Idioma
original: francés
Título
original: Locus Solus
Traducción: Marcelo Cohen
Año de
publicación: 1914
Valoración: Imprescindible (aunque no para todos los
gustos)
Olvídense,
señores, de las convenciones que tengan interiorizadas a la hora de leer un
texto que pueda ser calificado como novela: personajes, desarrollo, lenguaje,
argumento. Aquí encontrarán una prosa clásica, meramente descriptiva y casi
científica, y ninguno de los demás elementos habituales, al menos, de forma
comparable a lo que se acostumbra. Pero vayamos al principio.
Raymond Roussel
es un tipo rico que en los primeros años del siglo XX se dedica por entero,
entre otras actividades dispersas, a la creación artística. Rabiosamente
individualista, trabaja en varias áreas buscando siempre un cauce original para
dirigir su creatividad. Como era de esperar, su obra tiene poca o ninguna
repercusión fuera de ciertos círculos literarios, como no fuese algún que otro
tumulto con ocasión del estreno de algunas de sus obras teatralizadas. Tan sólo
los surrealistas saludaron con entusiasmo los desvaríos de Roussel (Bréton
comparó su influencia con la de Lautréamont, otro ilustre a quien algo me hace
sospechar que pronto tendremos en ULAD), y algunos artistas plásticos
reclamaron su herencia creativa.
Y poco más,
durante bastantes años. Hasta que en las últimas décadas del siglo pasado
empezaron a aparecer algunos estudios sobre este buen hombre, que tímidamente
hicieron reverdecer el interés sobre lo singular de su obra. Pero con todo,
siendo sincero, no creo que ese interés vaya a exceder un ámbito muy reducido,
ni siquiera en base a la curiosidad o el esnobismo, que de todo hay.
O sea, que
seguirá siendo un ‘autor de culto’, lo que quiera que eso sea.
‘Locus Solus’ es una de las pocas obras de Roussel
en prosa. Pero, como decía al principio, poco tiene que ver con una novela,
porque aquí no se cuenta ninguna historia. Se trata en realidad de una sucesión
de imágenes que tal vez encajarían mejor en la pintura o la escultura, y otras
artes visuales, no sé, la fotografía o algún tipo de performance. La cosa es en
principio tan simple como esto: Martial Canterel –figura desde
luego muy cercana al propio Roussel- es una especie de inventor que, sin
limitación alguna de tiempo o dinero, se dedica a algo parecido a la creación
pura. Mediante complicadas técnicas y con el apoyo de todo un equipo de
colaboradores ha conseguido generar efectos físicos inauditos en objetos y
personas, y finalmente ha reunido en los inmensos jardines de su finca una
muestra de esas asombrosas experiencias, que muestra a un grupo de espectadores
(amigos o científicos, da igual).
En una calculada
exposición, empezamos por admirar una escultura de barro de un niño, procedente
de Mauritania, que será algo equívocamente sencillo. Porque a continuación
vemos por ejemplo una máquina flotante que elabora un mosaico con dientes
humanos; una suerte de gigantesco diamante lleno de un fluido donde una ondina
genera música gracias al movimiento de su cabellera, junto a una cabeza
parlante de Danton; una urna gigante refrigerada en cuyo interior varios
personajes representan escenas enigmáticas; o unos insectos modificados
quirúrgicamente que emiten luz desde el interior de unos naipes. Entre otras
varias cosas, y para no desvelarlo todo.
Cada conjunto
–artefacto o instalación, que diríamos hoy día- es descrito con detalle
milimétrico por alguno de los atónitos espectadores (a veces pueden ser diez o
doce páginas explicando cada mecanismo, cada pequeño objeto o movimiento, así
que no nos impacientemos), y a continuación Canterel ofrece
una explicación completa de los fenómenos observados, su origen y el desarrollo
de sus investigaciones. Todo ello se ve coronado por –o mezclado con- antiguas
historias que contribuyeron a definir cada composición, y ahí encontramos
leyendas que a veces parecen emparentadas con ‘Las mil y una noches’,
episodios históricos con elementos reales o ficticios, o narraciones de tintes
policiacos. Son siempre relatos sinuosos, y con frecuencia imbricados unos
dentro de otros, que dotan a las fantásticas instalaciones de Canterel de
un componente intelectual que las aleja de la mera ocurrencia de un inventor
genial.
Pero quede claro
que en todo el grandioso repertorio que los visitantes exploran en Locus Solus
no hay un solo átomo de magia, misterio o fenómenos inexplicables. Eso es quizá
lo más chocante de todo ese mundo extraordinario: todo, por delirante que
parezca, tiene una explicación científica y es producto de una escrupulosa
racionalidad y de las interminables investigaciones de un genio. Vamos, que le
cuadraría a la perfección el concepto de ‘ciencia-ficción’, si éste no fuese
atribuido, casi inconscientemente, a los ámbitos que todos damos por supuesto.
Y al mismo tiempo explica bien por qué Roussel siempre rechazó verse incluido
en el bando de sus admiradores surrealistas.
Roussel escribió
también un librito póstumo llamado ‘Cómo he escrito algunos de mis
libros’. En él se expone el complejo sistema con el que iba construyendo
sus libros, un método basado en juegos de palabras a partir de homofonías, que
guarda algún parentesco con la escritura automática y cosas parecidas. Los
expertos discuten sobre si ‘Locus Solus’ fue concebido o no a
partir de ese ‘procedé’, pero la verdad es que tampoco nos interesa mucho el
debate. Lo realmente importante es disfrutar de la colección de ¿disparates?
¿genialidades? que tenemos a la vista, de las variadas historias que acompañan
a cada elemento, de ese complicado juego entre lo racional y lo inverosímil.
Es más, incluso
diría que debemos disfrutar también de la gran distancia que separa lo que
tenemos entre manos de un relato convencional, y para eso sólo es necesario
olvidar nuestros prejuicios como lectores y aceptar el código que propone
Roussel. No pretendamos entender demasiado ni buscar la lógica. Pocas veces
encontraremos algo más sorprendente.
__
De UN LIBRO AL
DÍA, 24710/2016
No comments:
Post a Comment