Cristóbal Peña
Entre
los 55 mil libros que Pinochet atesoró en forma compulsiva y adquirió a punta
de regateos y con fondos fiscales se encuentra parte de la biblioteca privada
de José Manuel Balmaceda, una carta original de Bernardo O’Higgins y una
particular edición sobre Manuel Rodríguez con timbre de la biblioteca del
Instituto Nacional. CIPER se introdujo en los pasillos y testimonios de una
faceta fascinante y jamás contada del ex dictador. Los peritos a los que el
juez Carlos Cerda les ordenó determinar el valor monetario y patrimonial de su
biblioteca debieron pasar 194 horas en terreno y otras 200 dedicadas a
pesquisas para llegar a cuantificar su valor: US$ 2.840.000. Y eso que aún
quedan cosas por descubrir.
La mañana del martes 17 de
enero de 2006, una camioneta tipo Van ingresó al fundo Los Boldos de Santo
Domingo, en la costa central. Sus siete ocupantes -un chofer, un funcionario de
Investigaciones y dos peritos bibliográficos acompañados por tres ayudantes- no
tuvieron inconvenientes para ingresar a la propiedad de descanso de Augusto
Pinochet Ugarte. Traían una orden del juez Carlos Cerda, instructor del caso
por las cuentas del banco Riggs, para determinar el valor y origen de los
volúmenes existentes en las bibliotecas que el general había ordenado construir
en sus residencias.
Si bien ya se habían
identificado en la guardia de entrada, al llegar a la bifurcación de avenida
Don Augusto con paseo Doña Lucía, donde está la casa de los escoltas, la
comitiva tuvo que repetir el procedimiento anterior. Mostraron sus
identificaciones y la orden del juez. Como todo seguía en regla, continuaron la
marcha por avenida Don Augusto y llegaron hasta una de las alas de la casa
principal: un amplio espacio de entrada independiente y vista al mar donde el
general tenía su biblioteca.
Al entrar, acompañados muy
de cerca por cinco comandos vestidos con traje de campaña y armas de guerra a
la vista, dos cosas llamaron la atención de los peritos. Una fue la gran
cantidad de libros que había en ese amplio espacio, distribuidos en repisas,
cajas de cartón y estantes corredizos o full space. Otra, el desorden reinante
que presentaba ese despacho, además de una evidente falta de aseo, en el que
miles de libros empolvados se hacían un lugar entre adornos, recuerdos,
chocolates y objetos personales -como colonias, perfumes, desodorantes, toallas
desechables, relojes, fotos, dagas, abrecartas y tarjetas de saludo, visita y
Navidad, además de camisas, corbatas y calcetines nuevos, algunos aún con su
papel de regalo a medio abrir- que su propietario dejó alguna vez ahí y muy
probablemente después olvidó, sin que nadie se atreviera a sacarlos o
cambiarlos de lugar. Tampoco a pasarles un plumero.
No hubo tiempo ni lugar
para comentarios. Eran cerca de las diez de la mañana cuando los cinco peritos
bibliográficos, encabezados por Berta Inés Concha Henríquez y Hernán Gonzalo
Catalán Bertoni, dieron inicio a la primera de varias jornadas de trabajo que
se extendieron a las residencias de La Dehesa y El Melocotón, además de las
bibliotecas de la Academia de Guerra del Ejército y de la Escuela Militar, a
las que el general donó cuantiosas piezas poco antes de abandonar la
comandancia en Jefe. Había mucho trabajo por delante.
De acuerdo con el
resultado de ese informe pericial, que quedó adjuntado entre fojas 71894 y
71912 y que hasta ahora ha permanecido inédito, el equipo de expertos
bibliográficos trabajó 194 horas en terreno y otras 200 dedicadas a pesquisas e
investigaciones tendientes a determinar el valor monetario y patrimonial de los
volúmenes y su mobiliario. El estudio persiguió cuantificar los montos que el
general invirtió en este rubro, a partir de dineros que en su gran mayoría se
suponen provenientes de fondos de gastos reservados asignados a la Presidencia
de la República, a la Casa Militar y a la comandancia en jefe del Ejército.
El informe establece que
los libros adquiridos por el general Pinochet son cerca de 55 mil, cuyo valor
global fue estimado en US$ 2.560.000. A este monto se suman los valores del
mobiliario, encuadernación y transporte de publicaciones editadas en el
extranjero, todo lo cual fue tasado en US$ 52.000, US$ 75.000 y US$ 153.000,
respectivamente. El estudio trasciende las consideraciones económicas.
Tras dar cuenta de la
existencia de piezas únicas, primeras ediciones, antigüedades y rarezas,
algunas que ni siquiera se encuentran en la Biblioteca Nacional, el informe
concluye que “las bibliotecas objeto del peritaje contienen obras y colecciones
de altísimo valor patrimonial”.
Entre las muchas obras
antiguas que atesoró Pinochet y que aún conserva su familia, aunque sujetas a
embargo judicial, se cuenta una primera edición de la Histórica Relación del
Reino de Chile, fechada en 1646; dos ejemplares de La Araucana que datan de
1733 y 1776, respectivamente; un Compendio de Geografía Natural y otro de
Historia Civil, impresos en 1788 y 1795; un Ensayo Cronológico para La Historia
General de La Florida, de 1722; una Relación del Último Viaje de Magallanes de
la Fragata S.M. Santa María de la Cabeza, de 1788; y un libro de viajes a los
mares del sur y a las costas de Chile y Perú, publicado en 1788 .
Además, el general se hizo
de una parte de la biblioteca privada de José Manuel Balmaceda, incluida una
edición a las honras fúnebres del ex Presidente chileno, en cuyo interior se
encuentra una tarjeta de la viuda de éste; una carta original de Bernardo O’Higgins
y una particular edición sobre Manuel Rodríguez que lleva el timbre de la
biblioteca del Instituto Nacional.
“En términos generales, es
una biblioteca cara por los volúmenes, muebles y encuadernaciones. Cara por las
piezas únicas, por sus colecciones relevantes y, en algunos casos, por su valor
documental”, sostiene Berta Concha, editora y librera, quien por primera vez se
refiere al trabajo realizado por encargo del juez Cerda.
-Encontramos por ejemplo
una biografía de Francisco Franco que Manuel Fraga Iribarne dedicó a Pinochet.
También un ejemplar dedicado al mismo por Manuel Contreras. Esos elementos le
dan un innegable valor agregado.
Tenida
sport
¿Sabía el general qué
tenía exactamente y cuál era su valor monetario y patrimonial? ¿Contaba con
asesoría profesional? ¿Consultaba o leía con cierta regularidad las piezas más
preciadas de su biblioteca? El informe pericial no responde esas preguntas.
Tampoco parecen saberlo con precisión los comerciantes de libros, colaboradores
y familiares de Augusto Pinochet que prestaron testimonio para esta
investigación.
Al menos en público no se
caracterizaba por demostrar una gran cultura, todo lo contrario. El general
proyectaba ser un hombre básico, de conceptos elementales. Sus propios adeptos
reconocen que era profundamente desconfiado, acostumbrado a compartimentar
información y guardarse opiniones y sentimientos.
Una cosa es segura. El
hombre que llegó a ser dueño de una de las colecciones bibliográficas más
valiosas del país, con una inversión total que se calcula en 4 millones de
dólares (si se le agrega el valor de la biblioteca napoleónica con sus bustos),
tenía un aprecio particular por sus libros. Ese aprecio quedó de manifiesto la
mañana del martes 17 de enero, a poco de iniciarse el primer peritaje en la
casa de Los Boldos.
Acompañado por un médico,
un asistente y dos o tres guardaespaldas debidamente armados, Pinochet apareció
caminando por sus propios medios, ayudado por un bastón. Según recuerdan los
peritos, porque esa imagen resulta inolvidable, vestía polera verde de manga
corta marca Lacoste, shorts blancos tipo bermudas, zapatos sport claros y
calcetines al tono y subidos casi hasta las rodillas. Tras saludar de beso a
uno de los asistentes de los peritos jefes, una muchacha joven que permanecía en
la entrada, se instaló tras su escritorio principal para observar en silencio a
los intrusos que revolvían su más personal y preciado tesoro.
“Debió haber sido
espantoso para él que fuéramos a hurgar en su reino. Pinochet era el rey de ese
caos y nosotros habíamos llegado a invadírselo”, dice Berta Concha, quien
sostuvo un curioso diálogo con el dueño de casa tras los saludos de rigor. Al
notar que ella portaba como colgante una lupa de marco artesanal, adorno y a la
vez instrumento de trabajo, el general quiso saber detalles.
-Es una lupa mexicana -se
explicó Berta.
-¿Mexicana?
-Mexicana. Yo viví en México desde 1973.
-Yo tengo
muchas lupas -dijo el general y procedió a buscar las lupas que había dejado en
algún lugar de su biblioteca.
Los peritos siguieron en lo suyo. El general
siguió buscando sus lupas sin éxito. Los guardaespaldas lo seguían y el médico
abordó a los peritos para pedirles que no prestaran atención a los chocolates
que el dueño de casa escondía en medio de los libros.
-Es diabético -confidenció
en voz baja.
Al rato Pinochet se olvidó
de las lupas y procedió a retirarse acompañado de su médico, su asistente y
escoltas. En la despedida creyó necesario recordar que a los Presidentes de la
República les suelen regalar muchas cosas, de preferencia libros, y que él lo
había sido durante 17 años.
Los peritos continuaron
trabajando durante todo el día. Augusto José Ramón Pinochet Ugarte no volvería
a aparecer esa jornada. Tampoco las siguientes, ni en su casa de Los Boldos ni
en La Dehesa, menos en El Melocotón. De acuerdo con el libro testimonial Caso
Riggs. La Persecución Final a Pinochet, firmado por su nieto Rodrigo García,
“la impotencia de ver a pelafustanes entrar y salir de su escritorio, con sus
libros entre sus manos, le hicieron caer en cama por algunos días”.
Compulsivo
y tacaño
Dos años y medio antes de
ser objeto del primer peritaje bibliográfico, cuando las millonarias cuentas
del banco Riggs aún permanecían secretas, Augusto Pinochet apareció sorpresivamente
por una antigua galería comercial de calle San Diego, en el centro de Santiago.
Sin previo aviso, acompañado de su escolta, llegó a visitar a su más fiel y
entrañable librero.
En ese entonces Juan Saadé
tenía tantos años como Pinochet, que iba para los 90, y aún estaba al frente de
la librería de viejos que había fundado en 1941 con el nombre de La
Oportunidad. Decía conocer a su cliente predilecto desde que éste era
subteniente y solía comprarle libros de historia y geografía de Chile con
cheques a plazo. Una vez que quedó instalado en el gobierno, el general de
Ejército comenzó a pagar con cheques al día a nombre de la Presidencia de la
República.
La afición a los libros
fue creciente y antecede a la toma del poder.
En su declaración jurada
de bienes, realizada el 21 de septiembre de 1973, declaró poseer una biblioteca
particular por un valor de 750 mil escudos, correspondientes a poco más de 6
millones de pesos de la actualidad (US$12.000). De esa época se conservan
antiguos ejemplares que llevan el timbre del teniente o ayudante mayor Augusto
Pinochet Ugarte. También esas primeras ediciones rústicas de Geopolítica (1968)
y Campaña de Tarapacá (1972), dos libros de su autoría que tuvieron una cierta
repercusión en el mundo militar.
Desde joven fue aficionado
a los libros, en particular a los de historia, guerra y geografía. De eso no
parece haber dudas. Pero lo que resulta irrebatible, porque las cifras son
demoledoras, es que a contar del Golpe de Estado, su biblioteca personal
experimentó un sorprendente y sostenido incremento, producto no sólo de regalos
propios del cargo.
Luis Rivano es vecino de
la librería de Juan Saadé y aún guarda cientos de fotocopias con portadas de
libros usados que ofrecía con sostenida regularidad al general Pinochet. En su
mayoría son textos de ciencias sociales, muchos de ellos de marxismo y política
de las décadas de los ‘60 y ‘70, que se salvaron de la hoguera en los días
posteriores al Golpe de Estado.
Cuando el general se
interesaba por algún título, cosa bastante frecuente, marcaba con un visto
bueno la fotocopia de la portada para que Rivano se lo hiciera llegar a través
de algún oficial encargado especialmente del tema. De esta forma llegaron a sus
manos títulos como Si Yo Fuera Presidente, de Tancredo Pinochet; El Movimiento
contra la Tortura Sebastián Acevedo, de Hernán Vidal; El Gran Culpable, de José
Suárez Núñez; El Guerrillero, de Chelén Rojas; Teoría Secreta de la Democracia
Invisible, de José Rodríguez Elizondo; y El Mercurio y su Lucha contra el
Marxismo, de René Silva Espejo.
El procedimiento fue el
mismo con otros libreros de viejos de las Torres de Tajamar, en Providencia.
Uno de ellos, que pide guardar reserva de su nombre, recuerda que el general
era un comprador compulsivo y de gustos muy definidos. Pedía todo lo que
hubiese de Napoleón Bonaparte. Absolutamente todo. Era su gran obsesión. Casi
tanto como Ortega y Gasset.
También los libros de
línea, como enciclopedias, diccionarios y atlas. Los libreros de las Torres de
Tajamar sabían qué ofrecerle y esperar de él: aunque era un cliente leal, que
compraba de manera sistemática, a veces desenfrenada si estaban de por medio
sus preferidos, solía adjudicarse rebajas unilaterales.
“Era ratón para pagar”,
refrenda Octavio, hijo de Luis Rivano, que trabaja en Providencia y tuvo la
osadía de devolver a La Moneda un cheque por $80.000 que el general había
cancelado a cambio de un ejemplar de La Independencia de Chile, editado por
Santos Tornero. “Yo sabía que el libro era bueno y que a él le servía, entonces
por una cuestión de prestigio de librero insistí en que me pagara lo que
valía”.
Al poco tiempo Octavio
Rivano recibió un sobre con el mismo cheque por $80.000 y un adicional en
dinero en efectivo. No se habló más del asunto.
Mi
primera biblioteca
La última vez que
Francisco Javier Cuadra se reunió con Pinochet fue hacia comienzos de 2006.
Cuadra le contó que había conocido a la familia de Fernando Vega, un ex
ministro de Fujimori que posee la colección más importante de textos antiguos
sobre Chile. Pinochet le contó que hace no mucho había muerto Juan Saadé, su
librero de toda la vida, y le pidió que le recomendara el suyo. Cuadra y
Pinochet, a decir del primero, hablaban este tipo de cosas, incluso cuando
ambos ocupaban oficinas en La Moneda y las urgencias eran otras.
El ex vocero de gobierno
sostiene que en esa época, mediados de los ‘80, el general permanecía atento al
proceso político soviético por medio de libros de actualidad sobre el tema que
leía en francés. “Estaba al tanto de las últimas publicaciones sobre marxismo,
si salía un libro nuevo, él tenía que tenerlo”. Dice Cuadra que para estas y
otras materias modernas, se abastecía a través de editoriales y librerías que
solían enviarle catálogos con novedades. Dice también que compraba bastante en librerías
especializadas del extranjero.
A este respecto, la
investigación judicial por las cuentas del Riggs ha indagado en las compras de
libros y otros objetos de uso personal que llevaron a cabo los agregados
militares por encargo de Pinochet y a costa de los fondos públicos. En la
resolución que el juez Cerda dictó en octubre último, se lee: “Algunos de los
pedidos eran ejecutados por los oficiales del Ejército de Chile que oficiaban
como agregados en las misiones de Washington y Madrid o en las diversas
agregadurías”.
Como se va viendo, las
fuentes de abastecimientos fueron múltiples.
Hubo muchos regalos, por
cierto. Algunos de importancia patrimonial, como el Compendio de Historia Civil
del Abate Molina que el almirante Merino compró a Luis Rivano con motivo de un
cumpleaños del general. Ese ejemplar de 1795 permanece en la casa de La Dehesa,
sujeto a embargo judicial, y fue tasado en US$ 1.500. En una categoría similar
está el Epistolario de Diego Portales obsequiado por Cuadra.
Hubo ese tipo de gestos y
también compras directas y de montos considerables que el general realizó a
costa de dineros públicos.
Un gerente editorial de la
época, que aún sigue ligado al negocio y pide reserva de su nombre, fue citado
hasta los mismos salones de La Moneda para que expusiera colecciones y textos
de línea, en especial sobre historia. Como era un proveedor nuevo, hubo que
dejarle en claro que al general no le interesaba en lo más mínimo la ficción.
Para qué decir la poesía. El único texto propiamente literario que conservó en
la biblioteca de Los Boldos se titula El Rigor de la Corneta y es un clásico de
la literatura militar chilena.
Cuando el librero llegó a
la casa de gobierno, fue instruido para que dispusiera los textos en una sala
contigua al despacho presidencial y se mantuviera en silencio en una esquina,
dispuesto a responder las preguntas que pudiera formularle el general. Así lo
hizo, pero cuando éste apareció, acompañado de un pequeño séquito, no le
dirigió la palabra, siquiera una mirada. Revisó los textos -entre los que se
contaban un libro de música con tapa de madera, varias enciclopedias y una
historia taurina y otra de castillos españoles- y se limitó a hojearlos y a
dictarle a un asistente sus preferencias.
La ceremonia no duró más
que unos pocos minutos. El librero se retiró en silencio con sus cosas y al día
siguiente, siguiendo instrucciones, regresó a La Moneda para dejar la factura y
cobrar un cheque girado a nombre de la Presidencia de la República.
Mediante este conjunto de
prácticas, Pinochet llegó a acumular una cantidad impresionante de libros de
todo tipo. Incluido el manuscrito original del Diario Militar de José Miguel
Carrera que hace un par de años fue devuelto al Museo Militar. Pero todo eso, a
entender de la perito Berta Concha, no hace necesariamente una buena
biblioteca.
“Aunque tiene muy buenas
cosas, y se nota que tuvo una asesoría detrás, es una biblioteca muy poco
organizada, sin un gran orden, con un afán por atesorar por atesorar. Hay una
cantidad de obras de referencia, enciclopedias casi escolares, que develan un
escaso conocimiento y una escenografía del poder. Después de leer al personaje
a través de su biblioteca, mi conclusión es que este señor miraba con mucha
fascinación, temor y avidez el conocimiento ajeno a través de los libros. Quien
mandó a quemar libros forma la biblioteca más completa del país. Eso es
interesante. De alguna forma conoce la dinámica y el poder de los libros”.
De cualquier modo, el de
Pinochet fue un proyecto en grande, megalómano, al borde del delirio, que no se
fijó límites en gastos y procedimientos.
De acuerdo con el informe
pericial ordenado por el juez Cerda, “no menos de un 5 por ciento (2.750
ejemplares) han sido especialmente encuadernados en piel”, lo que supone una
inversión de $ 41.250.000. Lo que no precisa ese informe es que el trabajo
realizado a piezas de todo tipo, desde valiosas colecciones completas de
Benjamín Vicuña Mackenna a vulgares ediciones rústicas o simples revistas,
fueron realizadas por Abraham Contreras, el más prestigioso encuadernador que
ha tenido el país.
Como los grandes
coleccionistas, el capitán general también tuvo la ocurrencia de marcar varios
de sus ejemplares con un ex libris o sello de propiedad que mandó a fabricar a
la Casa de Moneda de Chile. El sello tiene el diseño de una mujer alada que
levanta una llama de la libertad al tiempo que sostiene un escudo con las
iniciales de Augusto Pinochet Ugarte. La idea surgió casi a la par con el
proyecto de ampliación de la biblioteca de El Melocotón, en el Cajón del Maipo,
que en los ‘80 movilizó recursos y personal de CEMA Chile. La modesta casa de
piedra, que originalmente estaba destinada a los escoltas, quedó convertida en
un lujoso espacio de 80 metros cuadrados al que muy pocos tuvieron acceso.
Rodrigo García Pinochet
fue uno de ellos.
El nieto del general
recuerda que la biblioteca de El Melocotón era “como un lugar sagrado, un
verdadero santo santorum” al que se introducía un poco a escondidas de su
abuelo cuando lo acompañaba los fines de semana. “Era muy receloso de sus
libros, siempre los ordenaba personalmente y llevaba una férrea contabilidad de
los mismos”.
Tan cómodo y a sus anchas
se sentía el general en El Melocotón, que según su nieto, pensaba pasar ahí sus
últimos días.
Todo cambió a partir de esa tarde de domingo 7 de septiembre de
1986, cuando regresaba a Santiago en compañía de su nieto. Tras salvar
milagrosamente de una emboscada de aniquilamiento, en un hecho que dejó cinco
escoltas muertos, nueve heridos y un libro llamado Operación Siglo XX (de
Patricia Verdugo) que llegó a la biblioteca del general, la casa de El
Melocotón comenzó a ser objeto de un progresivo abandono.
La
dispersión
En septiembre de 1989, ya
resignado a dejar el gobierno y atrincherarse en la comandancia en jefe,
Augusto Pinochet Ugarte inauguró la biblioteca de la Academia de Guerra del
Ejército que lleva su nombre y reúne cerca de 60 mil títulos, la mitad de los
cuales fueron donados por él. (Consultar títulos de la biblioteca Presidente
Augusto Pinochet Ugarte).
Ahí están varios de los
textos de ciencias sociales que durante años le vendieron Juan Saadé y Luis
Rivano. También varias de las enciclopedias y libros de línea y divulgación que
el general adquirió de manera frenética. Hay piezas valiosísimas en términos
patrimoniales, algunas como el Ensayo Cronológico para la Historia General de
La Florida (1722), de Gabriel Cárdenas, tasado en más de tres mil dólares y que
ni siquiera se encuentra en la Biblioteca Nacional. Hay cosas extrañas, como
una horripilante versión de Martín Fierro forrada en cuero de vaca y dedicada
por Raúl Matas hijo al “estimado Presidente”. Hay cosas dignas de atención,
como una reproducción del despacho que el general ocupó en La Moneda. Cosas
históricas como una firma de Manuel Contreras en el libro de visitas ilustres.
Y también una de las más completas colecciones de libros que analizan el
régimen militar.
El fondo bibliográfico
aportado por Pinochet a la mayor biblioteca del Ejército se calcula en cerca de
29.729 títulos, poco más de la mitad de lo que aún se mantiene en poder de la
familia entre las residencias de Los Boldos y Los Flamencos. En El Melocotón no
quedan más que 200 libros sin mayor valor.
Una importante colección
relativa a Napoleón Bonaparte, además de once esculturas en miniatura del mismo
personaje, permanecen en la bóveda del museo de la Escuela Militar, a la espera
de que el juez Cerda levante su embargo o determine otra cosa. Suman 887
volúmenes y fueron donados en septiembre de 1992 por su entonces comandante en
jefe. Hay además, 633 títulos de diferentes temáticas que fueron a parar a la
Fundación Pinochet y 37 que se encuentran en la biblioteca central de la
Universidad Bernardo O’Higgins.
En el penúltimo caso, que
no ha sido objeto de la investigación del juez Cerda, varios de los libros
recibidos son relativamente recientes, en apariencia sencillos, sin mayor valor
agregado. No hay grandes colecciones, rarezas ni antigüedades. Sin embargo, por
razones diversas, tuvieron una significación especial para el hombre que los
donó pensando en “la juventud chilena”, a poco de su retorno de Londres.
Entre esos 633 libros, hay
una autobiografía de Erich Bauer, almirante de la marina del Tercer Reich, que
aparece subrayada en la definición que entrega el autor sobre el vicealmirante
Von Ingenohl: “Resultaba difícil adivinar su pensamiento íntimo, pues no
descubría jamás sus planes a los ojos de los demás de manera abierta”.
Hay también marcas del
lector en El Libro Negro del Comunismo. Crímenes, Terror y Represión, donde se
subraya que las víctimas de los regímenes de la órbita soviética “ya se acercan
a la cifra de cien millones de muertos”, y una dedicatoria que el autor de
Estrategia y Poder Militar, Fernando Milia, capitán de la marina argentina,
escribe en noviembre de 1976 “al señor general Augusto Pinochet, reconocido
geopolítico ayer y pilar antimarxista hoy, con todo mi respeto intelectual”.
Publicado en CIPER, Centro
de Investigación Periodística, 05/2012
Imagen: Ex-libris de
Augusto Pinochet
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