Cuando la
noticia, así sea mentira, embellece la realidad, bienvenida sea. Nos
acostumbraron, nos domesticaron para que mastiquemos y comamos todos los días
noticias que son reverendas mentiras y que no aportan nada más que confusión,
hastío y desasosiego. Así que leer una noticia, así sea falsa, pero que promueve
la imaginación y desata el entusiasmo, a mí me resulta grato, más allá de vanas
discusiones éticas, más allá del horror que conlleva la desinformación
deliberada y organizada. Pasolini vive: lo demás son lloriqueos
pequeño-burgueses, sombras nada más, diría el bolero.
¡Vaya alegría! La
noticia del día apareció en dos medios: Fox y luego fue refritada por RT en
español. ¡Imposible creerle a Murdoch y a los rusos! (me carcajea lo que acabo
de anotar). Copio el titular: Hallan en el desierto de Namibia un barco cargado
con oro español y luso naufragado hace 500 años. ¿Qué mejor anuncio que éste? A
ver, dime: ¿no mejora sensiblemente tu calidad de vida si te dejas llevar por
toda la evocación que arrastra ese barco extraviado en medio del desierto? ¿No
sientes toda la emoción contenida que desborda y te imanta con sólo leer el
titular? ¿No desmiente la luz de una gran historia la opacidad del presente?
Alguien dirá:
¿qué mierda importa un barco perdido en medio de un desierto? Esa es la raíz
del problema colectivo que padecemos. Seguimos perdiendo nuestra capacidad de
fascinación, seguimos entregando en cuotas o con tarjeta de crédito nuestro
espíritu de aventura, seguimos hipotecando a precio vil nuestra osadía. Lo
peor: seguimos renunciando, a diario, a la poesía, a la belleza, en suma: a la
libertad. Nos encorsetaron y nos metieron en una caja (boba). Nos cortaron las
alas y juran y nos hacen jurar y abjurar que no existen ni los ángeles ni los
barcos fantasmas, como el que hallaron los mineros de Namibia, esa sí, te
insisto, ¡qué historia!
“Y es que hay
mentiras que sientan tan bien / que parecen verdades ocultas (…) si me mientes/
miénteme bien”, gime, astillada, Buika, esa guineana-española-gitana que la
rompe cada vez que canta, y tiene razón ya que tampoco estamos listos para la
verdad, ¿y cuál verdad, decime vos? Y si te atreves a decirme alguna, miénteme
pero miénteme bonito, así seguiremos naufragando con el barco ebrio del
desierto de Namib, excavando con los mineros que encontraron un tesoro millonario,
y aunque ellos sigan pobres –igual que nosotros- cuando vayan y beban en la
cantina, les aseguro: tienen para contar una gran historia, de esas que dan
ganas de llorar o de bailar, de esas que son fiesta o son guerra, que no es lo
mismo pero es igual.
Esto hay que
saberlo: el que tiene una gran historia para contar, tiene una vida por delante
para hacerlo. La vida, en el fondo, es eso: un par de buenas historias contadas
para el que quiera escucharlas. Si es con licor de por medio, mejor. Lo anoté
en otro texto: la ginebra, agrega coraje y vuelve las mentiras más barrocas,
más bellas. Deja de leer y, si aún no la encontraste, busca tu historia. Para
saber contar, para saber mentir, primero hay que vivir, hay que saber vivir. Hay
muchos barcos namibios enterrados por ahí.
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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 10/06/2016
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