FRANCISCO MARTÍNEZ HIDALGO
La
ciencia-ficción sufrió un extraordinario momento de catarsis en 2005 con la
publicación de Nunca me abandones (Anagrama). Con esta novela se pusieron los cimientos para la reedición con nuevos
bríos del viejo debate sobre las fronteras del género que, a día de hoy,
continúa sin que nada se haya aclarado todavía. Así y todo, la contribución
de Kazuo Ishiguro (Nagasaki, Japón, 1954) quedará indeleble en
los anaqueles del género por su capacidad para provocar emociones, estimular
reflexiones y mostrar nuevos caminos. Además, su magistral uso de la
perspectiva, su capacidad para dotar de vida a una voz narradora inusitada, la
potencia emotiva de sus sugerencias y ocultaciones a través de un lenguaje
sibilino al servicio de una estructura narrativa compleja perfectamente
articulada y definida, o un ritmo narrativo capaz de ir impulsándose poco a
poco desde lo aparentemente intrascendente hasta la reflexión moral sobre lo
trascendental de la vida, hacen de esta novela fantacientífica una rara
avis de altos vuelos digna de profundo análisis.
El principal
motivo de desconcierto es que, aparentemente, cuando empezamos a leer, nos
situamos ante un tipo de texto narrativo conocido: la narradora (Kathy H.) hace
memoria de sus recuerdos de juventud, cuando convivía junto a otros jóvenes
adolescentes en Hailsham, un centro educativo exclusivo cerrado a los demás
pero del que tampoco pueden salir. Sin embargo, con la maduración del argumento
y el avance de la trama, Hailsham, sus residentes y sus trabajadores, va
tomando una forma más precisa y, con él, también el esquema social y cultural
en que encaja, aumentando entonces la estupefacción. Porque no se trata aquí de
un centro penitenciario, ni tampoco de una escuela de alto standing, sino de un
centro de reclusión de los muchos diseminados por Inglaterra donde se retiene a
los clones que, pasado el tiempo, servirán de auxilio a las “personas normales”
del “mundo exterior” donando sus órganos y dando su vida.
La dialéctica
dentro/fuera (de Hailsham) refleja una reflexión más profunda sobre la aparente
lógica separación de clones/humanos y, en último término, sobre la separación
no-humanidad/humanidad representativa, respectivamente, de cada uno de ellos.
Pero esto es en apariencia. Porque la audacia de la novela se fundamenta,
precisamente, en que tanto la trama como los distintos hilos argumentales, y
por supuesto la construcción del trío de personajes principal, están orientados
a poner en discusión la aparente lógica de esta separación. No sólo por las
interacciones entre personajes, donde los sentimientos y las emociones siempre
están a flor de piel tanto en su etapa adolescente como adulta, sino por las
funciones sociales que el destino escrito a fuego parece depararles (“cuidadores
de donantes” o “donantes”). En sus distintas escenas o momentos, a lo largo de
todo el libro, la fuerza del debate existencial ante un destino apriorístico e
inamovible acongoja y sobrecoge hasta casi la indignación.
Con todo, el
manejo preciso del tono narrativo y el perfil perfectamente cincelado de los
personajes, aunque en un primer momento nos parezca dar voz a una
reivindicación humanística del clon, también consigue sembrar en nosotros la
sombra de la duda. Ninguno de los personajes principales alberga ideas o
pensamientos de salida o de ruptura respecto a su situación más allá de los
cauces oficiales establecidos. Cierto es que se buscan fórmulas para alargar la
homeóstasis alcanzada en Hailsham, y se da valor a los reiterados rumores sobre
la existencia de ciertos requisitos o fórmulas para extender la llegada del
momento en que deban elegir ser “donantes” o “cuidadores”. Sin embargo, desde
nuestro punto de vista, se echa de menos la aparición de emociones lógicas como
el miedo o el terror, la agresividad o la violencia. Todo semeja tan
melancólico, tan emocionalmente contenido o tan racionalmente coherente que,
por momentos, nos transmite sensación de gélida irrealidad.
Por otro lado, la
insinuación respecto al ser humano, a la sociedad capaz de conceder tan indigno
trato a una forma de vida, se nos revela aquí como la técnica narrativa más
potente. El uso del velo permite mostrar con claridad aquello que se quiere que
permanezca evidente mientras, al mismo tiempo, se dejan abiertas distintas posibilidades
para su desarrollo e interpretación. Y al hacer uso de no pocos velos,
dispuestos en capas coherentes en cuanto a su sentido e interés, se acaba
imponiendo un ritmo preciso e ideas claras tanto sobre quiénes son los clones y
su destino como, en último término, sobre la humanidad capaz de tal tropelía.
De hecho, casi desde el principio percibimos el miedo en los custodios de
Hailsham, el carácter huidizo o reservado de aquellas “personas normales” que
tienen cualquier trato con ellos, hasta el punto de sentir su condición de clon
como una seña de identidad, una etiqueta o una carga imposible de revelar salvo
a cambio del odio de los Otros.
De tal manera se
siente el pánico humano ante los clones que se llega incluso, en una muestra de
máxima degradación moral, a utilizar el arte como forma de supervisión y de
control mental. Los cuadros o los dibujos de la “Galería”, un muestrario de
representaciones mentales que sirven como fórmula de canje para acceder a
recursos del exterior, se transforman en una vía para calibrar estados de
ánimo, representaciones mentales o ideas inconscientes. Los trabajos sobre
filosofía o literatura, ya en una siguiente etapa de madurez, funcionan más
como una fórmula de sugestión o de control del estado de ánimo en un tiempo ya
inminentemente más cercano a la etapa final de sus vidas. El arte funciona
en Nunca me abandones como una navaja de doble filo: capaz de
canalizar las emociones más hermosas como de servir al control más abyecto.
Otra posición
crítica con la humanidad se nos muestra en la selección de sujetos para la
realización del proceso de clonación. En un momento de la novela, los
personajes reflexionan sobre el porqué de elegir a prostitutas o a borrachos o
a otro tipo de personas desclasadas como base para el proceso de clonación,
inculpándose por sus problemas -reales o percibidos- respecto a este origen
considerado también por ellos indigno. Reflexión que no es en sí sino una
cosificación del ser humano, una reducción de su condición desde sujeto a
objeto, simplificando su existencia a una dimensión únicamente material y/o
materialista, reduciendo el cuerpo a la condición de interfaz y la vida a la
condición de accidente. Ishiguro pone el acento no sólo en la capacidad de la
humanidad para deshumanizar al clon en cuanto forma de vida de segunda o en
cuanto forma de no-vida, sino también en la cosificación de la humanidad misma
al pensarse a sí misma en términos de funcionalidad y utilidad sociológica (sin
tal condición, la vida humana pasa a considerarse también una forma de
no-vida).
Este análisis
moral, insinuado en las dos primeras partes de la novela, donde la trama se
estructura bajo el esquema de la bildungsroman con tintes de
novela gótica cuando los centros educativos de reclusión son el lugar no sólo
para su madurez intelectual sino también personal, adquiere una verdadera
profundidad en la tercera parte: cuando la narradora asume el rol de
“cuidadora” de su amiga de la infancia (Ruth) y recuerda también su especial
relación de amistad con la pareja de ésta, Tommy. Los velos caen de repente
para mostrarnos al clon en sus estadios finales de vida, cuando tiene ante sí
la decisión de ser “donante” o “cuidador” pero, en todo caso, de permanecer
recluido en las paredes de esa categoría de vida deshumanizada y desclasada,
como una forma de no-vida únicamente válida para estar con otras formas de
no-vida, “guetizada”. No obstante, podemos sentir su dolor, ese dolor
desprovisto de emociones radicales y puras, ajeno a cualquier intento de romper
con lo establecido, entregado a un destino apriorístico que cualquiera de
nosotros consideraríamos indigno a más no poder.
Nunca me
abandones nos expone
ante estos clones y nos obliga a tomar partido. Una ambigüedad perfectamente
calculada y una trama capaz de presentarnos los muchos dilemas contenidos en
esta cuestión nos acaba llevando, poco a poco, hacia la definición de una
postura. ¿Son estos clones una forma de vida o no?, y si lo son ¿se la podría
considerarse una forma de vida humana?, e independientemente de si es humana o
no, ¿se merecería cualquier forma de vida un destino como el que nuestra
humanidad ha escrito para ellos? Kazuo Ishiguro consigue en esta novela una
muestra pura de ciencia-ficción, pues, sin artificios técnicos de ningún tipo,
nos expone con crudeza ante un dilema moral de inminente futuro que, no por
mucho intentar evitar, acabará siendo imprescindible responder. Literatura
con mayúsculas para la ciencia-ficción del futuro.
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De FABULANTES, 10/11/2015
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