Esta canalla
de literatura podría
leerse como un sustancioso prólogo a la extensa colección de libros de Joseph
Roth editada por Acantilado durante los últimos años. No obstante, el
volumen se publica exento, más que como prólogo, como satélite en
órbita alrededor de ese gran universo que es la obra personalísima de Joseph
Roth, escritor nacido en Brody (Galitzia, 1894), autor de Job, La
marcha Radetzky, La cripta de los capuchinos, El
Anticristo o La leyenda del santo bebedor, por recordar
sólo algunos de sus títulos más conocidos. Libros que, casi un siglo después,
vibran lo mismo o más que el primer día y figuran por derecho propio entre lo
mejor que la literatura de la época alumbró en esa zona concreta de Europa,
donde aconteció una suerte de Edad de Oro y, de las ruinas del Imperio
Austrohúngaro, surgió una constelación excepcional de creadores que, ciñéndonos
a lo estrictamente literario, contó con la aportación de Sigmund Freud,
George Trakl, Hugo von Hofmannsthal, Karl Kraus, Ludwig Wittgenstein,
Robert Musil, Hermann Broch, Stefan Zweig o Elias Canetti, entre otros muchos
de casi cualquier ámbito de las artes y las ciencias.
En
ese contexto aparece Joseph Roth, un judío heterodoxo, católico, veterano de la
Gran Guerra y de la Revolución Bolchevique, enemigo acérrimo del tercer Reich
tanto como de la burguesía, periodista sub auspiciis imperatoris y
novelista de éxito internacional no por ello liberado de angustiosas penurias
económicas, borracho empedernido, infortunado esposo de una
mujer trastornada y ciudadano desprovisto de cinismo e hipocresía hasta
extremos que bien pueden calificarse de suicidas, capaz de reprochar a su más
querido amigo, Stefan Zweig, cuyos préstamos de dinero constituyeron para él en
tantas ocasiones un salvavidas providencial, que, ya con los nazis en el poder,
mantuviera su lealtad a la editorial Insel, controlada por éstos: “querer
mostrar lealtad con esa banda de asesinos y mierdecillas, de mentirosos e
imbéciles, de dementes y perjuros, profanadores, ladrones y salteadores de
caminos, eso es incomprensible. Deje usted el insensato respeto ante el «poder» y
el número para los sesenta millones, los estúpidos Henderson y McDonald, los
socialistas y los políticos de la quiebra. Si nosotros no
vemos la verdad y también nos echamos a temblar ante los
pedos, ¿quién verá entonces lo verdadero?” Cabe imaginar hasta qué
punto se acobardaba y contemporizaba en sus escritos quien no dudaba en
espetar lindezas tales a su más íntimo amigo y máximo benefactor.1
En
los quince ensayos que componen el libro, Gil Bera emplea un método
sumamente eficaz y original. Apenas interviene sino muy discretamente con su
propia voz. Se limita a elegir y ordenar fragmentos, sobre todo de la
correspondencia que él mismo ha traducido. De manera que la biografía resulta a
fin de cuentas, en no escasa medida, una autobiografía del propio
Roth, que es quien habla y nos interpela directamente en cada página. Sólo
puntualmente aparecen sus palabras iluminadas con el testimonio de terceros,
como Soma Morgenstern o el mencionado Stefan Zweig. Así, se nos muestra
cabalmente la humanidad conmovedora y admirable de este escritor comprometido
con la palabra hasta el heroísmo, que no contempló jamás, ni siquiera como
posibilidad, la opción de traicionarse.
Resulta muy ilustrativo al respecto el pasaje escogido para terminar el libro.
Dos párrafos sin desperdicio de «Lo indecible», artículo
publicado el uno de julio de 1938 en Die Österreichische Post, de
los cuales, sobreponiéndome a todas las tentaciones que en este momento me
asaltan, reproduzco aquí únicamente las dos primeras frases: “Cada
mes, cada semana, cada día, cada hora, cada instante se vuelve más difícil
decir lo indecible de este mundo. La jurisdicción de las mentiras que los
criminales tejen en torno a sus delitos paraliza la palabra y al escritor que
es su servidor.”
1 Ciertamente, las comparaciones son odiosas y a buen seguro no es este
el lugar idóneo para escudriñar las connivencias con el crimen a gran escala
del periodismo contemporáneo.
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De LA GALLA
CIENCIA, 18/05/2016
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