Sé por qué Karl
Ove Knausgård ha tenido tanto éxito en este país. Se ha atrevido a
llevar lo doméstico a la zona masculina, cómoda, universal, que todos podemos
entender. Si Karla Ove Knausgård hubiera escrito seis tomos sobre su vida en
primera persona, lo habríamos llamado diario, o quizá al aterrizar en el
periodismo cultural español le habrían preguntado si era una saga para mujeres. Elena
Ferrante no sabemos siquiera si es una mujer, pero sus libros no
parecen tan universales como los de Knausgård. Siempre se dice de sus novelas
que exploran la sensibilidad femenina, la amistad entre mujeres. Y es cierto,
pero todavía no he leído en ninguna parte que Knausgård explore la sensibilidad
masculina. No creo que haya muchas críticas de libros escritos por hombres que
valoren el rol del hombre-personaje. Nadie habla de si un personaje masculino
sensible es la nueva masculinidad de la que empiezan a hablarnos en otros
ámbitos, que no el literario. Sin embargo, el personaje femenino siempre queda
expuesto: necesita tener un rol, lanzar un mensaje. Siempre la mujer dentro de
la novela tiene un significado social: o bien habla de la mujer contemporánea,
o bien hace una crítica, o bien reivindica algún derecho. Y siempre, por
supuesto, son personajes con sensibilidad femenina. Quizá
sensibilidad y masculina son dos términos que se repelen y contradicen, porque
nunca se habla de ella, nunca es un valor literario en las novelas.
Obviando esta
lucha de matices, lo importante es que Karl Ove Knausgård
tiene melena plateada, ojos azules, la seguridad física de quien se sabe
atractivo. Nadie lo dice en las reseñas de sus libros, pero es así. Cuando
hablamos del descubrimiento literario que ha supuesto el testimonio del
noruego, nadie hace mención a su físico. ¿Por qué iban a hacerlo? Nadie cuenta,
en las entradillas de las entrevistas, si se atusaba el pelo mientras respondía,
ni cómo era la ropa que llevaba, ni siquiera si usaba perfume o no aquel día.
Ningún crítico ni crítica se ha permitido la licencia de hacer poesía con él: su
voz de fumador se pega a la piel como el sudor en verano. Nadie habla de él
en las reseñas como se habla de un amante, como se habla de un personaje de
ficción. No se les ocurre hablar de él como si no existiera, con un lirismo
dulzón y patético. No lo hacen tampoco con José Luís Peixoto, ni
con Paolo Giordano, ni con Samuel Beckett, ni con Henry
Miller.
La importancia
de ser flaca… o madre
Dando un paso al
frente y saliendo del periodismo cultural, me pregunto por qué Mireia
Belmonte «es simpática y más guapa y delgada que en televisión». Lo
dijo Pedro Morata, y seguro que lo hizo para halagarla. Y es
probable que Mireia Belmonte no se molestara con él por el comentario, porque
intuía que no pretendía ofenderla. Es probable que ni Peixoto ni Giordano ni
Beckett ni Miller se molestaran si alguien les dijera que son atractivos, además de
escritores. Pero nadie lo hace. Del mismo modo que cuando nos presentan un
ministro nadie nos cuenta que lo es a pesar de tener cuatro
hijos, como sí lo hicieron con Dana Reizniece-Ozola. Para ponernos
en situación: la ministra de Finanzas de Letonia es la campeona del mundo en la
Olimpiada de Ajedrez. Ha ganado, con su ministerio y sus cuatro hijos, a Yifán
Hou. Y sí, es cierto, tiene mérito que una ministra y madre sea, además,
campeona de ajedrez. No solo tiene mérito, sino que es sorprendente por muchas
cosas, pero también por una cuestión de practicidad. Haciendo el apunte de su
maternidad lo que nos están dando a entender es que ella se ocupa de esos
cuatro hijos. Quizá sí lo haga, pero ¿por qué se da por hecho? La imagen que se
da de ella es la de una mujer que se ocupa de sus cuatro hijos y saca tiempo
para su ministerio y su ajedrez. ¿Lo dirían de algún ministro? Dice Leontxo
García que «su marido y otros parientes la ayudan mucho a cuidar de
sus cuatro hijos». Sí, hay que prestarle mucha atención al verbo: el marido,
que también es padre de esos cuatro hijos, la ayuda. Los medios,
una vez más, nos muestran la imagen que todavía no nos hemos podido quitar de
la mujer. Por eso Elena Ferrante (no sabemos si mujer, pero con nombre de
mujer) escribe una historia sobre la sensibilidad femenina y la amistad entre
mujeres, y lo que hace Knausgård es abarcar el mundo, la vida, lo universal… lo
público, frente a lo particular de la mujer.
La importancia
de ser guapa
Si no eres flaca
ni madre, pero sí eres escritora, que seas guapa o no lo seas es importante. Zadie
Smith ha sido descrita como «el icono perfecto: guapa, inteligente con
gafas de pasta» (Jorge Berástegui, El Huffington Post).Anne
Sexton era «delgada y alta como una modelo, teatral, con sus ojos
azules y su pelo negro, su voz de fumadora se pega a la piel como el sudor en
verano» (Elsa Fernández-Santos, El País). Sylvia
Plath, «la chica guapa, delicada, violenta y trastornada» (Manuel
Hidalgo, El Mundo). De Jhumpa Lahiri nos
cuentan que es «la escritora, tímida, guapa, que está casada con un periodista
guatemalteco» (Guillermo Altares, El País). Ganar un Premio
Nobel no es tanto para Alice Munro como ser «una mujer muy
guapa, con una cara de expresión tan intensa como las aventuras de su vida, con
unos ojos brillantes» (Antonio Muñoz Molina, El País). Emma
Cline, la autora del momento gracias a Las chicas, es «lo que
se dice guapa. Una belleza casi botticelliana de rostro
ovalado y unos ojos azules que parecen detener el tiempo cuando los miras de
cerca» (Jacinto Antón, El País). «Guapa, rica y
exitosa» es Camilla Läckberg (Iván Gil, El
Confidencial). Pola Oloixarac es, por orden, «joven,
guapa, modelo, cantante, bloguera, licenciada en Filosofía y escritora» (Inés
Martín Rodrigo, ABC). Elsa Morante, además de la
esposa de, era «guapa, tenía una sonrisa entre tímida e irónica, un rostro
juvenil» (Aurora Conde, El Mundo). A Mercè
Rodoreda le conceden el beneficio de la duda, no solo «fue guapa y
sigue siéndolo, sino que exteriormente es esto. Pero hay que verla por dentro»
(Manuel del Arco, La Vanguardia). Montserrat Roig,
en cambio, «era la mimada del director, Ibáñez Escofet, al que siempre le gustaron
las chicas guapas» (Joan de Sagarra, El País). A Doris
Lessing le pasa como a Munro con el Nobel, que además de una digna
ganadora es «una anciana tan guapa y tan pulcra como el hada madrina de un
cuento para niños» (Rosa Montero, El País). Simone
de Beauvoir fue «alta, guapa y seria, con ojos radiantes bajo unos
pesados párpados» (María Antonietta Macciocchi, El País).
Pero volvamos por
un momento a la crítica actual, de autoras contemporáneas que pasan por lo
mismo que Knausgård. Así describen a Milena Busquets: «La suya es
una media melena rubia, que se atusa de vez en cuando con unos dedos
larguísimos. Y eso, junto a una tez pecosa, una mirada azul clarito que pasa de
la ironía a la ternura en una décima de segundo y una silueta estilizada de
elegantes movimientos le confieren un cierto aire de extranjera de clase
alta» (Vis Molina, El Cultural). La que más veces ha
tenido que sufrir los comentarios a su físico fue Carmen Laforet,
que incluso se insinúa que tuvo éxito a pesar de ser guapa, como si
fuera una cruz… y lo fue. Así es como cuentan que ganó el primer Premio Nadal:
«Una jovencísima y muy guapa mujer obtuvo en Barcelona el primer Premio
Nadal» (Javier Goñi, Divertinajes). Soledad
Puértolas «recorre los pasillos, la escalera, el salón de plenos, la
biblioteca… y posa para las fotos. Está elegante y guapa» (María
Inés Amado, El País). Dulce Chacón «era guapa,
inteligente, tenía un éxito merecido…» menos mal (T. De León-Sotelo, ABC).
Lo mismo que Ana María Matute, que «de joven era muy guapa, tenía
éxito» (Rosa Montero, El País). Y como Camilla Läckerberg, Zenobia
Camprubí era «una mujer emprendedora, guapa y rica» (Álvaro
Pombo, La Vanguardia), porque su posición económica también es
importante. Por último, de Clarice Lispector, «hay que decir, era
guapa» (Brenda Lozano, Letras Libres). Y no solo
eso, sino que su traductor al inglés dijo que «era tan guapa como Marlene
Dietrich y escribe tan bien como Virginia Woolf».
La importancia
de lo importante
Encontrar todas
estas citas no me ha llevado más de dos horas. Nombre de escritora y guapa,
tres o cuatro palabras, y la red se llena de artículos culturales que mencionan
el físico de las escritoras, a veces incluso permitiéndose comentarios fuera de
lugar, como el de Emma Cline de Jacinto Antón. Algunos pretenden ser tiernos,
entrañables, sobre todo cuando se refieren a mujeres mayores como Alice Munro o
Doris Lessing. En algunos casos se les atribuye el físico al éxito. No todos
los comentarios están hechos por varones, y no siempre se habla de lo guapas
que son en la juventud. No hay una línea clara para trazar una teoría, salvo
algo que todas tienen en común: son mujeres. La desgracia de ser mujer, como
decía Alfonsina Storni. Ni José Luís Peixoto, ni Paolo Giordano, ni
Samuel Beckett, ni Henry Miller se molestarían con estos guapas ni
con estas descripciones que van más allá de lo literario, porque serían
comentarios aislados, sin importancia. Pero hay demasiadas escritoras guapas en
las reseñas, entrevistas y críticas literarias como para pasarlas por alto.
Quizá cuando miras de cerca a Knausgård, con esa belleza casi botticelliana de
rostro ovalado y esos ojos azules, también parece que se detenga el tiempo…
pero nadie lo ha reseñado todavía.
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De JOT DOWN, 22/09/2016
Fotografías:
Karl Ove Knausgård. Anagrama
Zadie Smith. Fotografía: Cordon Press
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