No estaría de más
pensar un poco en el significado de escoger a Cartagena de Indias para firmar
los acuerdos que ponen fin al conflicto armado. Más allá de la infraestructura
del turismo, la industria sin humo como la llamó LLeras Camargo, con sus
beneficios y calamidades; o el rastro del tiempo con oprobios y asombros; el
misterio del mar; la bullaranga de lenguas en el puerto; los secretos del
silencio nocturno; y más que mucho, hay una condición histórica que tiene que
ver con la definición de la independencia como lucha por la libertad, un ideal
absoluto sin medianías.
Intervinieron los
costos materiales, de vidas, la desolación y la esperanza que arrasaron con una
comunidad y estancaron su sueño. Parecería que una permanente tensión por la
libertad permea la vida cartagenera desde la conquista, el horror de la
esclavitud, la independencia, y el conflicto entre las periferias y el centro.
Una coincidencia
de los días sugiere esta metáfora: desenterrar el pasado. Durante el mismo año
en el cual sacarán del mar el antiguo carcamán San José, de cofres de llaves
perdidas, guiado por la sombra de apacible vaivén de sus navegantes sin
catalejos; también otro pasado de muertos, venganzas, odios, se asoma al sol
del perdón.
Lo uno y lo otro
reposarán en un museo sin interferir el presente. Serán contemplados con la
compasiva mirada de aquello que la luz desaparece y no perseguirán nunca más
con sus fantasmas de odiosas zancadillas.
La contenida
emoción, la radiante electricidad de sentimientos nuevos, el perplejo estar
ante algo cuya dimensión sobrepasa, mostró uno de esos instantes irrepetibles
que anuncian un cambio rotundo, el aleteo revivido de la ilusión. El
recogimiento de quienes se abrieron a la grandeza del momento, que
sobrepusieron la generosidad y el asomo de porvenir a las mezquinas escaramuzas
de mentiras y oprobios, tuvo la gracia de marcarlos para siempre con una hora
de la historia que no está en los relojes.
La energía
espiritual de un momento de cambio flota en la conciencia y la predispone a
comprender, a aceptar vivir sin destruir al otro. Noblezas de la convivencia
que se muestran otra vez.
Ojalá las matracas que no convocan a maitines, su repetido mordisco de lata gastada, sean arrojadas al mar que consume las vergüenzas y cubre la historia.
Hay que
prepararse para los retos del futuro, responder a las generaciones que siguen
con la sonrisa de un esfuerzo, contarles que en esa arcadia del Caribe no sólo
se come arroz, carne y arroz.
El sol
misericordioso cure a aquellos cuyo corazón se enloqueció sin amor.
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De EL UNIVERSAL
(Cartagena de Indias), 01/10/2016
Imagen: Restos del galeón español San José
Imagen: Restos del galeón español San José
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