KARINA SAINZ BORGO
En Pide
tres deseos, el prólogo que escribe Eloy Tizón para abrir
la antología de relatos Diez bicicletas para treinta sonámbulos, se lee: "La bicicleta es un
vehículo movido por el deseo, cuyo motor son los sueños". Empujados con el
pedaleo constante del camino a medio hacer, muchos escritores han hecho del
velocípedo un tema literario. Antonio Muñoz Molina, Felipe
Benítez Reyes, Juan Carlos Mestre, Agustín
Fernández Mallo, Andrés Neuman, José Ovejero o Marta
Sanz sostienen su manubrio en un dispar pelotón de más de 30
narradores convocados por la editorial Demipage para celebrar su décimo
aniversario. Se trata de un volumen de microrrelatos dedicados, enteramente, a
un artefacto que no ha pasado desapercibido para novelistas, cuentistas o
poetas...
Sylvia Plath, Conan Doyle, Tennessee
Williams, Bradbury o Wells tienen retratos trepados al sillín. En sus memorias, John
Dos Passos cuenta no sólo el gusto que tenía Hemingway por
el ciclismo, sino también sus intentos para convertir a sus amigos escritores
en avezados pedaleantes. "Se me antojaba un tanto extraño que precisamente
él se dedicase a algo con semejante entrega", dice el autor de Manhattan
Transfer. Sólo basta hojear algunas de las páginas del Premio Nobel para
constatar su afición. Puso a uno de sus personajes secundarios de su novela Adiós
a las armas el nombre de un ciclista de élite, Rinaldi, campeón en los años
treinta.
En un artículo
publicado en la revista Collier's, Hemingway explicó
que "pedaleando se aprecian mejor los contornos del país, porque uno
primero sube las cuestas bañado en sudor y luego las desciende dejándose
deslizar por ellas". También en las páginas de París era una
fiesta, narra el norteamericano sus paseos en bicicleta por los bulevares,
las carreras en el Vélodrome d'Hiver o su pasión por el Tour. Pero no era el
único, el argentino Julio Cortázar también encontró belleza en este
aparato al que llega a humanizar en Vietato
introdurre biciclette, su relato dedicado a las bicicletas, publicado en Historias de
Cronopios y famas(1962).
Con una prosa muy
suya -ésa con la que convertía una escalera en un personaje-, dice Cortázar: "Para una bicicleta, entre
dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia
de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristal
de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar
su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de esta
tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: (y perros), lo
cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un
gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o
en los estudios de abogados de la calle San Martín sin ocasionar más que
sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al
portero para que arroje a los susodichos animales a la calle".
El vallisoletano Miguel
Delibes también habla de su amor por los velocípedos en Mi querida
bicicleta, un relato
que forma parte de los nueve capítulos de Mi
vida al aire libre (Memorias deportivas de un hombre sedentario), especie de entrañable autobiografía en
la que Delibes hace un balance entre memoria, vida y deporte: desde su temprana
pasión por el fútbol, pasando por las primeras salidas al campo con su padre
hasta la extraña relación entre amor y ciclismo.
Hay en ese texto
de Delibes una relación directa entre la infancia y la bicicleta,
como si en ambas hubiese quedado sellado un hueso vital y resistente que da
sentido a todo lo vivido: "En la ciudad, el deporte de las dos ruedas,
sobre el ejercicio en sí, encerraba para un niño un singular atractivo: no
dejarse cazar. Nos lanzábamos a tumba abierta en cuanto divisábamos un agente,
doblábamos las esquinas como suicidas, de modo que cuando el guardia quería
reaccionar ya estábamos a mil leguas".
Infancia y
velocípedo es un binomio que también ha explorado en su escritura Bernardo Atxaga, escritor vasco muy aficionado también al
ciclismo. "Aprender a montar bicicleta es la principal preocupación que
solíamos tener los niños en Obaba a partir de los siete años. La aritmética y
la gramática que nos enseñaban en la escuela no importaban, la historia sagrada
de la que nos hablaban en la sacristía de la iglesia tampoco importaba; lo
único que importaba era asistir a las clases de bicicleta que los chicos
mayores impartían en la plaza de Obaba, y conseguir un puesto entre el escogido
grupo de los que podían ir a cualquier parte sobre dos ruedas",
escribe en Obabakoak.
Existen muchas
otras historias sobre dos ruedas: desde la apócrifa versión de que León
Tolstoi aprendió a montar bicicleta a sus 67 años hasta la imagen de
una Sylvia Plath casi adolescente sosteniendo su bicicleta. Lo cierto es que
para los amantes tanto de la literatura como del ciclismo, existe una colección
única. Se trata de la serie Escritores en bicicleta -que ilustra este reportaje- y que
fue realizada por la ilustradora Virginia Herrera: Virginia Woolf, Gabriela
Mistral, M. Luisa Bombal, Dostoievski, Borges, Cortázar, Bolaño, Hemingway y Poe,
sin duda, una colección entrañable.
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De VOZPÓPULI,
01/08/2013
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