JORGE MUZAM
Lo comentaba
recién en Facebook, al pasar, acicateado por un fragmento de Mahfuz: "¿Qué
valor tiene la nostalgia del pasado? Quizás el pasado siga siendo el opio de
los sentimentales. Lo peor que te puede pasar es tener un corazón nostálgico y
una mente escéptica. Así que digamos cualquier cosa, mientras sigamos sin creer
en nada".
No sé si todos
anhelan sus comienzos. Hay infancias y juventudes tristes, desamparadas. Lo que
sí creo es que no podemos deshacernos del pasado, de nada, quizá ocultemos
algunas partes, nos mintamos, o le mintamos a otros, para salvar vergüenzas,
para imponer cierta hipocresía en las formas, o lo dulcifiquemos para
tranquilizarnos, para que no remueva ninguna herida, pero lo llevamos todo a
cuestas, como el saquito del Chavo del Ocho, o como una carpa de gitano pobre.
Recuerdo el final
de Underground, la película de Kusturica. El pedazo de territorio
que se desmembraba y se convertía en isla. Se iba por el río llevando el pasado
y el presente, lo real y lo imaginario. Y se iba con nosotros, los espectadores
de la butaca oscura. Nadie se hubiese quedado en territorio firme, porque el
carnaval de la contradicción seguía su juerga a bordo de esa balsa de tierra,
de esa balsa timoneada por el cazador Gracchus, esa balsa que transportaba el
sentido mismo de vivir.
También recuerdo
el final de Big Fish, cuando ese mitificador de historias pedía como último
deseo ser llevado al río. Y mientras avanzaba en los brazos de su hijo, todos
los personajes con los que había compartido o lo habían sostenido en tiempos
difíciles, los amigos, los camaradas, lo que fue y lo que pudo ser, todos
estaban junto al río para decirle adiós y darle a entender que la vida había
valido la pena.
No es posible
olvidar nada. Y como es tanto, debemos hacer malabares para que tanta carga,
tanto archivo, tanto fotograma del sorprendimiento quepa medianamente ordenado
en la memoria.
Si empezara a
nombrar cada secuencia del catálogo no terminaría en esta vida, porque la
idealización se extiende como el viento en el llano, y anexa adjetivos y
sonrisas que quizá nunca fueron tan genuinas ni tan largas.
Las valijas están
llenas, una al lado de la otra, algunas quisiera abrirlas a cada rato, otras
las tengo guardadas bajo siete llaves, pero se abren igual, porque los candados
no resisten la nostalgia ni el rencor.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 20/08/2015
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