MARIANO GARCÍA
Henry James
(1970). Cuadernos de notas (1878-1911).Edición de F. O. Matthiessen
y Kenneth B. Murdock. Barcelona: Península, 1989.
Libro que
disfruté muchísimo, y que idealmente habría que leer acompañado de los relatos
de HJ. Sin embargo, para un escritor constituyen una lectura valiosísima por la
forma en que HJ recoge una anécdota (casi todas le llegan a través de amigos o
familiares) y la desarrolla, planteando todas las elaboraciones plausibles,
descartando las que lo son menos, o lo que resulta obvio, o hueco, o
embrollado. Sólo al final, donde se dedica a describir Boston, me resultó poco
interesante –y supongo que es una buena explicación de la ausencia de
descripciones en su obra: no era lo suyo–. Sin embargo resulta muy instructivo
ver en acción esa inteligencia siempre despierta, ágil, inquieta. Es curioso
cómo HJ dialoga consigo mismo, mechando la conversación con innumerables
términos franceses y alguno que otro italiano. En general hay tres líneas
básicas en estos cuadernos: la de la invención y desarrollo de anécdotas, la
cuidadosa ponderación de los posibles narrativos, la conveniencia de colocar en
la anécdota tal o cual personaje, etc., luego la colección de nombres de
personas y de lugares (a veces son intercambiables), lo que resulta fascinante
porque por un lado demuestra la importancia para HJ de la elección onomástica y
por otro porque es divertido ver en esas largas listas los nombres propiamente
jamesianos. La tercera línea es la de las impresiones personales, todo lo que
tiene que ver con su vida privada y la de su familia (es muy conmovedor todo lo
que escribe a la muerte de su madre).
La traducción de
Marcelo Cohen sale bien parada del desafío de las frases tortuosas de HJ,
aunque tiene un par de errores fatales y algunas oscuridades. Daría la
sensación de que a Cohen se le da mejor la traducción del francés que la del
inglés, porque su traducción de Hawthorne es horrible. Para esta edición
castellana se omitieron alegremente los apéndices de la original, con las notas
para The Ambassadors, The Ivory Tower y The Sense of
the Past porque “deben figurar en las ediciones de esos respectivos
títulos”. Pues bien, en mi edición de The Ambassadors no
figuran esas notas, y por otra parte, si los editores originales consideraron
pertinente ponerlas, ¿por qué clase de criterio caprichoso hay que eliminarlas
en esta edición? No sé qué manía lleva a los editores de traducciones –al menos
castellanas– a volar apéndices, notas, índices temáticos y onomásticos (tan
valiosos para el investigador), como si fueran unos abrojos que se han
ido pegando al texto con el tiempo.
“Me invaden horas
de inexpresable revuelta contra la pequeñez de mi producción; contra mis
lastimosos hábitos de trabajo –o de indolencia; contra mi ligereza, la vaguedad
de mi mente, mi perpetua incapacidad para centrar la atención, para abstraerme,
para mirar las cosas cara a cara, para inventar, en una palabra: para producir.
En abril próximo cumpliré 40 años: ¡vaya horrible dato! No obstante, creo que
he aprendido a trabajar y que es en momentos de obligada ociosidad, casi
exclusivamente, cuando sobrevienen estas melancólicas reflexiones. Cuando estoy
realmente volcado a la tarea, me siento feliz, fuerte, veo muchas oportunidades
por delante. Es lo único que me hace la vida soportable. Sin embargo, en los
próximos años he de realizar grandes esfuerzos si deseo no resultar al cabo un
fracaso. ¡Habré sido un fracaso a menos que haga algo grande!” (52-3)
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De MICROLECTURAS, 02/07/2013
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