Amancaya Finkel
Fue guerrillero, diputado, fundador del
Movimiento indígena Túpac Katari, de los Ayllus Rojos y en 1990 su nombre saltó
a los medios informativos como creador del Ejército Guerrillero Túpac Katari,
debido a lo cual fue encarcelado; después de ser secretario ejecutivo de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, candidateó a la presidencia, en 2002, por el Movimiento Indígena
Pachakuti. Felipe Quispe, más conocido como el Mallku, es un hombre de lucha.
Durante los conflictos sociales del 2000 cercó la
urbe paceña en una acción que emuló la rebelión anticolonial de Julián Apaza,
líder indígena que asumió el nombre de Túpac Katari y que doblegó a la clase
dominante en 1781, por lo cual fue ejecutado.
La lucha del Mallku, como aún hoy lo llaman sus
seguidores y amigos, es la de los indígenas cansados de la discriminación, el
racismo y la explotación.
Se retiró de la política en 2006, cuando Evo
Morales ganó las elecciones presidenciales. Afirma que su alejamiento de la
arena política es temporal.
Su lucha por los indígenas no ha terminado pero, de
momento, se ha trasladado al ámbito del deporte. Hoy Felipe Quispe es dueño del
Club deportivo Pachakuti, un equipo de fútbol que está muy cerca de ascender a
la primera B.
Un equipo indígena
“En 2002 y 2003, yo era diputado. Había harta
plata, porque para un pobre un sueldo de casi 20 mil bolivianos es mucho”,
rememora Quispe.
“En Ajllata, mi pueblo, hay muchos jóvenes, son
como estas palomitas que están ahí”, dice, mientras observa a las palomas que
revolotean en la plaza frente al mercado Camacho donde tiene lugar la
entrevista con Miradas.
“Mirá Felipe, ¿por qué no pones una escuela de
fútbol?”, le dijeron los comunarios. “Tú pones la plata y nosotros ponemos la
cancha”, le dijeron.
Felipe estuvo de acuerdo, compró los implementos
para el profesor y se dio cuenta de que encontrar un director técnico para
dirigir y entrenar a un equipo de jóvenes futbolistas era un asunto más
que difícil.
“En el campo hay cualquier cantidad de profesores
rurales y de educación física ni que se diga, pero no había nadie que sepa
manejar la cuestión futbolística. Por suerte, hemos encontrado uno en Huarina.
Yo le pagaba 200 bolivianos y él entrenaba los sábados y domingos”, comenta.
Los entrenamientos eran duros y los jugadores ponían todo su empeño para
dominar la pelota. “Los chicos han empezado a aprender a manejar el balón”.
Después de dos largos años de arduos
entrenamientos, el Mallku decidió que era hora de ponerse a prueba y Ajllata
organizó un evento deportivo al que fue invitado el equipo Sub 17 del Bolívar
junto a su director técnico, Mario Calisaya, para un partido amistoso. Había
mucha expectativa en el pueblo y en los jugadores del Pachakuti. Perdieron.
Pero aun así el resultado del partido fue sorpresivo porque el equipo del
Bolívar derrotó al Pachakuti por apenas por dos goles. “Estábamos casi a
la altura de ellos”, recuerda Felipe.
El profesor Calisaya le propuso llevar a sus
jugadores a probarse en el equipo profesional. “Esos chicos sirven, tienen buen
porte, pueden jugar mejor, sólo les falta entrenamiento”, le dijo. Pero el
Mallku se negó; sabía que sólo serían elegidos los mejores y que su equipo se
desintegraría. “Eso es como cuando uno va a una feria de animales y elige a los
mejores. Además, eso cuesta plata y yo no iba a venderlos como a animales. ‘¿Por
qué no mejor nos quedamos con el equipo y usted los entrena?’”,
ofreció a Calisaya y éste accedió.
Entonces, en lugar de que los jugadores del
Pachakuti terminaran jugando en el Bolívar, fueron los que salían de la
escuadra celeste los que se incorporaron al equipo del Mallku.
“El Bolívar es un club racista”
“El Bolívar es un club racista”, afirma
categóricamente Felipe.
“¡Fijate! No hay Mamanis ni Quispes ni Condoris en
el equipo titular del Bolívar. Sólo los aceptan cuando son jóvenes y juegan en
las divisiones inferiores, después ya no les sirven y los botan. Cuando los
botan a los chicos, nosotros los captamos y los reciclamos. Cada año expulsan
como a 30, porque son chatos, indígenas. Mis jugadores son de mediana
estatura, tienen el tamaño de Simón Bolívar”, afirma con orgullo.
El Mallku es simpatizante de The Strongest. ‘¿El
Strongest es igual de racista?’, le preguntamos. “No sé. Nunca he tenido
amistad con ellos, pero he sido simpatizante porque tienen un grito de guerra
en aymara, ¡Huarik’asaya k’alatakaya!, que significa ‘¡Revientan las piedras y
gritan las vicuñas!’. Eso es lo que en el campo pasa en invierno y para mí el
Strongest era una especie de invierno que hacia gritar al pueblo. Lo he entendido
en ese sentido, por eso he simpatizado con ese equipo”, dice.
El club Pachakuti se hizo parte de la Asociación de
Fútbol de La Paz y pronto ascendió a la primera B. “Pero después hemos vuelto a
bajar porque el Calisaya nos ha dejado ahí. No podíamos pagarle lo que pedía”, confiesa.
El sueño del Mallku es ascender a la primera A con
su equipo y llegar al Estadio Hernando Siles. Hoy el entrenador es Iván Torrez,
un ex jugador de Ferroviario. “Casi no le estamos pagando, lo está haciendo
como amigo nomás”, cuenta.
Como guerrilleros
Cada año el club realiza una convocatoria para
reclutar nuevos jugadores.
Si bien Felipe se ocupa principalmente del aspecto
económico, también supervisa los entrenamientos, asesora y estudia a los
jugadores. El Pachakuti se gestó en el campo y hoy lo integran jóvenes de las
diferentes provincias del altiplano y de las zonas alejadas y las laderas de la
ciudad de La Paz, las “zonas marginales”, como dice Felipe. El Pachakuti es un
equipo indígena y, según el Mallku, la preparación de un equipo de fútbol
es parecida a la de un grupo guerrillero.
Como los guerrilleros, los jugadores pelean por una
causa y la causa es el fútbol. “Mirá, yo he aprendido en la guerra, o sea,
en los entrenamientos guerrilleros. Nos hemos preparado para educar a los
jóvenes adultos. Nosotros los educamos y ellos ofrendan su vida a
una causa. No ofrecemos dinero, sino que ellos tienen una
causa y por esa causa luchan. De forma más o menos similar lo
estamos haciendo en el campo deportivo”, afirma.
Sin embargo, la “causa” de este equipo está más
allá del fútbol. Llegar a jugar en la primera A implicaría “desenmascarar a los
equipos tradicionales, aquellos que traen jugadores de Argentina, de Paraguay y
de otros lugares”.
Felipe Quispe está convencido de que, a pesar del
discurso de “cambio” del Gobierno de Evo Morales, el indígena que llegó a
ser presidente, “todo sigue igual que antes”. Según el Mallku, Bolivia
sigue siendo un país racista que excluye al sujeto indígena.
“Seríamos un equipo modelo que juega con un cerebro
y un pensamiento propio. Queremos demostrar que también los indios somos
capaces de jugar. Los chaskis corrían kilómetros y kilómetros y se comunicaban
con otros suyos. Nosotros descendemos de esa gente, pero nunca nos han dado la
oportunidad de jugar”, asegura.
El club de Felipe Quispe se caracteriza también por
el trato humano que da a sus jugadores. “Nosotros no carajeamos; yo veo a
otros directores técnicos o algún presidente que se pone a gritar y dice ‘¡Ah
carajo, no juegas bien!’. Eso no va con nosotros. Si ha pateado
mal, nosotros lo felicitamos, si es que mete gol, mucho mejor todavía.
Enseñamos a jugar de hombre a hombre, a jugar con voluntad, con cariño,
con amor a la pelota”, sostiene.
En el equipo de Quispe, la alimentación es sana,
alejada del alcohol. “En algunos barrios de La Paz, cuando juegan futbol y
ganan, toman alcohol; cuando pierden, toman alcohol. Nosotros ni siquiera
tomamos gaseosas. Hacemos nuestro propio refresco del campo, de cañawa, de
pito o refresco de soya, pero no soya transgénica. Todo tiene que ser
natural. Trabajamos psicológicamente, les hablamos. Les decimos que el
contrario puede ser alto, macizo, simpático, pero aquí lo que vale es la
inteligencia, pensar rápido, moverse rápido, hacer toques. Hay que conocerse
uno mismo y conocer al rival, saber cómo juega”, explica.
“No soy racista”
No solamente jugadores del altiplano y de La Paz
han pasado por el equipo del Mallku, sino también jóvenes del interior y afirma
que los de distintas regiones de Bolivia tienen estilos diferentes de juego.
“Yo estudio a los jugadores. Los orientales llevan
la pelota a un solo lado, no hacen bailar la pelota. Los de aquí hacen
bailar la pelota, paran, pisan la pelota y se la pasan a otro. Los yungueños
son veloces, buenos para el fútbol, corren bien pero también llevan la pelota
hacia una sola dirección”, afirma.
‘¿No hay también una visión racista de los
jugadores y sus estilos?’, cuestiona Miradas. “¡Eso no es racismo! Yo
tengo que estudiar a la gente que va a militar en mi equipo, pero no para
excluir a nadie. Estoy describiendo a los jugadores. Yo he sido discriminado
por mi apellido, he pasado por castigos fiscos, psicológicos y morales. Nosotros
no insultamos a nadie, hablamos de hombre a hombre, de frente. Les decimos: ‘Esto
es lo que queremos hacer, el deporte es por este camino, éste es el
pensamiento’ y ellos comprenden. Ahora, si no comprenden, hablamos en
aymara”.
“¿Aceptaría a un joven de la zona Sur en el equipo?”,
le pregunto y Felipe Quispe nos lanza una mirada condescendiente. “¿Tú crees
que venga alguno?”, pregunta a su vez y responde “yo no creo que vengan, porque
ellos se asquean, muchas veces. Había un jugador que venía, pero al ver a
puros jugadores negritos no ha vuelto más, se ha autoexcluido. Si viniera un
choquito a nuestro equipo sería bienvenido; en un montón de quinua negra, una
quinua blanca sería bonita. No soy racista.Yo he tenido metrallas en mis manos,
bombas, granadas, todo. Incluso en el 2003, cuando he hecho caer a Goni; si
fuera racista ¿qué me costaba entrar con mis indios a la Zona Sur, saquearlos y
matar? Yo hablo fuerte porque tengo heridas. Y cuidado me digas que estoy
respirando por mis heridas. A mí me han hecho maldades, hasta en la
universidades me han aplazado por aplazarme nomás, pero yo no soy resentido”.
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Volverá a la política
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Volverá a la política
Felipe Quispe asiste a los partidos y, con
frecuencia, a los entrenamientos. En los días posteriores a la entrevista,
a su equipo le toca hacer gimnasia en la Plaza Villarroel. “Hay que dar 20 ó 30
vueltas a plaza, subir y bajar cerros, eso es lo que hacemos” señala.
A pesar de estar dedicado al deporte, Felipe Quispe
tiene intenciones de volver a la política.
“Estamos con un pie adentro. Yo soy político profesional. He
incursionado en ese campo desde los 20 años. Yo no puedo dejarla es parte
de mi vida. Estamos pensando rearticular el Movimiento Indígena Pachakuti y
hacer un sólo frente político, aunque va a ser difícil sacar
personería jurídica con este Gobierno, porque ellos controlan todos los órganos
del Estado. Pero estamos preparados para enfrentarlos”.
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