Nina Berberova, rara avis en el campo
literario, carga una historia que merece ser contada. Fue recién a fines de
1989 que Hubert Nyssen, escritor y director de la prestigiosa editorial
francesa Actes Sud, recibió un manuscrito de La acompañante (1935). Para su
sorpresa, la nouvelle no sólo expresaba una voz potente que condensaba la
escritura de Gogol, Chejov y Dostoievski, sino que su autora, una docente rusa
jubilada en Princeton, nunca había publicado libro alguno en sus 88 años de
vida. Nyssen acordó de inmediato con la autora remediar el asunto y publicar la
totalidad de su obra –unas cuantas novelas cortas, que compró a un precio
bajísimo. El éxito no tardó en llegar, y el reconocimiento para Berberova,
aunque tardío, fue unánime.
Nina Berberova nació en San Petesburgo el 8 de agosto de 1901, en el seno
de una familia acomodada. Su padre, armenio, funcionario de alta estirpe, con
buen manejo en las artes financieras hasta el arribo bolchevique; su madre,
rusa ortodoxa y conservadora. Vivió su adolescencia sofocada por la persecución
y el destierro familiar. Fue en 1922 que decidió escapar de la Rusia leninista
junto a su compañero de entonces, el poeta Vladislav Jodasevich, de quien
Nabokov dijo que era “el crítico y poeta más grande de la literatura rusa del
siglo XX”. De ahí en más, llevando a cuestas su lastre de aristócrata
expatriada, emprendió un periplo que la acercaría a distintos inquilinatos
europeos –Berlín (1922), Praga (1923), Sorrento (1924), París (1925), Suecia
(1947)–, hasta recalar finalmente en los Estados Unidos, donde moriría en 1993.
A diferencia de Nabokov, Berberova nunca abandonó el ruso para componer sus
escritos; Nabokov y su Lolita no fue la excepción. Traducido al inglés y al
francés, el ensayo nunca tuvo su traducción española. Al rescate fue el
escritor Eduardo Berti, director editorial de La Compañía, quien encargó
traducir la versión francesa al castellano y consiguió que el mismo Hubert
Nyssen escribiera un posfacio para la edición. En principio, vale decir que el
análisis crítico del volumen desborda la obra de Nabokov. Porque, si bien es el
éxito descomunal de Lolita el que despierta interés en la autora, quien no
descuida recalcar la magnética influencia que tuvo la obra de Nabokov en los
escritores del siglo XX, el ensayo promueve un rastreo en las pistas perdidas
de la gran prosa rusa del siglo pasado.
Para Berberova, la obra de Nabokov encuentra un antes y un después de la
publicación de El ojo (1930). Esa colección de cuentos significó el paso de “un
buen escritor ruso” a uno de los “escritores fundamentales del siglo XX”. Es
allí donde la obra de Nabokov traza sus rasgos distintivos: las manifestaciones
del inconsciente, la poética simbolista y la disociación del mundo. Sin
dudarlo, Berberova desglosa una serie de marcas narrativas que colocan la
escritura de Nabokov a la par de los grandes del siglo XX como Proust, Joyce o
Kafka.
El éxito que por entonces despertó Lolita fue acompañado por un debate de
igual magnitud en torno a la temática desarrollada en la obra. Aquí Berberova
planta su rechazo contra las reacciones de la crítica especializada. Para
ellos, Nabokov eligió el tema de su novela como novedad ante el desgaste en
otras temáticas de composición dramática; una búsqueda de nicho mercadotécnica
en pos de la originalidad perdida. Para Berberova, esto es completamente falso,
porque ya en sus textos anteriores se percibe un interés manifiesto por las
jóvenes heroínas. Además –explica– Dostoievski, quien está ligado de múltiples
formas a Nabokov, ya había escrito al respecto. La autora también agudiza su
análisis para extirpar algunas reflexiones que rodearon al libro, su lengua de
origen y sus traducciones. Para ella, el escritor contemporáneo es cosmopolita.
Y punto. “No debe olvidarse –advierte la autora– algo que antaño se ignoraba
por completo: que a un gran número de libros se los lee más y se los aprecia
mejor en traducción que en su forma original y que, por razones diversas, a
Joyce no se lo lee en Irlanda, ni a Miller en los Estados Unidos, ni a Nabokov en
Rusia”.
Fue D.H. Lawrence quien propuso que tanto en el amor como en el arte el
elemento lúdico es indispensable. En sintonía nos alecciona Berberova: “El
elemento cómico está presente en las obras de los genios de todos los tiempos.
Sólo los individuos desprovistos de talento toman totalmente en serio sus
escritos y su propia persona”. Y dice esto para sugerir que la ironía –al igual
que sucede con Gogol o Dostoievski– es elemento característico en toda la
extensa obra de Vladimir Nabokov.
En 1969 Berberova escribió El subrayado es mío, una rabiosa autobiografía
que transita sin tropiezos por el vértigo insoslayable del siglo XX. Cien años
que la gran escritora rusa ha sabido transitar con sacudones, algunas caídas y
el reconocimiento tardío en la ríspida aunque intensa escalada literaria. Cien
años para componer un testimonio que bien podría llenar todas las páginas de un
siglo.
Publicado en Perfil.com
Foto: Nina Berberova
Foto: Nina Berberova
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