Por Mara Pastor
Hace unos meses lo encontré: la
edición del Tuntún del 1937, con la portada en buenísimas condiciones.
Para los que aún no lo hayan captado: era el Tuntún de pasa y grifería
de Luis Palés Matos: la primera edición. Las librerías de textos usados son
cajitas de sorpresas. Pena que sólo haya unas cuantas en la Isla. Poco a poco
he ido entendiendo eso de la pasión del coleccionista. Claro, más allá del puro
fetichismo de adquirir el fuego prometeico que se extingue.
Cabe aclarar que encontré el libro en
unas condiciones particulares, acompañada por un estudioso del tema. Fui a
aspirar ácaros al segundo piso de la librería junto a un amigo que hizo su
tesis doctoral en Palés. Es decir, cuando retiré mi mano de la hilera de libros
en vías de leer la portada del texto que entre tantos otros llamó mi atención,
tardé varios microsegundos más que mi colega en reconocer lo que tenía entre
manos. Él no contuvo un grito, y a mí se me saltaron un poco los ojos.
Encapricharse con un libro usado y
llevárselo para la casa como si llevaras la última gran inversión de tu vida es
una sensación que acrecienta con los ya adquiridos. Es bastante agradable
antojarse de uno en específico y sondear los escaparates hasta que, un buen
día, ahí está: Fuera de trabajo, de Esteban Valdés. Lo quería. Nunca lo
había tenido entre mis manos, pero ya me imaginaba pasando las páginas. Me
apasioné con la poesía concreta haciendo un trabajo sobre la Brasilia de
Niemeyer y los poetas concretos brasileños. Hasta que una tarde, me llamó un
amigo librero: lo encontramos.
En el libro 84, Charing Cross Road,
de Helene Hanff, la autora ilustra eficazmente, a través de la correspondencia
que mantiene durante 20 años con un librero, esto de encapricharse con un libro
que ya está agotado o desaparecido. Este libro de Hanff, novela biográfica
epistolar, es además una reflexión sobre por qué son tan valiosos para quienes
los coleccionan. Los criterios de Hanff sobre el particular iban desde cuán
anotadas estaban las páginas de la edición, lo que en su caso era un atributo,
pues los prefería a los libros con las páginas nuevas, hasta qué tipo de
encuadernación tenía el pequeño tesoro. Sin embargo, la autora, más que una
coleccionista de libros, era como la Ludvika de Calvino en Si una noche de
invierno un viajero, una lectora voraz. Así que pedía, más bien, libros que
se dejasen leer. La verdad de todo es que tengo que dejar poco a poco esta
costumbre, porque los ácaros me dan una alergia infernal. Pero como dicen por
ahí, ácaros con gusto…
Publicado en Derivas. 31/07/2005
Imagen: Primera edición de Tuntún de pasa y grifería,
de Luis Palés Matos
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