CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES
-¡Váyanse! – dijo
una voz desde las alturas-. Ellos ya no están, se los llevaron a las seis de la
mañana.
Sentados sobre la
banca de la alameda que les brindaba la panorámica completa del frontis de la
Cárcel de Curicó, ni Carmen, Arturo ni María pudieron distinguir el rostro del
uniformado que les acababa de dirigir la palabra. Tampoco si se trataba de un
militar, un policía, un gendarme o un ánima del cementerio colindante, apiadada
ante semejante postal de desamparo.
Sentir que la
vida de Wagner y Francisco ya no era una certeza, los llenó de escalofrío.
Carmen, mujer del primero, optaría por el recuerdo y el compromiso. No podría
hacerlo de otra forma, ya que del hijo que crecía dentro suyo se encargaría de
mantener viva la historia de ese hombre a quien cariñosamente llamaba Wally,
por más doloroso que fuera su epílogo.
María, esposa de
Francisco, por el contrario, se dejó llevar por el olvido furioso. La utopía
tan ansiada que hablaba del paraíso de los pobres, de la república de los
trabajadores, del pueblo unido que jamás sería vencido acabó por arrebatarle a
su compañero, al padre de su hijo, dejándole a cambio puro sufrimiento.
Arturo, padre de
Francisco, protegió su dolor con un manto de silencio que mantuvo inalterable
por largos años.
RATONES EN SUS
AGUJEROS
Wagner Salinas
fue cuestionado en numerosas oportunidades por intentar congeniar su militancia
en el Partido Socialista y la profesión de la fe Evangélica. “Tú tienes dos
dioses –le reprochó un cercano-. Dios Padre y dios Allende”.
Jamás se preocupó
de ocultar su cercanía con el “Chicho”. Lamentó en el alma su tercera derrota
consecutiva por alcanzar la Presidencia de la República, en 1964, en manos del
demócrata cristiano, Eduardo Frei Montalva.
Su buena
condición física y su metro noventa y dos le permitió coronarse campeón
latinoamericano de boxeo. Paralelamente, tras obtener el cartón de técnico
agrícola, se desempeñó como sereno de la Corporación del Cobre en el yacimiento
de El Teniente, en ese entonces Provincia de Cachapoal. Allí conoció a su novia
y después esposa, Carmen Órdenes. Junto a ella regresó a Talca para trabajar en
labores agrícolas con su padre, claro que sin dejar de empuñar los guantes,
ahora bajo la preparación rigurosa de Lautaro Contreras.
Ante la
disyuntiva de aspirar a un título mundial o pasar más tiempo con su familia,
optó por esto último. La llegada de dos retoños volvió sus incursiones al
cuadrilátero cada vez más esporádicas, lo que no pareció alterar demasiado su
espíritu.
Uno de los hechos
que marcarían su vida –y también su muerte- sería su rol de líder en la toma de
unos terrenos cercanos a la Panamericana Sur, bautizados por los propios
pobladores como campamento Pedro Lenin, en homenaje a un joven izquierdista
fallecido mientras intentaba ingresar clandestino a Cuba.
Mientras
improvisaba un acalorado discurso sobre la tierra polvorienta, Wally pronunció
aquella frase que le hizo ganarse para siempre el odio de sus adversarios
políticos: “... esos ratones que se esconden en sus agujeros...”. Se trataba de
una referencia evidente a un conocido comerciante talquino y militante del
opositor Partido Nacional.
Junto a él, un
joven alto y de risa fácil, lo vitoreaba y aplaudía a rabiar.
EL PRESIDENTE
O YO
El único medio de
subsistencia con que contaba el matrimonio Salinas consistía en un quiosco de
intercambio de revistas en la población Manso de Velasco. Con la llegada de
Salvador Allende a la Presidencia de la República, en 1971, su hermano Daniel,
diputado socialista, le ofreció a Wally la posibilidad de trabajar para el
Gobierno.
Contrario a lo
esperado por Carmen, fueron días de sacrificios aún mayores. Además de que la
estrecha situación económica no varió ni un ápice, no obstante el nuevo trabajo
de Wally “ligado a las altas esferas”, sólo podía compartir con su familia
fines de semana y, para colmo de males, cada quince días. A pesar de todo, su
esposa lo recuerda siempre feliz, compartiendo el poco tiempo que disponía
entre los suyos y con aquellos amigos que se dejaban llevar por el desaliento
pequeño burgués.
-Las cosas van a
cambiar –repetía-. Para eso estamos trabajando con el compañero Presidente.
A Carmen siempre
le llamó la atención el abultado portadocumentos, tipo James Bond, que Wally
traía consigo. En cierta ocasión, él extrajo de su interior una infinidad de
mapas. Tratando de no parecer indiscreta, ella decidió preguntarle a qué se
debía todo ese papeleo.
-Lo que pasa es
que yo tengo que saber adónde va el Presidente, revisar ese lugar, en qué
condiciones está… –le contestó su marido con naturalidad.
Palabras simples
para resumir su condición de GAP -Grupo de Amigos Personales, como fue
bautizado por la prensa de derecha el polémico dispositivo de seguridad de
Salvador Allende- y así justificar sus frecuentes viajes a lugares remotos como
Argelia, Cuba y la Unión Soviética.
Cuando su esposa
le manifestó preocupación por el riesgo de que estuviera siempre al lado de un
personaje que generaba amor y odiosidad en igual medida, Wally fue claro:
“Mira, yo quiero que te grabes una cosa: si viene una bala, si no soy yo, es el
Presidente”, en alusión a los posibles atentados de los cuales Allende podría
ser víctima por parte de comandos antimarxistas, especialmente de Patria y
Libertad.
La noticia de un
nuevo embarazo de Carmen fue tomada como una bendición. Sin embargo, cuando
ella se disponía a cumplir cuatro meses de gestación, Wally realizó el último
viaje del cual ni él ni Allende regresarían. Su único consuelo fue una carta de
despedida escrita sobre una servilleta con manchas de café en un campo de concentración.
PIONERO
El quinto de once
hermanos, Francisco Lara -Pancho para sus cercanos- aprendió a leer antes que
abrocharse los zapatos. En vez de perder el tiempo en clases, prefería sentarse
bajo una parra del patio de su casa a devorar literatura, sobre todo aquella
que le inflamaba el pecho de compromiso social. Bienvenidos los textos de un
Marx, Gramsci, pero también Verne, Salgari y Dickens, Nicomedes Guzmán y Manuel
Rojas. Ya los 13 años se integró a los pioneros, querubines que cambiaron las bolitas,
los trompos y los volantines para adherir a las filas del Partido Socialista.
No conforme con esto, aprovechando su histrionismo y labia envolventes, se
dedicó a incubar las ideas revolucionarias en cuanto muchacho tuviera por
delante.
Cuando sus padres
o hermanos mayores lo reconvenían para que se preocupara más por sus estudios,
respondía risueño pero seguro:
-Todo lo que
tenía que aprender, ya lo sé. Ahora me toca ponerlo en práctica.
Junto con esta
inquietud intelectual, comenzó a desarrollar, como por arte de magia, un físico
portentoso, a pesar de que jamás había manifestado interés alguno por los
deportes ni por nada que lo distrajera de sus intenciones de cambiar el mundo.
Ya veinteañero,
con su metro 84 de estatura, ocupó un lugar destacado en la toma del campamento
Pedro Lenin, además de vitorear los encendidos discurso en contra de los
“ratones que se esconden en sus agujeros” pronunciados por un tal Wagner
Salinas.
La admiración
recíproca hizo que ambos se volvieran amigos entrañables. Salinas, identificado
dentro del GAP como Silvano, no tardó en darse cuenta de que Pancho era el
hombre indicado para sumarse al equipo encargado de cuidar las espaldas de
Salvador Allende. Sin embargo, dado que la clandestinidad formaba parte del espíritu
de la cofradía izquierdista, para su familia no pasó de ser un funcionario más
del Servicio Agrícola y Ganadero.
EL 11
-Aquí vamos a ir
a la pelea –dijo Pancho convencido, mientras palpaba su arma de fuego- Si no,
estos huevones nos van a matar.
El día anterior
le había prometido a su hermana María regarle un par de aritos con motivo de su
santo. Ella jamás había usado algún tipo de joya y estaba
emocionada. Pero bajo su jovialidad y entusiasmo aparente, Pancho estaba
preocupado. Presentía que algo malo estaba por suceder, si es que ya no estaba
pasando en ese preciso momento. Había demasiadas amenazas de que las fuerzas
golpistas acabarían por derrocar al gobierno de la Unidad Popular. La noche del
10 de septiembre decidió sincerarse con su padre.
-¿Qué me aconseja
que haga?
-Lo que su
corazón le diga, mijo –le contestó.
-Si tengo que
hacerle caso, me voy donde el Presidente, no más –dijo Pancho- Aunque eso
significa estar preparado para lo que sea.
Por eso, a las
seis de la mañana en punto estaba golpeando la puerta de la casa de Wally para
emprender, junto a su socio y amigo, rumbo a la capital. Pero la patrulla de
carabineros les cortó el paso y su impulso por batirse a duelo fue detenido por
la mesura de Wally.
-¡No! ¡Baja tu
arma!
La camioneta roja
doble cabina se mantenía estacionada a un costado de la carretera en el cruce
Panguilemo, mientras decenas de agentes policiales se acercaban apuntándoles
con sus carabinas. Los sacaron a la fuerza del interior y los pusieron con las
manos abiertas sobre la carrocería para registrarlos y confiscar las pistolas.
-¡No tienen nada
más, mi capitán! –gritó un cabo que revisó el interior del automóvil.
-¿Y que andai
buscando, huevón? ¿Acaso querís fruta?
La insolencia de
Pancho fue respondida con un culatazo en plena cara. Wally, por primera vez, lo
sintió vulnerable. Él, igual que su amigo, también había llegado a Talca
alrededor de las seis de la tarde del día anterior. Tomó once con Carmen y la
invitó a Maule para visitar a su padre y llevarle de paso unos regalitos, entre
ellos, unas frazadas para el frío. Carmen no se sentía bien del todo por el
embarazo y prefirió quedarse en la casa. Wally regresó a las 10 de la noche y
por primera vez su esposa lo notó nervioso.
-¿Qué te pasa?
–le preguntó Carmen.
-No nada… pero en
que el cruce Maule estaban quemando unos neumáticos.
-¿Quiénes?
-No sé. Parece
que eran milicos. A ellos les gusta hacer esas cosas...
A los minutos,
golpearon la puerta. Era Pancho. Tras discutir unos minutos, acordaron regresar
a Santiago a las seis de la mañana del día siguiente. Él lo pasaría a buscar
allí mismo. Carmen dejó lista la maleta de Wally para que no perdiera tiempo,
la misma maleta que ahora el cabo destruía a puntapiés y culatazos.
HISTORIAL
Wagner Salinas
y Francisco Lara (29 y 22 años respectivamente) fueron detenidos el 11 de
septiembre de 1973 en las cercanías de Curicó. Durante su cautiverio se les
sometió a sesiones de tortura que incluyeron la privación de alimentos.
Posteriormente, se les derivó al Regimiento Tacna, Región Metropolitana, donde
fueron fusilados el 5 de octubre de 1973 por decisión del general Sergio
Arellano Stark, quien en ese entonces comandaba el grupo de represión conocido
como “Caravana de la Muerte”.
Gracias a la
intervención del hermano de Wagner Salinas, integrante de la Brigada de
Homicidios de la Policía de Investigaciones, fue posible encontrar sus
cadáveres.
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De PLUMAS
HISPANOAMERICANAS, 09/09/2013
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