Thursday, May 24, 2012

Anonymous, contra todos y contra nadie


Federico Kukso

A las 16.41 de un miércoles marzo de 2012, un mail hizo el viaje de su vida. Este conjunto de ceros y unos que muchos aún imaginan como una carta comenzó una peregrinación frenética por los servidores de todo el mundo. Salió de algún rincón de Buenos Aires, pasó por Puerto Alegre, Londres, Bangkok, Dallas, Palo Alto, y en menos de diez segundos aterrizó, por fin, en mi casilla de GMail.
Una palabra en el asunto del mensaje. Seis en el cuerpo.
“Hola, tanto tiempo. Tenemos que vernos”.
Y nada más.
Un mail más para borrar, pensé y vi la firma. “Petete”: una de las voces argentinas de Anonymous, una de las tantas caras detrás de la máscara sonriente de la película V for Vendetta, aquellos activistas insolentes, los enemigos a muerte de la iglesia/secta de la Cienciología conocida tanto por sus adoctrinamiento de las estrellas de Hollywood como por sus lavados de cerebros; llaneros solitarios convencidos de que sacuden el mundo dentro y fuera de la Web y trazan la última línea de defensa contra la tiranía corporativa global.
Después de dos años de no responder mis mails, de ignorar mis pedidos de entrevista, Petete tenía ganas de hablar conmigo.
“Cuando quieras”, escribí, “decime dónde y arreglamos”.
Send.
F5. Nada. La casilla no se actualizaba.
F5 otra vez.
Y otra.
Ansiedad.
Hasta que segundos después, un nuevo mail.
“En un bar donde se pueda fumar —decía—. O en algún lugar abierto. Quizás el cementerio de la Recoleta, así le muestro a mi chica lugares de la ciudad. Es yanki. Es una ex-miembro de la Cienciología. La saqué de la secta hace un año”.
Una hora después, luego de atravesar media ciudad, los esperaba frente al cementerio.
                                                                                  ***
En 2008, la palabra “anonymous” se repetía con insistencia en la web. No importaba dónde: en sitios porno, chats, páginas de juegos-online. Se venía la ciberguerra. De un lado, los apóstoles de la Cienciología, aquel cuestionado culto creado en 1952 por el escritor de ciencia ficción estadounidense L. Ron Hubbard, defendido por Tom Cruise y su séquito de celebridades. Del otro, un colectivo sin cabeza de hackers y ciberactivistas: los "Anonymous".
Meses después, en youtube apareció un video de dos minutos:
—Hola líderes de la Cienciología —decía una voz metálica, parecida a la emitida por el sintetizador de la silla del astrofísico Stephen Hawking—. Somos Anonymous. Durante años hemos observado sus campañas de desinformación, su supresión del disenso, sus videos propagandísticos en los principales medios. Anonymous ha decidido que su organización debe ser destruida por el bien de sus seguidores, por el bien de la humanidad. Los expulsaremos primero de la red y luego desmantelaremos su iglesia. No tienen dónde esconderse. Porque estamos en todos lados. Por cada uno de nosotros que caiga, diez más tomarán su lugar. Somos anónimos. Somos una legión. No perdonamos. No olvidamos.
Protegidos detrás de sus máscaras de Guy Fawkes, aquel recordado católico inglés que en el siglo XVI intentó sin éxito hacer volar el Parlamento con explosivos y luego fue inmortalizado en la película anarco-futurista V de Vendetta, basada en el cómic de Alan Moore, los miembros de Anonymous parecían hablar en serio con el “Proyecto” u “Operación Chanology”, una campaña de ofensivas virales que sacudió y escandalizó la web.
Más que un video efímero, era una declaración de guerra seguida por envíos de faxes negros y ataques informáticos a los servidores del culto para sacarlos de línea. Todo orquestado virtualmente por este grupo polimorfo que había nacido en 2003 en el sitio 4chang.org. Consensuaban sus acciones en foros en los que cualquier participante podía proponer una acción que luego era refinada con miles de comentarios y votos de aprobación (+1) o de rechazo (-1).
¿Quiénes eran? ¿Qué querían? ¿De dónde habían salido? ¿Qué hacían en privado? ¿De qué se reían tanto?
Desparramé mails en foros secretos, y no tanto. En Whyweprotest.net y sitios no catalogados por Google y en callejones sin salida de la web local, con la misión de encontrar a alguien que formara parte y me explicara todo esto, cara a cara, café de por medio.
Ráfagas de mails.
Nada. Nadie contestaba.
Pero existían. El 2 de  febrero de 2008 Anonymous había hecho su primer coming out. Seguían un código de conducta de 22 reglas detalladas en el video de Youtube "Code of Conduct", entre las que se enumeraba “no violencia”, “no armas”, “no vandalismo”, “traer agua, un anónimo deshidratado no es un anónimo útil”, “cubra su cara”, “nunca esté solo”. Bajo esas reglas, 150 personas habían protestado frente a la Iglesia de la Cienciología en Orlando, Florida, Estados Unidos. Ocho días después, siete mil personas hicieron lo mismo en otras cien ciudades en todo el planeta. Con el sello visual y dramático que los distingue: la máscara de Guy Fawkes, la máscara de la sonrisa siniestra.
Finalmente, yo también pude comprobar su existencia. Un día de 2009 me llegó un mail sin palabras, sin imágenes. El mensaje sólo me incitaba a clickear sobre un link. No suelo hacerlo: pero lo hice. Una nueva página. Había encontrado el primer hilo de dónde tirar. Y tiré.
“Desde el comienzo de nuestra campaña, Anonymous ha revelado o expuesto a la luz pública cientos de actos ilegales, actividades fraudulentas y violaciones a los derechos humanos cometidos por la Iglesia de la Cienciología”, se leía en letras color verde Matrix sobre fondo negro. “A pesar de alegar ser una religión y funcionar como tal, se comporta extrañamente similar a lo que sería una empresa o secta. La Cienciología también ha sido implicada en numerosas fatalidades en cuanto a sus propios miembros, incluyendo el famoso caso de Lisa McPherson”.
La segunda pieza del rompecabezas. La segunda llave.

“Somos un colectivo de individuos unidos por ideas. Probablemente conocés a un Anonymous, aunque no sepas con exactitud quiénes somos. Somos tus hermanos y hermanas, tus padres e hijos, tus superiores y subordinados”, repetía con cierto aire al mítico Manifiesto Hacker escrito en 1986. “Somos los ciudadanos preocupados parados junto a vos. Anonymous está en todos lados y en ninguna parte. Nuestro número constituye nuestra fortaleza. Nuestra voluntad colectiva es la combinación de voluntades individuales. Nuestra mayor ventaja es el conocimiento de los principios fundamentales que compartimos como seres humanos. Este conocimiento es fruto de nuestro anonimato”.

En la Argentina, el debut social de Anonymus fue el sábado 14 de marzo de 2009. Poco tiempo antes la Cienciología había desembarcado en el país detrás de la Asociación Argentina de Comunicación y Cultura. El miércoles 11 recibí un mail en el que me anunciaban el evento. Sería a las tres de la tarde, en Ayacucho 1050, la sede local de Cienciología. El final del mail decía: “No me decepciones”.
Durante el viaje de ida me imaginé la escena. Cientos de hombres enmascarados alzando los brazos con pancartas, cámaras de televisión, la calle cortada, policías gordos transpirando a lo loco mientras contenían a la multitud, sirenas, olor a petardos y desesperación. El caos mismo. Nada de eso. Ni mil, ni cien, ni diez. Los Anonymous argentos eran cinco. Cuatro enmascarados (Petete, Kaleb, Hombre sonriente y Anónimo) y una chica a cara descubierta llamada Lizzy. Ahí estaban, contra la sede local de Scientology.
Ni el kiosquero ni la verdulera de enfrente los vieron venir. Doblaron por la esquina, caminaron 50 metros y los cinco comenzaron, sincronizadamente, a repartir panfletos a los que pasaban por ahí.
De repente, Kaleb abrió su mochila y sacó dos aerosoles rojos con los que pintó las paredes con stencils mientras Petete y Lizzy se congelaban para retratar el momento en fotos que luego subirían a los foros de internet.
—¡Salgan de acá! Están en propiedad privada —gritó el presidente de la iglesia, Gustavo Libardi.
Y sin que nadie se lo preguntara, pareció empezar a defenderse.
— Lo único que nos interesa es ayudar a la gente. No tenemos otras motivaciones.Repartimos libros en la calle sobre la verdad de la droga. Y demostramos lo que hace el abuso psiquiátrico sobre las personas. No estamos en contra de la psiquiatría. Tenemos pruebas contundentes que los psicofármacos dañan.
Los gritos, los movimientos de cuerpos, las máscaras bigotudas de 90 pesos y un hombre desaforado de voz aflautada atrajeron la atención de los vecinos. ¿Una flashmob? ¿La grabación de una película? ¿Una manifestación algo tardía del carnaval? Los pocos y desconcertados taxistas y porteros que fueron testigos de la escena no deben haberlo entendido. Enseguida, luego de calurosos abrazos y palmadas en los hombros, los cinco miembros de Anonymous Argentina, ya se habían ido. Caminaban al grito de: ¡Epic win! ¡Epic win! Una especie de festejo, en un idioma privado.
Al día siguiente no aparecieron en diarios, ni noticieros, ni programas de chimentos. De haberlo hecho, los vecinos se hubieran enterado de que había sido la primera vez que los cinco —ellos y ella— se veían cara a cara, después de horas de mails, chats, mensajes virtuales y firmas furtivas.
Ya sin la máscara, mientras cruzábamos la avenida Santa Fe en dirección al Burguer King de la esquina, después de pedirme que no los describiera, que no diera señas particulares ni nada que pudiera identificarlos, Hombre Sonriente me contó que se escribían con otros anonymous del mundo.
— No saben dónde queda Argentina pero nos creen cuando les decimos que estamos acá y que lo hicimos: Anonymous es como un cáncer que se desparrama.
Una vez que estuvimos sentados en las sillas del primer piso, Petete, treinta y pico de años, también se sacó la máscara y me contó que había sido oficinista y que ahora trabajaba de webmaster.
—Hicimos esto para que los vecinos supieran al lado de quiénes viven —me dijo mientras tomaba una Coca-Cola gigante—. La mayoría de las personas cree que es una religión cool, de las estrellas de Hollywood. Es cierto: todos, aunque tengan millones de dólares tienen necesidades afectivas. La Cienciología pega por eso: capta a la gente ofreciéndoles soluciones. Primero los reclutan con test de personalidad gratuitos. Mucha gente dice que sí y se sientan y les hacen 200 preguntas y les identifican sus puntos débiles para decirles que están enfermos o en problemas o con ganas de matarse. Te asustan y cuando te das cuenta ya estás adentro.
Después de hablar, antes de que pudiera hacerle preguntas, se levantó y me dijo que los disculpara, tenían que irse. Y se fueron.
***
Dos años después de esta tarde extraña, estaba en el cementerio de Recoleta.
Mientras lo esperaba pensé si Petete querría usarme como portavoz para salir en los medios, si buscaba adoctrinarme o sumarme a las filas de la versión local de Anonymus. Ganas no me faltaban.
En estos dos años, los enemigos de Anonymous se habían multiplicado y diversificado. Los miembros de la organización habían sido acusados de piratas y ciber-terroristas, antes y después de unirse a las protestas globales contra la ley estadounidense antipiratería SOPA. Tras el cierre del sitio Megaupload, Anonymous atacó a las discográficas “para que aprendieran”. Luego del escándalo de WikiLeaks, varios de sus miembros tumbaron los sitios web del Departamento de Justicia de Estados Unidos, la CIA y el MI6. Y en sintonía con los Indignados españoles y los okupas de #OccupyWallStreet hicieron tambalear a la Bolsa de Nueva York, amenazaron con cerrar Facebook y colapsaron la web del Vaticano. En menos de dos años, Anonymous había mutado. Se había convertido en otra cosa.
—Nos volvemos a ver —dijo detrás de mí una voz. La misma voz de “¡Epic win! ¡Epic win!”
Era Petete, sin la máscara de Guy Fawkes pero escondido detrás de unos anteojos negros parecidos a los de Cyclops en las películas de los X-Men. Y su novia.
No recuerdo lo primero que le pregunté. Sé que no fue su nombre o su teléfono. No iba a respondérmelo.

—¿Qué va a ser off the record y qué no? —me dijo—. Ojo, de mí no quiero contarte nada. Decí que mido dos metros, soy rubio y tengo músculos.
Petete no mide dos metros, no es rubio y no tiene músculos.
Se sentó en un banco ubicado frente al primero de los muchos arcángeles del recorrido. Se acomodó la riñonera y con el cigarrillo entre los dientes empezó a susurrar.
—Los pibes que conociste en 2009 fueron mi primera célula, la primera generación —dijo—. Al poco tiempo tuvimos problemas internos. Problemas de egos. Empezamos a chocar entre nosotros. Hice un movimiento y le hicimos el vacío a un par de miembros. Y desaparecieron. Yo seguí trabajando: investigando, traduciendo, poniendo cosas en internet. Por eso me dicen Petete: mi misión es informar. A fines de 2010 volvimos como célula con más gente. Y eso que no es fácil conseguir nuevos integrantes.
Aunque no lo reconocería, lo suyo se trataba de una segunda ola. A meses de la ofensiva viral de Anonymous en 2008, en la Argentina un usuario llamado Zambanón había intentado hacer una protesta contra la Cienciología. Nadie sabe qué pasó: si fue solo o salió mal. Petete intentó ubicarlo pero no tuvo éxito.
—Yo lo primero que hice cuando descubrí Anonymous fue ver si alguien lo había intentado hacer en Argentina —me dijo— ¿Cómo se prepara esto acá? ¿Existe esto acá?, me pregunté. Este flaco, Zambanón, pobre, había intentado iniciar la movida pero no había podido juntar a nadie. Intenté reclutarlo pero ya estaba inactivo.
Un gato se nos cruzó en el camino. Petete suspiró.
— Yo vi a Anonymous nacer. Ahora todo es muy distinto. Antes muy pocos me escribían. Ahora todos los pendejos que se creen hackers me contactan por mail para sumarse al grupo. Los sondeo. Tengo un instinto afilado. Algunos suenan muy espía. Llegué a pedir número de DNI. Siempre están los que se ponen agresivos. Algunos se quedan por un tiempo. Otros van y vienen. Otros van más a protestas. Están los que prefieren actuar en internet. El perfil es muy diverso. Hay quienes estuvieron en la secta y lograron salir. También hay muchos que quieren formar parte de Anonymous por una cuestión de moda, como los nenitos que quieren ser hackers y después terminan metiéndolos en cana.
—¿Cómo? ¿Vos no sos hacker? —pregunté.
—No. Desde febrero de 2008 cuando empezó como movimiento activista, Anonymous dejó claro que no era un grupo de superhackers. Uno de los por entonces líderes sacó un mensaje diciendo: "Muchachos, si hackean los van a meter a todos en cana y van a ensuciar el nombre de Anonymous. ¿Por qué, mejor, no hacen protestas e informan al mundo?".
Un video llamado "Call to action" también lo aclaraba: "No sólo somos un grupo de superhackers —decía—. Anonymous es un colectivo unido por la idea de que alguien debe hacer lo correcto, que alguien debe traer luz a la oscuridad, que alguien debe abrirle los ojos a la opinión pública. Queremos que se conozcan los peligros de la cienciología. Queremos que se sepa de la explotación infantil en sus gulags. Queremos que se conozcan los intentos de la cienciología de infiltrarse en el gobierno de Estados Unidos".

Petete es el único miembro con verdadera militancia anti-hacker de Anonymous Argentina.
— Cada vez que salía un grupito hackeando o metiéndose en política dejábamos en claro que ellos no pertenecían a nosotros —dijo Petete.
A fines de 2010, cuando metieron preso al periodista y programador australiano Julian Assange aparecieron grupos de Anonymous que comenzaron a hackear a mansalva. El caso Wikileaks prendió la mecha en el grupo. Se declararon enemigos de los enemigos de Wikileaks y tumbaron a todos los que negaron su apoyo a Assange, como Visa, Mastercard, PayPal o Amazon.
—¿Viviste eso como una ciberguerra? ¿Qué se te pasó por la cabeza?
—Qué se yo. Anonymous se empezó a meter en un montón de causas nobles. Pasando de repente a usar todo lo que habíamos dejado atrás porque no lo creíamos conveniente, porque era ilegal y manchaba al grupo. Mucha gente comenzó a sospechar y a decir, como yo, que esos no eran Anoymous. Otros, en cambio, no lo vieron como problema; vieron bien que Anonymous se ampliara sin darse cuenta que así perdíamos fuerza.

Una mujer me preguntó algo. Ellos siguieron caminando. Los perdí de vista. Pensé que se habían ido.
— ¿Sabés dónde está la tumba de Perón ? —me gritó Petete de lejos.
Luego de alcanzarlos, le pregunté si había advertido algún cambio interno en Anonymous, una especie de golpe de estado desde el último cambio de rumbo.
—No. Anonymous no es organización piramidal o jerárquica donde se bajan órdenes. No hay líderes. Funcionamos en células independientes. Hasta fines de 2010 éramos un colectivo más homogéneo. En una conferencia, Gregg Housh, uno de los fundadores de Anonymous, dijo que la espada de doble filo de Anonymous es que cualquiera se puede calzar la máscara e izar la bandera y hacer cualquiera en nuestro nombre. Por como yo veo la cosa ahora, para mí hay desde grupos políticos tomando desde adentro a Anonymous hasta infiltrados de la Cienciología, nuestros grandes enemigos, que buscan destruirnos.
Frente a la tumba de Aramburu recordé haber leído en alguna parte que en 2011 habían surgido otros grupos locales de Anonymous.
—Sí —respondió Petete—. Nunca nos contactaron, cosa que es misteriosa. Algunos nos linkean pero mezclando con ataques que no tienen nada que ver. A mí me suena más a algo armado, para ensuciarnos. No sé. La verdadera lucha es contra la Cienciología. Para mí es contraproducente lo que hacen otros grupos de Anonymous en el mundo. No me parece activismo hackear sitios. No cambiás nada con eso. Te exponés a que te pongan en cana. ¿En España en febrero de este año a cuántos perejiles atrapó la policía?
La respuesta: la policía detuvo a cuatro miembros del grupo en el marco de la operación internacional "Exposure". En América Latina fueron acusados otros 21 ciberactivistas de ser los presuntos responsables de ataques a páginas webs de partidos políticos, instituciones y empresas.
—No es cuestión de decirles: 'Chicos, sean buenos, no hackeen'. Cada vez se ponen objetivos más altos, más locos: hackear a la CIA, al FBI, Interpol. Y después caen. Por otro lado, no faltan los que quieren hacer plata.
La fuerza que mueve a Anonymous es la indignación. La voluntad por hacer lo justo cuando la justicia global parece haber fracasado. Pregunté si sus amigos sabían algo de su doble vida.
—Algo —contestó—. Saben partes. Pero mucho no lo entienden. Pasé por Greenpeace pero nunca sentí que fuera una causa que me representara plenamente. Y en 2008 me puse a buscar por internet y encontré el mensaje a la Cienciología de Anonymous y me estalló la cabeza. Esto no es un hobby. Dejé de juntarme con mi familia. Además, siempre me interesaron las sectas. Y así empecé a entrar en contacto con gente de todo el mundo.
Así fue como Petete —el que no se lleva bien con los abogados, el que escribía cómics de chico, el que no quiere que lo describa— se convirtió en el protagonista de su propia historieta.
—Para mí el único enemigo de Anonymous es la cienciología. Hay otras organizaciones para combatir contra las corporaciones. ¿Por qué desaprovechar nuestro potencial de luchar contra algo contra lo que nadie lucha? La cienciología está más interesada en la guita que cualquier otra secta. Te separa de tu familia, de tus amigos. Es cierto que, muchas veces, no tener líderes nos juega en contra. ¿Que va ser lo siguiente? ¿Anonymous contra el capitalismo? Además, si un día volteás a Mastercard, al FBI, a Interpol y al día siguiente vuelven. ¿Cuál fue el cambio? ¿Demostrar que sos re pulenta para que después te metan en cana?
De repente, Petete dejó de esquivar mi mirada y reveló por qué recién ahora, después de dos años, había respondido mis mails.
— Dentro de poco va a haber una implosión.
— ¿Una implosión?
— Sí. En cualquier momento, Anonoymous va a explotar desde adentro. Y va a quedar lo que Anonymous originalmente fue: Chanology, o sea, la lucha contra la Cienciología. Estos movimientos de “hackear a Dios” van a terminar desapareciendo. Van a ser limpiados naturalmente. Y Anonymous volverá a ser un grupo de activistas que es lo que creo que hace de Anonymous algo distinto. Pero qué se yo. Quizás deba ocurrir.
Unas semanas después leí en un diario nacional que un grupo de Anonymous había protestado contra la tarjeta electrónica que permite, en Buenos Aires y alrededores, viajar en subte y en colectivo sin usar monedas.
Decían que, en cualquier momento, el Estado puede rastrear qué hacen, dónde viajan los ciudadanos. Para ese grupo de Anonymous el enemigo era la tarjeta SUBE.

Publicado en Revista Anfibia, 21/05/2012

Foto: Cabaio Stencil

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