JORGE MUZAM
Abril era para el barbecho. Direccionar bueyes. Romper terrones. Quemar
malezas y raíces. Debíamos ayudar al despeje. Cortar la zarza, arrancar la
ortiga, voltear el cardo, tirar las piedras para la orilla, rellenar los huecos
de conejo. Tantos hombres, mujeres y niños haciendo lo mismo que San Fabián se
azulaba. Cientos de cerritos de champa humeaban hacia un cielo musicalizado por
golondrinas aleatorias. Como éramos pequeños, el duro terronaje que quedaba
después del barbecho era nuestra serranía, cordillera hostil para tiuques
flacos, colchón tibio para chanchos flojos, paraíso reseco para gallinas
pirquineras que no encontraban ningún tesoro.
Llegábamos del colegio a comer lentejas con zapallo, papas con longaniza
ahumada, estofado de jurel, pancutras con perejil o porotos con mote. Uno o dos
platos, un pan amasado, medio jarrón de agua de pozo y de inmediato a trabajar.
Usualmente lo hacíamos con gusto. Porque trabajar era también jugar, aprender,
admirar, espantar chanchos alaracos y lanzarle hondazos a los peucos que
husmeaban la mercancía desde la punta de los álamos amarillos.
Fotografía: © Jorge Muzam. Tomada a las siete de la mañana en un día
cualquiera de abril. San Fabián,
Región de Ñuble, Chile.
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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor),
03/10/2017
Todo mi agradecimiento, querido amigo.
ReplyDeletee ha recordado mis días en el campo colchaguino, junto al mar, con descripción tan similar y con el mismo sabor.
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