Pablo Cingolani (a modo de presentación)
“Me
encomendaron una misión: barrer de la región todo resto de romanticismo
decadente y paternalismo enfermizo y poner a estas provincias y a estas gentes
a rendir para el bien común. Aquí
hay petróleo, hierro, cobre, fosfatos y mil riquezas más que necesitamos
si queremos convertirnos en una nación poderosa, progresista y moderna… (…)
Resulta lamentable admitirlo pero los tuareg no tienen razón de existir en
pleno siglo veinte, al igual que no la tienen los indios amazónicos, o no lo
tuvieron los pieles rojas americanos.
¿Se
imagina a los sioux correteando aún por las praderas del Medio-Oeste,
persiguiendo manadas de búfalos por entre los pozos petroleros o las centrales
atómicas? Hay formas de vida que cumplen un ciclo histórico y están condenadas
a desaparecer y, lo queramos o no, eso ocurre con nuestros nómades. Hay que
adaptarlos o exterminarlos”.
Alberto Vázquez-Figueroa: Tuareg
Hay otros mundos pero que están en éste
Paul Eluard
TIPNIS:
una palabra –una sigla- que antes casi nadie conocía. Hoy, ahora, aquí en
Bolivia, mucha gente la repite hipnóticamente. Afuera de Bolivia, algunos
también.
Sucede
que en agosto de este año de la frenética era cristiana, empezó una
movilización de indígenas en defensa del TIPNIS frente a la amenaza evidente
que representa para el mismo la construcción de una carretera. Para ellos, para
los movilizados, el TIPNIS significa Territorio Indígena y Parque Nacional
Isiboro Sécure. La vía, lo partiría en dos, como una naranja, para que luego se
pudra.
Pero
también para muchos indígenas (incluso muchos de aquellos que viven en ese
territorio de nombre tan largo y confuso), TIPNIS no significa nada: al fin y
al cabo, es una sigla más de una unidad administrativa (como puede ser la
DGII-Dirección General de Impuestos Internos o el INE-Instituto Nacional de
Estadística) del Estado.
Un
Estado nacional que los engloba sí, pero el cual, en su vida diaria, en su
cotidianeidad, en su cosmovisión, está ausente más que por el hecho mismo de
estarlo (desde la mirada unitaria y multifuncional del Estado), sino por el
hecho concreto de que ellos no lo precisan como sociedades organizadas
(Clastres), aunque sí merecen del mismo, su reconocimiento social y humano.
Un
Estado que no precisan, pero que si debe actuar y estar presente como tal
–dadas las condiciones nacidas del devenir histórico, producto de esas
movilizaciones y de cierta conciencia social, nacional y planetaria conquistada
por las mismas-, ya que es el responsable de hacer respetar sus derechos, de
manera especial el derecho a vivir como viven frente a terceros que quieran
agredirlos.
Por
algo y para eso –éste es el debate de fondo-, hoy el Estado precisamente se
autodefine como Plurinacional en Bolivia. Aunque ellos no lo sepan, ni tampoco
estén obligados a saberlo.
Para
los otros, para la inmensa mayoría, los de afuera, los de las ciudades, pero
sobre todo aquellos que súbitamente descubrieron que había indios, los “buena
onda con pobrecitos los indios”, los
que repiten TIPNIS-TIPNIS como en letanías, no arriesgo una definición,
más o menos coherente, de lo que TIPNIS significa para estos. En todo caso, estos
mismos deberán hacer su propio examen lingüístico de conciencia.
Diré
con franqueza: sucedió que, a la vez que se efectuaba la llamada Marcha
Indígena en defensa de uno de los territorios ancestrales de refugio de algunos
pueblos indígenas de las llamadas tierras bajas de ese sector de la Amazonía
Sur continental que históricamente es conocido como Moxos (y que sólo desde la
década de 1990 se empezó a llamar TIPNIS), fueron varios los que “descubrieron”
que los indios –como decía- siguen existiendo, que grupos de ellos viven en los
bosques de manera bastante tradicional, que esa manera se expresa –como
ejemplo- usando arcos y flechas para cazar y pescar, que conservan sus idiomas
originarios, un largo etcétera y que en suma: son diferentes a nosotros, o sea
a todos los que vivimos y somos parte de la sociedad dominante, nacional o
envolvente, como quieran llamarla.
De
manera lamentable, encima de todo esto (me refiero con énfasis a la vida de los
pueblos de la selva) cayó un inmenso alud de manipulación y tergiversación
promovido por intereses económico-empresariales y político-ideológicos que
terminaron desfigurando los motivos fundamentales de una acción defensiva de
los derechos humanos de personas, hombres y mujeres, que viven allí, en el hoy
famoso TIPNIS. Al grano: digo que la VIII Marcha Indígena buscaba en un inicio
proteger a esos grupos no sólo de una carretera, sino de todos los impactos
negativos que la misma trae encima del asfalto y que son mucho peores que los
camiones que ya son una pesadilla.
* * *
Mientras
escribo estas palabras el conflicto que se ha suscitado en torno al TIPNIS,
continua, se bifurca, se metamorfosea –aunque muchas de las voces que clamaban
por su defensa, se hayan callado.
Esto
no es casualidad. Afirmo que el conflicto sigue y seguirá, con el actual
gobierno de Bolivia o con cualquier otro, por un simple motivo: el drama
histórico de los pueblos cazadores-recolectores-agricultores estacionales de la
selva no empezó con el conflicto del TIPNIS, ni terminará sólo por el hecho de
firmar una ley o mil leyes que desestimen, como en este caso puntual, la
construcción de una vía de penetración al mismo.
El
drama de los pueblos de la selva –que salvo las llamadas “civilizaciones de la varzea” o territorios inundables, como
bien ejemplifica la cultura prehispánica que poblaba Moxos (el actual Beni),
eran en su inmensa mayoría pueblos nómades e itinerantes que vivían de una
interacción activa y respetuosa con la naturaleza- empezó desde el momento que
fueron obligados a sedentarizarse y reducirse por distintas órdenes religiosas,
tras el fracaso militar de los invasores europeos de los siglos XVI y
principios del XVII.
Ese
drama –que no fue otra cosa que un genocidio que se pretende seguir ocultando y
negando- se volvió un paroxismo de violencia durante la llamada época del caucho,
el primer intento orgánico de incorporar a la Amazonía al mercado mundial
capitalista.
Ese
drama prosiguió durante todo el siglo XX, combinando la continuidad de la labor
desestructuradora y etnocida impulsada por las iglesias con las manifestaciones
de un capitalismo rapaz y desordenado: la expansión caótica e ilegal de la
frontera agropecuaria, el recurrente saqueo de madera y la extracción de
algunos otros productos de la selva como el oro o las pieles de animales.
Ese
drama, hoy en pleno siglo XXI, como nunca antes en la historia, tiene un plan
definido –una estrategia delimitada e impulsada por los bancos multilaterales,
las empresas trasnacionales y los estados que administran la selva que se hizo
conocida con otra sigla: IIRSA- y ahora sí, finalmente, allí puede encuadrarse
el conflicto del TIPNIS, como el último eslabón de una cadena de agresiones
inverosímiles que han sufrido los habitantes originarios de la selva, en los
últimos cinco siglos de historia humana.
Pero
aún así, aún frente a todo lo ya expuesto y que quiero reafirmarlo, aún así, el
drama profundo de los cazadores-recolectores nómades (los sobrevivientes entre
los sobrevivientes: los llamados pueblos aislados) y el drama de aquellos que,
tras todos estos contactos aberrantes, también sobrevivieron, refugiándose en
lugares remotos (como el TIPNIS), y que siguen siendo portadores de una cultura
material y espiritual diferente a la hegemónica y una gran cohesión interna
dentro y hacia afuera de sus comunidades a donde fueron reducidos, resistiendo
material y espiritualmente a la integración forzada que todos los estados han
pretendido imponerles, el drama de esta gente –que puede que sean minoritarios
en número pero que aún así, en el caso boliviano, representan cualitativa pero
incluso cuantitativamente la inmensa diversidad humana y cultural del país-, su
drama es que están condenados a desaparecer.
Están
condenados a desaparecer –la divisa, aunque se la camufle, es siempre la misma:
incorporarse o morir- si los referidos derechos a los que aludimos antes, no se
respetan. Y enfatizo esto, porque es engañarse creer que existe o existirá una
correlación de fuerzas favorable a los indígenas de las tierras bajas. Nunca la
hubo, y menos en el futuro. El dilema de la sobrevivencia de los pueblos
indígenas de la Amazonía –como es el caso de “los tipnis”, como popularmente
fueron bautizados- depende de una toma masiva de conciencia histórica –que
acabe con cualquier forma de genocidio y de etnocidio, de aquí para adelante- ,
de la vigencia irrestricta y el respeto pleno de los derechos humanos de estas
personas y, en la medida de lo posible, de un reconocimiento que haga posible
reparar –algo, al menos- todo el daño que se ha causado a estas gentes.
Esa
toma de conciencia histórica que se reclama debe no sólo asumir la deuda por un
pasado nefasto donde la mentalidad dominante dictaba que “el mejor indio es el
indio muerto”, sino que debe proyectarse hacia un presente donde se acaben de
manera honesta y sensible todas las agresiones a los escasos sobrevivientes de
los pueblos originarios del espacio amazónico, y en lo esencial, se respeten
sus territorios y se los deje vivir en paz.
Esa
toma de conciencia debe –dadas en los papeles, la vigencia universal de los
Derechos Humanos y de los Derechos de los Pueblos Indígenas, consagrados ambos
por la ONU y también, en nuestro caso, por la propia Constitución del Estado-
hacer cesar el hostigamiento, las persecuciones y las invasiones que sufren los
pueblos de la Amazonía frente a la avanzada de la sociedad dominante que aquí y
en cualquier lugar del mundo, son siempre los colonizadores, los
“pioneros”, de los supuestos
espacios vacíos que siguen representando los territorios indígenas desde la
mirada de la modernidad: el productivismo, el desarrollismo, el capitalismo, el
socialismo, con sus excluyentes y alienantes formas de trabajo, de empresa, de
progreso, de justicia social, todo lo que representamos de izquierda a derecha,
seamos mestizos o blancos, collas o cambas. Todo eso que colisiona antagónicamente
con los usos, el saber y el imaginario indígenas de la selva, ya que si no
detenemos la erosión permanente que ello representa, los indígenas
desaparecerán, más allá de las supuestas buenas intenciones (“los pueblos
indígenas necesitan salud, educación”… ¡y carreteras e ingresos económicos del
mercado!), más allá del sentimiento honesto de algunos por “ayudar” a los
indígenas, más allá finalmente de todos nuestros prejuicios viscerales y
coloniales.
Por
ello, esa toma de conciencia que proclamamos lo único deseable que debería
promover es el respeto.
Respeto
a ser y sentir diferente.
Respeto
a vivir de otra manera y como se ha vivido más o menos siempre.
Respeto,
justamente, a un modo de vida diferente y alternativo al que conocemos.
Respeto
a una economía diferente, fundada en una relación más respetuosa (que
cualquiera de nuestros modelos económicos) con la naturaleza y con el hombre
mismo.
Respeto
a una cultura diferente.
Respeto,
insisto, a nada más que eso.
Algunos
ya pensarán que ésta es una ingenuidad incurable y que lo que afirmo no tiene
apoyatura en la realidad, que son visiones idílicas sobre los indios, que ya no
hay indios así. Eso no es verdad. Hay muchos segmentos de pueblos indígenas
habitando en las llamadas regiones de refugio (insisto, una de ellas son
sectores del propio TIPNIS) que, por decisión propia, no sólo han conservado la
mayoría de sus usos y costumbres tradicionales, sino que a la vez no desean ser
molestados, agredidos, invadidos por los de afuera, por los “carayanas” como se
los conoce en el Beni, o por quien sea el que los avasalle, más moreno o menos
moreno, más blanco o menos blanco.
Ese
es el desafío de la actual construcción nacional en este tiempo histórico. Digo
bien construcción nacional, ya que quienes afirman que el respeto a la
autodeterminación indígena menoscaba la soberanía nacional, no entienden o no
quieren entender que dada incluso su preexistencia como formaciones sociales
anteriores a la aparición de los estados, los pueblos indígenas se constituyen
en la piedra basal de la nacionalidad, en su mejor prueba y fundamento. Como
anotó Bartomeu Meliá: “los derechos indígenas y sus territorios son aval –e
hipoteca- de nuestros derechos como nación”. Sin indios, no hay nación o
quedaríamos atrapados por una nación sin alma, una nación de pura melancolía y
padecimientos. Éste, insisto, es el debate de fondo.
Si
aceptamos la lógica que nos ha conducido hasta aquí, ellos, los indígenas, y
sólo ellos, deberían ser los que decidan sobre su propio destino. Sin presiones,
sin manipulaciones de ningún tipo. Y la sociedad mayor que los envuelve, por
primera vez en la historia, debería respetar eso, de forma sincera. Si se
anima, mejor: debería aprender de los indígenas. Autodeterminación, justicia y
libertad pero ahora, ¡ya! antes que sea demasiado tarde.
Si
no somos capaces de hacerlo, por más que nos llenemos la boca de TIPNIS, los
indígenas terminarán desapareciendo –porque así es la historia del mundo, desde
la noche de los tiempos, agricultor vence a cazador, sedentario mata a nómade,
ciudad domina campo, progreso aplasta barbarie, civilización extermina salvaje.
La
única diferencia entre las atrocidades que se cometieron antes y las nuevas
vejaciones que se siguen cometiendo ahora es que hay un límite, acordado por
todos, a esos abusos y atropellos.
Son
los derechos.
* * *
Unas
pocas palabras más para terminar. Cuando Giuseppe Iamele, el autor de este
libro, me solicitó que escribiera esta presentación, no dudé en hacerlo por un
simple motivo: Giuseppe, en el sentido amplio y a la vez metafórico del
término, también es un nómade, también es un cazador acorralado por los embates
de esta modernidad absurda. Ahí está para quien quiera verlo otro de sus
alegatos: su bello libro sobre las comunidades indígenas del río Quiquibey.
Soy
otro paria, otro desadaptado. Otro incorregible. Siento, por ello, mucha
empatía con Giuseppe, siento mucha empatía con lo que él quiere trasmitir con
su quehacer, con sus fotografías. Como titulé estas palabras, son quizás,
imágenes del fin de un mundo.
Si
no los respetamos, como insiste Sydney Possuelo, vendrá otro mundo: el mundo
sin ellos. Sin los protagonistas de estas fotos. Valga la divulgación de este
libro, para que la hecatombe no suceda, para que el mundo abra los ojos y el
corazón a tanta tragedia ya vista, ya vivida, ya sabida.
Quiero
creer que eso sucederá –quiero creer que un día diremos basta al etnocidio,
basta a la destrucción de las culturas y a la asimilación forzada de los
pueblos.
Mientras
tanto, habrá que seguir militantemente del lado de las víctimas, del lado de
los sobrevivientes, del lado de los últimos pueblos indígenas de la Amazonía. Sufro con los que sufren –clamó Calibán
en el medio de la tempestad.
Río
Abajo, 23-24 de noviembre de 2011
Imagen: Afiche de Talina Alemán Páez (MEXICO), 2011
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