Cada vez que
amenaza tormenta pienso en Bob Dylan.
Los cielos
engordan de gris y Dylan desinfla en mis oídos el pronóstico de esa lluvia que
caerá para limpiar los retales de inmundicia con que hemos zurcido esta cárcel
que habitamos y llamamos sociedad.
Después, cuando
el aguacero ya equivoca los paraguas, burla los paseos transeúntes y desquicia
las fachadas de los edificios, pienso en ti, claro, como siempre que llueve… de
hecho pienso en ti antes que nada, y la lluvia venidera ya es metáfora, materia
poética de tu ausencia, metáfora… como la canción de Dylan, en quien también
pienso cada vez que llueve. Pero pienso antes en ti, insisto, lo de Dylan llega
más tarde, cuando las calles cantan la tormenta con sus gorgoritos de óxido y
charco equivocando el clamor de los semáforos. Pienso en ti. Te pienso, te
recuerdo, y lamento que tus manos no se aferran ya a mi cintura, que no
masticas ya más mis besos… que el mundo es feo… y sucio: necesita un chaparrón
atroz que arrase los desperfectos. Esa lluvia va a llegar, como predijo Dylan,
como cantó Dylan, como escribió Dylan en la vasta memoria colectiva y en la
memoria mínima de tus abrazos que hoy, mientras llueve, andan sumergidos en
latitudes distintas de las que limitan mi cuerpo… pero eso es otra historia.
Y es que diluvia
y te recuerdo mientras llovía en Madrid, sobre las calles de Madrid, desde los
cielos de Madrid, y no sé muy bien si llovía en la ciudad o era la ciudad quien
llovía en nosotros para hacernos seres acuáticos surcando las profundidades del
deseo… y tus piernas se hacían aguacero mientras mis labios sembraban nubes en
tu garganta, para que pronunciase húmedos abecedarios de amor, salvia, saliva y
quédate a mi lado no me dejes nunca te quiero huyamos del mundo… pero eso es
otra historia, ya digo. O quizás no lo sea tanto. Porque hoy llueve en Madrid,
y el fantasma de tu lengua arrastra cadenas como versos susurrados con la voz
nasal de Dylan, y me entero por la prensa de que al bardo le han otorgado el
Nobel de Literatura, y me alegro y me digo bien por Bob, bien por los
académicos suecos, bien, porque Robert Zimmerman lleva más años que la vida
diluviando sobre las avenidas de esta sociedad en ruinas su voz de cristal
quebrado y sus versos de borrasca azul y breve, narrando historias que bien
pudieran ser las nuestras, la mía, la tuya, amor, cuando te desnudabas con mis
manos y te acariciabas con mi saliva cosida a los dedos…
Así que a Bob
Dylan le han otorgado el Nobel de Literatura, y ha llovido en las redes
sociales un mezquino aguacero de reproches y envidias, quejándose de a dónde
vamos a llegar cualquier cosa ya es literatura dónde quedaron los grandes
autores a quienes nadie lee salvo cuando les dan el Nobel… recuerdo aquella
deliciosa película cubana, Fresa y chocolate, cuando su protagonista
clama, dolorido, “¡ahora resulta que hasta las putas son críticos de arte!”… pues
eso.
[se abre la veda:
ya pueden comenzar a insultarme, en Facebook y aledaños, por misógino y
derivados, todos aquellos que no han visto la película, ni lo desean -ni lo
harán, por más que esté disponible en la red para los adalides del arte,
siempre que este sea gratuito y su disfrute no haya de retribuirse al artista-
pero se sientan, triunfantes, en la mullida ilusión de sus 15 minutos de fama,
jaleadas por sus “seguidores” sus incendiarias opiniones, aplaudidos en sus
revoluciones de teclado y café caliente -¿dónde ya los adoquines?-, y pueden
incluso –no sería la primera vez- denunciar mi texto ante los jueces del
ciberespacio… su cobarde contribución a hacer de este mundo un lugar más justo]
Decía que a Bob
Dylan le han otorgado el Nobel de Literatura. Y le imagino urdiendo tormentas,
escondido, silencioso. Como te imagino a ti, escondida, silenciosa, urdiendo
chaparrones entre los pliegues de tus piernas.
Llueve. Dylan ya
tiene el Nobel de Literatura. Tú sigues lejos. El sol se ha escondido, como se
eclipsó el día en que falleció Bécquer, a quien nadie duda en proclamar poeta
sólo porque dejó escrito qué es, en realidad, eso que llamamos poesía. Llueve.
Llueve y tú no
estás. Por eso intento abstraerme de tu recuerdo felicitando a los miembros de
la Academia sueca. No merece el poeta más felicitaciones ni enhorabuenas. Las
merecen ellos, que parecen haber comprendido, al fin, qué es poesía. Ahora sólo
me queda recordarles que Leonard Cohen aún está vivo, y recomendarles leer a
Bécquer. Así obtendrá el Nobel de Literatura, algún día, el desfallecimiento de
tus piernas tras el amor, tras nuestro amor… aquellos tímidos versos que
goteaba tu vientre para evidenciar que la poesía puede evadir la cárcel de los libros.
Quería hablar del
flamante nuevo Nobel de Literatura pero, lo siento, una vez más, reincido en ti
y sólo de ti acabo hablando. Y sigue lloviendo. Así que me tumbo en la cama,
desnudo, y contemplo mi cuerpo. Te tomo prestados los labios y las manos, para
acariciarlo mientras susurro
And it's a hard,
it's a hard,
it's a hard, it's a hard,
It's a hard rain's a-gonna fall
it's a hard, it's a hard,
It's a hard rain's a-gonna fall
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De LA GALLA CIENCIA, 16/10/2016
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