Demasiados
parecen creer, o directamente creen, que la causa de esa lepra que nos impide
tocarnos, que nos carcome esa solidaridad que formaba parte de nuestra sangre,
es el cinismo del poder. Ahora somos un pueblo de leprosos que no nos tocamos
para no contaminarnos, que no nos tocamos para que el poder no nos descubra
solidarios. Con los discapacitados, con el Tipnis, con los perseguidos, con los
periodistas independientes, con los que denuncian, con los que se atreven a
protestar, con los que votan No y lo dicen.
Por
supuesto que el poder se ha vuelto cínico. Era abusivo desde siempre, desde el
2005, o antes. Se inventó que la coca es sagrada. Que Evo era el último inka
reloaded. Que Álvaro era el profeta del leninismo siglo XXI.
Ahora que ya no
hay manera de disimular que toda la coca del Chapare y parte de la coca
yungueña son para el narcotráfico, la coca ya no es sagrada, pero no importa.
La coca, los cocaleros y su secretario ejecutivo perpetuo son los cínicos de la
coca.
Ahora que Álvaro
se revela un calculador y no un matemático, que no sabía del contrato de BOA ni
del título que nunca tuvo, pero lo ostentaba, el Vicepresidente es el cínico
del sol que no saldrá pero sale. Ahora que todos los ministros se dedican a
encubrir las maniobras del eterno y que todos sus diputados se encargan de
encubrir los tráficos millonarios y que todos sus senadores juran que sus
mentiras, y sus corruptelas y sus abusos son anécdotas, ministros y
representantes son los cínicos falderos.
Ahora que el
Fondo Indígena es el fondo de los nuevos ricos, los indígenas y los campesinos
se callan. Ahora que asesinan en El Alto, El Alto, dizque de pie nunca de
rodillas, se calla. Ahora que ciertas empresas públicas quiebran y por allá el
Estado las maquilla, y por acá el Estado bota a 800 trabajadores, la COB se
calla. Los movimientos sociales, los que eran la reserva moral de la nación, se
callan.
El poder en
Bolivia tiene ahora como estrategia de reproducción al cinismo. Pero eso es
posible porque gran parte del pueblo se ha convertido en cómplice de ese
cinismo. Ni siquiera el espejo de nuestra historia, que lo refleja leproso y
cobarde, es capaz de obligarlo a recuperar la memoria de su rebeldía. Aquellos
que hasta ahora eran los peores de todos, aquellos que nos dijeron que
andáramos con el testamento bajo el brazo, supieron inmediatamente que no
íbamos a caminar con el testamento bajo el brazo.
Hoy éstos, que
son definitivamente peores que aquellos, nos dicen que no nos han estafado, que
no nos han robado, que no nos han agredido, que no nos han asesinado. Y casi
todo el pueblo, aunque a escondidas vote No, agacha la cabeza y les amarra
públicamente los huatos. Por eso este poder se sostiene. Porque la mayoría del
pueblo admite ser llamado cara conocida. Y no se cabrea.
No formo parte de
los que creen que es sobre todo el abuso de poder el que nos ha vuelto
cobardes, mudos, caras conocidas, amarrahuatos. Por supuesto que este poder
canalla ha hecho todo para que nos resignemos, para que hagamos de la
impotencia nuestra nueva vocación nacional. Pero la causa de esa mutación de
rebeldes a cómplices no es sólo el abuso de poder; este gobierno canalla es el
pretexto, no la causa profunda.
La causa es que
habíamos sido fáciles de comprar, que somos baratos. Que nos enorgullecemos con
el autotransformer nuevo, con la tele basura de contrabando que llega a nuestra
antena parabólica, con las telas acrílicas de colores en cuanta entrada podemos
lucirlas, con la hija bachiller que no sabe leer pero es bachiller.
Nos
enorgullecemos ostentando que hemos sido estafados y ahora exhibimos nuestras
piedritas de colores con que han comprado nuestra epopeya y la hemos convertido
en baratija. Éramos un pueblo rebelde y ya no lo somos. Ahora somos un pueblo
de cómplices y de consumidores de piedritas de colores.
Excepto unos
cuantos indígenas del Tipnis. Excepto unos cuantos discapacitados. Excepto unos
muy pocos periodistas. Excepto unos muy pocos intelectuales. Excepto casi
ningún político. Excepto un par de anarquistas. Y algunos miles de ciudadanos
comunes que todavía conservan el fuego de la tea que dejó encendida la
indomable rebeldía de nuestra historia.
Guillermo
Mariaca Iturri es
ensayista.
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De PÁGINA SIETE
(La Paz), 20/05/2016
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