Saturday, May 12, 2012

WITOLD GOMBROWICZ E IGNACY JAN PADEREWSKI



Juan Carlos Gómez

El Minuet de Paderewski fue el primer contacto espiritual que tuve con Polonia. Esta breve pieza musical me transportaba en mis sueños a una Polonia romántica y heroica. Ignacy Jan Paderewski fue un pianista, compositor, diplomático y político polaco. Su debut en Viena y su actuación dos años después en París le valieron la fama de ser el mejor pianista después de Franz Liszt. Eran muy admiradas sus interpretaciones de las obras de Frédéric Chopin.
En 1919, en la recién independiente Polonia, Paderewski se convirtió en Primer Ministro y Ministro de Asuntos Exteriores de Polonia y representó a Polonia en la Conferencia de Paz de París. Tras la Invasión de Polonia en 1939 Paderewski volvió a la vida pública. En 1940 se convirtió en la cabeza del Consejo Nacional de Polonia, el parlamento del Gobierno de Polonia en el exilio, en Londres.

"En aquellos años, la guerra mundial despertó en mí una nostalgia incurable por Occidente. Lo digo porque creo que eso es muy polaco y se mantiene vivo ahora como entonces... Una de las amigas más íntimas de mi madre era la mujer del profesor Mikulowski-Pomorski el cual era partidario de los países centrales y ocupaba el cargo de ministro en el Gobierno del Consejo de Regencia (...)".
"Bajo su influencia, mi madre manifestaba un ligera tendencia proalemana, lo cual era evidentemente suficiente para que nosotros ?mis hermanos y yo? nos declarásemos partidarios apasionados de la coalición. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y, con un lápiz, marcaba solemnemente sobre el mapa cada pueblecito tomado allá por Reims o Amiens, como si de eso dependiera el resultado de la guerra (...)".

"Al otro lado de aquel frente comenzaba para mí la verdadera Europa, mientras los rusos y los alemanes conformaban una especie de realidad de segunda categoría: ridícula, bárbara, separadora de aquello, de la civilización. Presentía, sabía que allí se hallaba mi mundo, mi patria, mi destino. Cuando en el año 1918 esa barrera se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse, al principio gota a gota, significó tanto para mí como la recuperación de la independencia (...)".
"Estaba presente entre la multitud que saludaba a Paderewski, comía chocolate occidental que traían los americanos, amigos de Janek Balinski, contemplaba los uniformes de los soldados de Haller, divisaba a lo lejos el coche del embajador francés...". Las alas de Gombrowicz vuelan en sus sueños hacia el Mediodía y el Poniente. Del Oeste le llegaban los vientos de la historia y de la cultura.

Al Sur accedió más tarde, en Francia, en un trayecto que recorre en bicicleta entre un pequeño balneario montañoso y la playa de un puerto diminuto en los Pirineos Orientales. Pedaleaba hacia abajo con un grupo de meridionales desenfrenados, de pronto se le apareció a lo lejos la superficie inmóvil y resplandeciente del mar latino como si se levantara un telón. Lo que no habían podido las catedrales y los museos de París lo lograba ese camino vertiginoso que apuntaba al mar.
Comprendió el Sur, Francia, Italia, Roma... todo eso se le apareció por primera vez en forma hermosa justamente a él, que hasta entonces había considerado a la gente de tez morena como un tipo humano inferior. La blancura de las piedras, el noble gris ceniza de los plátanos, el azul al frente, la nitidez de las líneas y la plenitud de la forma.

Toda la cultura francesa, que hasta entonces le había parecido burguesa y repugnante, se le apareció como algo elemental y salvaje. Nunca más sintió aversión hacia el Sur, el Mediodía lo atrapó con una dureza refulgente, un deslumbramiento que preparó el camino para ese viaje increíble y milagroso que hizo más tarde a la Argentina. No estoy seguro de esto, porque era una persona culta, pero yo creo que en un principio se imaginó a la Argentina como un país tropical lleno de palmeras, de pájaros multicolores, de papagayos.
Un país sin miras de guerras, rico, enorme, despoblado, en contraste con una Polonia que había sido independiente durante veinte años antes de la guerra y que había estallado en llamas junto con toda Europa. El sueño tropical todavía lo tenía cuando conoció a Piñera en el Rex: ¿Así que usted viene de la lejana Cuba? Todo muy tropical por allá, ¿no es cierto? ¡Caramba, cuántas palmeras!

"Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury" es la novela corta más larga de Gombrowicz. La escribió en el año 1932, y sin saber que siete años más tarde desembarcaría en la Argentina, sueña con ella: "Bajo el hermoso cielo de Argentina, los sentidos gozan gracias a una niña". Se toma unas vacaciones, unas vacaciones argentinas de casi veinticuatro años.
Las playas de Mar del Plata y de Necochea le despertaron a Gombrowicz ocurrencias un tanto distintas a las que le sobrevenían en la "La Cabaña", la estancia de su amigo Dus Jankowski, en plena pampa húmeda. En Necochea, por la aplicación de una determinada ciencia infusa del conocimiento, supo de repente cómo se había realizado en la Argentina la reforma agraria.

"Santiago Achaval, Juan Santamarina, Paco Virasoro y Pepe Uriburu: jóvenes de la oligarquía argentina, ricos y desenvueltos. ¿Cuántos hermanos y hermanas tienen estos jóvenes? Paco es el que tiene menos, sólo seis. Entre los cuatro, un total de cuarenta hermanos. Niaki Zuberbühler tiene ochenta primos de primer grado. La reforma agraria se lleva a cabo en la cama".
En cambio, cuando viaja por primera vez a "La Cabaña", inscribe el pórtico de esa estancia, como Dante lo había hecho en la puerta del infierno, unas palabras tristes. "Si este diario que voy escribiendo desde hace algunos años no está a la altura ¿la mía, la de mi arte o la de mi época?, nadie debería reprochármelo, pues es un trabajo que me ha sido impuesto por las circunstancias de mi exilio y para el posiblemente no sirvo".

En esa pampa ilimitada no hay océano ni sal ni vientos, después de la agitación de las playas, ahora la tranquilidad, el silencio y el relajamiento. En el campo argentino no hay campesinos como los hay en Polonia, aquí no hay nadie. Unos cuantos peones cuidan los campos y la enorme cantidad de vacas y de caballos, pero sin prisa. Un hombre con un tractor labra, siega, trilla y embolsa los granos.
Gombrowicz caminaba por las avenidas de eucaliptos en medio de la inmensidad de la pampa húmeda, y de nuevo lo asaltaba el presentimiento de una agonía solitaria en un sótano asfixiante. Sabía que Dios no sería un asilo para su vejez, y menos aún la trascendencia del existencialismo con sus borracheras de sentimientos trágicos, su responsabilidad y su angustia.

El tiempo del deshielo presionaba sobre su conciencia y se preguntaba si su regreso a Polonia, si su regreso a la patria no podría darle lo que Dios y la filosofía no podían darle. Pero en ese caso se tendría que enfrentar con una libertad relativa, una libertad que debía presentarse dos veces por semana en la oficina de control para poder vivir una semivida y una semiverdad.
A través de estas cavilaciones se estaba definiendo respecto a la ética del catolicismo, del existencialismo y del marxismo, pero la moral es sólo un fragmento de la vida, y los otros fragmentos lo seguían presionando por todas partes pues la realidad es inagotable. Esa contradicción entre el ser y el existir lo llevaba de la mano al mundo palpable de los eucaliptos y de la tierra.

Ese era el único mundo amigable y creíble para Gombrowicz, un mundo que se le había diluido en esa pampa inmensa bajo la bóveda celeste, se le había borrado completamente. Ni siquiera el globo terrestre, suspendido él mismo, podía asegurarle un terreno firme para los pies. Ese abismo sin fondo podría enloquecernos si es que no estuviéramos tan acostumbrados a él.
"Y al mismo tiempo yo estoy allí, en el seno del universo. Todas las contradicciones se dan un rendez-vous en mí; la calma y la locura, la sobriedad y la embriaguez, la verdad y la patraña, la grandeza y la pequeñez, la belleza y la monstruosidad, pero siento que en mi cuello se posa de nuevo la mano de hierro, que poco a poco, sí, de manera imperceptible..., se va cerrando".

Revista Cinosargo, 2009

Imagen: Ignacy Jan Paderewski

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