De repente el
silencio se instaló con el peso de una campana sorda, sin respiraderos. Seguía
el final de la tarde, inmóvil, y las voces de unos niños perdían la acogida del
llamado y se les quebraba el tono por el dolor anticipado ante lo que no
responde, lo que se pierde. Un perro, un gato, un pájaro.
Un conciliábulo de palomas mojadas se refugiaba contra el tronco de viejas cortezas y nervaduras de un árbol.
Había amanecido lloviendo.
El Caribe sentía la ronda de un huracán que revolcaba las olas del mar y lamía los bordes del litoral con la ansiedad creciente de un bucanero enamorado. Amontonamiento de nubes. Aguaceros incesantes. Remolinos de vientos enredados, sin destino.
El trébol de dos hojas giraba en las manos: NO. SI. En su girar un vago tal vez.
Se trataba de una de esas decisiones que ofrecían algo anhelado por años. ¿Cuántas tentativas a la búsqueda de un principio necesario que nos era esquivo? Lo convertimos, a este principio, experto en fugas por esa especie de condición de tahúr que nos volvió mentirosos, jugadores sin azar, chatarreros de las palabras, y de una intolerancia perfecta que encontró en la eliminación del otro la manera de perpetuar su proclamada razón.
Todavía la galerna y su tejido de agua alimentaba inundaciones, resfriados del ánimo.
Los informes de las hojas del trébol sumaban un NO que superaba al SI. Rechazo frente al altar de un meditado enamoramiento con capitulaciones. Matrimonio colectivo cuya ceremonia reconciliaría a un país sostenido, no por el cacareo sin huevo del Estado de derecho. Si martirizado por la ignorancia, el miedo, los odios, las venganzas, la corrupción.
Ante las esmirriadas cifras, sumadas las del SI y las del NO, ni siquiera alcanzaban la mitad de las hojas del trébol, ahora desperdigado en el miedo y en los embustes.
¿Serán esos los votos del pueblo?
¿Existe el pueblo? O apenas entelequia de sociedades sin destino ni propósito distinto a mantener privilegios perecederos que gastan la vida en su sobresaltada guarda.
¿Representarán esos votos a los partidos políticos? Inepto remedo de democracia, no hay que citar a Darío Echandía, en la que deciden los fanatismos religiosos, esta novedad de los pastores, buen nombre para arriar chivos y sacrificarlos gordos, o cuidar ovejas para esquilmarles la lana.
El trébol escondía una tercera hoja. El 63 % que creció al impulso de su abandono.
¿Será ese el pueblo?
¿Tanta indiferencia por años incapaz de contar, prever, corregir?
¿Usted Compa, qué quiere?
Antiguo laberinto de nuestra desgraciada historia cuyo minotauro no se deja ver y ni siquiera Ariadna se compadece. Damos tumbos.
Habrá que aceptar el espíritu romántico de los sobrevivientes de la FARC, hombres que todavía creen en este aparato sin destino y se asustan con el bramido de un avión viejo que tose al remontar el cielo.
Que llueva.
Un conciliábulo de palomas mojadas se refugiaba contra el tronco de viejas cortezas y nervaduras de un árbol.
Había amanecido lloviendo.
El Caribe sentía la ronda de un huracán que revolcaba las olas del mar y lamía los bordes del litoral con la ansiedad creciente de un bucanero enamorado. Amontonamiento de nubes. Aguaceros incesantes. Remolinos de vientos enredados, sin destino.
El trébol de dos hojas giraba en las manos: NO. SI. En su girar un vago tal vez.
Se trataba de una de esas decisiones que ofrecían algo anhelado por años. ¿Cuántas tentativas a la búsqueda de un principio necesario que nos era esquivo? Lo convertimos, a este principio, experto en fugas por esa especie de condición de tahúr que nos volvió mentirosos, jugadores sin azar, chatarreros de las palabras, y de una intolerancia perfecta que encontró en la eliminación del otro la manera de perpetuar su proclamada razón.
Todavía la galerna y su tejido de agua alimentaba inundaciones, resfriados del ánimo.
Los informes de las hojas del trébol sumaban un NO que superaba al SI. Rechazo frente al altar de un meditado enamoramiento con capitulaciones. Matrimonio colectivo cuya ceremonia reconciliaría a un país sostenido, no por el cacareo sin huevo del Estado de derecho. Si martirizado por la ignorancia, el miedo, los odios, las venganzas, la corrupción.
Ante las esmirriadas cifras, sumadas las del SI y las del NO, ni siquiera alcanzaban la mitad de las hojas del trébol, ahora desperdigado en el miedo y en los embustes.
¿Serán esos los votos del pueblo?
¿Existe el pueblo? O apenas entelequia de sociedades sin destino ni propósito distinto a mantener privilegios perecederos que gastan la vida en su sobresaltada guarda.
¿Representarán esos votos a los partidos políticos? Inepto remedo de democracia, no hay que citar a Darío Echandía, en la que deciden los fanatismos religiosos, esta novedad de los pastores, buen nombre para arriar chivos y sacrificarlos gordos, o cuidar ovejas para esquilmarles la lana.
El trébol escondía una tercera hoja. El 63 % que creció al impulso de su abandono.
¿Será ese el pueblo?
¿Tanta indiferencia por años incapaz de contar, prever, corregir?
¿Usted Compa, qué quiere?
Antiguo laberinto de nuestra desgraciada historia cuyo minotauro no se deja ver y ni siquiera Ariadna se compadece. Damos tumbos.
Habrá que aceptar el espíritu romántico de los sobrevivientes de la FARC, hombres que todavía creen en este aparato sin destino y se asustan con el bramido de un avión viejo que tose al remontar el cielo.
Que llueva.
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De BAÚL DE MAGO,
columna del autor en EL UNIVERSAL, Cartagena de Indias, 06/10/2016
Imagen: Gerardo Aparicio, 2003
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