Imaginen el
espacio geográfico, el espacio mental, marcado al sur por el río Colorado, lazo
líquido entre las provincias argentinas de La Pampa y Río Negro, donde la
llanura pampeana comienza a oler a Patagonia; imaginen por el norte al
portentoso río Abuná, límite arcifinio entre dos estados, el boliviano y el
brasileño, en el corazón de la Amazonía continental, la selva más vasta del
planeta entero. Imaginen ahora, por el este, a la ciudad de Buenos Aires, a
orillas del río de La Plata, el estuario más ancho del mundo, llamado “mar
dulce” por sus primeros visitantes ultramarinos, y por el oeste y por
comodidad, imaginen otra ciudad: Puno, la urbe más importante del sur andino
peruano, a orillas también de otro prodigio de la naturaleza, el lago Titikaka,
el cuerpo de agua navegable más alto de la Tierra
Sigamos
imaginando todo lo que dentro de ese tremendo ámbito espacial podemos ver o
tocar, soñar o conjeturar: cactus, lapachos, colibríes, cordilleras, más ríos,
más lagos, más ciudades. Una isla en el medio de la selva desde donde avistar
cometas y estrellas en fuga hacia otras noches. Una pascana en el oasis de un
desierto donde te puedes tomar un vino para refrescarte y otro más para el
estribo. Un balcón entre una multitud de cerros donde alces la mirada y veas
cóndores. Un cartel en el camino, cualquiera, donde dice que el destino queda
en la dirección por donde vas anhelante.
Hay también:
alegría, silencios, coraje, injusticias, tenacidad, amaneceres, obstinación,
fe, mucha fe, apachetas, oratorios, santuarios, más ríos, más lagos, más
ciudades, una casera que te ofrece tamales en el mercado de Tupiza mientras vos
vas escuchando las guitarras de Alfredo Domínguez, las vas escuchando con el
corazón, como wayrurus que brillan en la huella y te van guiando, desde el
Abuná hasta el río Colorado, desde los edificios de Buenos Aires hasta la plaza
mayor de Puno, allí donde termina la raya, la raya que enlaza dos mundos,
cuatro mundos: el quechua y el aymara, el mundo de arriba y el mundo de abajo:
imaginen todas las piedras, todos los atardeceres, todos los árboles: imaginen,
por un segundo pero imagínenlos, a todos los árboles vistos, los árboles
amados, los árboles que se pierden en la distancia, en una curva, en una
serranía de la travesía, tanta travesía
Todo eso, todo lo
visto y lo no visto, lo tocado y lo que se escapó de tus manos, todo lo soñado
y lo que aún vas a soñar, todas las heridas, las cicatrices, las sedes y las
ebriedades, los soles propios, los soles ajenos, los zorros, los perros, los
osos jucumaris, los helechos, las exploraciones, búsquedas, sosiegos,
desasosiegos, paz, esperanzas, cerros y más cerros, peces, panes, peregrinos,
dignidad, todo eso fue dándole forma, sentido, significado, alma, cuerpo, piel,
ojos, nariz, razón, celebración, ausencia, presencia, soberanía, a una
territorialidad, una territorialidad compartida, la territorialidad de mi
amistad con Ricardo Solíz Alanes
Hoy almorzamos
juntos. Carolina cocinó un arroz con pollo y con cúrcuma, riquísimo. Hoy
reímos, recordando. Recordamos huayños, septiembres, diciembres, calvarios, diablos,
arrieros, rumbeadores, cazadores, poetas, magos. Hoy, lo volvimos a sentir.
Hoy, lo escribo. Hoy, ahora, lo celebro en la quietud ensimismante de Río
Abajo.
Río Abajo, 10 de
mayo de 2016
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De PLUMAS
HISPANOAMERICANAS, 10/05/2016
Imagen: Huayrurus
Imagen: Huayrurus
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