Por un deseo de
compartir o por la vanidad, emulación amistosa que en el Caribe pueden llamar
aguaje o para que te piques, mis amigos Arnulfo Julio y Alfonso Múnera me
relataron alguna de sus alegrías de fin de año.
Además del
suceso, me sedujo la forma de contarlo, esa que empieza con la afirmación,
propia de los samarios: Resulta y pasa.
Y así pasó.
Se agotaban los
días de diciembre y al borde de la noche, el azar les propició un encuentro.
Mientras caminaban, hablaban, se detenían para hacer precisiones, hallar un
recuerdo. Buscaban un bar, de aquellos que atraían a Luis Buñuel, o un café
como el de Musil, o el Bodegón.
Derrotados por
tantas desapariciones, demolición del refugio, dieron con una punta angosta de
playa en los extramuros.
Julio,
especializado en salvaciones de tormenta, abrió el morral de explorador. Mago
sin palomas, extrajo whisky, termo con hielo antártico, agua mineral.
El oleaje cansado
no los perturbó. Avanzaban en los inventarios del corazón, pescaban reliquias,
cuando tres vallenateros de pasos sin brújula se arrimaron.
Alfonso practicó
su prueba de fuego: La juntera. Arnulfo la suya: Rosita Guamalera. Sin traspiés
de notas las cantaron calentando antes la voz con gárgaras de agua salada.
Los músicos
parecían saberse cuantas canciones vallenatas valen la pena.
De forma
delicada, sin lamentos, mis amigos recuperaron sonrisas, picardías, besos,
desdeños, promesas. Mírame fijamente. Sin ti. Cuando el Guatapurí se crece.
Vamos a decir poquito. Hasta sonríe la sabana. Pero yo no encuentro tu amor y
el tiempo que pasa me asusta. Doctor Bernard. Luces declinadas.
De repente el
vallenato volvía a ser lo que nunca debió dejar de ser: expresión del arte de
enamorar. Guiño del llamado. Delicadeza del adiós.
Cuando la
respiración del caracol teñía de rosa al amanecer lechoso, se habían bebido
todo el whisky al ritmo sabio, es decir se está dispuesto a uno más. Se
sintieron en paz con las señales, completas, de la vida. Entendieron todo. No
existía el olvido ni sus deudas. Las flores fueron entregadas y las esperas
cumplidas.
Contentos, les
dieron a los músicos para un puerco de Turbaco y un pavo engordado en Gambote.
Ellos entonaron: yo le pregunté al camino.
Esa intimidad del
patio, de un rincón de la plaza, del jardín de Regino De Voz, de la terraza de
Ariel Castillo, eran territorios de consuelo. Zonas para recargar las ilusiones
y espantar los desconsuelos.
Cuando Alfonso y Arnulfo volvieron a sus casas los reconocieron con el renovado afecto de quien ha recorrido desde la primera señal, arriba liviano al pretil del presente y solo puede decir ¡apa!
Cuando Alfonso y Arnulfo volvieron a sus casas los reconocieron con el renovado afecto de quien ha recorrido desde la primera señal, arriba liviano al pretil del presente y solo puede decir ¡apa!
Uno se pregunta
si las disyuntivas entre lo colectivo y lo íntimo, los cantores populares que
compiten con Madonna, escándalo y contorsionista de circo, romperán el fuelle
que “arruga el sentimiento” y después los pitos lo planchan.
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De BAÚL DE MAGO,
columna del autor para EL UNIVERSAL, 26/01/2017Imagen: Fernando Botero
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