Llegaba con frío
inusitado el Año Nuevo Andino Amazónico que, como los programas informáticos,
acaba de actualizarse con el parche de “y Chaqueño”, según vi en algún titular
de televisión, seguramente para embolsarlos a los matacos, tobas y otros
pueblos tupi-guaraníes en la chacota festiva de apuntar los dedos al sol para
recargar energías. No salía de mi asombro ante la noticia de que cada año van
apareciendo más “lugares sagrados” (traspasado la veintena y el conteo sigue)
que los del mismísimo Islam, para seguir atrapando turistas del Viejo Mundo y
del vecindario sudamericano, amén de los citadinos perezosos, para quienes se
habilitó la colina de La Coronilla en pleno centro cochabambino. Peregrinar
(deporte boliviano por excelencia) ya sale barato, del catre al cerrito median
dos pasos.
Eso sí, a correr
se dijo para ser ungidos en la frente con la sangre de una llamita recién
degollada para que nos traiga suerte, aseguran sus profetas. Y comer doce
chuños y estrenar calzón pluricolor, la wiphatanga, se rumorea en el
aire. Porque 5.524 años no son poca cosa, aunque no haya ni una muesca en las
piedras ancestrales que señale tal conteo, y según le oí a una socióloga u otra
estudiosa de ocios sociales, que el cálculo de tal data es más bien pesimista, pues
otras “investigaciones” señalan que andamos por el año cuarenta mil y pico, más
antiquísimo que la Atlántida y Tiwanacu juntos. Así que, mientras los
antepasados de los europeos vivían en cuevas y luchaban con huesos, entre
gruñidos; al otro lado del océano, las culturas americanas ya florecían,
especialmente los aymaras, el pueblo predestinado, que ondeando la pureza de
origen (el originalísimo barniz de llamarse “originarios”) pretende revivir
viejas glorias de un pasado dudoso. Tan neblinoso que no aportaron al progreso
humano ni un mísero clavo o rudimentos de escritura. Pero hete ahí, proclamando
a los cuatro vientos su “sabiduría milenaria” dispuesta a trastocar
conocimientos científicos.
Desde que hace
una década se iniciaron los jolgorios como política de Estado, se esperaba que
la plana mayor del reino plurinacional se trasladara a Tiwanacu, incluyendo
mucamas, eunucos y otros cortesanos. Todos estos años, aquel escenario rebosaba
de público variopinto, desde Ponchos Rojos a escuadras militares y cordones
policiales. Delegaciones diplomáticas, embajadores, funcionarios extranjeros,
eran conducidos en lujosas vagonetas a la gran ceremonia. Amautas, chamanes,
adivinos, futurólogos y demás sacerdotes de nuevo cuño proliferaban por el
lugar y se repartían los oficios. No faltaban ni los heraldos que cada cierto
tiempo soplaban sus caracolas anunciando la llegada de los rayos solares. Y el
extenso populacho, mezcla de turistas urbanos y gringos mochileros, se
extasiaba con los sahumerios y demás ritos que adormecen los sentidos.
Pero extrañamente
en esta ocasión no hubo tal aquelarre, por lo menos no en la proporción que se
esperaba. Supuso un alivio para las arcas del Estado, agotadas de tanto
financiar grandilocuentes parafernalias que solo aportan al mundo su componente
folclórico y exótico en desmedro de urgentes necesidades. No es que el régimen
se haya conmovido de las privaciones del pueblo (los discapacitados llevan ya
cuatro meses durmiendo sobre el pavimento sin torcer el brazo al Gobierno),
sino que efectuar las celebraciones sin el caudillo no tiene chiste. Por ello
redujeron la fiesta a una escueta ceremonia en la Casa Presidencial donde Su
Excelencia tuvo que resignarse a salir en traje de paisano y apoyado en su
muleta de fisioterapia. La maldición de los discapacitados había incapacitado
la rodilla goleadora del Messi de Orinoca, suena el rumor en la calle.
Así pues, el
feriado de pacotilla tuvo la virtud de malograr toda la semana. Brillante
manera de sabotear la productividad de un país que necesita sacudirse de estas
interrupciones, paros, huelgas, fiestas patronales y demás taras distractivas.
A modo de augurio de buen año, el vicepresidente jugando al matemático, aseguró
que entre 2025 y 2028 alcanzaremos a la economía chilena. Así no. Ni en mil
años que piensa durar -en calidad de momia- el Insustituible, como hace poco lo
calificó la inefable presidenta de la Cámara de Diputados.
El
Insustituible y sus adulones, a la espera de los rayos solares
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De EL PERRO ROJO
(blog del autor), 22/06/2016
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