Miles de
milaneses maldijeron a Zinedine Zidane. Aquel cabezazo incrustado en el pecho
de Marco Materazzi lo repitieron en las pantallas de la Piazza del Duomo una y
otra y otra vez, con furia creciente entre los miles de ‘tifosi’ milaneses,
furia hecha propia por un pequeño grupo de pandilleros de la Mara Salvatrucha y
el Barrio 18 que participó en el súbito acto de repulsa colectiva.
Zinedine Zidane
puso fin a su carrera con una roja directa maldecida y vitoreada por un país,
Italia, que media hora después gozó como solo un pueblo de esencias futboleras
sabe gozar cuando deviene campeón del mundo. Los salvadoreños, fascinados con
la posibilidad de sentir como propias alegrías futbolísticas ajenas, se habían
dejado contagiar por el delirio de aquella final. La vivieron una cerveza tras
otra y desde privilegiada ubicación, a los pies de la más gigante de las
pantallas, cortesía de galletas Ringo. Todos eran mareros de larga data: Loco
13, Salado, Sleepy, Mecha…
Algunos
generarían sonoros titulares en la prensa italiana en los años sucesivos,
protagonistas del fenómeno de ‘le gang latine’, pero la noche mágica del
cabezazo eterno solo fueron unos hinchas más de la Azzurra. Jóvenes con
tatuajes irreconciliables que gozaron contra natura, ajenos por voluntad propia
al odio a muerte entre sus pandillas. La noche del 9 de julio de 2006, en la
prehistoria de la implantación de las maras en Milán, emeeses y dieciocheros maldijeron
a Zinedine Zidane en insólita hermandad.
Aunque no
tardaría en desbocarse todo… en regresar a la normalidad.
***
Para hallar
huellas de las maras en Milán no es necesario perderse en los suburbios. Tiger,
un pandillero salvadoreño con el que entré en contacto dos años atrás, me ha
citado hoy en plaza Cadorna, tan céntrica que 15 minutos a pie bastan para
llegar a Piazza del Duomo, el mero corazón de la ciudad.
—Tenemos que ir a
Centrale –dice nomás verme, y trata de aparentar que no está preocupado.
Tiger aterrizó en
Italia la década pasada, con veintipocos. Dieciochero desde
finales de los noventa, había conocido dos cárceles como menor y otra como
adulto. Como la mayoría de los de su generación que pasaron años entre rejas,
su cuerpo es un lienzo, con tatuajes visibles incluso vestido como viste ahora:
jeans, chumpa hasta la barbilla y gorro de lana. Esta madrugada de inicios de
diciembre el termómetro bajó a -1 ºC en Milán. Tiger habla perfecto italiano y…
y hasta aquí. No contar más fue la condición para que me compartiera las
intimidades de su pandilla. Tiger, de hecho, no es el verdadero aka del
Tiger.
En El Salvador
desempeñó un papel intermedio en una clica del interior del
país. En Italia, sin pretenderlo, fue de los que más contribuyó a parar el
Barrio 18. Hoy Tiger es un peseta, un traidor, alguien que en los
códigos de las maras merece la peor de las muertes. Su vida es y será una
escapada eterna. Pero, superada esa desconfianza respecto del extraño tan
propia entre los pandilleros que han tenido la inteligencia suficiente para
llegar a treintañeros, la sentencia a muerte lo convierte en una fuente
prodigiosa. Los que siguen activos raramente cuentan
interioridades relevantes de subarrio.
“Ya no le tengo
amor a la pandilla”, me dijo anoche, mientras cenábamos en un pueblito en las
afueras; “lo que quiero, y te lo digo así de claro, es que la pandilla se vaya
a la mierda, ¿va? ¡Que desaparezcan esos hijos de puta!”
En plaza Cadorna
bajamos al metro, a la línea verde, y en menos de 10 minutos estamos bajo la
imponente estación Milano Centrale.
***
La Mara
Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18 (como Eighteen Street Gang) nacieron en las
calles de Los Ángeles, California. También su odio a muerte. En Centroamérica,
los primeros homies deportados se vieron muy a finales de los
ochenta. Y hubo que esperar hasta bien avanzados los noventa, después de que
Washington hiciera de las deportaciones un pilar de su política de seguridad,
para que las pandillas angelinas se popularizaran en El Salvador.
Las gangas se
importaron, pero son parte de la sociedad salvadoreña desde hace un cuarto de
siglo. El fenómeno ha evolucionado en función de condiciones sociales,
económicas y políticas muy propias. La Mara Salvatrucha de El Salvador ya muy
poco tiene que ver con la Mara Salvatrucha de Los Ángeles, y es muy diferente a
la Mara Salvatrucha de Honduras, a la de Guatemala o a la del sur de México.
La aparente
paradoja es importante para este relato, porque las pandillas que han hecho
metástasis en Milán son las de El Salvador, las más violentas, donde en torno a
2010 dejaron de ser un problema de seguridad pública para convertirse en uno de
seguridad nacional. En Italia se comete un asesinato por cada 100,000
habitantes en un año; en El Salvador, más de 100, y la cuota mayor de víctimas
y victimarios la ponen las maras. Cifras oficiales hablan de no menos de 60,000
pandilleros activos y otras 400,000 personas dependientes o simpatizantes o
familiares, su colchón social, en un país de apenas 6.5 millones de habitantes.
Más allá de los
números, siempre fríos, el principal distintivo de las maras en El Salvador es
el de las fronteras invisibles en buena parte del territorio nacional,
fronteras que separan colonias y cantones controlados por una u otra pandilla,
fronteras erigidas sobre la sangre de miles.
La mitad de la
población, que calza casi con la mitad más empobrecida, sobrevive bajo la ley
del ‘Ver, oír y callar’ de los mareros, un sistema de control
social que afecta la cotidianidad de formas insospechadas, mucho más allá de
los muertos. Un ejemplo: en 2011, dos de cada tres equipos de fútbol ya habían
desechado por miedo los dorsales 13 y 18. Otro: cuando fallece un ser querido,
la vela está prohibida para los familiares que residen en áreas controladas por
pandillas rivales.
Pero… ¿por qué
Milán, a 10,000 kilómetros de distancia? ¿Por qué no Madrid, Barcelona o Roma?
Porque en Milán hay salvadoreños. Miles. Decenas de miles. Según el Ministerio
de Relaciones Exteriores, no existe fuera del continente americano una
comunidad tan numerosa como la radicada en Italia. La migración, además, se
concentra en lo que se conoce como ‘il Grande Milano’, que con 5 millones es la
principal concentración humana del país y una de las más importantes de Europa.
El Consulado
General de El Salvador en Milán atiende Lombardía, la región de la que Milán es
capital. La cifra de censados ronda los 18,000, pero por tratarse de una
migración con un alto componente de ilegalidad, fuentes del consulado y de
oenegés surgidas de la propia comunidad no bajan de 40,000 la estimación de
salvadoreños en Milán y alrededores.
“Estamos un poco
habituados a los salvadoreños, porque la migración empezó en los setenta”, dice
Massimo Conte, investigador social. “Al principio prácticamente eran solo
mujeres, señoras que vinieron a atender las casas de la burguesía italiana, con
una intensa vida católica por lo general, por lo que su presencia dio una
imagen muy positiva de El Salvador entre los italianos”, dice.
Hay salvadoreñas
que van camino de cumplir medio siglo en Milán. Hay cientos de salvadoreños ya
–miles quizá– de segunda y hasta de tercera generación. El flujo desde los
setenta ha sido continuo y constante, con alzas durante la guerra civil y sobre
todo en el último lustro, con la violencia generada por las pandillas como
detonante.
A Italia migran
salvadoreños en busca de la oportunidad que su país les niega y son recibidos
por la madre, el hermano, la esposa. Migran también víctimas de las pandillas y
de otros grupos violentos: huérfanos, viudas, extorsionados, amenazados de
muerte. Y migran también mareros: algunos huyen de su propia pandilla, algunos
otros la llevan tatuada en el corazón.
“En 2005 o 2006
encontré a los primeros de la MS-13”, dice el investigador Conte, todo un
referente en Italia si se quiere hablar de pandillas de origen latinoamericano,
por sus estudios sobre el fenómeno durante ocho años.
Mareros dispersos
en Milán hay desde que arrancó el siglo. Los hay que rehicieron su vida. Los
hay que comenzaron a añorar lo pasado y a juntarse con similares, al inicio sin
importar que rifaran la pandilla rival. Para julio de 2006,
cuando el cabezazo de Zinedine Zidane a Marco Materazzi, emeeses y dieciocheros aún
se divertían contra natura. Pocos meses después, una pelea en una discoteca
separó para siempre los caminos de la 18 y la MS-13 en Milán.
Desde afuera
resulta difícil comprender el imán del barrio cuando se ha
logrado lo más difícil: huir de El Salvador. El Cholo, pandillero cuarentón que
migró para romper con su pandilla, trata de explicarlo: “El pandillero que
quiere seguir, siempre busca reunirse. La iglesia, el fútbol, cualquier excusa
es buena cuando se echa de menos el vacile. ¿Cómo se organizan? Si llegás a un
lugar donde se come pescado, te acostumbrás a comer pescado. El que quiere
seguir en lo mismo ve cómo son las leyes, las costumbres… uno se adapta. Luego
entrás a cometer delitos, pero sabés que de Italia te pueden deportar.
Entonces, conviene ganarse a los homeboys en El Salvador,
decirles que aquí están haciéndola de campeones, parando el barrio,
para que allá los reciban bien si acaso los deportan”.
***
La estación
Milano Centrale es imponente por su belleza pero sobre todo por su
monumentalidad: 200 metros de fachada. Justo enfrente, el Pirellone, el
rascacielos más alto del país durante 35 años. Y entre Centrale y el Pirellone,
la plaza Duca d’Aosta, un espacio abierto con vistosos jardines, farolas
ciclópeas, turistas, bancas, ciclistas… Parece el lugar menos indicado para
hallar huellas.
—‘È qui’ cerca
–dice Tiger; a quien con demasiada frecuencia se le cuela el italiano.
La calle al
costado norte de Centrale se llama vía Sammartini; discurre paralela a los rieles,
separada por un viejo muro. Caminamos 200 metros desde la fachada, y ya parece
otra ciudad. Otros 200, y la calle se abre para albergar un parque estrecho con
una cancha de baloncesto y pequeñas zonas verdes. Los edificios ahora son
bloques desiguales de seis-ocho-diez alturas, maltratados por el tiempo, en los
que conviven italianos empobrecidos y migrantes. Este ‘parchetto’ fue por años
punto de encuentro del Barrio 18. Quizá aún lo sea.
En la entrada de
un condominio hay un ‘18’ pintado con plumón verde; ‘Pocos pero locos’, dice
debajo. Luce reciente. A unos 10 pasos, debajo de la pintura blanca con la que
quisieron cubrirlo, se adivina un placazo como los que se ven
en El Salvador: metro y medio de altura, aerosol… Había un gran ‘18’ azul, y a
los costados, en negro, ‘SPLS’ y ‘TLS’, por la clica Shatto
Park Locos y la jengla Tiny Locos. “De los locos de
Milano casi todos son Shatto Park”, me dirá otro día Tiger.
Su teléfono
vuelve a sonar.
—¿¡Y quién va a
haber, mamá!? Un martes, de mañana… ¿quién va a estar?
—…
—Casi todo lo han
quitado, mamá. No se ve nada. Estese tranquila.
En el placazo aparecían
los nombres de cinco pandilleros: el Venado –muerto por una golpiza brutal que
un grupo deemeeses le propinó muy cerca de aquí–, el Shagy, el
Caballo, el Perro y, en el lugar más destacado, el Gato.
Gato es el aka de
Denis Josué Hernández Cabrera, dieciochero hasta el tuétano,
nacido en 1984, encarcelado en El Salvador entre 2004 y 2013, inquilino del
Sector 1 de la cárcel de Izalco, alineado con los Sureños tras
la partición de la 18, tan enfermo por su barrio que, cuando
tras cumplir condena su madre lo trajo a Italia, ni siquiera se planteó como
posibilidad redirigir su vida.
—Quizá sea el
único que vino cabal-cabal a parar el barrio –dice Tiger.
En septiembre de
2015 se consumó el golpe policial más contundente que el Barrio 18 ha recibido
en Italia. Tras meses de seguimientos, grabaciones y teléfonos intervenidos, la
Polizia di Stato detuvo al Gato junto a otros 14 homies,
salvadoreños casi todos. Lo presentaron como ‘il capo’, el palabrero.
En verdad lo era. Pero su presencia significa más, algo que ni la Policía
italiana alcanza a dimensionar: el Gato representa un punto de inflexión en el
modelo de implantación de las maras en Milán.
—Vamos a
Carbonari –me apura Tiger–, quizá queden más placazos.
Trata de
disimularlo, pero está preocupado y mira receloso a cada figura que surge. Hace
cuatro años que no se acercaba a los dominios de la que era su pandilla. En su
vida de peseta, rarísima vez baja a Milán.
***
Cuando Deidamia
Morán migró de Tonacatepeque a Milán, la Mara Salvatrucha no existía, y la 18
era poco más que algunas docenas de jóvenes latinos reunidos en esquinas y
parques de Los Ángeles. Deidamia migró en 1974.
La poderosa
burguesía milanesa quería mano de obra bien referenciada y barata para cuidar a
sus hijos, limpiar sus casas, y la Iglesia católica canalizó esa necesidad.
Empleada en la Cooperativa de la Fuerza Armada y enfermera en el Hospital de
Niños Benjamín Bloom, Deidamia tenía credenciales más que suficientes, y se
animó a seguir los pasos de dos amigas que se le habían adelantado. Como ellas
tres, cientos cruzaron el océano Atlántico en busca de una oportunidad en una
ciudad en la que sobraban las ofertas de trabajo poco cualificados.
Cuatro décadas
después, Deidamia es un referente entre los salvadoreños de Milán. Desde
mediados de los ochenta se involucró en fomentar la idea de comunidad
diferenciada, para mantener las esencias de la salvadoreñidad. Al cobijo de la
Iglesia católica se creó la que hoy se conoce como Comunidad Monseñor Romero,
con sede en el jesuítico Centro Schuster; Deidamia fue cofundadora y su primera
presidenta. Por su rol híbrido entre promotora cultural, sindicalista y
política, ha sido testigo en primera fila de la implantación de las maras.
—¿Cuándo
empezaron a ser un problema en Milán? –pregunto.
—Se escuchaban
cosas pero, quizá como autodefensa uno se resiste a creer. El escándalo empezó…
quizá cuando le sacaron el ojo al muchacho.
El domingo 13 de
julio de 2008, un partido de fútbol entre salvadoreños en una de las canchas de
‘Forza e Coraggio’ devino batalla campal entre emeeses y dieciocheros.
Hubo golpes, ultrajes, carreras desesperadas. Lo peor se lo llevó Ricardo, un
joven perseguido por una turba liderada por Necio y Pirata, la vanguardia de la
incipiente Mara Salvatrucha milanesa. Lo alcanzaron tras un kilómetro de
agónica carrera, y en plena calle lo golpearon-patearon-arrastraron-lincharon,
le machetearon la cara, lo desfiguraron. La brutalidad del ataque, el ojo
perdido, el cómo, fue un shock para la sociedad italiana; en la prensa se
empezó a hablar de la MS-13 como la peor de las plagas importadas.
—La Policía nos
ha dicho que los nuestros son más asesinos que los sicilianos.
Los nuestros,
dice Deidamia con pena, lastimada por un fenómeno que puede derribar en un
chasquido el buen nombre de una comunidad que costó décadas construir. Entre
las actividades que organizan desaparecieron el fútbol y similares, por miedo.
Deidamia incluso supo que su nombre apareció en una lista que la Polizia di
Stato confiscó a unos pandilleros, como persona a la que había que extorsionar.
Los nuestros, dice
Deidamia, en un arrebato de sinceridad casi imposible de escuchar en El
Salvador.
Los nuestros,
dice Deidamia con el alma doliente.
***
Rara vez baja a
Milán el Tiger desde que se peseteó, pero acá estamos, caminando de
Sammartini a plaza Carbonari, 10 minutos de travesía por barrios de clase
media, media-baja. Justo ahora embocamos una calle llamada vía Stressa.
—¿En Milán está
dividida la 18? –pregunto.
—Sí, pero de hace
poco.
En El Salvador,
la ruptura del Barrio 18 en dos mitades, Sureños y Revolucionarios,
fue un proceso lento y sangriento que se cocinó entre 2005 y 2009.
—Acá no había
división hasta que llegó el Gato. Él vino con otra clecha y quiso corregir a
los que habían cagado el palo, porque en Milano casi todos éramos
arbolitos de Navidad, con la luz verde prendida; pocos se
salvaban. Algunos locos no quisieron pagar a la pandilla y, como el
Gato es full Sureño, y algo habían oído del desvergue
allá, se hicieron de la Revolución.
—¿Pagar a la
pandilla?
—Aguantar verga,
por las cagadas que uno comete. Varios locos no quisieron que los zapatearan o
tenían grandes clavos en El Salvador y, ‘a la final’, dividieron la
pandilla.
A escala
minúscula, la historia no difiere tanto de la ruptura en El Salvador: un sector
de la pandilla que rechaza las maneras como el líder ejerce su liderazgo. Las
nuevas reglas del Gato, alguien forjado en la disciplina de las cárceles
salvadoreñas y recién llegado, no fueron del agrado de todos. Algo parecido a
lo que representó el Viejo Lyn.
—Vaya, estamos en
Carbonari –me dice Tiger.
***
Dentro del enredo
de cuerpos policiales –civiles y militares– del Estado italiano, las labores de
seguridad pública recaen en primera instancia sobre la Polizia di Stato. Y
dentro del organigrama de esta institución, la ‘Squadra mobile’ de Milán –el
equivalente a la delegación policial en El Salvador– es una de las más nutridas
y especializadas.
En 2005 se
conformó una Sección de Criminalidad Extranjera, al poco de detectarse las
primeras ‘gang latine’; hoy son una veintena de profesionales que monitorean,
estudian, analizan y contrarrestan las pandillas mediante operativos. Paolo
Lisi es el responsable de la sección: “Pronto nos dimos cuenta de que la
violencia entre pandilleros latinos no eran episodios esporádicos”.
En Milán, por su
condición de capital industrial -ergo polo migratorio-, surgieron filiales de
las pandillas trasnacionales Latin Kings, Ñetas, Bloods y Trinitarios, y
también grupos autóctonos como Comandos, Trébol o Latin Forever. Mara
Salvatrucha y Barrio 18 tardaron en entrar en el radar de pandillas
problemáticas de la Polizia di Stato, hasta 2008, pero hoy son la indiscutida
mayor preocupación.
—La mentalidad
del pandillero salvadoreño es diferente a otras nacionalidades, peor aún con
los que vienen brincados de El Salvador –dice Marco Campari, uno de los agentes
más experimentados del grupo.
Lisi y Campari
manejan con sorprendente tino los conceptos brincarse, clica, ranflero,
palabrero, Sureños, Revolucionarios… palabras que incluso el
salvadoreño promedio tiene problemas para definir con precisión.
—La mentalidad es
más violenta –apunta Lisi–. Matar a un rival es algo absolutamente normal.
—¿Creen que
pueden insertarse en la sociedad? –pregunto.
—Yo no lo creo
–dice Campari–. Con las otras pandillas se podría intentar algo, pero no con la
Salvatrucha o la 18.
—Son diferentes a
las demás –retoma la palabra Lisi–; los Latin Kings o los Trinitarios, por
ejemplo, son bandas criminales, pero tienen un discurso de orgullo nacional, de
solidaridad interna… Las pandillas salvadoreñas no; según mi experiencia, su
mentalidad es absolutamente mafiosa.
Los operativos
más mediáticos de la Polizia di Stato durante 2015 fueron contra las maras: en
septiembre, el desmantelamiento de la clica del Gato; y en
junio, la detención de un grupo de emeeses tras una pelea con
empleados de Trenord, la empresa ferroviaria regional.
El jueves 11 de
junio de 2015, en la estación Milano-Villapizzone, una petición de boletos a
unos jóvenes que se habían colado derivó en una discusión con varios
trabajadores de Trenord. De las palabras a los insultos; de los insultos a los
empujones; y de los empujones a una pelea tumultuaria que terminó con un
machete incrustado en el brazo de un conductor de tren, a punto de la amputación.
La víctima en esta ocasión no fue un migrante pandillero más, sino un italiano,
y el caso sacudió la opinión pública como ningún otro. Los agresores huyeron,
pero la Polizia di Stato los capturó en días sucesivos, en poco más de medio
año los juzgaron, y a tres mareros los condenaron a penas de hasta 16 años de
cárcel. El italiano es un Estado firme.
Lisi y Campari
están convencidos de que la Polizia di Stato ha desarrollado destrezas
suficientes para contener a las pandillas en general, y al Barrio 18 y la Mara
Salvatrucha en particular. Pero intuyen que el pulso recién comienza.
—Cuando apagas un
fuego, quedan las brasas, ¿no? –dice Campari–. En septiembre desmantelamos la
18, pero sentimos que todavía hay brasas y que con poco se encenderán de nuevo.
Dentro de dos
días, Cholo, el pandillero cuarentón, recurrirá a una metáfora similar, pero
más amenazante: “La pandilla es un cáncer. Y con un cáncer a veces pasa que te
lo extirpan, y uno piensa que ya está sano, pero al poco resurge… y más
agresivo. Así es esto. Los italianos deberían preocuparse”.
***
Me dice Tiger que
Carbonari ofrecía ventajas precisas para lo que la 18 quería construir en
Milán.
—Aquí se hacían
los meeting.
Le dicen plaza
Carbonari, pero es un redondel boscoso y extraño, más de 200 metros de
diámetro, diseñado para que los carros puedan circular por la autopista que
pasa encima. Es un espacio abierto y cerrado a la vez, que está en medio y
apartado de todo. Ahora, cerca de las 11, estamos solo un indigente y nosotros
dos, además de bancas, árboles, senderos adoquinados…
—Es un parque
escondido y con vista a todos lados. De acá –Tiger señala a un lado– nadie
puede llegar; de allá, tampoco. Si aparece una patrulla, podés escapar fácil,
porque las entradas directas son en sentido contrario. Por eso aquí se hacían
los meeting.
El meeting,
de asistencia obligatoria, es el principal órgano de decisión de una clica.
Cuando la 18 se quiso parar en serio en Milán, el meeting semanal
dejó de ser changoneta y devino prioridad. En Carbonari brincaron y corrigieroncomo
en El Salvador, con zapateadas de 18 segundos. Luego se aprobó
el fondo común para el barrio, que obligaba a entregar cinco euros
semanales al inicio, luego 10; con ese dinero se empezó a invertir en droga
para revender y obtener más dinero. Más luego se juntó lo suficiente para
comprar alguna pistola en el mercado popular de San Donato Milanese. Y así.
El crecimiento
del Barrio 18 es consecuencia de las deliberaciones de Carbonari. En el
cuadrante noreste del redondel, el elegido como base, aún queda un ‘18’ pintado
con aerosol negro sobre una farola gigantesca. Han tratado de cubrirlo con
pintura blanca pero con poco tino, como si la hubieran echado con un vaso.
Tiger mira el placazo con un dejo de nostalgia.
—Deben de haber
sido los contrarios, porque así nomás le han botado ‘proprio’ la pintura.
Maciachini, un
sector con significativa presencia de la Mara Salvatrucha, está a poco más de
un kilómetro.
—Vamos mejor a
ver qué ondas en el Trotter.
***
Mientras en El
Salvador el gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén ha desatado contra
las pandillas una represión que linda con el terrorismo de Estado, en Italia
vela por los mareros encarcelados.
—Yo llego a las
cárceles, hablo con ellos, veo si les cumplen sus derechos, contacto a
familiares, al abogado… Mi labor es que se cumplan sus derechos procesales.
Habla Vanessa
Hasbún, la máxima autoridad del Consulado de El Salvador en Milán desde marzo
de 2010 hasta junio de 2013; y desde octubre de 2015, la encargada del servicio
de protección consular. Su trabajo es ayudar a los salvadoreños encarcelados,
procurarles asistencia legal, contactar a la familia, garantizar que el Estado
italiano respete sus derechos humanos.
La mayoría de las
personas a las que Vanessa Hasbún visita son pandilleros. Conoce al Wicked, al
Loco 13… estima que se habrá reunido con no menos de 20, una fracción del total.
—Adentro son bien
disciplinados –dice–, pero educadoras con las que hablo me comentan que por más
que trabajan con ellos, no logran montar un proyecto de rehabilitación
efectivo, porque no entienden cómo funciona la pandilla.
Vanessa Hasbún
busca entre sus recuerdos y rescata el caso de un joven pandillero al que, por
buena evolución y conducta, lo transfirieron a Bollate, un centro de reclusión
que hace honor a la palabra reeducación y que otorga amplias libertades,
incluida la de salir a trabajar. Cree que él sí quiere romper con su pandilla.
—Pero los demás
van a seguir; esa es mi sensación.
***
El Trotter
todavía es parte de la vieja Milán, un parque centenario y entrañable. Está
algo lejos de plaza Carbonari, por eso toca caminar dosquetrés cuadras
hasta viale Sondrio y tomar un bus anaranjado y articulado de la ruta 90, rumbo
a Loreto. La 90 es la ruta más conflictiva para un pandillero porque atraviesa
áreas con presencia de Latin Kings, Comandos, Mara Salvatrucha, Barrio 18…
Tiger está inquieto.
—¿Cuál es la
principal diferencia entre ser pandillero en El Salvador y en Italia?
–pregunto.
—La misión –me responde, después de pensarlo unos segundos.
—La misión –me responde, después de pensarlo unos segundos.
Desde que a
mediados de la década pasada las maras se radicalizaron en El Salvador,
ocurrieron cambios significativos. Ya no brincan a mujeres,
por ejemplo. Y para garantizar lealtad y entrega, al aspirante varón se le
comenzó a exigir que primero cumpliera una misión: por lo general,
un asesinato. En Italia no. En Italia el rito de iniciación siguió siendo la zapateada de
13 segundos en la MS-13, y de 18 en la 18.
—Es lo que les
falta a los brincados acá: la misión. El único que
se podría decir que la hizo es el Wicked.
Wicked es el aka de
Eduardo Segura Fuentes, dieciochero hasta el tuétano también,
aunque con una historia de vida en las antípodas de la del Gato. Wicked nació
en El Salvador en 1991 y lo llevaron niño a Italia, limpio. No conoció cárceles
ni creció en medio de la violencia extrema, pero eso no impidió que se apasionara
tanto por el barrio que incluso logró que le dieran el
pase para parar su propia clica: una sucursal de la Hoover
Locos, siempre de la 18.
El domingo 7 de
junio de 2009, en las afueras de la discoteca Thiny, Wicked fue pieza clave en
la planificación y ejecución del asesinato de David Stenio Betancourt (a) King
Boricua, máximo líder de los Latin Kings-New York. En la prensa italiana el
homicidio se manejó como un ajuste de cuentas entre las dos facciones de los
Latin Kings (New York y Chicago), pero en el bajomundo todo se
supo, y la pegada del Wicked supuso algo así como el ingreso
de la 18 en las grandes ligas de las pandillas latinas milanesas.
—Nosotros escueliamos al
Wicked –dice Tiger–. Que si vos sos un gran hijoeputa, que simón,
que si póngase con todo, ¿va? Se lo tomó tan en serio que quizá sea el único
que de verdad respetaba todas las reglas. Y por ganar más palabrase
metió en lo de matar al King Boricua.
—Algo
desequilibrado, ¿no?
—Noooo. Wicked no
toma, no fuma… es un cuadro. ¡Lee! ¡Lee un vergo! Es un hijoeputa que
estudia, una persona correcta, solo que con mente full pandillero.
Una mente basura, alguien malo en toda la palabra, pero con vos habla como una
persona tranquila, bien portado.
El Wicked
simboliza la segunda hornada de pandilleros, los brincados en
Italia, dependientes de internet para mantenerse conectados con las casas
matrices. Un dieciochero salvadoreño pero made-in-Italy, el
eslabón imprescindible para el arraigo del fenómeno.
Aún vamos en el
bus anaranjado y articulado de la ruta 90, parados. Su teléfono vuelve a sonar.
Después de lo del
Wicked, me he quedado intrigado por la fijación hacia las pandillas
salvadoreñas que tienen estos jóvenes que llegaron niños a Italia.
—¿Por qué la
dependencia? ¿Desde Milán se envía plata a El Salvador o algo? –pregunto.
—No, no, no… cada
uno lo suyo –responde, casi ofendido–. Lo han insinuado, pero pollos pendejos
tampoco somos.
—Entonces, ¿de
qué le sirve a la 18 en El Salvador tener una clica acá?
—Que se expanda
el barrio, que la 18 sea la más grande, darse el lujo. Y a los de
aquí, para seguir haciendo sus pendejadas. Nunca vas a entenderlo si no has
estado en esto, pero ‘a la final’ es así la onda, ¿Cuántos locos vinimos
a levantar esto? Tres, cuatro. De tres o cuatro subimos a 10, 20, 40… y hoy
están el vergo de locos presos y el vergofuera.
Con un movimiento
de cuello, Tiger me hace ver que hemos llegado a piazzale Loreto.
***
Cuando el
salvadoreño migra, el país entero migra. En el punto del globo en el que se
asienta una comunidad fuerte de salvadoreños, como en Milán, se asientan las
pupusas, la laboriosidad, el Torito Pinto, la Mara Salvatrucha, el
azul-y-blanco, el ‘Los primeros en sacar el cuchillo’, las cachiporristas, el
‘Mágico’ González, el 15 de Septiembre, la hospitalidad infinita, la 18, el
Pollo Campero, los tamales y las iglesias evangélicas made-in-El Salvador, por
supuesto.
La Misión
Cristiana Elim, una de las congregaciones con mayor arraigo en El Salvador,
tiene presencia creciente en Italia. Desde hace más de una década Mauricio
Hernández es el pastor responsable de las filiales de Milán y alrededores.
“Mi función es
ayudar a mis hermanos en sus problemas más íntimos”, dice. Y entre esos
problemas, la violencia de las pandillas ocupa un lugar sobresaliente. “Lo raro
en Milano hoy es encontrar a un salvadoreño que no tiene a un familiar que
pague renta allá”, dice. Por eso, cuando se congregan oran por
la paz en El Salvador, oran para que cambie la mentalidad de los pandilleros,
oran a Dios y le piden que interceda por los familiares extorsionados, oran
para que se frene la metástasis de las maras en Milán.
***
Desde piazzale
Loreto al parque Trotter por vía Padova, un kilómetro eterno por una calle
larga y estrecha que parece ser uno de los epicentros de la migración. A ambos
lados se suceden bares y negocios con letreros en chino, español, urdu, árabe…
Se alternan con casas de cambio, locutorios, salones de juego y locales que
compran oro. No debe ser esta una zona por la que acostumbre a pasear el
milanés clasemediero o de más arriba.
—No hay barrio
más mierda que este –dice Tiger–; bueno, quizá Sammartini, que es zona de
culeros, prostitutas y transas.
Su teléfono
vuelve a sonar. No sé si esta vez es la madre o la pareja. La tranquiliza.
Regresa a la plática algo cariacontecido. Justo pasamos frente a un “bar
latinoamericano” llamado El Dorado, con los colores de la bandera ecuatoriana
como reclamo. Es casi mediodía pero está cerrado. Unos años atrás se llamaba El
Manabá.
—Este era nuestro libadero,
‘proprio’ nuestra zona. Vergazal de veces he salido yo de aquí
arando. Veníamos bien enmachetados y hubo un montón de broncas acá,
pero balazos nunca. Creo que porque nadie ha tenido el valor de decir: vaya,
voy a comerme 30 años en la cárcel. Porque en Italia uno sabe que es clavo hecho, clavo pagado;
no es como en El Salvador. Aquí cometés una cagada, la pagás y luego te deportan.
Ese es el problema.
Ese es el
problema, dice.
—Mirá, esta es la
entrada del Trotter.
***
La metástasis de
las maras en Italia preocupa a la Polizia di Stato, y hay razones inapelables
para la preocupación; sin embargo, las posibilidades de que el fenómeno termine
pareciéndose al cáncer que carcome los estratos inferiores de la sociedad
salvadoreña son… nulas.
Comparado con el
salvadoreño, el italiano es un Estado firme. La Policía hace su trabajo. Los
fiscales, los jueces, los trabajadores sociales, los carceleros… la
institucionalidad funciona. Hay leyes diseñadas para atajar la criminalidad
organizada. La italiana es una sociedad desarmada, y sus ciudadanos en buena
medida han aprendido a renunciar a la violencia para dirimir sus disputas; las
maras no seducen a la juventud. Italia es miembro del G-8, el grupo de países
con las economías más industrializadas del planeta. El salario promedio de un
italiano es de casi 2,900 dólares brutos. Existen, además, otros grupos del
crimen organizado –lo que genéricamente se conoce como la Mafia– que, si bien
hacen un uso limitado de la violencia si la referencia es el terror que generan
las maras, reaccionarían contra cualquier nueva estructura que amenazara sus
intereses.
“Acá en Italia,
los pandilleros joden solo a los salvadoreños, porque saben que con los otros
países no se pueden meter, mucho menos con los italianos”, dice Tiger.
Maras como las de
Centroamérica –violencia como la de Centroamérica– son inviables en Italia, por
la misma razón que el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha no tienen en el país que
las vio nacer, Estados Unidos, ni siquiera una fracción de la incidencia que
ganaron en El Salvador, Honduras y, en menor medida, en Guatemala.
Para que las
maras devengan problema de seguridad nacional, se necesita una sociedad como la
salvadoreña.
***
El ‘parco’
Trotter es un parque difícil de explicar. Hace un siglo era un hipódromo, y el
circuito interno de calles y senderos conserva como eje rector el óvalo
perfecto sobre el que galoparon caballos. 100 mil metros cuadrados verdes
salpicados por abetos-arces-cedros y un puñado de edificios. Desde finales de
la década de los veinte acoge una escuela municipal, la Casa del Sol, pensada
para niños tuberculosos. Justo en medio hay un foso profundo y rectangular que
algún día se usó como piscina. A pesar de su inmensidad, el parque está
vallado, con horarios de apertura y cierre. Es público, pero las mañanas se
reservan para los escolares. La entrada al Trotter de vía Padova está a 40
metros del bar El Dorado.
Un señor mayor
nos explica en el portón que solo en la tarde se puede ingresar, que ahora no.
En un par de días yo regresaré sin Tiger para comprobar que el costado poniente
de la expiscina todavía está salpicado de placazos de la 18,
los más vistosos que veré en Milán.
Es mediodía ya, y
Tiger ha quedado con su familia para celebrar el cumpleaños a la mamá. Tenemos
que regresar a Loreto, salir del centro de la ciudad en la línea roja del
metro, y luego él tomará un bus a Cinisello-Balsamo, en el periferia del área
metropolitana. Ahí hay un centro comercial en el que opera uno de los tres
restaurantes que Pollo Campero ha abierto en Milán como reclamo nostálgico para
la comunidad salvadoreña.
—¿Vos sos Inter o
Milán? –pregunto a Tiger, dentro del metro ya–. ¿Vas seguido a San Siro?
—¡No, ni pendejo!
Se llena de salvadoreños.
Vida de peseta.
Vive en una de las capitales mundiales del fútbol y no puede ir al estadio.
Su teléfono
vuelve a sonar. Esta vez es el novio de su hermana. Le dice que está
encaminado, que en un cuarto de hora. La conversación es corta.
—Era mi cuñado.
Él es bien buena onda, nunca ha estado en nada de pandillas.
Tiger calla por
unos segundos.
—Una vez conocí a
su mamá, y no le caí bien por estas ondas, ¿va? –me señala los tatuajes más
visibles–. La señora me miraba… me miraba… ¡malísimo!… n’ombre… malísimo… con
cara de asco… de odio. A saber, quizá se vinieron de El Salvador huyendo de las
pandillas… pero me miraba con una cara… Yo hasta mal me sentí.
—¿No le dijiste
nada?
—¿Y qué le voy a
decir? Si… ‘a la final’… ella tiene razón.
***
Deidamia habla
con el alma doliente.
—Estuve en junio
en El Salvador, en un pueblo llamado San José Guayabal, y en esos días mataron
a varios en los alrededores. Matan a personas como moscas. Y el gobierno ni se
hace cargo. Dicen que es alarmismo de los medios. Pero yo te digo: oíme bien… y
mirame…
Deidamia me clava
la mirada, se incorpora, su alma doliente le resquebraja la voz hasta ahora
firme.
—… Amo mi patria…
amo mis raíces… Primera vez en mi vida que fui y me sentí prisionera…
¡Prisionera! Jamás de los jamases me dejaron ir sola a ninguna parte… jamás de
los jamases. Y no es que yo quisiera protección… Si ahora me preguntás si
quiero regresar a El Salvador, la respuesta es no, porque está horrible…
¡Horrible! En Italia vivo libre, y en mi patria soy prisionera.
Deidamia teme que
las maras seguirán generando sonoros titulares en Milán. Más que temer, lo
sabe. “He escuchado que somos 45,000 salvadoreños en Lombardía, pero somos
más”, dice. El flujo en los últimos años ha sido constante,
indetenible, cancerígeno.
—¿Cómo evitar que
esto siga creciendo, Deidamia?
—Ya es tarde
–dice–. Lo que uno quisiera, y lo digo con el corazón en la mano, es que
nuestra gente ya no emigre para acá.
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De PERIODISMO
NARRATIVO EN LATINOAMÉRICA, 09/05/2016Fotografía: Mara Salvatrucha
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