Monday, May 21, 2012

Carta a Juan Manuel Roca


Alejandro Burgos Bernal

Bogotá, 1 de mayo de 2012.

Querido Juan Manuel,

Es probable que esta misiva sufra de una cierta ambigüedad. No parecería posible evitarlo pues a su obvia naturaleza de “carta” (escrito que envía una persona a otra) es necesario agregar la calidad de carta “de navegación”.
Presumo que esta ambigüedad ha de ser inherente al propósito, es decir inherente a la determinación de un poeta de incierta disposición de escribirle una carta a un poeta de vocación indudable.

El asunto encuentra su origen en el generoso gesto de tu parte de entregarme, hace ya varios meses, tu en ese momento recién publicado Temporada de estatuas (Colección Palabra de Honor, Visor Poesía, Madrid, 2010). Ese gesto tuvo la virtud de hacerme manifiesto el diálogo secreto que yo con tu poesía sostenía por lo menos desde mi lectura de tu Biblia de pobres (Visor Poesía, Madrid, 2009).
Tu generosidad tuvo la virtud, en suma, de hacerme manifiesto ya no la inmediata resonancia en mí de tus palabras sino la permanencia de esa resonancia. Para usar un símil: ya no el tremendo contacto del badajo con el labio de la campana sino su vuelo.
Quisiera entonces aquí darte razón de la larga e insistente solicitación de ese vuelo.
Tal vez ya habrás notado que en este diálogo hay un tercero: Saint-John Perse. Me ha sido inevitable entender la resonancia de tus palabras, su vuelo, a la manera en que Perse elaboraba su idea de “fulguración de la imagen”: [...] Y entonces con el ala extendida, como una Victoria alada que se consume sobre sí misma, amalgamando en su llama la doble sugestión de la vela y de la cuchilla; el pájaro, que ya no es otra cosa que el alma y el desgarro del alma, desciende, como la vibración de una guadaña, para confundirse con el objeto de su cacería. [...] La fulguración de la imagen, al acecho y siendo acechada, no es menos vertical en su primer asalto, antes de que establezca, a igual altura, y como lateralmente, o mejor circularmente, su insistente y larga solicitación. [...] Entendía yo desde mi lectura de tu Biblia de pobres que el vuelo de tus palabras correspondía a la insistente y larga solicitación de la fulguración de la imagen.
Biblia de pobres establecía así, para mí, una suerte de condición de posibilidad de la imagen poética: la imagen habría de ser como esas campanitas de latón en manos de los leprosos que advierten de su presencia. La imagen como esas campanitas de latón que advierten de la peligrosa, enfermiza, liminar, insostenible y franca presencia de un leproso. La imagen en cuanto peligrosa, enfermiza, liminar, insostenible y franca advertencia de la presencia del mundo.
Las imágenes de tu biblia de pobres me entregaron límpido su modo: “…como la vibración de una guadaña, para confundirse con el objeto de su cacería: la fulguración de la imagen…”. Los labios rotos de una campanita de latón en insistente y larga solicitación.
Después llegó Temporada de estatuas. Yo escuchaba aún el vuelo del latón cuando irrumpió meridiano un repique de hora. “Como una Victoria alada que se consume sobre sí misma” ese vuelo estableció su dominio: niebla cerrada y cambio de guardia.
La campana que advierte de una presencia, aún, y la campana que es movida por el viento infame de una tormenta de mar. La campana, sin embargo, establece su dominio: picar la hora.
No pude quitarme de la cabeza a Pier Paolo Pasolini mientras leía Temporada de estatuas, no pude quitarme, para ser exacto, sus Cenizas de Gramsci. Escribe allí Pasolini: “desteñido / sólo te llega algún golpe de yunque / de los talleres de Testaccio, adormilado // en el crepúsculo: entre cobertizos miserables, desnudos / montones de latas, hierros viejos, donde / cantando vicioso un aprendiz ya cierra // su jornada, mientras alrededor escampa“. Ese desteñido golpe de yunque que Pasolini escucha frente a la tumba de Gramsci me llegaba meridiano en las palabras de tuTemporada. Me llegaba meridiano como un pique de la hora y me entregaba yo a la fe “de un civil silencio de hombres que porfían en ser // hombres“.
Me dije, como lo hizo Aimé Cesaire el día del regreso, “…Volvería a este país que es mío y le diría: Abrázame sin temor. Si tan sólo sé hablar por ti hablaré“.
Vuelvo a mi país natal y por ti, querido Juan Manuel, por las fulguraciones de tus imágenes, no temo su enfermizo abrazo.

Recibe mi agradecido saludo,

De Post Office Cowboys (Roma-Bogotá), 05/2012

Foto: Juan Manuel Roca

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