Saturday, June 18, 2016

El pantano de Chirbes y el puente de Calatrava

IGNAZIO AIESTARAN

NO pude verla en televisión, pero sí en Internet, la entrevista que se le hizo a Rafael Chirbes en Sautrela. Con el acierto del observador perspicuo, el escritor valenciano iluminó el corazón de la novela En la orilla con el tropo del marjal, ese ambiente pegajoso y enlodado que se agarra a todo y en el que nos hundimos, ese pantano a donde van a parar los detritos de nuestras acciones.

Allí, hace doscientos años, los campesinos arrojaban los cadáveres de los burros. Allí se escondieron y murieron los maquis, perseguidos y tiroteados por la Guardia Civil. Allí, en la época del desarrollismo, se arrojaron las telas asfálticas defectuosas que contaminaron esas aguas y ese limo. Allí también, en el auge de la construcción, se lanzaron vertidos. Asimismo, allí siguen las armas y los coches de las mafias contemporáneas que han estado implicados en algo. Con estas frases, Chirbes advertía la estratigrafía y la sedimentación de la podredumbre de toda una sociedad.

Todos somos parte de este humus cenagoso. Sobre él hemos construido nuestras ciudades, los rascacielos, las torres, las avenidas y los puentes. Con Chirbes en la mente, a uno le viene a la cabeza el nombre de otro valenciano, el del arquitecto Santiago Calatrava. Los dos creadores son el anverso y el reverso del espejo en la sociedad del espectáculo y la cultura del boom de los espejismos: uno, el arquitecto, premio Príncipe de Asturias, ha sido uno de los emblemas de la Cultura de la Transición oficial, mientras el otro, el literato, ha sido y es la Contracultura de la Transición, la pluma contra la desolación en la República de las Letras.

Quien pasea por la ría bilbaína puede contemplar el Zubi Zuri, ese puente diseñado por Calatrava e inaugurado en 1997, casi en la misma época que el museo Guggenheim. Con la forma de un velero blanco, la pasarela emplea como materiales principales el acero y el cristal, aunque en las noches de hielo y en los días de lluvia las personas hayan llegado a resbalar y caerse por una falta de previsión en su diseño. En un periódico, el arquitecto aparecía todo ufano y se atrevía a afirmar que la ría podía convertirse en la "Quinta Avenida de Bilbao", quizá porque tenía la intención de crear en Bizkaia un pequeño Manhattan.

Siete años después de aquella creación, Calatrava resumió su megalomanía en otra entrevista:

"En todas las ciudades hay edificios fuera de lo ordinario. La contribución de determinados edificios extraordinarios, como el Guggenheim de Bilbao, es restauradora. Restituye una imagen deteriorada. Es un prototipo. También en muchas otras ciudades se hacen intervenciones en la periferia. Uno llega a la conclusión de que un modo de dignificar el tedio, la decadencia, la ordinariez de la periferia de nuestras ciudades, construidas hace 30 o 40 años, es introducir edificios de calidad, que recalifican el sitio, le dan identidad y hacen soñar a la gente que vive en sitios mejores."

Compendio de una época, la era de la recalificación y del urbanismo acelerado hacía soñar a la gente con sitios mejores, pero imposibles, alejados de la miseria cotidiana, de su tedio y de su explotación. Y casi nos hemos acostumbrado a vivir en esa ingeniería social y cultural de cristal, bajo la geometría de la gentrificación, para luego percatarnos de que, debajo del sueño de las ciudades espectaculares, estaban el dinero rápido y las pesadillas de las hipotecas. En París, debajo de los adoquines estaba la playa, y en Bilboom Town , debajo del titanio tenemos la marisma. Tanto en la orilla del Mediterráneo como en las márgenes del Cantábrico, debajo del puente está el pantano.

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De NOTICIAS DE NAVARRA, 29/12/2013

Fotografía: Rafael Chirbes

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