Despertar sin
haber descansado, preparar una generosa cantidad de café, sentarse frete al
teclado, perder un rato leyendo titulares, recordar aquella palabra inicial,
sorber el café, encender un cigarro, contemplar el humo, escribir la palabra,
luego otra, elegir algo de música que ahuyente el silencio, dar fin a una
frase, tumbarse a pensar, quedar levemente amodorrado, recuperar la vigilia con
una idea entre los labios de la mente, sentarse de nuevo frente al teclado,
escribir siendo consciente de que ya has cambiado las palabras que tan
exactamente modelaban esa idea de la que querías dejar noticia, contrariarse,
ofuscarse, encender otro cigarro...
Contemplar cómo
el reloj anuncia horarios propicios para el sueño, desnudarse, lentamente,
frente al espejo del cuarto de baño, dirigirse a la cama, profanar su vientre
de algodones y color desvaído, estirar el cuerpo y escucharlo quejarse de
tantas horas encorvado frente al teclado, cerrar los ojos, pensar en aquella
frase que no acertaste a componer, esa idea que no lograste expresar, sentir el
pánico de tu difícil situación económica, también personal, pensar en el modo
de seguir adelante, escuchar los bostezos de la casa en silencio, dar vuelta
hacia un lado, pensar que deberías levantarte y abrir las puertas a los
fantasmas que te persiguen, terminar ese texto que nadie te pagará pero en el
que te va la vida como le irá, quieres soñar, a alguien, algún día, cuando tu
libro esté impreso y encuentre en sus páginas esa revelación que a ti hoy se te
escapa.
La vida de
escritor no es bella, ni buena. El mundo oprime. El mundo nos exprime. A todos.
También a los escritores. Nunca llegaremos a nada. Tampoco deseamos llegar a
ningún lugar más allá de la siguiente página. He ahí el drama. Porque lo es,
doy fe. Si lo hiciesen "reality" televisivo (todo se andará, mercado
manda) os resultaría fascinante...
Toda esta
retahíla para hablar de un libro. Un gran libro. Una obra literaria delineada
con la dolorosa exactitud de quien escribe porque le va la vida en ello. Un
volumen de relatos que funcionan perfectamente por separado, pero conforman,
unidos, una novela inolvidable que desnuda la más cruda realidad cuando se
viste de fantasía. Y viceversa.
Vicente Muñoz
Álvarez. Literato de los que construye, día a día, desde hace muchos, el
vocabulario anímico y sensorial de toda una generación.
El merodeador. Una de sus más jugosas obras. La Ilíada
del creador actual. La Odisea del escritor contemporáneo, en lucha continua con
sus propios fantasmas con la sola intención de alcanzar algún día esa Ítaca en
que, sueña, le espera la calma del abrazo amado. Vicente logra, una vez más,
tocar con cada palabra la cuerda de las emociones, para arrancarle arpegios de
vida.
Vicente escribió
este magnífico libro hace ya años, cuando algunos aún jugábamos a emborronar
páginas soñando con edificar volúmenes que sí, llegarían, pero de nada nos
servirían más allá de la satisfacción por haber cerrado otra puerta (¿la de
nuestro futuro?). Hoy, el tiempo, tan horrendo a menudo, ha decidido marcar la
hora de los justos, y El merodeador se reedita con una par de
relatos extra que no hacen más que enriquecer la ya proteínica prosa de sus
páginas primigenias, cuadrar ese círculo que ya era cuadrilátero en que
peleaban los fantasmas del que se perdió en los vericuetos de la vida. Y es que El
merodeador no es más que eso: un ajuste de cuentas con los espectros
del día a día. Nada más. Y nada menos.
No hace falta ser
escritor para, acompañando a este moderno doctor Jekyll que es el protagonista
-álter ego del autor-, sentir el espinazo recorrido por los escalofríos que
provoca el miedo de saberse vivo. No hace falta compartir las obsesiones de su
inseparable Mr. Hyde -el merodeador del título-, que recorre las páginas como
ánima en pena, para descubrir que la vida es mucho más de lo que ocurre
mientras estamos dormidos. Porque, además, él nunca duerme, viste disfraz de
insomnio y careta de amanecer insolente. No poder dormir, sentir el tic tac del
reloj como el lamento del sepulturero, saber extraña a la que duerme a tu lado,
no querer dormir solo... saber, sentir, sufrir. Luchar para que deje de doler
todo aquello que nos hiere. Eso, y mucho más, es El merodeador. La
epopeya del hombre actual que nos pretendemos. Si alguien desea investigar los
crímenes del día a día, los homicidios que cometemos cada vez que caminamos
sólo por mantenernos en pie, que se zambulla en estas páginas. El merodeador
será su acompañante sabio y fiel, torpe y traidor. De paso, comprenderá los
solitarios suplicios del escritor contemporáneo.
Vicente nos
recuerda en estas páginas que, a pesar de todo, estamos solos. Pero,
paradójicamente, mientras él escriba, sus lectores podremos sentirnos
acompañados. Sus párrafos acunan multitudes y yo, hoy, me enorgullezco de ser
parte del gentío.
__
De VISLUMBRES DE
EL DORADO (blog del autor), 17/05/2016
Fotografía: Pablo
Cerezal
La intención laudatoria de esta página, agoniza a la sombra de sus lugares comunes. No es imposible, sin embargo, que "El merodeador" sea un buen libro.
ReplyDelete