así pasó.

Se agotaban los días de diciembre y al borde de la noche, el azar les propició un encuentro. Mientras caminaban, hablaban, se detenían para hacer precisiones, hallar un recuerdo. Buscaban un bar, de aquellos que atraían a Luis Buñuel, o un café como el de Musil, o el Bodegón.

Derrotados por tantas desapariciones, demolición del refugio, dieron con una punta angosta de playa en los extramuros.

Julio, especializado en salvaciones de tormenta, abrió el morral de explorador. Mago sin palomas, extrajo whisky, termo con hielo antártico, agua mineral.

El oleaje cansado no los perturbó. Avanzaban en los inventarios del corazón, pescaban reliquias, cuando tres vallenateros de pasos sin brújula se arrimaron.

Alfonso practicó su prueba de fuego: La juntera. Arnulfo la suya: Rosita Guamalera. Sin traspiés de notas las cantaron calentando antes la voz con gárgaras de agua salada.

Los músicos parecían saberse cuantas canciones vallenatas valen la pena.

De forma delicada, sin lamentos, mis amigos recuperaron sonrisas, picardías, besos, desdeños, promesas. Mírame fijamente. Sin ti. Cuando el Guatapurí se crece. Vamos a decir poquito. Hasta sonríe la sabana. Pero yo no encuentro tu amor y el tiempo que pasa me asusta. Doctor Bernard. Luces declinadas.

De repente el vallenato volvía a ser lo que nunca debió dejar de ser: expresión del arte de enamorar. Guiño del llamado. Delicadeza del adiós.

Cuando la respiración del caracol teñía de rosa al amanecer lechoso, se habían bebido todo el whisky al ritmo sabio, es decir se está dispuesto a uno más. Se sintieron en paz con las señales, completas, de la vida. Entendieron todo. No existía el olvido ni sus deudas. Las flores fueron entregadas y las esperas cumplidas.

Contentos, les dieron a los músicos para un puerco de Turbaco y un pavo engordado en Gambote. Ellos entonaron: yo le pregunté al camino.

Esa intimidad del patio, de un rincón de la plaza, del jardín de Regino De Voz, de la terraza de Ariel Castillo, eran territorios de consuelo. Zonas para recargar las ilusiones y espantar los desconsuelos.
Cuando Alfonso y Arnulfo volvieron a sus casas los reconocieron con el renovado afecto de quien ha recorrido desde la primera señal, arriba liviano al pretil del presente y solo puede decir ¡apa!

Uno se pregunta si las disyuntivas entre lo colectivo y lo íntimo, los cantores populares que compiten con Madonna, escándalo y contorsionista de circo, romperán el fuelle que “arruga el sentimiento” y después los pitos lo planchan.

____
De BAÚL DE MAGO, columna del autor para EL UNIVERSAL, 26/01/2017

Imagen: Fernando Botero

No comments:

Post a Comment