Sparring:
Cuatro segundos
sin aire. Uno, dos, tres, cuatro… (como si fueran eternos)
1: El golpe
preciso en la boca del estómago me quita el aire.
2: Pierdo el
equilibrio. Intento respirar, no caer, meter aire. Caigo.
3: Desde el lodo
puedo ver a estos hombres de uniforme, sin identificaciones. Uno sigue en la
motocicleta negra, destartalada y sin placas; esperando a ver qué hago.
4: El aire vuelve
con dolor, quiero hablar para pedir ayuda. Apenas puedo aferrarme a mi mochila
e intento alcanzar la grabadora que cayó a menos de un metro del anónimo
uniformado. Esto lo enfada más.
- No estarás
grabando, ¿no?
- No…
- Bueno,
cojudito, mejor que aprendas a no meter tu nariz donde no debes.
Los testigos
reclaman por qué me golpearon (benditos sean). El conductor de la motocicleta
sentencia:
- Ya sabes,
última vez.
Se van.
Segundos después
aparece una patrulla. Les cuento que intentaron quitarme la mochila, mis notas,
la grabadora y cuando me negué, recibí el golpe. Un policía joven y de trato
torpe, me dice:
- Si no hay
placa o nombres, no podemos hacer nada. Vamos a estar atentos, pero ¿te das
cuenta de que esto es una advertencia?
Una advertencia
por meter la nariz donde no debo. Un canal de drenaje donde venden droga. Sí, y
qué. Con una mezcla de enojo e impotencia, recuerdo esa tarde en que me metí en
este lío. Todo había empezado con un apretón de manos. Así nada importante.
Dos meses antes
de ese gancho al estómago, mientras trataba de entender cómo funcionaba esta
ciudad que estructurada en anillos, devora a quien no puede seguirle el ritmo,
conocí a Miguel. Miguel es un hombre viejo, delgado, que oculta las canas en
una gorra desgastada y que tiene la mirada fija sobre mí. Nada extraordinario.
Un tipo en la calle.
Alguna vez me
contaron que dar la mano al saludar era una forma de demostrar que no tenías un
arma y que podías ser confiable. Fue lo único que se me ocurrió cuando lo tuve
en frente, extenderle la mano. Él hizo lo mismo.
- Buenas
¿qué hace por mi humilde barrio? -me dice en tono de broma.
Ese día, y así,
conocí a Miguel Medina, quien a sus 56 años tenía las arrugas que te dejan la
nostalgia, unos pantalones blancos y la autoconfianza de quien ha recibido
muchos golpes en la vida.
- Yo fui
boxeador, creo que por eso sigo vivo. – Dice
El boxeador:
Miguel nació en
Riberalta, es el sexto de siete hermanos. El negocio de la familia eran la
castaña y la venta de madera. Cuando cierra los ojos y recuerda el monte puede
oler la tierra mojada.
Miguel cuenta que
aprendió a pelear en su pueblo. Para cuando se trasladó a Santa Cruz de la
Sierra a estudiar Ingeniería Civil, una de las primeras cosas que hizo fue
buscar un gimnasio dónde entrenarse. Quería ser boxeador.
- Es que al
toro hay que darle con qué torear, pues. -Dice riendo, aún con los ojos lejos,
35 años atrás.
Era 1980. Por
esos años el deporte preferido de la ciudad era el básquetbol. Ser boxeador era
algo extraño. Entrenar para pegarle a la gente iba en contra de la voluntad
civilizadora de los tiempos. Sin embargo, en esa época se forjaron leyendas del
boxeo nacional, como Hugo "Pacho" Olivares, el primer boliviano en
lograr el título latinoamericano de los pesos medianos de la Asociación Mundial
de Boxeo (AMB). Ese año llegó un promotor de la AMB. Y eligió a unos cuantos.
Para estar en esa selección había que hacer más que pelear. Había que ganar.
Miguel estaba decidido. Entre golpe y golpe atrajo las miradas de los demás
boxeadores y así consiguió su apodo.
- Me
pusieron 'Escocés'. No es un gran apodo. Al principio me daba vergüenza, pero
como en todo, uno se acostumbra.
- ¿Y por qué
la vergüenza?
- Yo tenía
un short rojo con negro, a cuadros. Lo usé en una de mis primeras peleas.
Cuando estaba arrinconado contra las cuerdas, recibiendo golpes, me di cuenta
que solo podría salir de un salto. Esperé que lance un golpe largo y levanté la
pierna. El short se rompió y quedó como una falda. Y qué te puedo decir. Ese
día no llevaba calzones.
Cuando el público
comenzó a corear: “Escocés” (bis), el oponente se distrajo. Miguel combinó golpes
al hígado, el estómago y la mandíbula, esa serie de golpes se convertirían en
su marca personal. El oponente, de quien nadie recuerda el nombre, cayó y
Miguel ganó la pelea, su apodo de boxeador y un lugar en el grupo. Hay días en
que la suerte se hace querer.
El campeón Hugo
“Pacho” Olivares desde su hogar, siete anillos lejos del ruido, dice que hace
mucho que no habla del boxeo, porque si bien le trajo muchas alegrías, también
le trajo dolor. Él fue implicado en un caso de narcotráfico que le costó la
pelea por el título mundial que debía disputar con el francés Gilbert Delé en
Francia. Estuvo un tiempo preso en el extranjero y aunque al final se probó su
inocencia, recuerda el episodio con amargura. Eran los 80 pues, el narcotráfico
había sentado sus reales en Bolivia. Se había extendido hasta los más altos
niveles de gobierno. Entonces teníamos incluso nuestro “Rey de la Cocaína”, un
hombre que no solo financió un golpe de Estado, sino que se convirtió en el
principal proveedor de Pablo Escobar, según el libro "Mi vida con
Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narco-Estado", escrito
por la esposa de Suárez, Aida Levy. Durante esa década, la coca se había
convertido en el 12% del Producto Interno Bruto del país. Para 1983 el tambor
de coca (100 libras) costaba 800 dólares. Una obscena cantidad de plata. Para
el final de la década, Bolivia producía cerca de 1.200 toneladas de pasta base
de cocaína. Esos días el narcotráfico no solo se había convertido en un negocio
rentable y peligroso, sino que había abierto la puerta sin salida para el
consumo interno, en todos los estratos sociales.
En esa época,
Miguel consumía cocaína. Al principio porque le ayudaba a beber más tiempo, a
ser el que más aguantaba, a ser el campeón. En 1983, tuvo la oportunidad de
hacer que su nombre tenga peso en el mundo del boxeo. Se embarcó en una gira
nacional con otros boxeadores, entre ellos, “Pacho”. Una de las paradas era
Tarija. Allá Miguel debía enfrentarse a Rogelio Jiménez, “La Perla Negra”, un
boxeador grande, bailador, con pegada bestial.
- Yo estaba
nervioso. El negro era fiero, pero yo no me iba a dejar. Estaba mareado cuando
subí al ring, pero una vez lo tuve en frente, fue o él o yo.
Lo que nadie le
había dicho a Miguel era que habían programado la pelea para que “La Perla
Negra” lo despedace. Era el chanchito del sacrificio. Se acordaron 6 rounds.
“La Perla”, un boxeador ya reconocido en esa época, de esos que bailan en el
ring, que tienen las manos en baja guardia, que juegan con el oponente y dan
ganas de darle un tiro, estaba listo para la que se supone sería una pelea
sencilla. “Pacho” recuerda el episodio con emoción y risa:
- Le hizo la
vida imposible a “La Perla”. Entró directo a arrollarlo, sin ver, sin pensar.
Fue una pelea hermosa. “La Perla” quería jugar con Miguel, pero no tenía tiempo
para nada. Cuando se dio cuenta ya estaba arrinconado recibiendo. Tres veces lo
tumbó Miguel ¡tres veces! ¡Nadie podía creerlo!
“La Perla” cayó
por primera vez. No era un chiste. No estaban para bailar, lo iban a romper.
Entonces comenzó a subir las manos, a cubrirse la cara, se olvidó del estilo.
Por cada golpe que daba, recibía tres. Miguel no era un hombre fácil de tumbar.
Era un toro que arrasaba con todo. “La Perla” recibe un golpe al hígado, cae,
los golpes siguen y el público comienza a aullar. Miguel recibe un golpe tras
otro, pero para él lo importante es no caer. Lo importante es “fajar” y
protegerse. Luego “La Perla” cae por tercera vez. La pelea termina por puntos.
Miguel Medina Roca, el beniano que habían llevado para que otro boxeador se
luzca, ganaba ahí donde nadie daba un peso por él. Ya entonces hacía lo que le
daba la gana. Ganaba. Se sentía campeón.
Miguel fue el sparring de
“Pacho”.
- Era bueno,
aguantaba, no era fácil de doblar. Cuando atacaba, pegaba fuerte, era
“fajador”, entraba y no le importaba nada, ni cuánto recibía; solo le importaba
dar, ganar. Miguel peleaba para el público, le gustaba escuchar a la gente
gritando.
Un fajador es un
boxeador que combate a corta distancia intercambiando golpes hasta que alguien
se desmorona. Digamos, Rocky Balboa. Todo lo contrario de un estilista, que
prefiere el combate a distancia y el desplazamiento contínuo sobre el ring.
Como Floyd Mayweather.
- ¿Y usted
qué tipo de boxeador era? - Le pregunto a “Pacho”.
- Con esa
pregunta hemos confundido a muchos (ríe). A mí me entrenaron en los tres
estilos básicos: fajador de corta distancia, el de media distancia, el
contragolpeador y el estilista. En las peleas había aprendido a jugar y cambiar
los estilos. Por eso perdí pocos combates, y nunca me noquearon.
- Entonces,
¿cambiar de estilo le ayudaba a confundir a su oponente?
- ¡Claro!
Como la pelea de Miguel con “La Perla”. Uno era fajador y el otro estilista, y
cuando comenzaron a atacarse, Miguel lo sacó de esquema. “La Perla” quería
cambiar de estilo, pero no podía y acababa cayendo. Al final, como boxeas es
como vas a acabar tu vida.
- …Como
boxeas, vas a acabar tu vida…
- Sí, mira,
Miguel fajaba, le iba de frente como un toro, no pensaba, ese era su defecto.
Todos los fajadores que conozco terminaron mal, dañados, porque son pues toros,
¿y cómo acaban los toros? Muertos.
- ¿El
fajador sólo gana en el ring?
- Mira,
había boxeadores grandes aquí. Por ejemplo, un argentino que ahora es peluquero
en Montero. Él era fajador, un gran boxeador, pero ahora se pierde, no puede
mantener una charla porque se va… los golpes le dañaron la cabeza. Otros
acabaron muertos o alcohólicos.
- ¿Y cómo es
cuando dos fajadores se encuentran?
- ¡Un
espectáculo! Eso le gusta a la gente, que se den, que se partan la cara. Pero
no es bueno, uno no debe pelear para el público. En el ring hay reglas y
técnica, el público no importa. Pero Miguel peleaba para el público, igual que
uno que era cargador en la estación argentina. “Mata toros”, le decíamos y
venía a entrenar, un fajador terrible, un día se agarraron con Miguel y
paralizaron a todo el coliseo. Se daban como si el cuerpo fuese ajeno. La pelea
no iba a terminar nunca. “Mata toros” golpeaba fuerte, imagínese un tipo que se
pasa ocho horas al día cargando peso y Miguel… (hace una pausa y los ojos se
llenan de nostalgia, traga saliva) y Miguel lo mejor que sabía hacer era atacar
y aguantar, aun cuando uno pensaba que se iba a caer, aguantaba.
- El día que
conocí a Miguel, lo primero que me contó es que él había sido boxeador, y que
quizá por eso seguía vivo...
“Pacho” se
percata que llevábamos mucho tiempo hablando de Miguel, del boxeo, de los 80, y
que si bien habían pasado 33 años, aún sentía la adrenalina. No podía contar un
solo episodio sin hacer la mímica perfecta de los movimientos de boxeador. Toma
un sorbo de café y me pregunta:
- ¿Y qué es
de la vida de Miguel?
- Tiene 56
años, trabaja reciclando aluminio, plástico y vendiendo algunas cosas de
segunda mano, vive en un canal de drenaje y es drogadicto.
Hugo “Pacho”
Olivares, hoy un hombre de pelo blanco, de esos seres humanos con los que
podrías sostener una charla sin mirar el reloj, el hombre que pudo vencer a
casi todos sus oponentes por knock-out, se queda en silencio,
tratando de digerir el golpe. Me pregunta.
- Pero,
¿está bien?
- Bueno, en
la medida de lo que su forma de vida lo permite, se ha ganado el respeto de la
gente ahí abajo.
- Es pues un
guerrero, no era fácil doblar a Miguel.
Fajar y resistir
Miguel tenía 19
años la primera vez que probó la pasta base.
- Vomité
todo, no podía creer que me haya caído tan mal, y probé una segunda y una
tercera vez hasta que bueno, me gustó.
- Pero si le
cayó mal ¿por qué seguir intentado?
- En esa
época, bueno, desde que me acuerdo, las relaciones sociales se hacían bebiendo,
y fumar me ayudaba a beber más tiempo, a aguantar más.
- ¿Y consume
desde los 19 años hasta ahora?
- Sí, al
principio solo para beber, luego… bueno me hice vicioso.
Lo que al
principio simplemente fue acercarse al vendedor de droga para consumirla, se
fue convirtiendo en desaparecer del mundo por tres días, una semana, entrando y
saliendo del submundo en el canal de drenaje. Había comenzado a vender todo lo
que había heredado: tierras, vacas y el negocio familiar.
Unos primos
decidieron ayudarlo enviándolo a vacunar vacas en el municipio beniano de
Reyes.
- A la
estancia que me mandaron solo se llegaba en avioneta. No había nada alrededor.
Yo estaba a cargo de los peones, me mandaron ahí porque pensaban que no podría
conseguir la droga. Já
- ¿Pensaban?
- Sí, es que
(suelta una risa de triunfo y casi en secreto) yo aprendí a fabricármela solo.
- Fabricar
cocaína ¿en medio de la nada?
- Sí, una
vez un vendedor me llevó donde la preparaban, y mientras esperábamos, yo comencé
a preguntar cómo se hacía esto y aquello, y bueno luego me di cuenta que tenía
todo lo necesario. El ácido de las baterías para los equipos, el querosén de
las lámparas, el diésel del generador de electricidad, la coca que nos mandaban
para los trabajadores y… la cal.
En la noche,
oculto en el monte comenzó a pisar la coca, a mezclarla con los químicos, armó
su propio laboratorio.
- La primera
vez me salió una cosa horrible, casi me muero al probarla, me quemó todo el
pecho.
- Y siguió
intentando, como cuando fumó la primera vez… (un fajador)
- ¡Claro! El
cuerpo pide, y estaba comenzando a desesperarme. A la tercera vez me salió algo
más o menos, ya luego fui sabiendo qué había que mejorar, y al final por cada
tres libras de coca, sacaba unos 50 gramos de pasta. Me alcanzaba para al menos
una semana.
- ¿Nunca se
dieron cuenta?
- No, uno
sabe, aprende cuándo drogarse. Yo fumaba de noche, me iba a andar al monte a
caballo, toda la noche, iba a cazar.
- ¿Qué
cazaba?
- Lo que
haya. A veces uno acaba cazando a sus demonios.
- ¿Y pudo
atrapar alguno?
- A varios
(se ríe, pero inmediatamente cambia el semblante) he visto y he vivido muchas
cosas. Cosas feas a veces.
Miguel cuenta que
a los meses de llegado a la estancia descubrió que estaban robando el ganado.
Cuando informó de esto, le pidieron que se hiciera cargo del problema.
- Y me hice
"cargo" del ladrón.
- Entonces
usted…
- Sí, pero
no quiero hablar de eso.
- ¿Eso fue
lo que hizo que vuelva a Santa Cruz?
- Sí, vine a
ocultarme, me fui a La Frontera.
La Frontera era
un “barrio” detrás del Parque Industrial de la ciudad. Hace 32 años, los
primeros adictos a las drogas formaron su propio barrio un lugar donde podían
drogarse hasta morir, construyeron pequeñas casas con maderas y lonas. Ahora no
existe, fue loteado. Miguel vivía ahí, reciclando plásticos que vendía en una
empresa del Parque Industrial. Tenía una casucha y unas bolsas para recolectar.
Miguel ya tenía 40 años. Llevaba 21 consumiendo pasta base y al menos 18 de
ellos, de forma diaria. Para cuando nos conocimos tenía 56 años y aunque el
deterioro de la edad y la calle habían pasado por su cuerpo, extrañamente no
presentaba el daño que los expertos esperarían de un consumidor como él. Ariel
Rojas, psiquiatra del Hospital Psiquiátrico Benito Menni, explica que el
mecanismo de acción de la droga varía en cada sujeto. Es por eso que el efecto
mismo de la pasta base es tan variable como las personas. A algunos los pondrá
eufóricos, a otros depresivos, a otro le pegará más fuerte y le producirá
síntomas psicóticos. La pasta base de cocaína (conocida también como paco,
bicha, bazuco o carro) se produce con los residuos de la cocaína y es procesada
con químicos como el diésel, queroseno y ácido sulfúrico. Los efectos
secundarios de la droga van desde la destrucción del aparato respiratorio hasta
la taquicardia, (los manuales médicos suman alrededor de una treintena de
efectos secundarios). Pero el caso de Miguel es tan particular como su
historia. Dice que aprendió a regular su consumo, porque sabe que la droga, la
pasta base que fuma, hace daño y así, como en su pasado de boxeador, ataca y
resiste. No se deja fajar.
- En algún
momento ¿quiso salir de aquí?
- Pude. De
hecho ahí está una de las historias más increíbles que me pasaron en la vida,
pero usted no me va a creer.
- A ver…
- Mi
ayudante y yo estábamos recolectando plásticos, y en el basurero de un banco
encontramos una bolsa que estaba llena de algo. Más tarde, cuando nadie nos
miraba, abrimos el paquete y estaba lleno de plata. Nos fuimos a un alojamiento
de esos que hay en el mercado Los Pozos y comenzamos a contar y repartirnos
como si estuviéramos jugando cartas.
- ¿Cuánto
había?
- Cuarenta y
cinco mil dólares y quinientos bolivianos. Sí ¿suena increíble no? Nos
repartimos una cantidad para mi ayudante, y una parte más grande para mí,
porque era el maestro y el que encontró el paquete.
- ¿Y qué
pasó?
- El
muchacho se volvió a La Frontera. Parece que quiso imponérsele con la plata al
jefe de ahí y lo mataron. Apareció muerto. Todo normal.
- ¿Y usted
qué hizo con su parte?
- Me compré
una ropa bonita, luego me fui a la 'La Playa' (el lugar donde venden autos
usados) y me compré una vagoneta, y ¡listo!
- Listo
para…
- Para hacer
trabajar la plata, ahora sí podía salir de pobre…
Para Miguel,
“hacer trabajar la plata” significó ir al Chapare a comprar ladrillos de pasta
base para venderla y convertirse en distribuidor. Comenzó a comprar armas para
protegerse, joyas. Comerció con ellas, claro, seguía fumando. Según él, tenía
el plan perfecto para salir de esa vida, de sentar cabeza. Iba a vender droga.
- ¿Y qué
pasó con el plan?
- Yo tenía
mi mujer, y también mi amante. Con mi amante íbamos a Cochabamba a comprar la
droga, y parece que alguien me denunció con mi mujer. Ella fue a la Policía. Me
agarraron justo cuando hacía una entrega, me encontraron con siete kilos de
cocaína y fui a la cárcel.
La cárcel le tocó
a los 50 años. El primer día, él y tres más fueron arrojados al pabellón de
máxima seguridad, donde domina un grupo llamado ‘La Pesada’. Le dieron la
“bienvenida”. Ésta consistía en una pelea con otro interno más antiguo. Miguel
fue el primero en pelear. Su primer oponente fue un brasilero musculoso quien
se reía al verlo viejo, flaco y asustado… pero una vez más, como en 1983, ser
subestimado se convertiría en su ventaja. Esta vez no había guantes, ni ring,
réferi ni reglas.
- Al primero
le gané en dos golpes. Se enojaron y me trajeron a otro que tampoco aguantó
mucho y me mandaron un tercero. No podían creer que yo aguante. Igual lo tumbé.
Yo creía que me iban a matar, así que recibía y repartía golpes como loco. Pero
con estilo.
En la cárcel de
Palmasola todo aquello de lo que se pueda sacar un rédito, es aprovechado.
Miguel se convertiría en una buena fuente de ingresos para los apostadores que
le daban algo de dinero por hacerlos ganar. Ahí hacían pelear gente por dinero,
como se hace pelear a los gallos.
- Yo no
quería pelear, pero comenzaron a amenazarme. Uno de los jefes, “El Gordo
Killi”, me dijo que si no peleaba me iban a apalear; además, el primer día que
llegué me quitaron todo, mi ropa, mis pertenencias, todo.
- ¿Tuvo que
seguir peleando?
- Claro,
pero les puse una condición: Yo peleaba unas cuantas más, pero que con la plata
que gane, quería irme a Régimen Abierto.
- ¿Cuántas
peleas fueron hasta eso?
- Unas
cinco. En la última, la bolsa de la pelea era de tres mil dólares ¿Se imagina?
Presos apostando tres mil dólares en una pelea. Me gané unos pesos y pagué mi
cuota para que me dejen salir a Régimen Abierto.
- ¿A quién
le pagó?
- Ni a usted
le conviene saber ni a mí decirlo. Pagué y me pasaron a Régimen Abierto, eso es
lo que importa.
- ¿Cuántos
meses estuvo en máxima seguridad?
- Dos meses,
a la merced de los de La Pesada.
- ¿Y en
Régimen Abierto, peleaba?
- No, ahí
tuve la suerte de dormir solo dos días en pabellón. Luego me hice amigo de un
narco poderoso y me convertí en su seguridad a cambio de dormir en su
departamento y comer comida de restaurante. Tenía que cuidarlo, lavar su ropa y
mantener limpio el apartamento.
- ¿Y cuánto
tiempo estuvo preso? Porque si lo agarraron con siete kilos de pasta base usted
debería haber recibido mínimo quince años de cárcel.
- Sí, estuve
cuatro meses más en Régimen Abierto, seis meses en total en la cárcel. Mi
exmujer me hizo un trato: le firmaba un papel en blanco para que se quede con
todo lo que yo había acumulado, terrenos, joyas, armas, todo, y ella me daba lo
que yo necesite para pagar y salir.
- ¿A quién
le pagó?
- El
abogado, la fiscal y el juez se repartieron doce mil dólares.
- ¿Por qué
puede decirme a quién le pagó para salir de la cárcel y no a quien le pagó para
cambiarse de pabellón?
- No dije
nombres, además esos doce mil dólares también borraban el rastro de la causa.
La relación de
Miguel con la droga es una constante. Él entiende que salir de la droga es con
droga, que transformada en dinero, puede convertirse en una nueva vida. Es el
único mundo que conoce.
- Y al salir
de la cárcel ¿siguió en el mismo negocio?
- Claro, es
a lo que le sé, además salí de la cárcel a la calle, no tenía dónde ir, hacen
años que mi familia no sabe nada de mí, este negocio lo conozco, en esto soy…
- ¿El
campeón?
- Sí, ¡el
campeón de la pasta! (risas) ¿Ve? Por eso me decían que yo tenía “Pasta pa´
campeón”.
El canal
Náuseas.
Las náuseas son
el anuncio de la llegada del vómito, una advertencia, quizás uno de los
mecanismos de supervivencia más primitivos que conservamos como especie. Nos
anuncia el peligro cuando hemos comido algo en mal estado, cuando hay algo
podrido, cuando el cuerpo ya no puede resistir el miedo. La náusea es la forma
en la que el cuerpo te arrastra lejos de lo que cree te puede hacer daño.
Dicen los
expertos, los que aprendieron a domesticar las náuseas, que hay un truco de
engañar al cerebro para que se olvide de que viene el vómito. El truco es
sonreír. El gesto de la sonrisa puede estimular los pares nerviosos y hacerle
creer al cerebro que todo está bien.
La primera vez
que bajé al canal de drenaje fue un día infernal de 33 grados centígrados a la
sombra, justo un día después de dos días de lluvia. El olor era tan penetrante
que se podía sentir en la nuca. La náusea, yo intentando sonreír y esa realidad
más fuerte que el hedor.
Santa Cruz de la
Sierra tiene 300 kilómetros de canales de drenaje, y pese a que no hay cifras
actuales, en 2010 se reportaba que existían 11.200 "hombres topo"
(nombre con el que se conoce a quienes viven en los canales). De esa cifra se
considera que un 35% son “indigentes esporádicos”, es decir, que cada cierto
tiempo regresan con sus familias.
Duberty Soleto,
director de la Secretaría de Políticas Públicas del Gobierno Departamental de
Santa Cruz, dice que el año 2015 se realizaron 40 operativos de rescate, en los
que se retiró a las personas que viven en los canales de drenaje y en las
riberas del rio Piraí. Dice que los enviaron a hogares o centros de
rehabilitación de administración delegada, (iglesias o a ONG´s a los que la
Gobernación aporta con dinero), ya que no se cuenta con centros propios.
Javier, un
teniente de Policía que pidió llamarse así, cuenta que los operativos más
grandes que se realizaron fueron durante la Cumbre G77 +CHINA, y la llegada del
Papa Francisco. En ambas ocasiones, el problema no era social, era estético.
“Esa gente” daba mal aspecto a la ciudad, entonces la orden era de cargarlos en
camiones y dejarlos lo más lejos posible.
- Incluso
una vez los fueron a botar en la carretera a Samaipata. - Dice el policía entre
risas.
Intenté hablar
sobre el tema con el Municipio, pero ese día el Oficial Mayor de Desarrollo
Humano renunciaba, y en la Policía, los altos mandos estaban muy ocupados en la
organización de la seguridad durante el Carnaval. Daban ganas de ir a llorarle
a Gardel. Pero acá no tenemos eso. Un Gardel.
Las versiones
extraoficiales que pude recabar no variaban demasiado de las planteadas por la
Gobernación. Hay un juego de poder, y todo apunta a la legislación y a la falta
de una política de Estado sobre el tema de los hombres topo.
Y aunque la Policía
reporta haber incautado en 2015 casi 12.383 kgs de cocaína, aprehendiendo a 846
personas; el microtráfico sigue cobrando más y más vidas. Microtráfico. Esa es
la palabra. En esa red está atrapado Miguel.
Pero, ¿cómo se
organizan estos grupos, estos “gremios”? A esta pregunta, tanto los policías
como el personero de la Gobernación, me dicen que no pueden responder. Que sí
saben que existen sistemas de comunicación para prevenir la llegada de los
operativos o la presencia policial, pero que desconocen que haya una
organización como tal. Total, son gente sin hogar. Drogadictos. Qué
organización van a tener. Olvidan que son humanos. Y los humanos nos
organizamos. Siempre.
Para la mayoría
de la gente, el vivir en el canal de drenaje solo es una extensión de la
adicción, y que este espacio es un escondite para después de robar, o para
consumir la droga. Es el Wonder world de los perdidos.
Quise saber cómo
vivía Miguel, y él me sirvió de guía en este submundo, este otro mundo.
- ¿Quién
manda aquí?
- Aquí en el
canal hay un jefe que tiene varios apodos: “El Luci” (por Lucifer), “El one”;
cuatro subjefes, cada uno tiene mínimo dos personas que hacen de
guardaespaldas. También están los campaneros, que son siempre muchachos, chicos
que están en la superficie, fuera del canal, atentos, varios repartidos por la
extensión del canal, pero al menos cuatro cuidando la rotonda donde vive el
jefe.
- ¿Él es el
que pone orden?
- No, ese es
“El Disciplina”, es como un comisario, él se encarga de que las reglas se cumplan
y de arreglar los problemas entre la gente.
- ¿Cómo qué
problemas?
- Deudas,
robos, cosas así. Si vos me debes plata, en lugar de pelear, vamos donde “El
Disciplina” y él dice como solucionamos.
Existen reglas
que todos, incluso los visitantes como yo, deben cumplir.
· No se
puede entrar al canal de drenaje en cualquier momento, menos aún si se lo hace
desde el punto central, la rotonda, que tiene como adorno una fuente de aguas
danzantes, perfecta para distraer. Se debe esperar a que los automóviles estén
en movimiento.
· No se
puede robar al menos a 500 metros dentro del radio del canal, y si se lo hace,
no se debe escapar al canal.
· No se le
pega a las mujeres (esta regla es la que tiene la máxima pena, quien incurra
será golpeado y pasará por “la calle de la amargura”).
En fin, las
reglas de convivencia se basan en pagar las deudas, cuidarse entre ellos, y ser
invisibles ante la gente. Llamar la atención lo menos posible, porque atención
significa policías y policías a veces significa extorsión. La moneda básica es
la pasta base, las deudas se pagan en droga, y el estatus se obtiene con dinero
para manejar droga. Los cuatro subjefes (tres hombres y una mujer) son
distribuidores que “hacen trabajar” la mercadería. Los campaneros y seguridad
trabajan por droga. La moneda máxima es una caja de fósforos que contiene
aproximadamente 50 gramos. Cada uno de ellos trabaja por la cuarta parte de una
caja. Miguel no está en la estructura. Pero es respetado por sus años y sus
puños y puede estar cerca de los jefes sin problema.
Los compradores
son variados. No solo los que viven en el canal la consumen. Autos de lujo se
acercan, dan dinero, van al punto contrario de la rotonda y hacen el
intercambio de manos. Albañiles, chicos bien, camioneros, taxistas, chicas
bien, hombres de oficina, artistas, malabaristas callejeros. A todos les gusta
la miel.
En dos meses de
observación, siempre entre las 18:00 y las 19:30, vi intercambiar dinero por
droga delante de los ojos de la ciudad.
- ¿Y la
pasta sólo es de la misma o hay categorías? Digo, porque la que compra el tipo
del Mustang negro no debe ser la misma que la que compra “El trauma” (un
mecánico que religiosamente va de “shopping” a las 19:15 de todos los días, a
comprar su dosis).
- Hay pues.
Hay tres tipos de pasta, y los precios varían. Están por ejemplo: “La pela
ojos”. La cajita de fósforos de eso cuesta como Bs 300. “La que enamora” cuesta
Bs 200 la cajita. Y está “la cafecita”, que es la más barata. Cuesta Bs 100 la
cajita.
- ¿Por qué
esos nombres?
- “La pela
ojos”, porque es la más pura, su efecto es poderoso. “La que enamora”, porque
es la que se invita, la que sirve de gancho para que vengan. Y “La cafecita”,
porque es la más sucia, lo último en el refinado, esa es la que más se vende al
raleo, cuesta 10 Bs la dosis, el sobrecingo.
El día 14 que voy
a la rotonda, espero en el mismo semáforo de siempre. En cuanto soy detectado
por los campaneros, hay una rotación casi sincronizada dejando libres a tres,
que vienen directamente hacia mí. Tres flacuchos de cara chupada, con las manos
que les cuelgan casi llegando a las rodillas.
- Vamos
abajo que el jefe quiere hablar con usted. - Me dice “El eléctrico”, un moreno
que tiene los pelos parados de tan sucios.
- ¿Y de qué?
- Digo tragando tanta saliva que apenas puedo acabar la frase.
- Usted
viene mucho, no compra y le parece raro, vamos tranquilo, no va a pasar nada.
En la entrada al
túnel desde donde gobierna “Luci”, hay un tipo alto y robusto. Me pide que me
saque los zapatos para entrar a un túnel de un metro de altura. Voy agachado
hasta que me encuentro a un hombre cuarentón, armado, con el torso desnudo,
moreno y con el tono pausado como un profesor de escuela que habla para que
cada palabra sea comprendida.
- Dicen que
ya lleva días rondando por aquí, y quería saber si podíamos servirle de algo.
-Ambos sabíamos que era una falsa cortesía, que la pregunta era clara.
- Escribo un
artículo, sobre Miguel, el que era boxeador antes. -Digo masticando cada vocal.
- ¡Ah! El
viejo Miguel es famoso. ¿Va a salir en la prensa? Si es así, vaya tranquilo
nomás, que voy a dar la orden de que ninguno de estos pendejos le toque un
pelo. Vaya nomas gordito, eso sí, Miguel le va a decir cuándo puede y cuándo no
puede venir. Usted sabe, a veces el negocio se pone fuerte.
El “Departamento”
de Luci, es claramente más cómodo que el de cualquiera que viva en ese mundo.
Incluso tiene divisiones para que duerman los encargados de su seguridad.
El día 16,
descalza y drogada, “Génesis”, como pidió que la llame, me ofrece sus
servicios, e incluso me detalla un tarifario que va desde sexo oral en la plaza
cercana, hasta una noche en el alojamiento “de preferencia del cliente”.
Marketing total. Me niego, se enoja, se desespera.
- Ya pues,
mira que no hice nada de plata y ya no tengo ni para comer.
No tarda mucho en
conseguir un cliente. Un taxista a quien no le importa parar el tráfico para
embarcarla. Cerca de una hora después, cuando la trae de vuelta, le pregunto al
taxista por qué llevarse a esa chica si no muy lejos hay un conocido prostíbulo
en la ciudad.
- Es que
estas no son como las putas normales. Esas son escogedoras, que no hagas esto,
que no así, que así me duele. A estas le vas subiendo unos pesos y hacen lo que
quieras. - Dice orgulloso. Y se va.
Según el doctor
Ariel Rojas, el efecto de la pasta base es tan corto (5 minutos en promedio) y
el proceso de abstinencia tan largo, que el sujeto intenta acortar los periodos
de abstinencia, consumiendo cada vez más y más. Y el efecto es el deterioro no
solo físico, sino también social, ya que todo lo que ha construido, hogar,
familia, trabajo, ya no tiene más valor, porque el adicto se vuelve muy
disciplinado con la substancia. Tan disciplinado que puede dejar de lado
incluso el propio cuerpo con tal de cumplirle a quien manda ahora: la droga.
Es mi visita
número 17. Se supone que este día no debo venir. Hablo con un vecino, quien con
algo de miedo, acepta dejarme subir a la terraza del 5to piso de su casa.
Quiero ver lo que pasa. Ahora desde arriba. A las 15:30, una vagoneta Toyota
blanca sin placas ni marcas distintivas, aparece cerca de “la puerta trasera
del jefe”. Un hombre, con una mochila negra se baja del auto y en cuanto el
tráfico se mueve entra al canal. Sale cinco minutos después sin la mochila,
pero con un pequeño paquete envuelto en periódico. Espera a la vagoneta y sube,
avanzan un poquito. Paran cuenta algo, quizás dinero.
A las 17:30 un
auto nuevo, con vidrios obscuros y también sin placas, para en el mismo lugar.
Dos hombres con chalecos negros, y corte de pelo militar, bajan del auto. Uno
se queda afuera esperando al otro. Tres minutos después sale bromeando con la
seguridad del canal, suben al auto y se van.
Días antes Miguel
me decía.
- Los días
de entrega, primero viene el proveedor y un rato después, vienen los verdes a
cobrar sus verdes.
Pura poesía.
Todo.
A las 18:00, como
todos los días, comienzan a llegar cual hormigas al azúcar los clientes
internos y externos. Es casi una danza coordinada entre el tráfico, los campaneros
y los compradores. Mientras la luz del sol da paso a las de las luminarias,
este baile tiene fin a las 19:30. A esa hora, si usted se detiene en el puente
desde donde puede mirar a ambos lados del canal de drenaje, podrá ver chispazos
de luz intermitentes, como las luciérnagas en esas carreteras oscuras. Uno a
uno, hasta donde la vista llegue, habrá una pipa encendiéndose, alumbrando por
un instante tan fugaz como el efecto mismo de esa fumada. Es la horita feliz.
También para Miguel.
Ahí, en el canal,
cuatro anillos lejos del poder, sazonadas con la droga está mezclada la
miseria, la adicción y la enfermedad mental, pero a la mirada de la ciudad no
son más que un problema estético a resolver, un dolor de cabeza para los
policías.
- Hay mucha
gente a la que le conviene que esto siga así. Desde ONG´s que reciben fondos,
hasta distribuidores de droga. Es un negocio grande, advierte el Dr. Soleto,
desde su oficina en la gobernación del departamento.
Son las 19:50 del
día en que vería por última vez a Miguel. Me dice que ojalá alguien de su
familia lea esto, así sabrán que está vivo, y que va a seguir peleando.
- Fajar y
resistir - Le digo.
- Aguantar
hasta que no se pueda más, hasta que uno quede frío y ojalá lo entierre su
familia, y no que un tipo de la morgue lo arroje a uno a la fosa común. Como si
fuera un perro.
Nos despedimos y
mientras camino pienso en la gente que vi beneficiándose directa o
indirectamente de la miseria. El vendedor de drogas; Doña Carmela, que les
vende comida que prepara recogiendo las verduras de la basura del mercado y
comprando la carne que se está a punto de tirar; el hombre de chaleco negro que
cobra dinero; los Albertos, que son quienes compran cosas robadas; los hombres
de uniforme que les quitan plata, las tiendas de barrio. Sí, es un negocio muy
grande.
Cien metros
después de la despedida con Miguel, unos hombres de uniforme, sin
identificaciones, en una moto negra y china, sin placas. Frenan de golpe y me
preguntan qué hago tanto en la rotonda. Apenas preguntan, uno se baja e intenta
quitarme la mochila y vuelve a preguntar:
- ¡Qué
mierda haces todos los días en la rotonda!
- ¡Escribo
sobre el ex boxeador!
Entonces viene el
gancho directo al estómago, la falta del aire, el reclamo de la gente por el
abuso, la advertencia. Y pienso en ese momento que Miguel ha aguantado más que
esto. Pienso en fajar y en resistir.
Pienso en su
pasta de campeón.
__
De EL DEBER
(Santa Cruz de la Sierra), 01/06/2016 (publicado en separata)
PASTA DE CAMPEÓN
obtuvo el Segundo lugar en el Premio Nacional de Crónica Periodística “Pedro
Rivero Mercado”, 2016
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