En 1977, Mario
Benedetti editó para la cubana Casa de las Américas la extraordinaria antología Poesía
trunca, reunión de autores latinoamericanos que tenían en común haber caído
en combate, o haber sido torturados y asesinados por los ejércitos o policías
de sus países 10 años antes de la publicación de la antología. Precedidos por
los versos de Ernesto Che Guevara, una curiosidad literaria,
aparecen allí generosas muestras del guatemalteco Otto René Castillo, los
nicaragüenses Ricardo Morales y Leonel Rugama, el peruano Javier Heraud, el
chileno Víctor Jara, el haitiano Rony Lascouflair, el haitiano-dominicano Jacques
Viau y el argentino Francisco Urondo. De los antologados, sólo el salvadoreño
Roque Dalton había muerto a manos de sus propios compañeros de lucha.
Se trata del
registro de un periodo clave de la cultura continental, cuando intelectuales y
artistas se sumaron a insurrecciones y resistencias nacionales y se pusieron al
servicio de las luchas de sus pueblos. La antología de Benedetti, un panteón,
una elegía, también es un museo de poetas notables, cada uno importante en la
literatura de sus respectivos países.
Dalton había
muerto apenas dos años antes, y su impronta era ya indiscutible. Julio Cortázar
contaba que hablar con Roque era como vivir más intensamente, como vivir
por dos. Que lo diga el autor de Libro de Manuel, si a intensidades
y desdoblamientos nos vamos.
Por cierto,
existe una grabación de Poesía trunca (Egrem, Cuba, 1978)
recientemente reditada en cuatro discos compactos, donde los autores son leídos
por Ernesto Cardenal (Rugama), Nicolás Guillén (CheGuevara), Juan Gelman
(Urondo) y Gabriel García Márquez (Ricardo Morales), entre otros. A Dalton le
da voz precisamente Julio Cortázar.
En Historias
y poemas de una lucha de clases (Oceansur, Melbourne y México, 2010),
literalmente escrito en las trincheras, justo antes de su muerte, Dalton
demuestra una audacia poética a tono con su propia audacia vital. En el pórtico a
esta nueva edición, que restituye a la obra su título original en vez de Poemas
clandestinos, el escritor salvadoreño Jaime Barba señala:
Este poemario, es
inevitable decirlo, desvela, no una realidad concreta (la poesía, lo sabe
perfectamente Roque Dalton, tiene otra misión), no un trazo político preciso,
sino una actitud vital. Sí, aquí el autor se divierte despotricando,
descalificando, mofándose. Está celebrando su regreso en medio de las balas. Se
está afirmando. No es trágico ni patético, prefiere su corrosivo buen humor
para labrar la palabra que el plañidero sonsonete del bardo lastimero ya
olvidó. Aquí Dalton ratifica que la palabra fresca es riesgo.
El periplo
revolucionario de Dalton lo llevó a la cárcel dos veces, a exilios en
Guatemala, México, Cuba y Checoslovaquia. Y a los clásicos viajes de
aprendizaje a la República Democrática de Vietnam y Corea del Norte. Un
hijo de su tiempo: presesentayochero, marcado por la revolución cubana de 1959,
comprendió el shock del aplastamiento soviético de Praga, fue
internacionalista y nacionalista, alma gemela de nuevo canto que recorría
el continente a principios de los años 70 del siglo pasado, antropólogo,
ideólogo, propagandista, combatiente, novelista, profesor, roquero,
descendiente bastardo de bucaneros ingleses y bandidos millonarios yanquis,
poeta.
No hace falta
mostrarse piadosos con sus concesiones dogmáticas (¿fallas poéticas?). Forman
parte de su todo. La experiencia Roque Dalton es inseparable de su
bibliografía, llena de estupendos poemas eróticos, costumbristas, narrativos,
surrealistas, de alabanza y vituperio. Una poesía tocada por la gracia del
humor satírico y la alegría (que no siempre van juntos).
Su obra poética
está compuesta por Mía junto a los pájaros (1957), La
ventana en el rostro (1961), El mar (1962), El
turno del ofendido (1962), Los testimonios (1964) y Los
pequeños infiernos (1970). De manera póstuma se publicaron Poemas
clandestinos, Los hongos, Un libro levemente odioso y Contra
ataque, además de la novela Pobrecito poeta era yo.
Según Barba, en Historias
y poemas Dalton apresuró el paso y se puso a cantar en coro una
canción disonante. Y admite: Es innegable que la poética de Roque
introdujo novedades sustantivas que han ejercido, y de seguro seguirán
ejerciendo, una influencia importante en la creación literaria de la región.
Por su coraje y también por su irreverencia.
No lejos de
Marcial, o de los epigramas de Ernesto Cardenal, la heterónima daltoniana Vilma
Flores escribía en Poeticus eficaccie: Podréis juzgar/ la catadura
de un régimen político/ de una institución política/ o de un hombre político/
por el grado de peligrosidad que otorguen/ al hecho de ser observados/ por los
ojos de un poeta satírico.
Sugerente mas no
ambiguo, irónico, romántico y rabioso, entusiasta a la manera de Miguel
Hernández, a través de otro de sus heterónimos Roque Dalton puede decir: Creo
que el mundo es bello, que la poesía es como el pan, de todos.
Y ya con eso.
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De LA JORNADA (México), 25/01/2010
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