Ya me aprestaba a
aburrirme como un caracol en otro feriado nacional. Y desde luego, prepararse
para pasar hambre. Porque en estos días de asueto hasta el corpus se ralentiza
como saboteando el reloj interno. En contra de lo acostumbrado desayuné tarde, a
eso de las diez, una vergüenza para mi espíritu joven. Me zampé media palta, un
estupendo revuelto de huevos, dos panes integrales y café retinto producido en
mi viejo colador. Ni pensar llegar con apetito al mediodía y mucho menos
ponerse a cocinar por pura inercia. Ya planeaba pasar la tarde pegado del
televisor dando fin a rosquetes bañados en merengue, cacahuetes tostados de
Mizque, mandarinas y otras frutas de temporada como manda la tradición en
Corpus Christi.
Resulta curioso
que esta fiesta religiosa no tenga ningún platillo o preparado especial para
celebrarla. Pienso, por ejemplo, en los 12 platos de Semana Santa que
emocionaría a cualquier vegetariano sea cristiano o no. Tal vez suene
pecaminoso llevarse a la boca cualquier cosa que evoque al “cuerpo de Cristo”,
y por ahí va quizá la explicación de contentarse con frutas y ciertas golosinas
caseras que venden en inmediaciones de los templos católicos. Con razón, no se
ven chorizos hirviendo en aceite ni anticuchos humeantes durante estas frías
noches. Para sofocarse ya se tiene suficiente con el incienso del Señor.
Así pues, andaba
con la cabeza gacha, maldiciendo a todo dios por inventarse estos festejos sin
sentido. ¿O tiene chiste ir a idolatrar un pedazo de galleta dentro de una
urnita que un cura manipula como si fuera una lente o astrolabio? …un par de
hostias bien dadas se merecerían todos los beatos y beatas que acuden
presurosos, me dice el diablillo que cargo sobre los hombros. Menos mal que hay
espíritus solidarios aquí al lado de casa que, en un santiamén, telefonazo
mediante acabaron con mis arrebatos de melancolía. ¡Ocas al horno!; daba igual
el plato fuerte, me era irrelevante ya fuera lechón, carne o pollo. Igual con
la guarnición, como ver un raro arroz graneado sobre la mesa. Toda cosa
horneada no conjuga con arroz, según mi teoría. Pero bueno, fuera de ese desliz
el resto sabía una maravilla.
Ensalada de
vainitas y zanahoria hervidas, perfecto maridaje para manjares horneados.
Llajua sazonada con ramitas de suyco le dan el tono de picor que activan al
punto las glándulas salivares. Lo que viene es una catarata de sensaciones y
texturas impagables. Porque hay que ver, mejor dicho, sentir el gusto tostado
de una papa a la cascarita, devorándola como si fuera un durazno sin pelar. Ah,
casi como boccato di cardenale. De la oca (oxalis tuberosa)
con un toque de aceite o mantequilla ni hablar. Por algo será que los franceses
la han bautizado como “truffette acide”. Al menos un par de años me separaban
de su consistencia dulzona, harinosa, y piel ligeramente crujiente como se
saborea cuando es cocida al horno. Cada otoño tengo el placer de degustar este
tubérculo que crece sólo en la puna, de ahí su escasez y, a diferencia de la
papa, apenas sobreviven algunas variedades y no producen todo el año.
Yo las prefiero
de variedad amarilla, las más comunes, más dulces y cremosas que las blancas,
rojas o moradas que poseen un gusto más ácido y algo desabrido. El detalle para
cocinarlas radica en asolearlas por una semana o más, dando tiempo a que el
abundante almidón se transforme en sacarosa. Lo más normal es cocerlas al agua
y servirlas como postre. A mí me gustan, en vez de pan o mote de maíz, para
acompañar las sopas. Ese intercambio entre lo salado y dulce no tiene parangón
alguno. Ya olerlas cómo se van dorando en una lata dentro del horno de barro es
la madre de todos los vicios organolépticos.
Hoy, no calentó
el horno de barro. Valió el hornillo de la cocina para salvar las papas, como
decimos popularmente. El pollo se hizo querer por su buena pinta y contagiante
aroma. Yo me engolosiné con las ocas. Para lo demás anduve medio perdido, como
que me colaron refresco de ciruelas pasas creyendo que era de mocochinchi. Y
sí, me tendí la tarde pegado al televisor, devorando la tercera temporada de
Bron/ Broen y devorando maníes, mandarinas y uvas que había despreciado en la
sobremesa.
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De EL PERRO ROJO
(blog del autor), 26/05/2016
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