PEDRO SHIMOSE
Raúl Botelho
Gosálvez (La Paz, 11.04.1917 – ídem, 09.05.2004) era un hombre rebelde,
comprometido, “engagé”, dirían los existencialistas franceses. Escritor precoz,
tenía 18 años cuando escribió Borrachera verde, su primera novela, y 21, cuando
escribió su segunda, Coca. Narrador, ensayista, dramaturgo, periodista,
diplomático, tenía tres grandes pasiones: Bolivia, la literatura y las mujeres.
Y una manía: cada 12 de octubre, solía enviar a la embajada de España, en La
Paz, un ramo de flores con una dedicatoria: “A la República Española”.
Rechazó ser
miembro de la Academia Boliviana de la Lengua, apoyó el proceso de
descolonización de la posguerra y, en plena Guerra Fría, a los Países No
Alineados. En los años 40, Botelho había encabezado manifestaciones callejeras
en defensa de la Escuela de Warisata, antes de que este ayllu se alzara en
armas contra la Revolución Nacional y la Reforma Agraria de 1953 que le había
devuelto sus tierras y le había proporcionado fusiles para que defendieran sus
derechos. A partir de entonces, Botelho vivió desencantado de aquella aventura
racista, germen de la Nación Aimara de los Reynaga, Jorge Sanjinés, García
Linera y Felipe ‘Mallku’ Quispe. (Botelho nunca pensó que Warisata fuese una
comuna socialista). Así era este hombre que me indujo a firmar (y lo hice con
gusto) una adhesión a la candidatura de Rómulo Gallegos al Premio Nobel de
Literatura.
Como Gallegos en
Venezuela, Botelho intentó expresar en sus novelas y relatos realistas el
carácter de un país invertebrado. Sus novelas Borrachera verde (1938), Coca
(1941), Altiplano y Los violentos años (1999); sus libros de relatos Los toros
salvajes (1965), Con la muerte a cuestas (1975), La revancha (1987) y Vale un
Potosí (1994); y sus libros de ensayos: Vendimia del viento (1967), Trece
ensayos (1984) y 20 ensayos bolivianos (1998) son algunos títulos de su vasta
obra literaria.
También publicó
dramas y libros sobre temas geopolíticos e históricos. Cuando me amnistiaron,
en 1984, y me permitieron visitar Bolivia, uno de los placeres que justificaban
mis viajes, era reunirme con él, Mariano Baptista Gumucio y Alberto Crespo
Rodas. Conversador exquisito, su palabra era una fiesta de ingenio, finura e
ironía. Vestía de forma impecable, siempre elegante; razonaba como estadista y
su habla clara y sencilla era como su prosa.
En 2003, ya
hospitalizado, no recibía visitas que no fueran las de su entorno familiar. No
obstante, permitió que ‘Mago’ Baptista y yo fuéramos a verle. Sabíamos que se
trataba de una despedida, la definitiva. Desde su lecho de enfermo seguía leyendo
mis artículos de opinión. “¡Caramba, Pedro, no trabaje tanto!”, me dijo. Como
ven, no le hice caso. // Madrid, 21.04.2017.
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De EL DEBER
(Santa Cruz de la Sierra), 21/04/2017
Un buen homenaje a un hombre y escritor cabal.
ReplyDeleteDe los pocos, sino el único, que se le ha hecho.
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