PABLO CEREZAL
You see you don't have to live like a refugee
Tom Petty
Lisboa
derrumbándose hacia la Baixa, remembranzas de caudales venideros y terremotos
que ya fueron, mientras nuestros pasos agigantados por el silencio de la
nocturnidad en ciernes caminaban avenidas de negocios cerrados y apertura a lo
oscuro. Negros, caboverdianos -supondríamos-, senegaleses -tal vez-, hacían
piña de falsa rapiña, contabilizando la venta de productos de marca sin marca y
CD piratas, ondeando entre los escombros de tan magra siembra la bandera de
tibias y calavera de su hambre atrasada. Olía a hachís, ese sí, de verdad, de
marca, y Luis, siempre ojo avizor a los extrarradios del comercio, se acercó a
un grupo de manteros -magrebíes estos- y, tras vertiginosa transacción, regresó
sus pasos al ritmo torpe que marcaban los míos susurrándome al oído: niño, hoy
nos fumamos algo grande.
Lisboa
derrumbándose y yo desbaratando los relojes mientras apuro un porro de elixir
marrón casi negro, como los ciudadanos de ninguna parte que se lo habían
vendido a Luis por tan exiguo precio -para nosotros, Occidente, idiocia
demócrata y servil empleo, siempre es exiguo el precio-. Se imponía una
cerveza: azúcares escasos que remodelasen en realismo naïf el cubismo de
nuestras pupilas. Así, entramos en aquella taberna irlandesa. Nuestro
entendimiento mermado ya había mermado las ganas de encontrar lo autóctono, lo
auténtico: nada más genuino en aquellos momentos que una pinta de Kilkenny,
ya ven.
Hace tiempo que
no regreso a la capital lusa. Dicen que ha llegado ya, también allí, el turismo
de masas, y que hoy Lisboa se derrumba hacia la Baixa, como entonces, pero en
este caso al dictado de la transacción monetaria y la pérdida de divisas que
implica la popularidad. ¿Hay, acaso, divisa mayor que la propia cultura? Me
cuentan, amigos y colaterales, del magma de Starbucks, McDonalds y
variantes que está desordenando la rima asonante de las calles de Lisboa. Dicen
de hordas extranjeras que imponen su abecedario con estruendo de desafortunada
onomatopeya. Hablan de franquicias y platos de arroz caldoso preparados en
microondas. Y yo recuerdo. Y me recuerdo; entrando en una taberna irlandesa,
yo, tan ciudadano del mundo, ignorando esputos de vinho verde y manteles de
cuadros en las tabernas de la Alfama. Cualquier tiempo pasado fue... fue una
fotografía con que preservar la memoria de lo que nadie ya reconocerá como
cierto, mañana, en ese futuro inmediato con que hacemos pajaritas de horas
perdidas e ilusiones rotas.
Así las ilusiones
de un tiempo mejor y una vida agradable: rotas, como las patas del gato
vagabundo, como los corazones de los amantes... como el corazón de Tom
Petty, que ha decidido dejarnos hace tan poco que ya es hace
demasiado.
Pero aquella
noche nuestros corazones brincaban ritmos de la vida por delante, y en la
taberna irlandesa se ganaba moneda, aplauso y brindis un músico guitarra en
ristre que, cuando irrumpimos en el local, se marcaba una deliciosa versión
de Wish You Were Here. La camarera repartía cerveza y sonrisas como
quien desconoce la traición, y a Luis le traicionó el entendimiento la espuma
de sus labios cuando pronunciaban outra cerveja después de recordarnos su
nombre... por eso de las propinas. El cantautor, al poco, se arrancó con una
versión de Free Fallin' que nos hizo aplaudir y desbaratar el
cristal de su voz con la pedrada de nuestra melopea. Nada de fados, tan de la
tierra, solamente "¡another one of Tom Petty!". Así exclamábamos, y
el cantante, todo sudor y maestría, nos disparó I Won't Back Down.
El recital se alargó, el corazón de Tom Petty siguió marcando el ritmo de una
noche que acabó demasiado tarde: averiguamos que el joven músico era belga,
trasegamos más cerveza de Irlanda, Luis nunca llegó a obtener más que sonrisas
por parte de una camarera que nos confesó su origen francés, y yo, a la salida,
de regreso al hostal, decidí fumarme otro porro de hachís magrebí, edificarme
un sueño que aún me acompaña y en que tengo la certeza de que Tom Petty actuó
en Lisboa, una noche ya lejana, y que nosotros fuimos sus únicos espectadores.
También, quizás,
fuimos los pioneros en desbaratar con nuestro turismo primitivo los arcaicos
folclores de toda una cultura. Ahora no queremos regresar a Lisboa, por miedo a
encontrarla contaminada de consignas globales. Tampoco queremos ya vivir en
Madrid, hacer hogar bajo sus cielos de polución y mentira, pasear sus avenidas
de turismo low-cost. Ese Madrid en que, hace siglos, Luis y yo
escuchábamos a un todavía desconocido Quique González que,
para finalizar su recital decidía versionar a Tom Petty, una noche de vidrios
confusos, cuando en el Honky Tonkaún se podía fumar de todo, cuando
todavía se fumaba en los bares y la voz del cantante adquiría guturalidad
de Ducados mientras los dedos de los músicos equivocaban
acordes al enredarse a un tercio de Mahou. "Un cantautor con
querencias roqueras... habrá que seguirle la pista". Y ahora a ver quién
es capaz de seguírsela, en su fulgurante carrera hacia la gloria, que ya hasta
graba en Nashville, tan lejos, bravo por él, sin duda.
Es ahora, decía,
que ni queremos regresar a Lisboa ni deseamos permanecer en Madrid, cuando nos
acurrucamos en esta patria que nos construyó Tom Petty con la magia translúcida
de su guitarra, con su voz de arcángel, con sus arpegios de esperanza y beso
adolescente en la calle del domingo que ya casi amanece. Y celebramos que el
bardo estadounidense no quedase perdido en algún cruce de caminos yanqui,
apegado a las raíces, a la propia cultura, como tantos otros músicos cuyas
melodías no alcanzaron la fama global.
Tantos años
denigrando el turismo y dándomelas de viajero consecuente para descubrir que lo
global, ese monstruo, me permite soñar que un día asistí a un concierto de Tom
Petty. Un día que nunca existió... en una ciudad inventada.
_____
De POSTALES DESDE
EL HAFA (blog del autor), 13/10/2017
No comments:
Post a Comment