Siempre que he
leído a Richard Ford, he recordado el tibio perfil narrativo de El
Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. Las analogías nunca son perfectas, pero
no creo equivocarme al afirmar que ambos orbes literarios son
auténticas epopeyas de lo banal y cotidiano. La banalidad puede ser la
antesala del mal, como sucede en el caso de Eichmann, pero en la mayoría de los
casos sólo es la urdimbre de lo real. Richard Ford ha compuesto un
ambicioso retrato de la América contemporánea, evitando las grandes palabras
que restan credibilidad a esta clase de empresas. Disléxico, mal
estudiante, nieto de la Gran Depresión, conflictivo y pendenciero en su
adolescencia, Ford debutó con dos novelas que cosecharon buenas críticas. Sin
embargo, las ventas fueron escasas. Con una prematura conciencia de fracaso, se
refugió en el periodismo deportivo. En sus primeros libros, prevalecían la
angustia y el pesimismo existencial, pero Frank Bascombe no tardó en llamar a
la puerta, pidiendo la palabra para rebajar el dramatismo e introducir un humor
sanamente corrosivo. Protagonista de un extenso ciclo narrativo, Bascombe no es
un hombre optimista, pero tampoco es un alma atormentada. Su perspectiva es la
del ciudadano norteamericano de clase media, con cierta formación intelectual y
unas expectativas mediocres, matizadas por una ironía indulgente. Bascombe no
es Ford. Bascombe es la mirada desencantada de un país, con el alma
herida y un irreprimible temor a la decadencia.
El periodista deportivo (1986) representó la consagración de Ford y el nacimiento de Bascombe. La novela abordaba los grandes mitos de América: la ambición desmedida, el previsible fracaso, el viaje como fuga hacia lo indeterminado, la soledad como destino no elegido, los afectos no correspondidos, el sentido de comunidad y un individualismo con tendencias antisociales. Este cóctel explosivo no desembocaba en un áspero nihilismo, sino en el sarcasmo, la lucidez y una sabia adaptación a las circunstancias. La prosa fluía lentamente, creando una atmósfera hiperrealista. El Día de la Independencia (1995) corroboró el gran talento narrativo de Ford, que recurría de nuevo a Bascombe para construir un largo monólogo. Estados Unidos aparecía bajo una luz más sombría. Una violación y un par de asesinatos recordaban que la violencia no es algo excepcional en la sociedad norteamericana, sino un telón de fondo que no cesa de producir ruido y furia. Bascombe, pírrico autor de una novela y solvente agente inmobiliario, no pretende comprender o cambiar su país. Se conforma con formar parte de su día a día. No se puede recriminar a Ford una prolijidad innecesaria, pues su intención es captar la respiración de América, excluyendo cualquier posibilidad de redención. No hay esperanza para sus personajes, pero tampoco perdición o condena. El juicio moral se suspende para ceder el protagonismo al testigo minucioso y desapasionado.
Acción de Gracias (2006) prosigue el viaje iniciado por Bascombe. Su vocación literaria sólo es un vago recuerdo, la vejez acecha y, con ella, un insidioso cáncer de próstata. La enfermedad acentúa la sensación de habitar un cuerpo que cambia, evoluciona y, finalmente, se desmorona. El negocio de vender casas funciona, pero las relaciones familiares se despeñan por la incomprensión o la indiferencia. Estados Unidos no deja de causar estragos, desatando guerras basadas en intereses comerciales. La retórica de la libertad y la democracia sólo convence a los ingenuos. Ambientada en las elecciones presidenciales que llevaron al poder a George Bush, Ford no esconde la perplejidad que le produce contemplar en la cúspide del poder a un majadero sin remedio. La Historia no se explica mediante grandes teorías. Detrás de muchos acontecimientos, sólo hay estupidez, codicia y cinismo. Bascombe no ignora que participa en una pantomima, pero se dispone a celebrar el día de acción de gracias, sin escatimar detalles. El pesimismo es antiamericano. Creer en el futuro y celebrar los lazos familiares no es una alternativa, sino una obligación patriótica. Bascombe no se cree esa monserga, pero acepta participar en una farsa colectiva. No contempla el porvenir con ojos ilusionados, pero su trabajo como agente inmobiliario -aparentemente prosaico- contiene un matiz utópico. Cambiar de casa no es algo intrascendente, sino un paso hacia una nueva vida.
Francamente, Frank (2014) es la última entrega de las peripecias de Bascombe. La destrucción causada por el huracán Sandy deja al descubierto las miserias de muchas familias. La desaparición física del hogar es una catástrofe espiritual, pues priva al ser humano de un precario arraigo. Es una buena oportunidad para un agente inmobiliario, pero sobre todo es una excelente oportunidad para un escritor que sueña con recuperar su vocación. Un huracán puede ser un punto de partida hacia algo mejor. O un simple paréntesis hasta el restablecimiento de la normalidad. De hecho, la rutina no tarda en disolver cualquier ilusión de cambio. Bascombe no logra reactivar su carrera como escritor, pero algo se ha transformado. Hay algo común en el dolor de las familias que han perdido su techo y en el de los excombatientes que regresan de Irak, muchas veces mutilados o fatalmente trastornados. Estados Unidos no deja de producir infortunio. Sus guerras no son humanitarias ni defensivas. Simplemente, su economía depende de ellas. Eso sí, no hay un reparto equitativo de los beneficios. Las catástrofes naturales se ceban con los más débiles, hacinados en hogares miserables y sin seguro médico. La prosperidad convive con grandes bolsas de pobreza. Es evidente que ese escenario no podrá prolongarse indefinidamente. El miedo a la decadencia no es un mito, sino un fin predecible.
Richard Ford no es Faulkner ni Steinbeck. En su literatura no hay ira. Sólo desencanto. Se puede decir que es un americano corriente. Sabe que pertenece a "la generación de la gran cagada", la que ha soportado las guerras de Corea, Vietnam, Irak y Afganistán. La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial provocaron un enorme sufrimiento, pero su superación insinuó la posibilidad de un futuro diferente. No fue así. Estados Unidos sigue en guerra, las crisis económicas se repiten cíclicamente, arrojando millones de vidas a la marginación y la desesperanza, y la verdadera literatura agoniza bajo una montaña de trivialidades. Ford no formula profecías apocalípticas, pero sabe que es el cronista de una lenta caída. Su literatura ya pertenece al terreno de los clásicos, pues nos ayuda a comprender y soportar nuestro tiempo.
El periodista deportivo (1986) representó la consagración de Ford y el nacimiento de Bascombe. La novela abordaba los grandes mitos de América: la ambición desmedida, el previsible fracaso, el viaje como fuga hacia lo indeterminado, la soledad como destino no elegido, los afectos no correspondidos, el sentido de comunidad y un individualismo con tendencias antisociales. Este cóctel explosivo no desembocaba en un áspero nihilismo, sino en el sarcasmo, la lucidez y una sabia adaptación a las circunstancias. La prosa fluía lentamente, creando una atmósfera hiperrealista. El Día de la Independencia (1995) corroboró el gran talento narrativo de Ford, que recurría de nuevo a Bascombe para construir un largo monólogo. Estados Unidos aparecía bajo una luz más sombría. Una violación y un par de asesinatos recordaban que la violencia no es algo excepcional en la sociedad norteamericana, sino un telón de fondo que no cesa de producir ruido y furia. Bascombe, pírrico autor de una novela y solvente agente inmobiliario, no pretende comprender o cambiar su país. Se conforma con formar parte de su día a día. No se puede recriminar a Ford una prolijidad innecesaria, pues su intención es captar la respiración de América, excluyendo cualquier posibilidad de redención. No hay esperanza para sus personajes, pero tampoco perdición o condena. El juicio moral se suspende para ceder el protagonismo al testigo minucioso y desapasionado.
Acción de Gracias (2006) prosigue el viaje iniciado por Bascombe. Su vocación literaria sólo es un vago recuerdo, la vejez acecha y, con ella, un insidioso cáncer de próstata. La enfermedad acentúa la sensación de habitar un cuerpo que cambia, evoluciona y, finalmente, se desmorona. El negocio de vender casas funciona, pero las relaciones familiares se despeñan por la incomprensión o la indiferencia. Estados Unidos no deja de causar estragos, desatando guerras basadas en intereses comerciales. La retórica de la libertad y la democracia sólo convence a los ingenuos. Ambientada en las elecciones presidenciales que llevaron al poder a George Bush, Ford no esconde la perplejidad que le produce contemplar en la cúspide del poder a un majadero sin remedio. La Historia no se explica mediante grandes teorías. Detrás de muchos acontecimientos, sólo hay estupidez, codicia y cinismo. Bascombe no ignora que participa en una pantomima, pero se dispone a celebrar el día de acción de gracias, sin escatimar detalles. El pesimismo es antiamericano. Creer en el futuro y celebrar los lazos familiares no es una alternativa, sino una obligación patriótica. Bascombe no se cree esa monserga, pero acepta participar en una farsa colectiva. No contempla el porvenir con ojos ilusionados, pero su trabajo como agente inmobiliario -aparentemente prosaico- contiene un matiz utópico. Cambiar de casa no es algo intrascendente, sino un paso hacia una nueva vida.
Francamente, Frank (2014) es la última entrega de las peripecias de Bascombe. La destrucción causada por el huracán Sandy deja al descubierto las miserias de muchas familias. La desaparición física del hogar es una catástrofe espiritual, pues priva al ser humano de un precario arraigo. Es una buena oportunidad para un agente inmobiliario, pero sobre todo es una excelente oportunidad para un escritor que sueña con recuperar su vocación. Un huracán puede ser un punto de partida hacia algo mejor. O un simple paréntesis hasta el restablecimiento de la normalidad. De hecho, la rutina no tarda en disolver cualquier ilusión de cambio. Bascombe no logra reactivar su carrera como escritor, pero algo se ha transformado. Hay algo común en el dolor de las familias que han perdido su techo y en el de los excombatientes que regresan de Irak, muchas veces mutilados o fatalmente trastornados. Estados Unidos no deja de producir infortunio. Sus guerras no son humanitarias ni defensivas. Simplemente, su economía depende de ellas. Eso sí, no hay un reparto equitativo de los beneficios. Las catástrofes naturales se ceban con los más débiles, hacinados en hogares miserables y sin seguro médico. La prosperidad convive con grandes bolsas de pobreza. Es evidente que ese escenario no podrá prolongarse indefinidamente. El miedo a la decadencia no es un mito, sino un fin predecible.
Richard Ford no es Faulkner ni Steinbeck. En su literatura no hay ira. Sólo desencanto. Se puede decir que es un americano corriente. Sabe que pertenece a "la generación de la gran cagada", la que ha soportado las guerras de Corea, Vietnam, Irak y Afganistán. La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial provocaron un enorme sufrimiento, pero su superación insinuó la posibilidad de un futuro diferente. No fue así. Estados Unidos sigue en guerra, las crisis económicas se repiten cíclicamente, arrojando millones de vidas a la marginación y la desesperanza, y la verdadera literatura agoniza bajo una montaña de trivialidades. Ford no formula profecías apocalípticas, pero sabe que es el cronista de una lenta caída. Su literatura ya pertenece al terreno de los clásicos, pues nos ayuda a comprender y soportar nuestro tiempo.
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De EL CULTURAL
(El Mundo), 15/06/2016
Fotografía:
Richard Ford por Santi Cogolludo
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