A los miles de indios tzotziles, tzeltales,
choles, tojolabales y zoques que existen en el mundo,
para que no los conviertan en cientos, en decenas o en nada.
para que no los conviertan en cientos, en decenas o en nada.
El artículo que
usted está leyendo en este momento en Internet debe su contenido a Internet.
Aquí no es infrecuente que unas noticias den lugar a otras, que la información
encontrada en una página web se vea traducida, resumida, ampliada, contrastada
en otras páginas y así en una cadena infinita de lo que no en vano llamamos la
Red. Después de varios años de internauta, una sabe que eso es así y también
sabe que Internet demuestra lo que los investigadores de cualquier ámbito de la
cultura han intuido siempre: que encontrar otra cosa diferente a lo que uno
andaba buscando es lo más interesante de la búsqueda. Así sucedió el día que
tecleé el apellido Valle-Inclán en un buscador. No andaba buscando que en una
de las entradas relacionadas apareciera el Subcomandante Marcos. Pero así fue.
El líder del
mexicano Ejército Zapatista de Liberación Nacional, conocido internacionalmente
como Sub-comandante Marcos, hablaba, en una carta difundida a través de la
página web del EZLN, de un libro de Valle-Inclán: Tirano Banderas.
El libro, junto con otro de Carlos Monsiváis, formaba parte de un obsequio
inesperado, casi mágicamente aparecido en su campamento clandestino de la Selva
Lacandona. Alberto Gironella, autor de las ilustraciones del ejemplar del Tirano
y gran admirador de Valle, remitía el envío. Al parecer, el artista y el
sub-comandante habían coincidido en 1994, en la Convención Nacional Democrática
celebrada en Guadalupe Tepeyac, acto al que Gironella contribuyó con uno de
sus collages-retrato de Emiliano Zapata. Nada más. Años después, la
edición del libro de Valle, soberbiamente ilustrada por Gironella llegaba a las
manos de Marcos. El motivo de la epístola internáutica del guerrillero era muy
sencillo: alguien había querido ser cortés respondiendo al envío con un
agradecimiento, pero ese alguien no había sido Marcos. Pasado el tiempo, muerto
ya el pintor, el escrito, a título de agradecimiento póstumo, deshacía el
entuerto y reflexionaba largamente sobre la lucha del indígena contra el
tirano.
Ocioso sería aquí
poner al lector en antecedentes del argumento de Tirano Banderas y,
supongo, que por demás hablar sobre la actual situación económica y política de
las poblaciones indígenas de Chiapas, de la insurrección permanente en la que
viven -y mueren-, desde 1994, el grupo de hombres y mujeres encabezados por
Marcos. Baste decir que, más allá del personaje creado por el escritor gallego,
“los indios Zacarías” son hoy hombres y mujeres de la larga y sufriente estirpe
que continúa, aún setenta y cinco años después de la publicación de la obra
"americana” de Valle-Inclán, luchando y defendiendo sus derechos en México
y, por extensión, en gran parte de América Latina, donde responden
valientemente al acoso neoliberal colectivos semejantes al zapatismo como el movimiento
indigenista en Ecuador o el MST, Movimiento de los Sin Tierra, en Brasil.
La actualidad del
tema, rabiosa como se diría periodísticamente hablando y rabiosa porque rabia
es lo mínimo que provoca, no solo demuestra la modernidad y la certera visión
literaria de lo social de las que hizo gala el autor del Tirano sino
que prueba cómo las verdaderas obras de arte no se deterioran con el paso del
tiempo. Por contra se perpetúan, fértiles y fructíferas, en las obras de otros,
enriqueciéndose y enriqueciéndolas. Así, el presente artículo, partiendo de una
sencilla anécdota, quiere reunir, entre líneas e imágenes, tres reflexiones
encadenadas sobre el tema de la opresión del hombre por el hombre: la carta, las ilustraciones, la novela.
La carta del guerrillero
Nunca de tan bien
escogido pintor fuera una obra literaria tan bien servida e ilustrada. Con el
trabajo de Gironella, la mueca del dictador, la tragedia de indio y los tigres
de la sinrazón resucitaron a una nueva vida artística y, rizando el rizo en una
cabellera de casualidades y coincidencias, acabaron en las manos de un lector
singular; alguien en quien -el no saberlo no impide la libertad de imaginarlo-,
Valle-Inclán hubiera reconocido a un Roque Cepeda o a un Filomeno Cuevas: el
dirigente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, sub-comandante Marcos.
Para quienes no
se hallen familiarizados con la figura de este carismático zapatista diremos,
sencillamente, que se le ha otorgado la categoría de líder mediático y hasta de
ciber-guerrillero. Aunque es recomendable rehuir el vicio de la etiquetación,
es innegable el uso estratégico que este revolucionario mexicano viene haciendo
de los medios de comunicación, especialmente de internet, para la difusión
internacional de sus reivindicaciones. A causa del pasamontañas negro, que
oculta su rostro desde que se iniciara el movimiento insurgente, muy poco
sabemos de su verdadera identidad aunque no parece difícil aceptar como buenos
los datos de las versiones oficiales y oficiosas: universitario, blanco y de
familia burguesa. Si el lector se halla interesado son varios los libros que ya
han estudiado el fenómeno Marcos1. Si además de interés existe simpatía o
curiosidad le remito directamente a uno de los más recientes; el publicado por
el escritor y periodista español Manuel Vázquez Montalbán (Marcos el señor
de los espejos; Planeta, Barcelona, 1999): una crónica de primera mano
sobre el movimiento zapatista centrada en su singular líder e ideólogo por
quién el autor no oculta su admiración. Como es natural no todos los ensayos y
artículos periodísticos escritos sobre Marcos comparten esa admiración y no
faltan quienes tildan sus actividades de antidemocráticas, desestabilizadoras y
teatrales puestas en escena para una farsa megalómana en la que él, y no los
indígenas, es el protagonista único2.
Y es que, con
independencia de la ideología política de cada cual o del conocimiento más o
menos ajustado de lo ocurrido en Chiapas, el modo de hacer de Marcos ha
alcanzado una repercusión notabilísima dentro y fuera de su país. A través de
su verbo fácil, su capacidad para la comunicación, y de una cuidada mezcla de
discurso popular y a la vez literario, que no olvida los modos de expresión de
la cultura indígena a la que representa, Marcos ha logrado no solo hacerse oír
y hacer oír su causa sino proyectarla con un estilo propio dentro de esa densa
nebulosa que se ha dado en llamar sociedad de la información. No sólo los
manifiestos y comunicados del EZLN firmados por Marcos han sido propagados por
la red sino también muchas de sus reflexiones acerca del indigenismo, como la
carta que motiva este artículo. Tanto es así que hay quien habla de una
estética del zapatismo que, de existir, dejaría notar su influencia en el arte
de nuestro tiempo: especialmente pintura y literatura. Las fábulas del viejo
Antonio o del escarabajo Durito, las cartas abiertas, los relatos que pueden
leerse en la red y también en papel impreso3 poseen una calidad literaria nada
desdeñable y pregonan una muy buena preparación cultural de su autor. De otro
lado los manifiestos y comunicados, más duros y contundentes, denotan un fluido
manejo del lenguaje político-económico y un conocimiento directo de la realidad
histórica y actual. La propia carta que nos ocupa, después de tomar prestadas
varias citas del libro de Valle-Inclán para explicar la situación entre el EZLN
y el gobierno mexicano, enlaza su argumentario con el otro libro
recibido, Parte de guerra de Julio Scherer García y Carlos
Monsiváis. Ahí, intercalados en el discurso del duro análisis político, no
faltan varios párrafos de prosa algo lírica, de prosa que busca y explota las
simbologías, que quiere hacerse entender a partir de imágenes y de prosa que
encuentra en la propuesta estética de Valle-Inclán un eco perfecto.
Algunos analistas
de su figura quieren ver en Marcos al guerrillero romántico, a la reencarnación
del Che Guevara; otros reprochan su “antidemocrática” toma de las armas y el
resto aún duda en catalogar a un hombre que toma parte activa en la lucha
armada pero parece preferir disparar palabras en lugar de balas. Sea como sea, el
caso ha apelado a la reflexión de todos, especialmente de los intelectuales de
izquierdas. Las reacciones han sido en este sector de lo más variadas y van
desde la adhesión entusiasta hasta el rechazo radical pasando por el recelo
ante la imagen nada tranquilizadora de su rostro oculto4. ¿Una máscara valleinclanesca? ¿Una de
esas máscaras de la mitología mexicana que tanto debieron impresionar al
escritor gallego? Las interpretaciones se multiplican pero, tal vez, lo que
vemos es lo que hay: un hombre sin rostro que habla en nombre de otros hombres
a los que les han dejado sin voz. Como el propio Marcos indica es curioso que
se haya empezado “a ver” a quienes luchan en Chiapas en el preciso instante en
que decidieron esconder su cara.
En otra página de
esta revista el lector puede acceder -es importante y necesario que así lo haga
para entenderlo en su justa medida- al texto completo de la carta de Marcos titulada5 7 veces 2; pero me permito
ahora entresacar de ella algunos párrafos que se refieren directamente a su
valoración de la obra de Valle y de las ilustraciones de Gironella. Dice así:
En la pesadilla
que agosto y septiembre definen hoy a nuestro país, los poderosos repiten
religiosamente los argumentos de la camarilla de Tirano Banderas. Sí, para
ellos "el indio dueño de la tierra es una utopía de universitarios. Pero
el ideario revolucionario es algo más grave, porque altera los fundamentos
sagrados de la propiedad. El indio, dueño de la tierra, es una aberración
demagógica, que no puede prevalecer en cerebros bien organizados" (Ramón
del Valle-Inclán. op. cit).
Y para curar de esa enfermedad a indios y universitarios, el remedio
"posmoderno" de Tirano Banderas despacha desde Palacio Nacional
decenas de miles de soldados a tierras del sureste mexicano. En febrero de
1995, Zedillo dio, en cadena nacional y para más de 90 millones de mexicanos,
su definición del alzamiento zapatista: "No son indígenas, no son
chiapanecos, son universitarios blancos (me caí que así dijo) de ideas
radicales los que manipulan a los indígenas chiapanecos".
Desde entonces, esta definición es la que ha regido la "estrategia"
gubernamental frente al conflicto en Chiapas. Para esto cuenta con la
aquiescencia de caciques que dejarían a Tirano Banderas como un aprendiz de
brujo. Estos son los que mandan, destruyen y matan en tierras indias. Con la
cofradía de Banderas se quejan: "El indio es naturalmente ruin, jamás
agradece los beneficios del patrón, aparenta humildad y está afilando el
cuchillo. Sólo anda derecho con rebenque. Es más flojo, trabaja menos y se
emborracha más que el negro antillano." (Ibid). Para ejecutar tan
alta filosofía, por el palacio de gobierno de Chiapas desfilan sabuesos de
tamaño diverso. El último de ellos, con particular afición por la sangre
indígena y las croquetas, ha sido claro: en estas tierras sobran los indígenas y
los estudiantes. Y ya se alista la jauría para la higiénica campaña del
cachorro de Zedillo: "El indio bueno es el indio muerto, y el estudiante
bueno es el estudiante ausente". Matar indios y perseguir estudiantes,
este es el deporte de moda en Chiapas. En la cúspide de su delirio etílico y
canino, Albores declama que él sí tiene los pantalones bien puestos (y es que
confunde con cinturón lo que no es más que un collar contra pulgas).
Lo hemos visto:
el Tirano Banderas de Valle-Inclán debe de resultarle a este
singular lector y crítico accidental una obra dolorosamente premonitoria,
simbólica y sintética. Algunos de sus personajes animalizados, caricaturizados,
hechos mueca, gesto y máscara son demasiado parecidos a la realidad actual a la
que se enfrentan los que no se han olvidado de luchar. Pero las diferencias
también son significativas. En los tiempos que corren a Valle-Inclán le hubiera
supuesto un difícil reto la creación de un esperpento lo suficientemente
sofisticado para dar cabida a los tiranos modernos y a sus comparsas
internacionales: traje y corbata de firma y carteras de piel en salones con
aire acondicionado. Menos grotescos y más temibles. No obstante, un símbolo sí
permanece inalterable y reconocible: la figura de hombre, la imagen no escarnecida,
no esperpentizada, la dignidad en suma que para el personaje del indio reservó
el escritor gallego como centro de su novela es, sin duda, trasunto literario
de la que reclaman los zapatistas. La carta de Marcos es, pues, un ejemplo más
de recepción de la novela “americana” de Valle-Inclán justo al límite de ese
siglo XX que vio editar la novela. Curiosamente, en el momento de su
publicación, en 1926, el éxito popular le fue lisonjero a Valle pero no así
buena parte de la crítica a éste y al otro lado del Atlántico. Mientras la
española le afeaba la conducta por escarnecer a los representantes de la
colonia, la crítica mexicana mostraba cierto disgusto ante el cuadro violento y
asalvajado que de México “pintaba” el polémico escritor6.
Las ilustraciones del pintor
La obra de todo
artista es una reflexión sobre el arte y por tanto sobre otros artistas; así
los que le son contemporáneos, así los que le precedieron. Pero, en ocasiones,
un artista entra en la obra de otro casi físicamente, como quien entra en una
casa ajena y se atreve a redecorarla. Algo como hizo Akira Kurosawa con la obra
de Van Gogh. Algo como el pintor mexicano de origen catalán Gironella con
el Tirano Banderas de Ramón Mª del Valle-Inclán. Poco podía
sospechar Valle que parte de la riqueza que su talento literario supo “pedir
prestada” a la latinoamericana tierra caliente iba a quedar restituida, andando
el tiempo, gracias a un artista llamado Alberto Gironella Ojeda.
La historia
editorial de este libro ilustrado y de esta “ilustre” relación comienza en
1998. Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg imprimía una edición especial
del Tirano Banderas de Valle-Inclán. Tapa dura, excelente
gramaje e ilustraciones de Alberto Gironella. Con anterioridad, el responsable
de la editorial, Hans Meinke, había matrimoniado literatura y pintura en las
ediciones de El Quijote, El Aleph o La familia
de Pascual Duarte ayudado por creadores de la talla de Antonio Saura.
A Gironella, a quien conoció y frecuentó, le había confiado ya la ilustración
de la obra de Malcom Lowry Bajo el volcán. Ahora le llegaba el
turno a la obra maestra de Valle.
Pero ¿quién fue
Alberto Gironella7? ¿Qué vínculos y afinidades le acercan al
movimiento zapatista? ¿Cómo llegó a visitar la obra del escritor español y,
sobre todo, cuáles son las características de su obra plástica que le hacen tan
idóneo intérprete de sus páginas?
Alberto Gironella
nació en México, en 1929, hijo de una yucateca y un catalán. Decía de sí mismo
que llegó al mundo el año del crack financiero, de la
película El perro andaluz y del invento de la coca-cola.
Cuentan que desde muy pequeño sus manos revolvieron entre libros y pinceles y
que el libro de sus primeras lecturas fue una edición bilingüe
castellano-catalán. Por influencia paterna pasó su adolescencia vinculado a
grupos y a ambientes del exilio español en México lo que marcaría para siempre
su formación cultural.
En 1948 fundó la
revista de arte y literatura Clavileño junto a Luis Rius y
Arturo Souto, con quienes repitió proyecto tres años más tarde con la
revista Segrel. Corría la década de los cincuenta y ya para
Gironella era un momento especialmente literario durante el que escribió poesía
y, atreviéndose con la novela, comenzó una titulada Tiburcio Esquirla.
Estudiaba en la UNAM y también por aquel entonces abrió una galería en la Zona
Rosa del Distrito Federal. La galería se llamaba Prisse y le
acompañaron en la aventura otros pintores e intelectuales argentinos y
españoles: Vlady, Enrique Echeverría, Héctor Xavier, Bartolí, José Luis Cuevas
y Vicente Rojo pertenecientes, algunos de ellos, a la llamada generación “de la
ruptura”. Más tarde fundaría la galería Proteo y fue allí, muy
temprana y muy premonitoriamente, donde expuso los primeros cuadros dedicados a
revolucionarios y dictadores.
Su pasión por la
pintura dominó al resto intensificándose con el paso del tiempo y su propio
paso por la Ciudad de la Luz donde expuso sus obras y conoció a André Breton, a
Fernando Arrabal, a Joyce Mansour y a Pierre Alechinsky. El Primer Premio para
artistas jóvenes de la Bienal de París fue para él en 1960 y en el 63, a través
del grupo Phases, participó en una importante exposición en la Universidad de
París. En aquellos años visitó por primera vez España y ese viaje marcará de
una forma determinante su estilo pictórico. A partir de ese momento: viajes, becas,
escenografías, premios, exposiciones y encargos en todo el mundo aunque, en los
últimos treinta años de su vida, la casa a la que siempre regresaba se hallaba
en el Valle de Bravo, México. Desde allí, el hombre que firmó la sentencia de
muerte de la pintura muralista oficial mexicana, el desapacible y contestatario
Gironella demostró permanecer muy atento a la actualidad de su país y del
mundo.
A pesar de haber
alcanzado renombre internacional por sus cuadros, su gran interés por la
literatura en general, y la española en particular, no decayó jamás y pasó a
ser un motor de su producción artística. En los años sesenta descubrió
maravillado a Velázquez y, desde ese momento, trabajó bajo su influjo pero al
tiempo descubría, con igual aprovechamiento artístico, el castellano místico y
ardiente de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Todo contribuirá a que
hoy se le considere un consumado hispanista. Entero, el Siglo de Oro español
prendió en su estética con fuerza y lo mismo le ocurrió con el movimiento
surrealista que conoció de la mano de José Bergamín y del propio Buñuel.
Barroco español y vanguardias europeas, el bagaje de referentes crecía poco a
poco y el creador Gironella, apasionado en el trabajo y excesivo en la vida,
comenzaba a construir su versión personalísima y latina de un cierto Pop
Art y otros movimientos rupturistas a los que, además, pertenecía como
hijo de su tiempo.
El gran público
lo ha conocido por retratos célebres y de personajes tan diferentes como el
líder revolucionario Emiliano Zapata o la cantante Madonna pero fue también,
como dijimos, un excelente ilustrador de libros tan significativos como Bajo
el volcán de Malcom Lowry o, la obra que aquí nos ocupa, el Tirano
Banderas de Valle-Inclán. En el momento de su muerte se hallaba
preparando una exposición de los originales de sus ilustraciones para estos dos
libros. Dicha exposición habría tenido lugar en México y en la Fundación
Cultural Círculo de Lectores de Barcelona. También había acabado una serie de
ilustraciones que conmemorasen el centenario de la muerte de Friedrich
Nietzsche, proyecto en que se encontraba trabajando auspiciado, nuevamente, por
el editor Hans Meinke8.
Gironella
falleció a causa de un cáncer óseo el 2 de agosto de 1999.
Antes de su
desaparición, y después de ella, no es fácil hallar semblanza o biografía de
Alberto Gironella que no haga referencia a su querencia por la literatura. Tal
vez pocos pintores estuvieron tan enamorados de las palabras como él. Su gusto
por lo literario traspasaba personajes y argumentos hasta llegar hasta la raíz
del idioma. Dicen que consultaba sin cesar el Diccionario de la Real Academia y
el Corominas-Pascual. Reverenciaba el arte de la palabra. Y en esa adoración
debió encontrarse con la prosa de Valle-Inclán.
El lector
empedernido que él era homenajeaba continuamente a sus escritores y artistas
preferidos entre los que se contaron Ramón Gómez de la Serna, Luis Cernuda,
José Bergamín, Carlos Fuentes, Ramón López Velarde, Fernando Pessoa, Rosa
Chacel, Octavio Paz, Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Francisco de
Quevedo, Federico García Lorca, León Felipe, Luis Buñuel, Ramón Mª del
Valle-Inclán... Homenajes con la palabra y con los pinceles, numerosas piezas
de su obra surgen como un proyecto de reconocimiento o ilustración de la obra
de otros9.
La serie de
ilustraciones que preparó para el Tirano Banderas no sólo lo
adornan sino que lo ilustran en el pleno sentido etimológico del término dando
luz y brillantez a sus aspectos, convirtiéndose en una lectura-crítica del
texto. Sabemos que, en las frases de Tirano Banderas, las palabras
se ensamblan mediante lo que muchos han querido definir como una técnica
pictórica entre el expresionismo y el cubismo. Así se construyen los sintagmas
que nos hacen “ver” la cadavérica faz del déspota, su mueca verde de dictador o
el símbolo de la rana. Palabras, solo palabras, que tal vez no imaginaron hallar,
en su mismo siglo, más justa traducción plástica que las composiciones del
pintor mexicano. En los territorios de esa otra disciplina artística, el
dominio de las técnicas del collage y del ensamblaje facilita
enormemente el trabajo de Gironella para la traslación visual de la obra de
Valle-Inclán puesto que le permite la incorporación de objetos reales de la
identidad mexicana, por extensión latinoamericana: ropas, metales envejecidos,
recortes de cajas de cartón, maderas, cueros repujados... Todo se “toca” y
hasta llega a “olerse”. Naturalezas muertas y, no obstante, orgánicas. Símbolo
y realidad para contar la historia de “tierra caliente” de ese lugar que no
existe y que es, al mismo tiempo, toda y entera América Latina.
Y de la misma
manera que la fragmentación y la variedad de puntos vista sobre un mismo
objeto, personaje o escena son una de las bazas fundamentales de la narrativa
valleinclaniana, lo son también del arte de Gironella. Diferentes “voces”
hablan en las ilustraciones del Tirano, diferentes técnicas: ensamblaje,
dibujo, fotografía de época manipulada, grabado... todo al servicio de la
metáfora visual, todo pergeñado de simbología universal, mestiza y, al mismo
tiempo, de enrevesado juego interpretativo propio, personal. Ambos artistas siguen
la misma intuición creativa al llevar su arte más allá de lo que las
convenciones permiten: extraliterario uno, extrapintórico el otro, convergen y
se reúnen con sus obras en una tierra artística de nadie y, al mismo tiempo, de
todos. Gironella juega, como Valle-Inclán, con el fragmento y reconstruye el
rompecabezas de una realidad histórica en un ejercicio valiente de revisionismo
que le planta cara a los tópicos (muerte, valor, fiereza, virilidad...) para
subvertirlos, para ser con ellos de una irreverencia esencial. Hay algo de
irracional garabato en las ilustraciones que nos ocupan, algo de desgarro y al
mismo tiempo de broma macabra, de sátira que las acercan a la “tradición” del
esperpento literario. Sirva como ejemplo éste: Gironella solía sellar sus obras
con una divisa “Esto es gallo” guiño cervantino a ese Orbaneja de El
Quijote, ese mal pintor que se veía en la obligación de escribir el nombre
de las cosas debajo de su representación pictórica para que el espectador
pudiera identificarlas sino por su parecido a la realidad, por la convención de
la palabra escrita; guiño valleinclaniano a los conceptos estéticos del don
Manolito de Los cueros de don Friolera.
La novela del escritor
“México me abrió
los ojos y me hizo poeta”, le dijo Valle a Alfonso Reyes. Ramón María del
Valle-Inclán mantuvo siempre una relación muy especial con México desde su
primer viaje en 1892 cuando, no lo olvidemos, el dictador Porfirio Díaz se
hallaba en el poder y tenía como uno de sus objetivos militares desaparecer a
las tribus yaquis. Poco sabemos de aquella estancia: que quiso
alistarse en el ejército, que fue detenido alguna que otra vez por alborotos y
que ejerció durante un tiempo como periodista. Entonces sucedió que ese joven
periodista gallego, furioso y retador se personó en la redacción del
periódico El tiempo exigiendo una satisfacción a su
responsable, Victoriano Agüeros, sobre cierta carta al director en la que se
acusaba a la colonia española de corruptela y explotación de los indígenas. A
su regreso en 1921 la percepción de la realidad fue muy diferente. En palabras
de Dru Dougherty: “Era natural que disfrutara de la acogida sincera y amable de
los mexicanos, lo cual explica la relativa escasez de comentarios políticos en
esos primeros días. El México que el escritor reconocía era todavía el
legendario de laSonata de estío y sus veladas con el general Rocha.
El México problemático y revolucionario, lo iría descubriendo poco a poco
durante los siguientes dos meses”10.
Efectivamente,
las opiniones de Valle-Inclán van acalorándose como corresponde al clima, a su
temperamento y al entusiasmo con el que defendió la reforma agraria de su
anfitrión el presidente mexicano Álvaro Obregón. Esta actitud le enfrentaba
directamente con la colonia española en México integrada en su mayor parte por
terratenientes latifundistas. Como es sabido, la polémica se agudizó con las
declaraciones hechas al corresponsal de periódico El Universal, Ruy
Lugo Viña, sobre la previsible huida del cobarde Alfonso XIII si se produjese
el necesario estallido de una revolución comunista en España. Aunque
posteriormente desmintiese haberse entrevistado con Lugo Viña, las matizaciones
no hacían más que abundar en la misma línea ideológica y, como máximo, negaban
haber injuriado a la real persona. Las palabras de Valle-Inclán vertían alcohol
puro en la llaga de la cuestión colonial y escandalizaban a un lado y otro del
charco atlántico. Pero, como suele suceder, quedaba sin eco el análisis más
profundo de la situación que el escritor intentaba llevar a través de sus
opiniones. Antes de regresar a Galicia, tras su visita a México, Valle hacía
escala en Nueva York y, en el Instituto de las Españas, pronuncia una
conferencia cuyo contenido aproximado se resume así en La prensa:
“El orador menciona las conferencias pronunciadas por él en México, tratando
sobre el problema agrario y que le merecen acres censuras y una hostilidad que
aún dura de parte de los españoles allí establecidos. Dice que el indio en
México, que España emancipó y a quien se le concedieron después de la conquista
todos los derechos de hombre libre, ha perdido ahora su libertad hasta de ser
humano y sufre una situación peor que la de los esclavos que se cuidaban y
atendían como mercancía que era parte del capital del amo. Combate la política
de latifundistas de México, en su oposición a que se concedan al indio mejores
jornales, tierras, libertad para elevarse en la vida e instrucción. Afirma que
en las haciendas de México no hay escuelas, no se da atención médica a los
indios, no se les vacuna, no se les trata siquiera humanamente. Declara que los
que lo combatieron allí encarnan el espíritu más reaccionario, enemigos de la
justicia e ignorantes de las cualidades del indio mexicano, a cuya raza
pertenecieron Juárez, Altamirano y el mismo general Díaz”11.
No parece difícil
comprender que, incluso víctima de un exceso de idealismo, lo que Valle-Inclán
está lamentado es la vergonzosa actuación económica y el triste papel político
de la tan traída y llevada Madre Patria en las tierras mexicanas. Las críticas
que le hacían aparecer como un antiespañol (“degenerado, marihuano y mal
español” le llamaría un periodista del ABC de México) eran, en
realidad, los deseos vehementes de un quijotesco patriota que al llegar a
España se apresuraba (20 de febrero de 1922) a presentar en el Ateneo de Madrid
una conferencia titulada «El deber cristiano de España en América». La compleja
mezcla de historia y poesía que fundamenta la teoría de Valle-Inclán sobre el
lugar y la misión de España en el mundo no es tema que pueda tratarse aquí con
la atención suficiente. Bastará apuntar que, de nuevo, el escritor insiste en
la necesidad de redimir al indígena de su penosa situación y que esta
conferencia hallará su traslación literaria en las páginas de Tirano
Banderas; concretamente en el discurso que el licenciado Sánchez Ocaña
pronuncia en el mitin del Circo Harris12. En octubre de 1923 Valle-Inclán vuelve a
la carga con una carta al periódico España en la que acusa al
gobierno español de complicidad con los Estados Unidos para derrocar al
gobierno de Obregón al que, interesada y cautelarmente, solo habría accedido
reconocer en espera de cuantiosas e ilegales prebendas económicas13.
La falta de miedo
a utilizar palabras como “revolución” y a su pleno significado condicionó que
el discurso intelectual de Valle-Inclán fuese, en lo literario como en lo
político, motivo de escándalo. En sus declaraciones a la prensa respecto a las
tentativas históricas mexicanas por conseguir el equilibrio social no dudó en
emplearla una y otra vez; pero posiblemente es en estas frases de una carta a
su amigo Alfonso Reyes donde la opinión de Valle se expresa con la claridad más
meridiana: “A más que la revolución de México, es la revolución latente en toda
América Latina. La revolución por la independencia, que no puede reducirse a un
cambio de visorreyes, sino a la superación cultural de la raza india, a la
plenitud de sus derechos, y a la expulsión de judíos y moriscos gachupines. Mejor,
claro está, sería el degüellen”14.
El escándalo se
acalla, el viaje a México se aleja en el tiempo, los periodistas hincan el
diente a otros temas pero Valle-Inclán, testarudo, felizmente obsesivo, no se olvida
de hacer lo que mejor sabe hacer: escribir. No guarda sino el silencio que le
es necesario para poner en papel la obra prometida sobre “caudillaje y avaricia
gachupinesca”. Así en 1926 sale de la imprenta Tirano Banderas, la
novela que debía fraguarse en su mente desde mucho antes de su última visita:
desde la revolución mexicana de 1910, desde su visión del indio encadenado
en La Pipa de Kif de 1919, desde que, a través del poema
obsequiado del presidente Obregón, incitase al: “Indio mexicano que la
Encomienda tornó mendigo! / ¡Indio mexicano!/ ¡Rebélate y quema los trojes del
trigo!/ ¡Rebélate, hermano!”. Valle-Inclán, entre el recuerdo y la realidad,
decide componer un relato sobre una revolución posible en la valleinclaniana y,
a un tiempo, panamericana Santa Fe de Tierra Firme. Nadie puede asegurar
que Tirano Banderas transcurre en México pero, gracias a esa
técnica de collage, que le hermana en lo artístico con Gironella,
nadie puede asegurar que no pudiera ser México el escenario de la novela. Don
Ramón, como venía haciendo desde sus Sonatas y otras obras
primerizas, “recicla” pedazos de realidad para incrustarlos en la ficción
narrativa: historias de frailes y de bandoleros, revistas de teosofismo,
cometas y premoniciones, crónicas acerca de Lope de Aguirre, versos de amor y
canciones populares, bolívares, pesos bolivianos y soles peruanos, etnias
reales y otras, como los chiromayos y chiromecas, inventadas por
Valle-Inclán... todo abunda en la visión sintética de lo hispanoamericano y del
entresiglo. Y todo ello con la propia personalidad contagiada y contagiosa del
espíritu mismo de su trabajo literario; solo así pueden interpretarse
respuestas como la que le diera a Manuel Horta a la pregunta. “- ¿Qué desearía
usted ser ahora?... - General mexicano- responde Valle-Inclán con un brillo
insólito en sus ojos tristes”15.
En definitiva,
Valle-Inclán recreó sus impresiones tomándolas e introduciéndolas en un
caleidoscopio que gira y gira presentando imágenes repetidas pero nunca
iguales. Lo han dicho los críticos: Tirano Banderas es una
novela circular; especular han dicho otros. Una sensación que no se obtiene
sino por la simultaneidad, las correspondencias y la reiteración. Alberto Gironella
fue también otro artista obsesionado con la repetición. Gustaba de las
coincidencias, de la secuencialidad en el arte y en la vida: “Todo en mi obra
tiene una lógica y una secuencia. Ramón Gómez de la Serna y Ramón López Velarde
nacen en el mismo año 1888; igual que otro de mis autores predilectos, Fernando
Pessoa. No será casualidad que los tres tengan algo en común ¿no? Y con
Valle-Inclán, sí, ya son tres Ramones”. Él mismo decía de su trabajo: “Yo hago
con mi obra lo que el Padre Ripalda en su catecismo: repetir, repetir y
repetir”. También en el Tirano: Zacarías y el saco con los despojos
de su niño; la calavera verdosa del Tirano; los brillos de la tumbaguita;
carcamales y momias diplomáticas; la bola revolucionaria pendiente de trances
magnéticos y premoniciones en recámaras verdes, el sonido insidioso del
jueguito de la rana... elementos reiterados y siempre plasmados desde una
óptica nueva hasta que la imagen queda fijada en la mente del lector-espectador
con la fuerza de un hierro candente.
Fin de la
historia de escritores, pintores y guerrilleros
No lo he visto,
pero he leído que Gironella realizó un retrato del Sub-comandante Marcos que se
titula Zapata actual. También he oído que en su testamento pidió
que se regresara a su casa de Valle Bravo su retrato más famoso de Zapata. Fue
1972 y Gironella tomando la figura del general rebelde, aumentó el número de
iconografías sobre el líder revolucionario con un cuadro que contaba su sepelio
inspirándose en El entierro del Conde Orgaz de El Greco. No
fue su única obra en ese sentido. Le tenía abierta simpatía a la lucha
zapatista y viceversa. Era cosa conocida y así, a su muerte, el poeta y crítico
de arte Mario del Valle le dedicaba un responso que recreaba la figura de
Zapata:
Han pasado ya muchos
años.
Pero mi ejército sigue en pie.
Aquí no hay jardines sino surcos y piedras.
Aquí hablamos con un susurro harto
cansado.
Como de metal sin eco.
Monto mi caballo, andaluz y charro.
Mi emblema es la imagen de la resurrección
y el fuego,
por eso galopo en los corredores del
tiempo
incendiando los discursos de anfiteatro en
palacios de cantera.16
Pero mi ejército sigue en pie.
Aquí no hay jardines sino surcos y piedras.
Aquí hablamos con un susurro harto
cansado.
Como de metal sin eco.
Monto mi caballo, andaluz y charro.
Mi emblema es la imagen de la resurrección
y el fuego,
por eso galopo en los corredores del
tiempo
incendiando los discursos de anfiteatro en
palacios de cantera.16
Podríamos abundar
en paralelismos, relaciones y ejemplos pero, probablemente, con lo dicho haya
suficiente para entender y no cansar. La Historia, si no quiere mentir, tendrá
que dejar unidos los nombres de varios guerrilleros que son uno, varios pintores
que son uno y varios escritores que son uno también. Esa es la forma en la que
Valle-Inclán y Gironella quedarán unidos para la posteridad como dos artistas
capaces de crear brillantísimas y rotundas imágenes en las que lo literario y
lo pictórico van confundiéndose y fundiéndose. Como dos artistas que no
supieron, no pudieron, no quisieron, pasar por sus respectivas sociedades sin
hacer ruido, mucho y necesario ruido. Sabido es -sabido es para el zapatista
Marcos también- que los dictadores de todas las latitudes son duros de oído y
de corazón.
NOTAS
1. Breve y seleccionada, algo de
bibliografía: Bot, Yvon le, Subcomandante Marcos. El sueño zapatista,
Mexico City, Plaza y Janés, 1997; Durán de Huerta, Marta (compiladora), Yo,
Marcos, México: Ediciones del Milenio, 1994; Hernández Navarro, Luis, Chiapas:
La guerra y la paz. Prólogo de Carlos Monsiváis, México: ADN Editores,
1995; Rovira, Guiomar, Mujeres de maíz. La voz de las indígenas de
Chiapas y la rebelión zapatista, Barcelona, Virus, 1996; Russell, Philip
L., The Chiapas Rebellion, Austin, Mexico Resource Center, 1995;
Tello Díaz, Carlos, La rebelión de las Cañadas, Mexico City, Cal y
Arena, 1995; Vos, Jan de, Historia de los pueblos indígenas de México.
Vivir en frontera. La experiencia de los indios de Chiapas, México,
Instituto Nacional Indigenista, 1994; EZLN: Documentos y Comunicados 1,
2, 3: 15 de agosto de 1994 - 29 septiembre de 1997, prólogo de Antonio
García de León, Mexico, Era, 1995, 1996, 1997.
2. Sirva como ejemplo Marcos:
la genial impostura, de Maite Rico y Bertrand de la Grange.
3. Por citar las ediciones más
actuales: Sub. Marcos, Cuentos para una soledad desvelada,
Virus-Ekosol-Colectiu de Solidaritat amb la rebel·lió zapatista, 1998:
Marta/Marcos, El tejido del pasamontañas, Virus-Etcétera-Colectiu
de Solidaritat amb la rebel·lió zapatista, 1999; Sub. Marcos, Siete
piezas sueltas del rompecabezas mundial, Virus, 1999; Sub. Marcos, Relatos
del viejo Antonio, G.E.Guarache, 1999.
4. Como breve muestra de valoración del
movimiento zapatista no me resisto a reproducir esta cita de Octavio Paz,
figura intelectual cuyo peso específico en México no necesita explicaciones:
“Los insurgentes de Chiapas son decididamente ultramodernos en un sentido muy
preciso: por su estilo. Se trata de una definición estética más que política.
Desde su primera aparición pública el primero de enero, revelaron un notable
dominio de un arte que los medios de comunicación modernos han llevado a una
peligrosa perfección: la publicidad. Después durante las pláticas y
negociaciones en la Catedral de San Cristóbal, cada una de sus representaciones
ha tenido la solemnidad de un ritual y la seducción de un espectáculo. Desde el
atuendo -los pasamontañas negros y azules, los paliacates de colores- hasta la maestría
en el uso de símbolos como la bandera nacional y las imágenes religiosas.
Inmovilidad de personajes encapuchados que la televisión simultáneamente acerca
y aleja en la pantalla, próximos y remotos: cuadros vivos de la historia,
alucinante museo de figuras de cera. [...] El encanto de estas imágenes se
intensifica porque nos recuerda el romanticismo de esas escenas de las novelas
y del cine en las que aparecen, enmascarados, unos conspiradores reunidos en
una catacumba alrededor de un altar (en este caso la bóveda de una catedral)”.
Paz, Octavio, Vuelta, Nº 207, febrero 1994, Nº 208, marzo 1994, Nº
209, abril 1994, Nº. 231, febrero 1996. A pesar de declararse defensor de los
derechos de los indígenas Octavio Paz no parecía dispuesto a perdonar a los insurgentes
lo que consideraba un atentado a la integridad nacional, una regresión al
pasado más incivilizado y un flaco favor a la imagen de la nación mexicana ante
el resto del mundo. En contrapartida, Marcos ha declarado públicamente su
admiración por Paz, a pesar de los desacuerdos, y ha criticado duramente a los
imitadores que suscriben sus palabras sin alcanzar ni en sueños su talla
intelectual.
5. Existen cuatro cartas más de esta serie
que pueden consultarse en el apartado de documentos de la página web www.ezln.org.
6. La recepción periodística del Tirano
Banderas ha sido estudiada con el habitual rigor por Dru Dougherty en
“La primera recepción de Tirano Banderas, novela de tierra
caliente”, Valle-Inclán y su obra. Actas del Primer Congreso
Internacional sobre Valle-Inclán, ed. Manuel Aznar Soler y Juan Rodríguez,
Cop d’idees-Taller de investigacions valleinclanianes, Bellaterra, 1995. pp.
337-347.
7. El espacio y la prudencia aconsejan
trazar con cierta brevedad el retrato de la vida y obra de Gironella en este
artículo. También aconsejan acudir a obras más extensas y documentadas como las
de Edouard Jaguer (Era, 1964) o Rita Eder (UNAM, 1981) o José Pierre (Galería
OMR, México, 1988). Grandes amigos suyos escribieron sobre él: Agustí Bartra,
Octavio Paz, Juan Rulfo, Arrabal, Carlos Fuentes...
8. En diciembre de 2000, el propio
Meinke lo explicaba en una entrevista de Orso Arreola publicada en el periódico
mexicano El informador:
“Al hablar de nuevos proyectos nos comentó que un gran proyecto se quedó truncado por la muerte prematura de Alberto Gironella. Recordó que él le traía a Alberto unas muestras el mismo día en que se murió: -Alberto me llamó cuando ya estaba mortalmente enfermo y me pidió que viniera inmediatamente [con] la propuesta editorial que consistía en hacer un libro conmemorativo del centenario de la muerte de Friedrich Nietzsche. Una edición en la que él colaboraría con grabados y con retratos de Nietzsche.
Hans me cuenta que le trajo dos retratos en calidad de pruebas para que él los viera, era para que se diera cuenta de la calidad de la impresión que tendría el libro: -Llegué a unas cuantas horas de que muriera. Su familia me llevó con él y pude verlo en su lecho de muerte, y sólo pude poner sobre la cama las pruebas que le llevaba, le hablé en voz alta porque él todavía me oía y ese proyecto se truncó, dice Hans Meinke con infinita tristeza.
Hans espera recuperar un proyecto que tiene pendiente con José Luis Cuevas, le gustaría tener para exponer en México una parte del legado de obras que tenemos de Alberto Gironella, que son todos los originales que hizo para el libro Bajo el volcán, así como los de Tirano Banderas“ (El informador, México, 2 de diciembre de 2000,http://www.informador.com.mx/lastest/2000/diciembre/02dic2000/02ar04b.htm)
“Al hablar de nuevos proyectos nos comentó que un gran proyecto se quedó truncado por la muerte prematura de Alberto Gironella. Recordó que él le traía a Alberto unas muestras el mismo día en que se murió: -Alberto me llamó cuando ya estaba mortalmente enfermo y me pidió que viniera inmediatamente [con] la propuesta editorial que consistía en hacer un libro conmemorativo del centenario de la muerte de Friedrich Nietzsche. Una edición en la que él colaboraría con grabados y con retratos de Nietzsche.
Hans me cuenta que le trajo dos retratos en calidad de pruebas para que él los viera, era para que se diera cuenta de la calidad de la impresión que tendría el libro: -Llegué a unas cuantas horas de que muriera. Su familia me llevó con él y pude verlo en su lecho de muerte, y sólo pude poner sobre la cama las pruebas que le llevaba, le hablé en voz alta porque él todavía me oía y ese proyecto se truncó, dice Hans Meinke con infinita tristeza.
Hans espera recuperar un proyecto que tiene pendiente con José Luis Cuevas, le gustaría tener para exponer en México una parte del legado de obras que tenemos de Alberto Gironella, que son todos los originales que hizo para el libro Bajo el volcán, así como los de Tirano Banderas“ (El informador, México, 2 de diciembre de 2000,http://www.informador.com.mx/lastest/2000/diciembre/02dic2000/02ar04b.htm)
9. Tal vez por ser una de las más
recientes que precedieron a su muerte muchos son los que recuerdan la
exposición de pintor, con motivo del Primer Congreso Internacional de la Lengua
en Zacatecas, íntegramente dedicada a retratos de escritores: venticinco piezas
muchas de las cuales eran de Ramón Mª del Valle-Inclán y de León Felipe. Una
crónica del periódico El informador (9 de abril, 1997)
explicaba que “el trabajo de Gironella vincula en forma entrañable lo mexicano
con lo español presentando, por ejemplo, su interpretación de Valle-Inclán y de
Zapata como expresiones de la lengua y las historia de dos grandes culturas.
Tanto el escritor como el revolucionario son héroes que representan símbolos de
las dos naciones: la lengua y la tierra como entidades para expresar lo espiritual
y lo social”.
10. Dru Dougherty, Un
Valle-Inclán olvidado: entrevistas y conferencias, Espiral/Fundamentos,
Madrid, 1982, p. 109.
11. Dougherty (op. cit. p.
123, n.151) cita de Repertorio Americano, III, 9 de enero de 1922,
p. 275.
12. Véase la edición de Tirano
Banderas de Juan Rodríguez (Planeta, Barcelona, 1994) y Dru Dougherty
«El segundo viaje a México de Valle-Inclán: una embajada olvidada», Cuadernos
Americanos, XXXVIII, 2, 1979, pp. 137-176.
13. Y aún otra vez habría de volver
Valle-Inclán a pronunciarse públicamente sobre el tema cuando, a propósito del
nombramiento del embajador español en México representando al reciente gobierno
de la Iª República, opinaba en El liberal que la revolución
española era equiparable a la mexicana: “España ha hecho la revolución que
hacen los hombres de bien contra los ladrones. Y ésta es la representación que
se envía a México, que ha hecho otra gran revolución: la de redimir al indio”
(21 de mayo de 1931).
14. Dougherty (op. cit. p.126,
n. 155) cita de Speratti-Piñero, De la Sonata de otoño al esperpento,
Támesis, Londres, 1968, pp. 203-204.
15. Dougherty (op. cit. pp.
115-118), El Heraldo de México, 20 de septiembre de 1921.
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De EL PASAJERO
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