Tuesday, June 21, 2016

Blabeos

PAZ MARTÍNEZ

En 2010 tuve la ocurrencia de teñirme el pelo de rojo ¿Para llamar la atención? es posible porque el rojo destaca entre lo negro, pero me faltaba lo fundamental, la luz. Nací camuflada, era uno de esos bebés a los que hay que buscar las orejas entre la maleza y con el pelo tan negro como el alma o casi y la fulanita peluquera me vendió que debía decolorar antes de teñir. Mi fuerte no es la peluquería, bueno ni la peluquería ni nada, así que dejé trabajar a la profesional. Me habló de una decoloración suave, no invasiva y me lo creí porque los ateos, por lo menos yo, necesitamos creer en algo y la decoloración no invasiva me pareció un dios compasivo y viable. Tras tres horas sentada y un picor de cabeza bastante incómodo, salí de allí más orgullosa que satisfecha, pero pagué y no volví.
Si hay algo que me puede, son los baños de mar nocturnos, aparte de la soledad y la libertad de hacerlo sin nada que constriña, verme rodeada, acompañada e impregnada de fósforo es de lo más relajante. Lo hago siempre que puedo y en aquellas fechas podía a diario. Entre el jabón y la salitre, la estela se fue difuminando a la velocidad de la luz, para terminar desapareciendo en menos de un mes.
El dios de la suavidad decolorativa se tornó diablo de mechas rubio-rosáceas y naranjinegras a la vez que la contemplación de aquella gallina tiñosa, en la que me había convertido, me producía más satisfacción que orgullo y me la quedé. Los amigos me veían, reveían y callaban, hasta que una, la nueva, osó preguntar si era una enfermedad. "Si", le dije, "la de la tontería" y me quedé tan ancha.
Ese fin de semana había presentación de nuevo miembro familiar, bueno, era miembra. La nueva mujer de uno de mis hermanos, que ya iba por la 5º. Me estuve pensando el aparecer o no ya que hacía casi 10 años que no tenía noticias de ninguno pero bueno, ya que habían avisado...comida gratis. Pertrechada con gorra y coleta me presenté en casa de mi madre. Besos, abrazos, cuántotiempos, estasestupenda/os... sonrisas y buenrollismo hasta sentarnos a la mesa, donde las normas de buena educación solicitan las cabezas al aire y los exabruptos en la punta de la lengua. El silencio dice mucho más que las palabras, pero ofende menos, así que mi gallina ponedora se relajó y se acomodó en lo alto de la cocorota, hasta la hora del café, cuando el cinturón se desabrocha y la nueva piropeó: "Es muy original tu peinado" y mi madre, sin dar tiempo a nadie más, respondió: "No, ha sido así de toda la vida".

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