NO pude
verla en televisión, pero sí en Internet, la entrevista que se le hizo a Rafael
Chirbes en Sautrela. Con el acierto del observador perspicuo, el
escritor valenciano iluminó el corazón de la novela En la orilla con
el tropo del marjal, ese ambiente pegajoso y enlodado que se agarra a todo y en
el que nos hundimos, ese pantano a donde van a parar los detritos de nuestras
acciones.
Allí, hace
doscientos años, los campesinos arrojaban los cadáveres de los burros. Allí se
escondieron y murieron los maquis, perseguidos y tiroteados por la Guardia
Civil. Allí, en la época del desarrollismo, se arrojaron las telas asfálticas
defectuosas que contaminaron esas aguas y ese limo. Allí también, en el auge de
la construcción, se lanzaron vertidos. Asimismo, allí siguen las armas y los
coches de las mafias contemporáneas que han estado implicados en algo. Con
estas frases, Chirbes advertía la estratigrafía y la sedimentación de la
podredumbre de toda una sociedad.
Todos somos parte
de este humus cenagoso. Sobre él hemos construido nuestras ciudades, los
rascacielos, las torres, las avenidas y los puentes. Con Chirbes en la mente, a
uno le viene a la cabeza el nombre de otro valenciano, el del arquitecto
Santiago Calatrava. Los dos creadores son el anverso y el reverso del espejo en
la sociedad del espectáculo y la cultura del boom de los espejismos: uno, el
arquitecto, premio Príncipe de Asturias, ha sido uno de los emblemas de la
Cultura de la Transición oficial, mientras el otro, el literato, ha sido y es
la Contracultura de la Transición, la pluma contra la desolación en la
República de las Letras.
Quien pasea por
la ría bilbaína puede contemplar el Zubi Zuri, ese puente diseñado por
Calatrava e inaugurado en 1997, casi en la misma época que el museo Guggenheim.
Con la forma de un velero blanco, la pasarela emplea como materiales
principales el acero y el cristal, aunque en las noches de hielo y en los días
de lluvia las personas hayan llegado a resbalar y caerse por una falta de
previsión en su diseño. En un periódico, el arquitecto aparecía todo ufano y se
atrevía a afirmar que la ría podía convertirse en la "Quinta Avenida de
Bilbao", quizá porque tenía la intención de crear en Bizkaia un pequeño
Manhattan.
Siete años
después de aquella creación, Calatrava resumió su megalomanía en otra
entrevista:
"En todas
las ciudades hay edificios fuera de lo ordinario. La contribución de
determinados edificios extraordinarios, como el Guggenheim de Bilbao, es
restauradora. Restituye una imagen deteriorada. Es un prototipo. También en
muchas otras ciudades se hacen intervenciones en la periferia. Uno llega a la
conclusión de que un modo de dignificar el tedio, la decadencia, la ordinariez
de la periferia de nuestras ciudades, construidas hace 30 o 40 años, es
introducir edificios de calidad, que recalifican el sitio, le dan identidad y
hacen soñar a la gente que vive en sitios mejores."
Compendio de una
época, la era de la recalificación y del urbanismo acelerado hacía soñar a la
gente con sitios mejores, pero imposibles, alejados de la miseria cotidiana, de
su tedio y de su explotación. Y casi nos hemos acostumbrado a vivir en esa
ingeniería social y cultural de cristal, bajo la geometría de la
gentrificación, para luego percatarnos de que, debajo del sueño de las ciudades
espectaculares, estaban el dinero rápido y las pesadillas de las hipotecas. En
París, debajo de los adoquines estaba la playa, y en Bilboom Town , debajo del
titanio tenemos la marisma. Tanto en la orilla del Mediterráneo como en las
márgenes del Cantábrico, debajo del puente está el pantano.
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De NOTICIAS DE NAVARRA,
29/12/2013
Fotografía: Rafael Chirbes
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