Todos los caminos conducen a Pelechuco
Historia de
confines, de afanes desmesurados, de gloria y riqueza abrasadora, de jugarse el
cuero y la honra para lograrlo. Historia de límites, de límites que se superan,
se desconocen o se vuelven invisibles: donde la realidad se mezcla con la
fantasía, con el mito, con la leyenda, con el deseo, con la arena en los ojos,
con el brillo en los labios. Historia de frontera y donde cada cual, con su
osadía y su genio, es capaz de marcarla. Historia del fin del mundo que por
esos azares de la misma historia, deviene su centro, su eje, su nervio vital;
como la Roma imperial en su apogeo, debemos decir para enmarcar nuestra propia
y pequeña y gran historia que buscamos narrar aquí: todos los caminos conducen
a Pelechuco.
Date cuenta:
alguien lo escribió, más o menos así, en 1625. Hace casi cuatro siglos, un
hombre —cualquier hombre, aunque éste se llamaba Juan Recio— le envió un
escrito al Rey de España donde le decía: “Oye, Majestad, abrí los ojos”.
Estaba en Madrid,
desesperándose por volver al Nuevo Mundo, pero con un nombramiento bajo el
hombro: gobernador del Paititi y el reino de las Amazonas; estaba solo y
afiebrado en la ciudad de la corte. De seguro, en alguna taberna brumosa,
empujó con generosidad un tinto espeso y siguió escribiendo: “Oye, Rey, desde
Pelechuco, pasando por San Juan de Sahagún (un vaho de nostalgia lo envolvió) y
la ciudad de Nuestra Señora de Guadalupe en el valle de Apolobamba y de allí a
las dos iglesias de Uchupiamo e Inarama, navegando los ríos, pasando por el
reino del Gran Señor del Paititi y el Amazonas, el mar y España están ahí, están
a la mano… por allí no sólo es más fácil sacar todo el oro del Perú si no todo
el oro del Paititi, todo el oro de las Amazonas, el oro, el oro, Rey…”.
Los burócratas
del monarca no le creyeron, a pesar que el hombre —cualquier hombre, pero éste
se llama Juan Recio y era de León— afirmaba haber sido maestro de campo y
lugarteniente del gobernador y capitán general de dichas tierras —el segundo en
los anales de la conquista, después de don Álvarez de Maldonado que fue el
primero, y cuyo final fue tan desdichado como el de todos en esta historia. Ni
mierda: no consiguió los títulos ni menos —después, cuando se las vio negras—
que le reconocieran los gastos. Su rastro se pierde algunos años después de
este escrito del cual presentamos un extracto. Su rastro se pierde en el
olvido: en una sucia pelea callejera al salir de una pascana, en un barco con
rumbo incierto, en los prostíbulos de Túnez, quién sabe.
Es otra vida
imaginaria que pudo haber contado Marcel Schowb, pero la de Juan Recio ya no
solo tiene entidad histórica —su Breve Relación (…) de las Provincias de
Tipuani, Chunchos y otras muchas que a ellas se siguen del Grande Reino del
Paititi, fechada en el año 1623, es una de las fuentes primarias más citadas
por los estudiosos de la etnohistoria amazónica— sino que, con solo leer sus
escritos, es sencillo comprobar que lo que narra es real y es la pura verdad.
Pelechuco estaba
ahí, en su escondrijo de nieblas como anotó D’Orbigny; Nuestra Señora de
Guadalupe fue el segundo intento frustrado de asentar una población permanente
en el actual valle donde se localiza Apolo y también estaba allí; de las dos
iglesias nombradas sobrevivió la comunidad quechua-tacana de San José de
Uchupiamonas y ambas estaban situadas a orillas del río Tuichi, y de allí,
navegando que es preciso —Tadeo Haenke escribió lo mismo 150 años después; la
Geografía de la República de Bolivia de Luis Crespo, Secretario General de la
Sociedad Geográfica de La Paz, de 1910 estableció que solo 11.089 kilómetros
separaban a Pelechuco de Lisboa, vía Rurrenabaque y el Pará—, de allí, es tan
fácil navegar a Europa, mi Rey, a casa, mi señor, a la gloria, mi monarca.
Pero Su Majestad
no entendió y menos sus sabios y sus cartógrafos arrogantes que a Recio no le
dieron ni el saludo. Historia de confines: seguro que Juan, decepcionado y
triste, murió delirando con la imagen del país de las Amazonas anegada en sus
sueños; esa misma imagen que cualquiera puede observar hoy mismo si se trepa
hasta la Chunchu Apacheta de Pelechuco y mira hacia donde sale el sol, de donde
viene el verde, las nubes y el calor y donde, hasta hoy mi dios, no pueden
quedar dudas que para el que se anime es posible llegar desde allí hasta el
Atlántico y de allí a Europa o a la China, si es cuestión de llegar a algún
sitio.
Todo era posible
para Recio: su sino estaba marcado en las cinco letras de su apellido. No solo
tenía razón —hoy diríamos que poseía conciencia territorial— sino que se animó
a escribirlo.
Será por eso que
el personaje —esta vez no cualquier hombre, sino don Juan Recio de León—
siempre me causó simpatía y son testigos algunos de mis amigos —Aliaga, Ibáñez—
de mis afanes, primero para localizar el manuscrito de la Breve Descripción… en
la Biblioteca Nacional de España y luego por leerlo, desencriptarlo, copiarlo, volverlo
a leer, trazar sus huellas, arribar al río Beni, toparse con el Gran Reino de
los Mojos, admirar la Fortaleza del Inca, navegar con él hasta el Atlántico, al
Mar del Norte, la osadía.
Pobre Recio: tal
vez se murió atragantado con una oliva, se cayó en el pozo de un aljibe o lo
agarró una pulmonía una noche fría. Por eso —para rendir culto al coraje
(Carajo: supongo que había que tener valor para enviarle un memorial al Rey
para afirmarle que desde una ignota villa de sus desconocidas comarcas en
América, una villa que había sido fundada en 1560 por unos frailes que la
pusieron bajo la protección de Santiago, un poblacho perdido en medio de los
Andes, se podía llegar al mar, a casa, a España, a la gloria…)— más abajo
transcribo el documento que detonó esta especie de intrépido homenaje a
cualquier hombre (aunque éste se llame Recio, Juan Recio), a cualquier hombre
que siga sintiendo que la vida es eso: una frontera para pasar de largo, un límite
al cual vencer, un más allá donde siempre habrá algo que encontrar como lo
intuyó Recio desde Chunchu Apacheta, desde las alturas de Pelechuco, hace casi
400 años. Aunque sólo sea para volver a casa más rápido, como anhelaba el
hombre.
Bueno, dejo la
lata y aquí va el documento:
“OTRO MEMORIAL de
Juan Recio de León
(…)
Copia de las
leguas que hay desde todos los asientos de minas, villas y ciudades del Reino
del Pirú hasta el pueblo de Pelechuco. La provincia de la Larecaja, Señor,
en el Reino del Pirú, hace frontera y raya con los naturales y tierras del
dicho descubrimiento; y por el pueblo de Pelechuco último de ella, al Norte, y
en 16 grados de la Equinoccial, al Sur, y doce leguas de las minas de Carabaya,
se hizo la entrada. Está este pueblo de Pelechuco casi al medio de todos los
asientos de minas, villas y ciudades y las mejores provincias del dicho Reino,
que es como sigue: Desde Potosí al dicho Pelechuco hay ciento veinticinco
leguas; desde los Lipes, 170; desde La Plata, 130; desde Oruro, 85; desde
Pacajes, 30; desde La Paz, 45; desde Chuchito, 25; desde el Collao, 20, 30 y
40; desde Arica, 70; desde Arequipa, 80; desde Locumba, Zama y Moquegua, 40;
desde Paucarcolla, 20; desde el Cuzco, 50; desde Vilcabamba, 60; desde
Huamanga, 120; desde Huancavelica, 100, 130, y Castro Virreyna, 130; Pisco,
Ica, Nazca, 130; Lima, 200; Trujillo, 280; Quito, 490; que es lo más apartado
de dicho Pelechuco; que cuando se haga difícil o trabajoso de subir la cantidad
de Quito se puede remitir con el oro de Popayán al Nuevo Reino de Granada, o a
Panamá, por el puerto de Buenaventura, que son seis días de navegación; y todo
lo demás está tan acomodo para juntarse en el dicho Pelechuco, como está dicho;
siendo asimismo los caminos y pastos mejores de todo el Reino y muy baratos de
mantenimientos y acomodados de servicios. De todo lo cual carece Arica como es
notorio, que es la causa de la gran careza de los fletes que desde Potosí
corren hasta Arica y gastos que en ella se hacen; que serán bien la mitad menos
los desde Potosí a Pelechuco, por las causas referidas.
(…)
En Madrid y
Diciembre ocho de mil seiscientos y veinticinco años
Juan Recio de
León”
Gracias a la
gentileza de Luis Oporto Ordóñez, director de la Biblioteca y Archivo Histórico
del Congreso Nacional de la República de Bolivia y al personal a cargo de las
bóvedas, esta joya historiográfica llegó a mis manos. Solo actualicé los
topónimos para hacerla más comprensible. Por si quieren saberlo, el original
está en el British Museum. En este caso, lo tomé de la colección de Maurtua. No
pude evitarme todo este río de palabras, todo este aluvión de sentimientos,
todo este alimentar el cauce que me regresa una y otra vez allí donde termina
el mundo pero que, como ven, para el bueno de Recio, no era más que el lugar a
donde te llevaban todos los caminos, todas las huellas, todos los deseos. Todo
es posible.
*** Artículo de
Pablo Cingolani publicado en La Razón, La Paz, 23.11.2014
__
De
VIVIRDEBUENAGANA (blog de Miguel Sánchez-Ostiz), 17/05/2016
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