Friday, May 4, 2012

Exiliados, rusos y geniales

Por Alejandro Bellotti

Nina Berberova, rara avis en el campo literario, carga una historia que merece ser contada. Fue recién a fines de 1989 que Hubert Nyssen, escritor y director de la prestigiosa editorial francesa Actes Sud, recibió un manuscrito de La acompañante (1935). Para su sorpresa, la nouvelle no sólo expresaba una voz potente que condensaba la escritura de Gogol, Chejov y Dostoievski, sino que su autora, una docente rusa jubilada en Princeton, nunca había publicado libro alguno en sus 88 años de vida. Nyssen acordó de inmediato con la autora remediar el asunto y publicar la totalidad de su obra –unas cuantas novelas cortas, que compró a un precio bajísimo. El éxito no tardó en llegar, y el reconocimiento para Berberova, aunque tardío, fue unánime.

Nina Berberova nació en San Petesburgo el 8 de agosto de 1901, en el seno de una familia acomodada. Su padre, armenio, funcionario de alta estirpe, con buen manejo en las artes financieras hasta el arribo bolchevique; su madre, rusa ortodoxa y conservadora. Vivió su adolescencia sofocada por la persecución y el destierro familiar. Fue en 1922 que decidió escapar de la Rusia leninista junto a su compañero de entonces, el poeta Vladislav Jodasevich, de quien Nabokov dijo que era “el crítico y poeta más grande de la literatura rusa del siglo XX”. De ahí en más, llevando a cuestas su lastre de aristócrata expatriada, emprendió un periplo que la acercaría a distintos inquilinatos europeos –Berlín (1922), Praga (1923), Sorrento (1924), París (1925), Suecia (1947)–, hasta recalar finalmente en los Estados Unidos, donde moriría en 1993.

A diferencia de Nabokov, Berberova nunca abandonó el ruso para componer sus escritos; Nabokov y su Lolita no fue la excepción. Traducido al inglés y al francés, el ensayo nunca tuvo su traducción española. Al rescate fue el escritor Eduardo Berti, director editorial de La Compañía, quien encargó traducir la versión francesa al castellano y consiguió que el mismo Hubert Nyssen escribiera un posfacio para la edición. En principio, vale decir que el análisis crítico del volumen desborda la obra de Nabokov. Porque, si bien es el éxito descomunal de Lolita el que despierta interés en la autora, quien no descuida recalcar la magnética influencia que tuvo la obra de Nabokov en los escritores del siglo XX, el ensayo promueve un rastreo en las pistas perdidas de la gran prosa rusa del siglo pasado.

Para Berberova, la obra de Nabokov encuentra un antes y un después de la publicación de El ojo (1930). Esa colección de cuentos significó el paso de “un buen escritor ruso” a uno de los “escritores fundamentales del siglo XX”. Es allí donde la obra de Nabokov traza sus rasgos distintivos: las manifestaciones del inconsciente, la poética simbolista y la disociación del mundo. Sin dudarlo, Berberova desglosa una serie de marcas narrativas que colocan la escritura de Nabokov a la par de los grandes del siglo XX como Proust, Joyce o Kafka.

El éxito que por entonces despertó Lolita fue acompañado por un debate de igual magnitud en torno a la temática desarrollada en la obra. Aquí Berberova planta su rechazo contra las reacciones de la crítica especializada. Para ellos, Nabokov eligió el tema de su novela como novedad ante el desgaste en otras temáticas de composición dramática; una búsqueda de nicho mercadotécnica en pos de la originalidad perdida. Para Berberova, esto es completamente falso, porque ya en sus textos anteriores se percibe un interés manifiesto por las jóvenes heroínas. Además –explica– Dostoievski, quien está ligado de múltiples formas a Nabokov, ya había escrito al respecto. La autora también agudiza su análisis para extirpar algunas reflexiones que rodearon al libro, su lengua de origen y sus traducciones. Para ella, el escritor contemporáneo es cosmopolita. Y punto. “No debe olvidarse –advierte la autora– algo que antaño se ignoraba por completo: que a un gran número de libros se los lee más y se los aprecia mejor en traducción que en su forma original y que, por razones diversas, a Joyce no se lo lee en Irlanda, ni a Miller en los Estados Unidos, ni a Nabokov en Rusia”.

Fue D.H. Lawrence quien propuso que tanto en el amor como en el arte el elemento lúdico es indispensable. En sintonía nos alecciona Berberova: “El elemento cómico está presente en las obras de los genios de todos los tiempos. Sólo los individuos desprovistos de talento toman totalmente en serio sus escritos y su propia persona”. Y dice esto para sugerir que la ironía –al igual que sucede con Gogol o Dostoievski– es elemento característico en toda la extensa obra de Vladimir Nabokov.

En 1969 Berberova escribió El subrayado es mío, una rabiosa autobiografía que transita sin tropiezos por el vértigo insoslayable del siglo XX. Cien años que la gran escritora rusa ha sabido transitar con sacudones, algunas caídas y el reconocimiento tardío en la ríspida aunque intensa escalada literaria. Cien años para componer un testimonio que bien podría llenar todas las páginas de un siglo.

Publicado en Perfil.com

Foto: Nina Berberova

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