Thursday, October 6, 2016

La importancia de ser guapo

JENN DÍAZ

Sé por qué Karl Ove Knausgård ha tenido tanto éxito en este país. Se ha atrevido a llevar lo doméstico a la zona masculina, cómoda, universal, que todos podemos entender. Si Karla Ove Knausgård hubiera escrito seis tomos sobre su vida en primera persona, lo habríamos llamado diario, o quizá al aterrizar en el periodismo cultural español le habrían preguntado si era una saga para mujeres. Elena Ferrante no sabemos siquiera si es una mujer, pero sus libros no parecen tan universales como los de Knausgård. Siempre se dice de sus novelas que exploran la sensibilidad femenina, la amistad entre mujeres. Y es cierto, pero todavía no he leído en ninguna parte que Knausgård explore la sensibilidad masculina. No creo que haya muchas críticas de libros escritos por hombres que valoren el rol del hombre-personaje. Nadie habla de si un personaje masculino sensible es la nueva masculinidad de la que empiezan a hablarnos en otros ámbitos, que no el literario. Sin embargo, el personaje femenino siempre queda expuesto: necesita tener un rol, lanzar un mensaje. Siempre la mujer dentro de la novela tiene un significado social: o bien habla de la mujer contemporánea, o bien hace una crítica, o bien reivindica algún derecho. Y siempre, por supuesto, son personajes con sensibilidad femenina. Quizá sensibilidad y masculina son dos términos que se repelen y contradicen, porque nunca se habla de ella, nunca es un valor literario en las novelas.

Obviando esta lucha de matices, lo importante es que Karl Ove Knausgård tiene melena plateada, ojos azules, la seguridad física de quien se sabe atractivo. Nadie lo dice en las reseñas de sus libros, pero es así. Cuando hablamos del descubrimiento literario que ha supuesto el testimonio del noruego, nadie hace mención a su físico. ¿Por qué iban a hacerlo? Nadie cuenta, en las entradillas de las entrevistas, si se atusaba el pelo mientras respondía, ni cómo era la ropa que llevaba, ni siquiera si usaba perfume o no aquel día. Ningún crítico ni crítica se ha permitido la licencia de hacer poesía con él: su voz de fumador se pega a la piel como el sudor en verano. Nadie habla de él en las reseñas como se habla de un amante, como se habla de un personaje de ficción. No se les ocurre hablar de él como si no existiera, con un lirismo dulzón y patético. No lo hacen tampoco con José Luís Peixoto, ni con Paolo Giordano, ni con Samuel Beckett, ni con Henry Miller.

La importancia de ser flaca… o madre
Dando un paso al frente y saliendo del periodismo cultural, me pregunto por qué Mireia Belmonte «es simpática y más guapa y delgada que en televisión». Lo dijo Pedro Morata, y seguro que lo hizo para halagarla. Y es probable que Mireia Belmonte no se molestara con él por el comentario, porque intuía que no pretendía ofenderla. Es probable que ni Peixoto ni Giordano ni Beckett ni Miller se molestaran si alguien les dijera que son atractivos, además de escritores. Pero nadie lo hace. Del mismo modo que cuando nos presentan un ministro nadie nos cuenta que lo es a pesar de tener cuatro hijos, como sí lo hicieron con Dana Reizniece-Ozola. Para ponernos en situación: la ministra de Finanzas de Letonia es la campeona del mundo en la Olimpiada de Ajedrez. Ha ganado, con su ministerio y sus cuatro hijos, a Yifán Hou. Y sí, es cierto, tiene mérito que una ministra y madre sea, además, campeona de ajedrez. No solo tiene mérito, sino que es sorprendente por muchas cosas, pero también por una cuestión de practicidad. Haciendo el apunte de su maternidad lo que nos están dando a entender es que ella se ocupa de esos cuatro hijos. Quizá sí lo haga, pero ¿por qué se da por hecho? La imagen que se da de ella es la de una mujer que se ocupa de sus cuatro hijos y saca tiempo para su ministerio y su ajedrez. ¿Lo dirían de algún ministro? Dice Leontxo García que «su marido y otros parientes la ayudan mucho a cuidar de sus cuatro hijos». Sí, hay que prestarle mucha atención al verbo: el marido, que también es padre de esos cuatro hijos, la ayuda. Los medios, una vez más, nos muestran la imagen que todavía no nos hemos podido quitar de la mujer. Por eso Elena Ferrante (no sabemos si mujer, pero con nombre de mujer) escribe una historia sobre la sensibilidad femenina y la amistad entre mujeres, y lo que hace Knausgård es abarcar el mundo, la vida, lo universal… lo público, frente a lo particular de la mujer.

La importancia de ser guapa
Si no eres flaca ni madre, pero sí eres escritora, que seas guapa o no lo seas es importante. Zadie Smith ha sido descrita como «el icono perfecto: guapa, inteligente con gafas de pasta» (Jorge BerásteguiEl Huffington Post).Anne Sexton era «delgada y alta como una modelo, teatral, con sus ojos azules y su pelo negro, su voz de fumadora se pega a la piel como el sudor en verano» (Elsa Fernández-SantosEl País). Sylvia Plath, «la chica guapa, delicada, violenta y trastornada» (Manuel HidalgoEl Mundo). De Jhumpa Lahiri nos cuentan que es «la escritora, tímida, guapa, que está casada con un periodista guatemalteco» (Guillermo AltaresEl País). Ganar un Premio Nobel no es tanto para Alice Munro como ser «una mujer muy guapa, con una cara de expresión tan intensa como las aventuras de su vida, con unos ojos brillantes» (Antonio Muñoz MolinaEl País). Emma Cline, la autora del momento gracias a Las chicas, es «lo que se dice guapa. Una belleza casi botticelliana de rostro ovalado y unos ojos azules que parecen detener el tiempo cuando los miras de cerca» (Jacinto AntónEl País). «Guapa, rica y exitosa» es Camilla Läckberg (Iván GilEl Confidencial). Pola Oloixarac es, por orden, «joven, guapa, modelo, cantante, bloguera, licenciada en Filosofía y escritora» (Inés Martín RodrigoABC). Elsa Morante, además de la esposa de, era «guapa, tenía una sonrisa entre tímida e irónica, un rostro juvenil» (Aurora CondeEl Mundo). A Mercè Rodoreda le conceden el beneficio de la duda, no solo «fue guapa y sigue siéndolo, sino que exteriormente es esto. Pero hay que verla por dentro» (Manuel del ArcoLa Vanguardia). Montserrat Roig, en cambio, «era la mimada del director, Ibáñez Escofet, al que siempre le gustaron las chicas guapas» (Joan de SagarraEl País). A Doris Lessing le pasa como a Munro con el Nobel, que además de una digna ganadora es «una anciana tan guapa y tan pulcra como el hada madrina de un cuento para niños» (Rosa MonteroEl País). Simone de Beauvoir fue «alta, guapa y seria, con ojos radiantes bajo unos pesados párpados» (María Antonietta MacciocchiEl País).

Pero volvamos por un momento a la crítica actual, de autoras contemporáneas que pasan por lo mismo que Knausgård. Así describen a Milena Busquets: «La suya es una media melena rubia, que se atusa de vez en cuando con unos dedos larguísimos. Y eso, junto a una tez pecosa, una mirada azul clarito que pasa de la ironía a la ternura en una décima de segundo y una silueta estilizada de elegantes movimientos le confieren un cierto aire de extranjera de clase alta» (Vis MolinaEl Cultural). La que más veces ha tenido que sufrir los comentarios a su físico fue Carmen Laforet, que incluso se insinúa que tuvo éxito a pesar de ser guapa, como si fuera una cruz… y lo fue. Así es como cuentan que ganó el primer Premio Nadal: «Una jovencísima y muy guapa mujer obtuvo en Barcelona el primer Premio Nadal» (Javier GoñiDivertinajes). Soledad Puértolas «recorre los pasillos, la escalera, el salón de plenos, la biblioteca… y posa para las fotos. Está elegante y guapa» (María Inés AmadoEl País). Dulce Chacón «era guapa, inteligente, tenía un éxito merecido…» menos mal (T. De León-SoteloABC). Lo mismo que Ana María Matute, que «de joven era muy guapa, tenía éxito» (Rosa Montero, El País). Y como Camilla Läckerberg, Zenobia Camprubí era «una mujer emprendedora, guapa y rica» (Álvaro PomboLa Vanguardia), porque su posición económica también es importante. Por último, de Clarice Lispector, «hay que decir, era guapa» (Brenda Lozano, Letras Libres). Y no solo eso, sino que su traductor al inglés dijo que «era tan guapa como Marlene Dietrich y escribe tan bien como Virginia Woolf».

La importancia de lo importante
Encontrar todas estas citas no me ha llevado más de dos horas. Nombre de escritora y guapa, tres o cuatro palabras, y la red se llena de artículos culturales que mencionan el físico de las escritoras, a veces incluso permitiéndose comentarios fuera de lugar, como el de Emma Cline de Jacinto Antón. Algunos pretenden ser tiernos, entrañables, sobre todo cuando se refieren a mujeres mayores como Alice Munro o Doris Lessing. En algunos casos se les atribuye el físico al éxito. No todos los comentarios están hechos por varones, y no siempre se habla de lo guapas que son en la juventud. No hay una línea clara para trazar una teoría, salvo algo que todas tienen en común: son mujeres. La desgracia de ser mujer, como decía Alfonsina Storni. Ni José Luís Peixoto, ni Paolo Giordano, ni Samuel Beckett, ni Henry Miller se molestarían con estos guapas ni con estas descripciones que van más allá de lo literario, porque serían comentarios aislados, sin importancia. Pero hay demasiadas escritoras guapas en las reseñas, entrevistas y críticas literarias como para pasarlas por alto. Quizá cuando miras de cerca a Knausgård, con esa belleza casi botticelliana de rostro ovalado y esos ojos azules, también parece que se detenga el tiempo… pero nadie lo ha reseñado todavía.

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De JOT DOWN, 22/09/2016

Fotografías:
Karl Ove Knausgård. Anagrama
Zadie Smith. Fotografía: Cordon Press 

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