Federico
Kukso
A las
16.41 de un miércoles marzo de 2012, un mail hizo el viaje de su vida. Este
conjunto de ceros y unos que muchos aún imaginan como una carta comenzó una
peregrinación frenética por los servidores de todo el mundo. Salió de algún
rincón de Buenos Aires, pasó por Puerto Alegre, Londres, Bangkok, Dallas, Palo
Alto, y en menos de diez segundos aterrizó, por fin, en mi casilla de GMail.
Una
palabra en el asunto del mensaje. Seis en el cuerpo.
“Hola,
tanto tiempo. Tenemos que vernos”.
Y nada
más.
Un mail
más para borrar, pensé y vi la firma. “Petete”: una de las voces argentinas de
Anonymous, una de las tantas caras detrás de la máscara sonriente de la
película V for Vendetta, aquellos activistas insolentes, los
enemigos a muerte de la iglesia/secta de la Cienciología conocida tanto por sus
adoctrinamiento de las estrellas de Hollywood como por sus lavados de cerebros;
llaneros solitarios convencidos de que sacuden el mundo dentro y fuera de la
Web y trazan la última línea de defensa contra la tiranía corporativa global.
Después
de dos años de no responder mis mails, de ignorar mis pedidos de entrevista,
Petete tenía ganas de hablar conmigo.
“Cuando
quieras”, escribí, “decime dónde y arreglamos”.
Send.
F5. Nada.
La casilla no se actualizaba.
F5 otra
vez.
Y otra.
Ansiedad.
Hasta que
segundos después, un nuevo mail.
“En un
bar donde se pueda fumar —decía—. O en algún lugar abierto. Quizás el
cementerio de la Recoleta, así le muestro a mi chica lugares de la ciudad. Es
yanki. Es una ex-miembro de la Cienciología. La saqué de la secta hace un año”.
Una hora
después, luego de atravesar media ciudad, los esperaba frente al cementerio.
***
En 2008,
la palabra “anonymous” se repetía con insistencia en la web. No importaba
dónde: en sitios porno, chats, páginas de juegos-online. Se venía la
ciberguerra. De un lado, los apóstoles de la Cienciología, aquel cuestionado
culto creado en 1952 por el escritor de ciencia ficción estadounidense L. Ron
Hubbard, defendido por Tom Cruise y su séquito de celebridades. Del otro, un
colectivo sin cabeza de hackers y ciberactivistas: los "Anonymous".
Meses
después, en youtube apareció un video de dos minutos:
—Hola
líderes de la Cienciología —decía una voz metálica, parecida a la emitida por
el sintetizador de la silla del astrofísico Stephen Hawking—. Somos Anonymous.
Durante años hemos observado sus campañas de desinformación, su supresión del
disenso, sus videos propagandísticos en los principales medios. Anonymous ha
decidido que su organización debe ser destruida por el bien de sus seguidores,
por el bien de la humanidad. Los expulsaremos primero de la red y luego
desmantelaremos su iglesia. No tienen dónde esconderse. Porque estamos en todos
lados. Por cada uno de nosotros que caiga, diez más tomarán su lugar. Somos
anónimos. Somos una legión. No perdonamos. No olvidamos.
Protegidos
detrás de sus máscaras de Guy Fawkes, aquel recordado católico inglés que en el
siglo XVI intentó sin éxito hacer volar el Parlamento con explosivos y luego
fue inmortalizado en la película anarco-futurista V de Vendetta,
basada en el cómic de Alan Moore, los miembros de Anonymous parecían hablar en
serio con el “Proyecto” u “Operación Chanology”, una campaña de ofensivas
virales que sacudió y escandalizó la web.
Más que
un video efímero, era una declaración de guerra seguida por envíos de faxes
negros y ataques informáticos a los servidores del culto para sacarlos de
línea. Todo orquestado virtualmente por este grupo polimorfo que había nacido
en 2003 en el sitio 4chang.org. Consensuaban sus acciones en foros en los que
cualquier participante podía proponer una acción que luego era refinada con
miles de comentarios y votos de aprobación (+1) o de rechazo (-1).
¿Quiénes
eran? ¿Qué querían? ¿De dónde habían salido? ¿Qué hacían en privado? ¿De qué se
reían tanto?
Desparramé
mails en foros secretos, y no tanto. En Whyweprotest.net y sitios no
catalogados por Google y en callejones sin salida de la web local, con la
misión de encontrar a alguien que formara parte y me explicara todo esto, cara
a cara, café de por medio.
Ráfagas
de mails.
Nada.
Nadie contestaba.
Pero
existían. El 2 de febrero de 2008 Anonymous había hecho su primer coming
out. Seguían un código de conducta de 22 reglas detalladas en el video de
Youtube "Code of Conduct", entre las que se enumeraba “no violencia”,
“no armas”, “no vandalismo”, “traer agua, un anónimo deshidratado no es un
anónimo útil”, “cubra su cara”, “nunca esté solo”. Bajo esas reglas, 150
personas habían protestado frente a la Iglesia de la Cienciología en Orlando,
Florida, Estados Unidos. Ocho días después, siete mil personas hicieron lo
mismo en otras cien ciudades en todo el planeta. Con el sello visual y
dramático que los distingue: la máscara de Guy Fawkes, la máscara de la sonrisa
siniestra.
Finalmente,
yo también pude comprobar su existencia. Un día de 2009 me llegó un mail sin
palabras, sin imágenes. El mensaje sólo me incitaba a clickear sobre un link.
No suelo hacerlo: pero lo hice. Una nueva página. Había encontrado el primer
hilo de dónde tirar. Y tiré.
“Desde el
comienzo de nuestra campaña, Anonymous ha revelado o expuesto a la luz pública
cientos de actos ilegales, actividades fraudulentas y violaciones a los
derechos humanos cometidos por la Iglesia de la Cienciología”, se leía en
letras color verde Matrix sobre fondo negro. “A pesar de alegar ser una
religión y funcionar como tal, se comporta extrañamente similar a lo que sería
una empresa o secta. La Cienciología también ha sido implicada en numerosas
fatalidades en cuanto a sus propios miembros, incluyendo el famoso caso de Lisa
McPherson”.
La
segunda pieza del rompecabezas. La segunda llave.
“Somos un
colectivo de individuos unidos por ideas. Probablemente conocés a un Anonymous,
aunque no sepas con exactitud quiénes somos. Somos tus hermanos y hermanas, tus
padres e hijos, tus superiores y subordinados”, repetía con cierto aire al
mítico Manifiesto Hacker escrito en 1986. “Somos los
ciudadanos preocupados parados junto a vos. Anonymous está en todos lados y en
ninguna parte. Nuestro número constituye nuestra fortaleza. Nuestra voluntad
colectiva es la combinación de voluntades individuales. Nuestra mayor ventaja
es el conocimiento de los principios fundamentales que compartimos como seres
humanos. Este conocimiento es fruto de nuestro anonimato”.
En la
Argentina, el debut social de Anonymus fue el sábado 14 de marzo de 2009. Poco
tiempo antes la Cienciología había desembarcado en el país detrás de la
Asociación Argentina de Comunicación y Cultura. El miércoles 11 recibí un mail
en el que me anunciaban el evento. Sería a las tres de la tarde, en Ayacucho
1050, la sede local de Cienciología. El final del mail decía: “No me
decepciones”.
Durante el viaje de ida me imaginé la escena. Cientos de hombres
enmascarados alzando los brazos con pancartas, cámaras de televisión, la calle
cortada, policías gordos transpirando a lo loco mientras contenían a la
multitud, sirenas, olor a petardos y desesperación. El caos mismo. Nada de eso.
Ni mil, ni cien, ni diez. Los Anonymous argentos eran cinco. Cuatro
enmascarados (Petete, Kaleb, Hombre sonriente y Anónimo) y una chica a cara
descubierta llamada Lizzy. Ahí estaban, contra la sede local de Scientology.
Ni
el kiosquero ni la verdulera de enfrente los vieron venir. Doblaron por la
esquina, caminaron 50 metros y los cinco comenzaron, sincronizadamente, a
repartir panfletos a los que pasaban por ahí.
De repente, Kaleb abrió su mochila
y sacó dos aerosoles rojos con los que pintó las paredes con stencils mientras
Petete y Lizzy se congelaban para retratar el momento en fotos que luego
subirían a los foros de internet.
—¡Salgan de acá! Están en propiedad privada
—gritó el presidente de la iglesia, Gustavo Libardi.
Y sin que nadie se lo
preguntara, pareció empezar a defenderse.
— Lo único que nos interesa es ayudar
a la gente. No tenemos otras motivaciones.Repartimos libros en la calle sobre
la verdad de la droga. Y demostramos lo que hace el abuso psiquiátrico sobre
las personas. No estamos en contra de la psiquiatría. Tenemos pruebas
contundentes que los psicofármacos dañan.
Los gritos, los movimientos de
cuerpos, las máscaras bigotudas de 90 pesos y un hombre desaforado de voz aflautada
atrajeron la atención de los vecinos. ¿Una flashmob? ¿La grabación de una
película? ¿Una manifestación algo tardía del carnaval? Los pocos y
desconcertados taxistas y porteros que fueron testigos de la escena no deben
haberlo entendido. Enseguida, luego de calurosos abrazos y palmadas en los
hombros, los cinco miembros de Anonymous Argentina, ya se habían ido. Caminaban
al grito de: ¡Epic win! ¡Epic win! Una especie de festejo, en un idioma
privado.
Al día siguiente no aparecieron en diarios, ni noticieros, ni
programas de chimentos. De haberlo hecho, los vecinos se hubieran enterado de
que había sido la primera vez que los cinco —ellos y ella— se veían cara a
cara, después de horas de mails, chats, mensajes virtuales y firmas furtivas.
Ya
sin la máscara, mientras cruzábamos la avenida Santa Fe en dirección al Burguer
King de la esquina, después de pedirme que no los describiera, que no diera
señas particulares ni nada que pudiera identificarlos, Hombre Sonriente me
contó que se escribían con otros anonymous del mundo.
— No saben dónde queda
Argentina pero nos creen cuando les decimos que estamos acá y que lo hicimos:
Anonymous es como un cáncer que se desparrama.
Una vez que estuvimos sentados
en las sillas del primer piso, Petete, treinta y pico de años, también se sacó
la máscara y me contó que había sido oficinista y que ahora trabajaba de
webmaster.
—Hicimos esto para que los vecinos supieran al lado de quiénes viven
—me dijo mientras tomaba una Coca-Cola gigante—. La mayoría de las personas
cree que es una religión cool, de las estrellas de Hollywood. Es cierto: todos,
aunque tengan millones de dólares tienen necesidades afectivas. La Cienciología
pega por eso: capta a la gente ofreciéndoles soluciones. Primero los reclutan
con test de personalidad gratuitos. Mucha gente dice que sí y se sientan y les
hacen 200 preguntas y les identifican sus puntos débiles para decirles que
están enfermos o en problemas o con ganas de matarse. Te asustan y cuando te
das cuenta ya estás adentro.
Después de hablar, antes de que pudiera hacerle
preguntas, se levantó y me dijo que los disculpara, tenían que irse. Y se
fueron.
***
Dos años
después de esta tarde extraña, estaba en el cementerio de Recoleta.
Mientras lo
esperaba pensé si Petete querría usarme como portavoz para salir en los medios,
si buscaba adoctrinarme o sumarme a las filas de la versión local de Anonymus.
Ganas no me faltaban.
En estos dos años, los enemigos de Anonymous se habían
multiplicado y diversificado. Los miembros de la organización habían sido acusados
de piratas y ciber-terroristas, antes y después de unirse a las protestas
globales contra la ley estadounidense antipiratería SOPA. Tras el cierre del
sitio Megaupload, Anonymous atacó a las discográficas “para que aprendieran”.
Luego del escándalo de WikiLeaks, varios de sus miembros tumbaron los sitios
web del Departamento de Justicia de Estados Unidos, la CIA y el MI6. Y en
sintonía con los Indignados españoles y los okupas de #OccupyWallStreet
hicieron tambalear a la Bolsa de Nueva York, amenazaron con cerrar Facebook y
colapsaron la web del Vaticano. En menos de dos años, Anonymous había mutado.
Se había convertido en otra cosa.
—Nos volvemos a ver —dijo detrás de mí una
voz. La misma voz de “¡Epic win! ¡Epic win!”
Era Petete, sin la máscara de Guy
Fawkes pero escondido detrás de unos anteojos negros parecidos a los de Cyclops
en las películas de los X-Men. Y su novia.
No
recuerdo lo primero que le pregunté. Sé que no fue su nombre o su teléfono. No
iba a respondérmelo.
—¿Qué va
a ser off the record y qué no? —me dijo—. Ojo, de mí no quiero contarte nada.
Decí que mido dos metros, soy rubio y tengo músculos.
Petete no mide dos
metros, no es rubio y no tiene músculos.
Se sentó en un banco ubicado frente al
primero de los muchos arcángeles del recorrido. Se acomodó la riñonera y con el
cigarrillo entre los dientes empezó a susurrar.
—Los pibes que conociste en
2009 fueron mi primera célula, la primera generación —dijo—. Al poco tiempo
tuvimos problemas internos. Problemas de egos. Empezamos a chocar entre
nosotros. Hice un movimiento y le hicimos el vacío a un par de miembros. Y
desaparecieron. Yo seguí trabajando: investigando, traduciendo, poniendo cosas
en internet. Por eso me dicen Petete: mi misión es informar. A fines de 2010
volvimos como célula con más gente. Y eso que no es fácil conseguir nuevos
integrantes.
Aunque no lo reconocería, lo suyo se trataba de una segunda ola. A
meses de la ofensiva viral de Anonymous en 2008, en la Argentina un usuario
llamado Zambanón había intentado hacer una protesta contra la Cienciología.
Nadie sabe qué pasó: si fue solo o salió mal. Petete intentó ubicarlo pero no
tuvo éxito.
—Yo lo primero que hice cuando descubrí Anonymous fue ver si
alguien lo había intentado hacer en Argentina —me dijo— ¿Cómo se prepara esto
acá? ¿Existe esto acá?, me pregunté. Este flaco, Zambanón, pobre, había
intentado iniciar la movida pero no había podido juntar a nadie. Intenté
reclutarlo pero ya estaba inactivo.
Un gato se nos cruzó en el camino. Petete
suspiró.
— Yo vi a Anonymous nacer. Ahora todo es muy distinto. Antes muy pocos
me escribían. Ahora todos los pendejos que se creen hackers me contactan por
mail para sumarse al grupo. Los sondeo. Tengo un instinto afilado. Algunos
suenan muy espía. Llegué a pedir número de DNI. Siempre están los que se ponen
agresivos. Algunos se quedan por un tiempo. Otros van y vienen. Otros van más a
protestas. Están los que prefieren actuar en internet. El perfil es muy
diverso. Hay quienes estuvieron en la secta y lograron salir. También hay muchos
que quieren formar parte de Anonymous por una cuestión de moda, como los
nenitos que quieren ser hackers y después terminan metiéndolos en cana.
—¿Cómo?
¿Vos no sos hacker? —pregunté.
—No. Desde febrero de 2008 cuando empezó
como movimiento activista, Anonymous dejó claro que no era un grupo de
superhackers. Uno de los por entonces líderes sacó un mensaje diciendo:
"Muchachos, si hackean los van a meter a todos en cana y van a ensuciar el
nombre de Anonymous. ¿Por qué, mejor, no hacen protestas e informan al
mundo?".
Un video llamado "Call to action" también lo aclaraba:
"No sólo somos un grupo de superhackers —decía—. Anonymous es un colectivo
unido por la idea de que alguien debe hacer lo correcto, que alguien debe traer
luz a la oscuridad, que alguien debe abrirle los ojos a la opinión pública.
Queremos que se conozcan los peligros de la cienciología. Queremos que se sepa
de la explotación infantil en sus gulags. Queremos que se conozcan los intentos
de la cienciología de infiltrarse en el gobierno de Estados Unidos".
Petete es
el único miembro con verdadera militancia anti-hacker de Anonymous Argentina.
—
Cada vez que salía un grupito hackeando o metiéndose en política dejábamos en
claro que ellos no pertenecían a nosotros —dijo Petete.
A fines de 2010, cuando
metieron preso al periodista y programador australiano Julian Assange
aparecieron grupos de Anonymous que comenzaron a hackear a mansalva. El caso
Wikileaks prendió la mecha en el grupo. Se declararon enemigos de los enemigos
de Wikileaks y tumbaron a todos los que negaron su apoyo a Assange, como Visa,
Mastercard, PayPal o Amazon.
—¿Viviste
eso como una ciberguerra? ¿Qué se te pasó por la cabeza?
—Qué se
yo. Anonymous se empezó a meter en un montón de causas nobles. Pasando de
repente a usar todo lo que habíamos dejado atrás porque no lo creíamos
conveniente, porque era ilegal y manchaba al grupo. Mucha gente comenzó a
sospechar y a decir, como yo, que esos no eran Anoymous. Otros, en cambio, no
lo vieron como problema; vieron bien que Anonymous se ampliara sin darse cuenta
que así perdíamos fuerza.
Una mujer
me preguntó algo. Ellos siguieron caminando. Los perdí de vista. Pensé que se
habían ido.
— ¿Sabés dónde está la tumba de Perón ? —me gritó Petete de lejos.
Luego
de alcanzarlos, le pregunté si había advertido algún cambio interno en
Anonymous, una especie de golpe de estado desde el último cambio de rumbo.
—No.
Anonymous no es organización piramidal o jerárquica donde se bajan órdenes. No
hay líderes. Funcionamos en células independientes. Hasta fines de 2010 éramos
un colectivo más homogéneo. En una conferencia, Gregg Housh, uno de los
fundadores de Anonymous, dijo que la espada de doble filo de Anonymous es que
cualquiera se puede calzar la máscara e izar la bandera y hacer cualquiera en
nuestro nombre. Por como yo veo la cosa ahora, para mí hay desde grupos
políticos tomando desde adentro a Anonymous hasta infiltrados de la
Cienciología, nuestros grandes enemigos, que buscan destruirnos.
Frente a la
tumba de Aramburu recordé haber leído en alguna parte que en 2011 habían
surgido otros grupos locales de Anonymous.
—Sí —respondió Petete—. Nunca nos
contactaron, cosa que es misteriosa. Algunos nos linkean pero mezclando con
ataques que no tienen nada que ver. A mí me suena más a algo armado, para ensuciarnos.
No sé. La verdadera lucha es contra la Cienciología. Para mí es
contraproducente lo que hacen otros grupos de Anonymous en el mundo. No me
parece activismo hackear sitios. No cambiás nada con eso. Te exponés a que te
pongan en cana. ¿En España en febrero de este año a cuántos perejiles atrapó la
policía?
La respuesta: la policía detuvo a cuatro miembros del grupo en el
marco de la operación internacional "Exposure". En América Latina
fueron acusados otros 21 ciberactivistas de ser los presuntos responsables de
ataques a páginas webs de partidos políticos, instituciones y empresas.
—No es
cuestión de decirles: 'Chicos, sean buenos, no hackeen'. Cada vez se ponen
objetivos más altos, más locos: hackear a la CIA, al FBI, Interpol. Y después
caen. Por otro lado, no faltan los que quieren hacer plata.
La fuerza que mueve
a Anonymous es la indignación. La voluntad por hacer lo justo cuando la
justicia global parece haber fracasado. Pregunté si sus amigos sabían algo de
su doble vida.
—Algo —contestó—. Saben partes. Pero mucho no lo entienden. Pasé
por Greenpeace pero nunca sentí que fuera una causa que me representara
plenamente. Y en 2008 me puse a buscar por internet y encontré el mensaje a la
Cienciología de Anonymous y me estalló la cabeza. Esto no es un hobby. Dejé de
juntarme con mi familia. Además, siempre me interesaron las sectas. Y así
empecé a entrar en contacto con gente de todo el mundo.
Así fue como Petete —el
que no se lleva bien con los abogados, el que escribía cómics de chico, el que
no quiere que lo describa— se convirtió en el protagonista de su propia
historieta.
—Para mí el único enemigo de Anonymous es la cienciología. Hay
otras organizaciones para combatir contra las corporaciones. ¿Por qué
desaprovechar nuestro potencial de luchar contra algo contra lo que nadie
lucha? La cienciología está más interesada en la guita que cualquier otra
secta. Te separa de tu familia, de tus amigos. Es cierto que, muchas veces, no
tener líderes nos juega en contra. ¿Que va ser lo siguiente? ¿Anonymous contra
el capitalismo? Además, si un día volteás a Mastercard, al FBI, a Interpol y al
día siguiente vuelven. ¿Cuál fue el cambio? ¿Demostrar que sos re pulenta para
que después te metan en cana?
De repente, Petete dejó de esquivar mi mirada y
reveló por qué recién ahora, después de dos años, había respondido mis mails.
—
Dentro de poco va a haber una implosión.
— ¿Una
implosión?
— Sí. En cualquier momento, Anonoymous va a
explotar desde adentro. Y va a quedar lo que Anonymous originalmente fue:
Chanology, o sea, la lucha contra la Cienciología. Estos movimientos de
“hackear a Dios” van a terminar desapareciendo. Van a ser limpiados
naturalmente. Y Anonymous volverá a ser un grupo de activistas que es lo que
creo que hace de Anonymous algo distinto. Pero qué se yo. Quizás deba ocurrir.
Unas
semanas después leí en un diario nacional que un grupo de Anonymous había
protestado contra la tarjeta electrónica que permite, en Buenos Aires y
alrededores, viajar en subte y en colectivo sin usar monedas.
Decían que, en
cualquier momento, el Estado puede rastrear qué hacen, dónde viajan los
ciudadanos. Para ese grupo de Anonymous el enemigo era la tarjeta SUBE.
Publicado
en Revista Anfibia, 21/05/2012
Foto: Cabaio Stencil
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