Friday, June 3, 2016

Prefacio a “Memorias de un terrorista” de Boris Savinkov


ANDREU NIN

Editorial Cenit, 1931. Andreu Nin también realizó la traducción del ruso al castellano

Hace cinco años que una simple nota en la Prensa daba cuenta de que Boris Savinkov, una de las figuras más destacadas del terrorismo social-revolucionario ruso, se había suicidado arrojándose desde una ventana de la cárcel de Moscú, en que estaba recluido. La noticia de esta muerte, que en otra época hubiera producido sensación, pasó casi inadvertida. Y es que en los últimos años se había producido un acontecimiento histórico de inmensa trascendencia: la revolución de Octubre, que en el fragor de la lucha había asignado a cada cual su puesto. Savinkov, en esa lucha, estuvo del otro lado de las barricadas, con la burguesía y el imperialismo mundial y contra el proletariado triunfante. Ministro de la Guerra con Kerenski, colaboró, después de la caída de éste, con los generales Kaledin, Kornilov, Kolchak y Wrangel; organizó la insurrección antisoviética de Yaroslav, el grupo de terroristas que preparó los atentados contra los caudillos más eminentes de la revolución proletaria, las partidas que, subvencionadas por Inglaterra, Francia, Checoeslovaquia y Polonia, desarrollaron una actividad criminal en el territorio de la primera República obrera. Finalmente, en el verano de 1924, fue detenido en la URSS, adonde se había dirigido clandestinamente con el fin de organizar un complot contrarrevolucionario. Ante el Tribunal que le condenó a muerte, Savinkov reconoció que se había equivocado y que reconocía que la República Soviética contaba con el apoyo decidido de las grandes masas obreras y campesinas del país. El Consejo General ejecutivo de los Soviets le conmutó la pena de muerte por la de diez años de reclusión; pocos meses después, el famoso terrorista se suicidaba. Si su arrepentimiento era sincero, aquel trágico fin fue lógico. El tremendo error sufrido había de hacerle insoportable la existencia, y, para lavar la culpa mediante una colaboración honrada y oscura en el Poder Soviético, era ya tarde: Savinkov tenía cuarenta y seis años y había de pasar diez en la cárcel. Para un hombre como él, esencialmente activo, la muerte era cien veces preferible a la pasividad y a la atmósfera de desconfianza que le rodeaba.

En la lucha contra el zarismo, el nombre de Savinkov ocupa un lugar preeminente. En los primeros años de su actuación política formó parte de los grupos socialdemócratas. Pero éste fue sólo un episodio accidental y efímero. El marxismo no lo sentía ni lo comprendía. Deportado a Vologda, se adhirió al partido de los socialistas revolucionarios, cuya ideología y cuyos métodos respondían mejor a su mentalidad y a su temperamento. Fue en dicho partido, en su organización de combate, donde hizo verdaderamente sus primeras armas, y con él siguió la trayectoria que había de conducirle de la lucha contra la autocracia zarista a la actuación netamente contrarrevolucionaria.

En las Memorias que aquí ofrecemos al lector, Savinkov aparece retratado de cuerpo entero.

Como todos los "social-revolucionarios", era, según la magnífica expresión de Lenin, "un radical burgués con bombas en el bolsillo”. Y por esto su revolución -aparentemente paradójica- no era, en realidad, más que la lógica consecuencia de su ideología. Como es sabido, los miembros de este partido se consideraban más revolucionarios que los marxistas por el hecho de emplear, en la lucha contra el zarismo, los procedimientos terroristas. Y de esto hacían una cuestión de principio.

En Savinkov, la devoción por el procedimiento, la fe ciega en la fuerza todopoderosa del terror, alcanza el grado máximo. Para él, el terror es un ideal en sí, una especie de religión, de la cual habla con verdadero misticismo. Tanto es así, que en él -como en otros militantes social-revolucionarios- las cuestiones programáticas tienen una importancia secundaria. Lo de menos es el fin; lo esencial es la acción. Y, consecuente con este criterio, están dispuestos siempre a prescindir de las diferencias ideológicas para colaborar, en el terreno de la acción terrorista, con representantes de las distintas fracciones del movimiento revolucionario ruso.

Los marxistas oponían a la ideología nebulosa de los social-revolucionarios, que consideraban a los obreros y campesinos como partes de una sola clase trabajadora explotada y que, en realidad, eran unos revolucionarios pequeño-burgueses, el principio de la revolución proletaria, y a la acción individual la de las masas. La historia ha demostrado, con una evidencia que no deja lugar a dudas, de qué lado estaba la razón. El zarismo fue derribado, no por los ataques heroicos, pero ineficaces, de los terroristas, sino por la acción de las grandes masas obreras y campesinas. Y fueron también estas masas las que barrieron el gobierno "democrático" -lacayo de la burguesía rusa y del imperialismo de la Entente- de los Kerenski y de los Savinkov, para instaurar la República Soviética.

Las Memorias de un terrorista ofrecen, sin embargo, un interés excepcional. El autor, en un estilo vivaz, nervioso -estilo de hombre de acción-, hace desfilar ante los ojos del lector, en unas páginas rebosantes de vida y profundamente emocionantes, uno de los períodos más sugestivos de la lucha revolucionaria en Rusia, y una serie de figuras de magníficos militantes, cuyo heroísmo, cuyo espíritu de sacrificio, provocan la admiración. Canalizada en otro sentido, la enorme energía revolucionaria de estos hombres habría dado resultados incomparablemente más eficaces. Pero su ejemplo edificante, su vida entera consagrada a la revolución y sacrificada en aras de la misma, no han sido completamente inútiles. El proletariado triunfante en Rusia, que ha obtenido la victoria sobre la burguesía y está edificando una sociedad nueva, si bien no ha seguido la ruta trazada por esos luchadores, guarda sus nombres profundamente grabados en su corazón y educa a las nuevas generaciones en el respeto por el recuerdo de aquellos que, aunque siguiendo una vía errónea, asestaron duros golpes a la autocracia, vertieron su sangre y sacrificaron su vida por la causa de la emancipación. 

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De FUNDACIÓN ANDREU NIN, 03/2006

Fotografía: Boris Savinkov

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