ALEJANDRO PEDREGOSA
Por el centro de
Praga pasean cada día legiones de turistas que bovinamente persiguen la estela
de un paraguas o una banderita de colores. Ser guía turístico en la bella
ciudad de Kafka no es una originalidad y tal vez por eso tampoco sea un gran
negocio. Desde hace varios años sus calles cuentan con una serie de cicerones
muy singulares. Se llaman Karim, Peter, Pepa y Honza, y son personas 'sin
techo' que recorren Praga mostrando a los interesados (principalmente público
checo) esa otra Praga que a menudo pasa desapercibida pero que vive pareja a la
ciudad monumental de los puentes y las estatuas.
Puede que hayamos
estado allí alguna vez e incluso es muy probable que hayamos pasado cerca de
Karim y sus colegas, y sin embargo no los hayamos visto. Su manera de estar
parados en un rincón y su atuendo menesteroso los hacen casi invisibles. Es
así.
Para quebrar este
aislamiento surgió hace cinco años Pragulic, una empresa social cuyo objetivo
es dar visibilidad a las personas sin hogar y cambiar los estereotipos que la
sociedad tiene sobre ellos. Con ese fin han diseñado una serie de rutas por el
centro de Praga en las que los interesados pueden conocer de primera mano, y en
la voz de sus protagonistas, el complejo drama de la indigencia. Después de un
tour de más de dos horas, la hermosa capital de Bohemia se ve, definitivamente,
con otros ojos. «La vida en la calle es una escuela donde se paga una matrícula
muy alta», dice Karim, un checo con un largo pasado de drogas y prostitución
callejera a sus espaldas. Al igual que el resto de sus compañeros, él ha
encontrado en su nuevo trabajo el modo de obtener unos ingresos regulares al
tiempo que aprende el oficio y desarrolla las cualidades propias de un buen
guía turístico (estrategias de comunicación, claridad en la exposición de los
datos, jugosas anécdotas, empatía con los visitantes...). Desde su estrafalario
atuendo de sombrero calado, gafas oscuras e inclasificable bisutería, Karim va
desgranando ante su auditorio una Praga paralela que conmueve, y no
precisamente por su belleza. Ronda los cuarenta y cinco, fuma un cigarrillo
detrás de otro y en su manera de expresarse se adivina un pasado burgués. Al
poco confirma que fue un chico «normal» al que una suerte de rebeldía juvenil
puso muy pronto en la calle. Luego llegaron las drogas, el sexo por
dinero...
La visita arranca
en Hlavní Nádrazí, la principal estación de trenes. Allí Karim somete a los
participantes a un ligero interrogatorio para sondear su mayor o menor
conocimiento de la marginalidad (¿cuáles son las zonas del cuerpo donde un
drogadicto suele pincharse?, ¿cuánto cuesta un servicio sexual callejero?,
¿cuál es el lugar más conveniente para dormir en invierno?). Así, con un método
tan socrático como eficaz, conduce a su grupo hasta la frontera del lado
oscuro, donde las fuentes públicas son baños, las calderas de la calefacción
camas calientes, un seto del parque un improvisado burdel y los contenedores de
basura perfectos escondites para ocultar droga.
Antes de dar el
primer paso los visitantes ya están hipnotizados por la voz dolorosa e
inquebrantable de Karim, así como por la crudeza y sobriedad con que plantea
los asuntos más incómodos. «¿Qué es lo peor de vivir en la calle?», le pregunta
un joven que graba la visita con su cámara. El 'sin techo' no mueve un músculo
de la cara y contesta inapelable: «La soledad». No lo dice en sentido poético, sino
a nivel de pura supervivencia. Un mendigo es un ser extremadamente vulnerable.
En invierno, a la hora de dormir, se necesita al menos un acompañante para que
el frío (las noches de enero el termómetro suele bajar más allá de los -10
grados) no te juegue una mala pasada (todos los años aparece muerto algún
indigente solitario que no resistió las temperaturas nocturnas). La compañía
ayuda también a prevenir los robos de otros compañeros de calle y, sobre todo,
para que no te moleste en exceso la Policía. «No les gusta vernos merodear
solos por ahí, prefieren tenernos localizados por grupos».
Cae la noche y
Karim se quita las gafas. Lleva los ojos pintados de negro y unas pestañas
postizas tan largas como estrafalarias. No ha parado de fumar y ni siquiera ha
probado un sorbo de agua. Su figura inconfundible se adentra en la céntrica y
bulliciosa Plaza Wenceslao, corazón comercial de la ciudad y frontera entre el
Staré Mesto (el barrio antiguo, donde está la casa natal de Kafka) y el Nove
Mesto (barrio nuevo). Esta curiosa plaza (en realidad es una ancha avenida)
concita bajo sus neones y de manera casi imperceptible buena parte de la vida
clandestina de Praga.
El brazo de Karim
(con su mano repleta de anillos que por superstición nunca se quita) apunta en
diferentes direcciones para ilustrar la división que las mafias extranjeras han
establecido en la prostitución: «Allí las chicas búlgaras, allí las ucranianas
y en la otra esquina las rusas». «¿Y las prostitutas checas?», le pido a mi
traductor que pregunte. «Las mujeres checas», me responde con un esbozo de
sonrisa maliciosa en los labios, «están en Karlovo Námestí», un parque bastante
céntrico a cuatro paradas de tranvía de allí.
Topos humanos
En un momento
dado el cicerone se detiene sobre la tapa de una alcantarilla y hace que el
grupo mire hacia sus pies (a esas alturas ya todos estamos hipnotizados por su
inaudita presencia). Nos pide por favor que, de ahora en adelante, tengamos la
delicadeza de no pararnos encima de una alcantarilla; en invierno bajo nuestros
pies hay vagabundos que recorren el subsuelo de la ciudad. Los de abajo sienten
mucha angustia (y también vergüenza) cuando quieren salir y hay gente parada en
la puerta de su 'habitación'. Abandonamos la Plaza Wenceslao y callejeamos por
los alrededores hasta llegar a Národní Divadlo, donde se encuentra el fastuoso
Teatro Nacional, orgullo de la cultura y la música checas. Allí, a orillas del
eterno Moldava, concluye la visita de Karim. Nos da su contacto por si
necesitamos localizarle en un futuro y se deja retratar asumiendo el papel de
estrella momentánea y fugaz.
El objetivo se ha
conseguido; el 'invisible' ha tomado cuerpo, se ha hecho presente. Tanto, que
todos buscan la ansiada foto. Antes de despedirnos, alguien le pregunta si hay
un lugar realmente tranquilo donde las personas sin techo puedan tener un poco
de paz e intimidad. «Oh, sí, claro, debajo de los puentes. Es lo más parecido a
una casa. Puedes poner un colchón e incluso guardar algo de ropa; eso sí, hay
que tener cuidado cuando llegan las lluvias y crece el río».
A la mañana
siguiente, ya libre del grupo, me dirijo a los bajos del Puente Mánesúv, a
menos de cien metros del atestado y turístico Puente de Carlos. Me guío por un
olor acre y pronto llego a un refugio habilitado junto a uno de los pilones
laterales del puente. Karim tenía razón; a pesar de la precariedad, hay en
aquel rincón escondido una clara vocación de hogar. Acaso sea el orden con que
están distribuidos los pocos elementos: una tienda de campaña, un abrigo, una
escoba, una silla de oficina. Hago un par de fotos y salgo de allí con
urgencia. Tengo la impresión de estar profanando cierta intimidad y eso no me
gusta. Subo arriba y me dispongo a cruzar hasta Staromestská. Junto a mí pasan
coches, tranvías, turistas y transeúntes apurados. A la derecha se divisan los
puentes de Praga en una perspectiva memorable. Los veo ahora, sin embargo, de
un modo diferente.
INMERSIÓN
COMPLETA
Los itinerarios
que ofrece Pragulic cambian según la experiencia vital del guía. Cada uno se
centra en la zona de la ciudad que mejor conoce. En la página web de la empresa
www.pragulic.cz se pueden consultar las diferentes rutas, así como una breve
reseña biográfica de los cicerones. Hay tres modalidades de visita. La estándar
dura alrededor de dos horas y cuesta 250 coronas (poco menos de diez euros); se
puede también contratar una ruta de cuatro horas por 350 coronas; y, para los
muy interesados, Pragulic ofrece una inmersión completa donde, por 3.600
coronas (138 euros), el guía acompaña durante veinticuatro horas al cliente
(noche en la calle incluida) para que conozca en profundidad la vida de una
persona sin hogar en una de las ciudades más bellas del mundo.
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De LAS
PROVINCIAS.es, 16/10/2016
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