Estar siempre allí
¡Si siempre estoy llegando!
Aníbal Troilo: Nocturno a mi barrio
Apolobamba: madre
de todas las montañas. Acudo hasta ti para que vuelvas a ampararme.
Apolobamba:
santuario donde la fe se eleva intacta y se fortalece en cada piedra, en todo
hielo, en la comunión de tus aguas. Regreso a tu seno para que me protejas de
la maldad del mundo.
Apolobamba:
ceremonia íntima de nieves que danzan y rastros de antiguas huellas que te
llevan siempre al fondo de tu alma.
Apolobamba: he
vuelto a tus cerros para escuchar con ellos su canción, su redención.
Apolobamba: vértigo, pasión, alborada.
La soledad de América
Ven, jamuy,
cantemos a la soledad de América. Es, la soledad de América, tan pura y tan
sencilla, tan de piedra y de silencio, tan nuestra, que si te animas, puedas
acariciarla con tus manos, puedes abrigarte con ella, puedes sentirla tu piel,
una nueva, una rebelde, porque así es, la soledad de América, es soledad
insurrecta.
Ven, jamuy,
honremos a la soledad de América. Es una soledad de cerros que elevan con los
vientos un sentimiento eterno de libertad, de libertad total, de libertad
cósmica, libertad de hombres libres y de hombres buenos.
Ven, jamuy, celebremos
la soledad de América. Si la vives, si la cortejas, si la buscas y no temes, si
eres capaz de reflejarla en tu propia soledad, y redimirte de angustias, curar
heridas, ser libre una vez más, sabrás algo que yo no sé, que acaso sea el
secreto de América y es que la soledad de América, la fuerza de las montañas,
la memoria de las aguas, el agitar de piedras, el clamor de punas, si lo
juntamos todo, si nos juntamos todos, es único y es tan potente que es
invencible.
Ven, jamuy, abre
tu corazón a la soledad de América; siéntela: la soledad de América es la
victoria de América y la victoria de América es tuya, es mía, es de todos.
Señores de Vicuñas
Habitan el cielo.
O casi. Sus dominios son montañas y más montañas. Sus dominios son pampas
bravas y ríos que se hielan y cuando estallan, cantan. Son Puquinas, Señores de
Vicuñas. Ellas son también dueñas del espacio, ellas son también habitantes del
cielo. O casi. Ellas y ellos, las gacelas de los Andes y los Señores de
Vicuñas, ambos devocionan por igual a una montaña providencial, faro galáctico
y majestad del cosmos. La montaña se llama Katantika. Sus glaciares cuelgan,
desafiando al vacío. Sus piedras, grandes como catedrales, se derraman y ellos,
con tanta roca obsequiada, forman apachetas, altares donde veneran el sabio y
santo aliento del cerro, donde se amparan de toda la furia de esas comarcas,
donde pueden hablar con el viento, donde se alimentan y cantan. Ellos también
cantan. Señores de Vicuñas, peregrinos. Mis hermanos, tus hermanos: los Puquinas.
Libertad cósmica
La montaña:
ámbito de revelaciones que acucian
La certeza
indeleble que existe un solo sol, y de que ese sol solitario es tuyo, te
acompaña, te acuna, mientras la caminas o la admiras
Ese severo
silencio –donde todas las voces se oyen desde el adentro más entrañable, voces
que dictan cada una de las verdades esenciales, las voces de los amados, los
amigos y las voces de los muertos- roe y late en cada piedra
Y si te callas,
sólo si te callas, puedes escucharlo, puedes escucharlas
Esa libertad,
serena; esa libertad que nadie puede negarte y sólo el cosmos puede ofrecerte,
está allí, siempre está allí, siempre estará allí
Tú sabrás que
hacer con ella.
Pelechuco
A Rubén Vargas
In memoriam
Sigue a tu
corazón y en el fondo de un valle de queñuas, hallarás Pelechuco, te dije una
tarde cualquiera de invierno
Y por allí
andarás, leve y puro fervor, por esas montañas que sentiste también tuyas de
sólo leerlas, de sólo acariciarlas palabra a palabra, piedra a piedra, en un
poema cerril, que compartimos, con un café y con ellas.
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