«Rip se
despertó. 'Seguramente -pensó- he dormido aquí toda la noche. ¡Oh, ese frasco!
¡Ese maldito frasco!'...»
Se refiere Rip
van Winkle al bebedizo que le ofrecen los hombrecillos del bosque en el que se
ha extraviado y que le transporta a un tiempo sin tiempo, un sueño de tiempo
detenido.
Vuelvo a la
historia de Rip van Winkle una y otra vez. Desde niño: las lecturas de la
leñera, la cueva, el Tesoro de la Juventud, ilustraciones de Arthur Rackham...
Me parecía maravilloso poder vivir algo parecido, ahora que eso forma parte de
la mitología literaria personal, de las reminiscencias, me parece algo más
sombrío. La otra cara es el relato de Irving sin otros adornos que su
trasposición al presente, a cualquier presente y a cualquier historia personal
que esté teñida por el extrañamiento: el tipo que regresa a un mundo que le
desconoce, que lo ve como un viejo grotesco, un mundo que él, a su vez, no
entiende. Se ha perdido la vida que los demás, sus vecinos y familiares, han
vivido en su ausencia, porque eso es lo que pasa, que ha estado ausente y que,
a la manera de Oscar Wilde, si a su regreso no reconoce a nadie es porque ha
cambiado mucho, más de lo que supone, tanto que en vez de recuerdos, tiene que
inventarse una vida al paso.
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De
VIVIRDEBUENAGANA, 26/05/2016
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