Mientras veía “Las
malcogidas” (D. Arancibia: 2017), no podía evitar pensar en “¿Quién mató a la
llamita blanca?” (R. Bellot: 2006) y “Sena Quina: La inmortalidad del cangrejo”
(P. Agazzi: 2005); quizá por las inevitables comparaciones de forma con las que
las tres películas intentaban construir un humor digno de recordarse; pero
esperen, estas comparaciones no son de fondo, porque “Las malcogidas” intenta,
a su modo, construir modelos de apertura temática (amor de familia,
reivindicación LGBT, cuestionamiento al amor romántico), y todo, desde su
caótica construcción llena de capas y capas de temas transversales que en
ciertos momentos no logran resolverse de manera lógica, o si lo logran, lo
hacen apresurada y estúpidamente; pero también, y acá anoto un contrapunto de
validez universal (pues el humor puede verse aquí y en la China): me hizo
pensar en la mítica “Good Bye Lenin!” (W. Becker: 2003) y la serie de
televisión “Aida” (N. García: 2005 - 2014).
Y es que cuando
una película está tan bien construida, no te la pasas extrañando a otras
películas mientras la estás viendo (o si sucede, las comparas con entusiasmo),
sino una vez que logras salir de la sala de proyección, dices: “¡Caracho!, pues
esto me ha hecho recuerdo a esta película, y...”.
Cosa distinta
ocurre cuando uno ve una película que es difícil de analizar en todas sus capas
y recuerda a tantas otras producciones; pero que, en el fondo, se nota que
tiene una carga de amor no romántico de parte de todo su equipo de producción,
aunque su historia se disuelva en el cotidiano; y esto, que debiera ser un
punto a favor, termina siendo la estocada que transforma a esta película de un
producto ambicioso, en otro pretencioso.
“Las malcogidas”
presenta a tres personas llamadas Carmen (uno, el hermano trans, es Karmen), y
una temática que si bien es invisible, se percibe desde el principio y
acompaña, como el cadáver pudriéndose sobre la espalda del que lo lleva, al
inevitable final: la búsqueda de la felicidad. Ese conflicto se dispersa de
pronto en las situaciones casi calcadas de series de televisión como la
mencionada “Aida”, y de argumentos que recuerdan (perdón) al “Diario de Bridget
Jones”.
No me
malinterpreten: la felicidad nunca se nombra en la película, pero hay ciertas
búsquedas que se dicen desde los personajes: Karmen lucha por ser aceptada y no
aceptado, aceptada, así, con a en el final; Carmen, la “mayor” (pero a mí me
pareció la más juvenil del trío), quien lucha por olvidar que nunca ha gozado
de un orgasmo, y la última Carmen, quien sinceramente hace el esfuerzo para
verse gorda, patética, inofensiva y que, ya desde los primeros minutos, pretende
ganarse al público con esa construcción de su búsqueda: luchar contra la
tradición familiar carente de placer, contra su cuerpo, contra el poder
machista falocéntrico impositor, y hasta contra la individualización de su
personaje, pues en ciertos momentos parece que habla por todas las mujeres con
sobrepeso que tienen por vecinos a tipos que parecen hermanitos del Alejandro
Delius.
Hasta ahí la
historia se ve suculenta, interesante, casi incluso, según la lógica de Henry
Bergson, cómica; pero hay algo que falla: la historia.
Una referencia
más, antes de seguir hablando de los trabajos de Agazzi y Bellot en comparación
con la película de Arancibia: la película me hizo suspirar por el recuerdo de
“El ladrón de bicicletas” (V. de Sica: 1948); ¿y por qué una película tan
dramática como esta última está en mis referencias sobre una comedia
“escandalosa”? La historia.
Vittorio de Sica
contrató a seis guionistas para construir “El ladrón de bicicletas”, y después
de despedir a cinco, se quedó con el que menos lo cuestionó; en cierto momento
de Sica le dijo a este guionista: “El guión no importa al final, lo que sí
interesa es la historia; si la historia no funciona, ni un guión escrito por
Victor Hugo en este tiempo hubiera podido funcionar”.
Agazzi contó con
Juan Pablo Piñeiro para el guión de “Sena Quina: la inmortalidad del cangrejo”
y Bellot con Juan Cristóbal Ríos para “¿Quién mató a la llamita blanca?”; para
las otras referencias que he mencionado en este artículo, el trabajo de los
guionistas se apoyó en la construcción de la historia, y la historia de cada
uno estaba centrada en un punto: podemos hablar del capitalismo más ácido y
perverso visto desde una familia de la clase media (“Good Bye Lenin!”), el
intento por sobrevivir a una inversión para ganarse el amor de una pareja
(“Sena Quina: la inmortalidad del cangrejo”) o el accionar de dos malhechores
que bien pueden ser súper héroes dentro de su propia y caótica realidad
(“¿Quién mató a la llamita blanca?”), o explicar, en ciertos diálogos
informativos y secuencias limpias, la necesidad de una bicicleta en el
cotidiano de una persona (“El ladrón de bicicletas”)... La cosa no está en
morder más de lo que se puede tragar, y “Las malcogidas” trata (e intenta
“tragar”) a un sinfín de temáticas que al final se sienten tan dispersas de su
historia central (¿La hay?, ¿la debe haber?), que puedo afirmar que si una
película es, en metáfora, muy parecida a un árbol, entonces “Las malcogidas” es
un arbusto tupido, por no decir estúpido.
No estúpido
porque hay ciertas actuaciones que sobresalen de su propia mal construcción
“victimista” y “valiente” hasta cierto punto (y sí, hablo de ti, Bernardo, y de
ti, Marta), sino estúpido porque a pesar de ser una película hecha con todo
corazón, fue diseñada solamente para ese circulito de gente que se sentirá
identificada con los personajes y dirá: “Así es mi realidad, también lo quiero
al Saxoman y me tomo en la Chopería y también me he sentido gordo y atraído por
un imposible”, y la aprobará sin detenerse un momentito en su dispersión
argumental.
La historia de la
Carmen menor, junto con la del Karmen soñador, tenían sus puntos fuertes, con
tanto potencial como puede tener la historia de una mujer en contra del amor
romántico y de un varón que desea cambiarse de sexo... pero, ¿qué pasó?
Me imagino el
trabajo del guionista tratando de recordar la vez que fue con alguien a farrear
y cruzó los cables de su recuerdo para armar una “comedia de escalera”, en la
cual se reemplaza la realidad de los protagonistas por una escalera de un
edificio sin ascensor, y en donde todos los vecinos se cruzan constantemente y
dialogan sobre sus realidades, sus preocupaciones y sus sueños truncos... Ya
saben, una comedia en donde también se reemplaza al vecindario creado por
Enrique Segoviano y Roberto Gómez Bolaños, por la realidad alejada de sí misma,
de la clase media que busca la felicidad vestida de orgasmos y penes
quirúrgicamente modificados para que parezcan clítoris.
Al final, la
historia de “Las malcogidas” se disuelve en las intenciones por meter todas las
referencias posibles de la juventud “responsable” y “madura” y que posee una
cosmovisión envidiable por ser individualista, a pesar de hablar y creer que se
tiene derecho a hablar por los demás: “Soy de esta zona pero igual me bailo mi
cumbia, mi rock argentino, me tomo mi cerveza y canto contra el amor romántico,
y hago sincronía cultural porque me visto postpunk pero soy cholo”; esa
juventud que cree tener las riendas de los demás en las manos, pues.
Al final, como
dije, “Las malcogidas” goza de un guión hecho con amor y con esfuerzo, pero el
guión hace lo que puede (y falla) con una historia “malpensada” y “biencogida
por los cabellos”, que bien podría haber servido para un capítulo de “Aida” o
los primeros veinte (no, quince) minutos de “¿Quién mató a la llamita blanca?”,
pero que, al final, no hubiera llegado ni a los talones de ambas.
Esperemos que
dentro de siete años (la diferencia de su primera película y esta) Arancibia
logre sacar algo que no me haga extrañar a mejores producciones, pero eso sí,
inclúyanlo a Américo Saxoman, por favor, que creo que fue lo mejor de ese
esfuerzo lleno de corazón y vacío de orgasmos, pero que es tan olvidable como
“Casting”.
AVERANGA EN
BREVE
Daniel Averanga.
Escritor, pedagogo, p'ajpacu erótico. Nacido en Oruro, 1982. Premio
plurinacional de novela "Marcelo Quiroga Santa Cruz" 2015. Sabe
cocinar, dibujar y corregir los errores de los demás. Co-compilador de Gritos
Demenciales (2010), Nuevos Gritos demenciales (2012) y Vértigos (2012); eterno
mencionado en concursos de cuento, peleador callejero e inspector de aves en la
Avenida 6 de marzo. Este año está preparando "Doble filo: antología de
cuentos iberoamericanos de terror", con escritores de 11 países, que
saldrá por editorial 3600, y una antología sobre la guerra del Chaco con 39
cuentistas, un cronista y dos ilustradores.
«La novela de
Daniel Averanga es la obra de un escritor que va entrando a la madurez de su
carrera literaria. Buscando más allá de la novedad posmoderna, Daniel logra
perturbar en el lector los cimientos de sus creencias acerca de la bondad y la
maldad. Si San Agustín de Hipona creía haber logrado resolver el problema del
origen del mal sin acudir a la presencia del demonio, Daniel consigue
devolvernos a la cuestión de una manera aterradora», dice Gilber Sanabria de su
obra.
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De PUÑO Y LETRA
(CORREO DEL SUR/Chuquisaca), 09/10/2017
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