DIEGO DE ROSALES
"Aunque el
gobernador don Antonio de Acuña y Cabrera, con celo cristiano y desinteresado,
había enviado dos ordenes al cabo y gobernador de Boroa para que no consintiese
que se hiciesen malocas ni guerra alguna a los puelche que habitan de la otra banda
de la cordillera nevada, por haberle informado de la poca o ninguna
justificación con que de nuestra parte se hacía esta guerra, por haber dado
esos indios la paz cuando todos los demás en tienpo del gobernador don Martín
de Mujica, y no habérseles hecho causa ni probando haber quebrantado la paz ni
hecho hostilidad ninguna, con todo eso el cacique Millacuga, pegüenche, o por
no haber llegado a su noticia las órdenes de el gobernador, por vivir entre las
dos cordilleras, o por la antigua enemiga que tienen estos indios con los de la
otra banda, juntó una cuadrilla de indios de su mando y fue a moloquear a las
tierras de el cacique Chaclaye y le mató y cautivó diez piezas. La causa de la
antigua enemistad se originó de que ahora viente años un indio de la otra banda
prometió a los de esta un remedio para consumir a todos los españoles sin
guerrear con ellos ni derramar sangre, como se lo pagasen muy bien; y con el
deseo de verlos fueras de sus tierras o acabados, le dieron muy buenas pagas de
antemano, y él les trajo una olla de ratones, diciéndoles que los echasen en
las tierras de los españoles y que se multiplicarían y serían una peste que les
destruyese sus sembrados, y luego darían tras los españoles y matarían,
entrándoseles por las narices y por las orejas. Echaron los ratones y no
hicieron efecto ninguno, antes los españoles se hallaron más boyantes y les
hicieron más cruda guerra. Sentidos de verse engañados de el puelche embustero
y corrido de haber sido tan fáciles en creerle y dar su hacienda, fueron a
cobrarla; y como él no tuviese ya tras que caer muerto, maloquearon a sus
parientes, según su usanza, que lo que uno no paga lo cobran de sus parientes,
y de aquí se fue encendiendo la guerra de unos con otros, maloqueándose y
procurando desquitarse de el mal que habían recibido, y aunque dieron la paz
todos al español, quedó entre ellos por apagar este fuego.
Esta fue la causa
de las primeras malocas que Tinaqueupu hizo de los puelches en tiempo de el
capitán Juan de Roa, a quien por vengar sus pasiones y por ayudarse de los
españoles para hacer guerra a sus contrarios, le dijeron que habían venido mil
puelches a ayudar a coger las mil vacas que iban a Valdivia, lo cual se probó
haber sido falso, y que por sus enemistades antiguas los habían maloqueado, no
porque se hubiesen faltado a la paz prometida, y lo mismo hizo ahora el cacique
Millacuga, maloqueando y quitando la vida al cacique Chaclaye que había enviado
mensajes de paz. Sin esta hizo otra maloca el capitán don Luis Ponce de León a
los puelches contra las dos ordenes referidos de el gobernador, porque habiendo
determinado el hacer una entrada a las tierras del cacique Guircañanco, que aún
no había enviado mensaje de paz y era de los rebeldes, y marchando hacia sus
tierras torció el camino hacia la cordillera, o porque en lo de Guicañanco
había de haber muchas lanzadas o por que en los puelche tenía más segura presa,
y encontrando en el camino de la cordillera al cacique Malopara y a otro
cacique de igual estimación que venían a dar la paz a al cabo gobernador y
pedirle que los dejasen vivir con descanso en sus tierras, que ellos ni eran
gente de guerra ni jamás se la habían hecho a los españoles, les obligó a que
de el medio de el camino se volviesen y que lo guiasen a donde pudiese coger
piezas. Y quisieron que no quisieron, hubieron de volver y guiarle a las
tierras de unos pobres serranos, donde cogió treinta piezas, sin las que se
ocultaron, y vino con ellas a Boroa, siendo bien recibidas de su cabo don Juan
de Salazar, que en la justificación de su esclavitud escrupulizó tan poco como
don Luis Ponce: que como soldados no miran más al interés, y de lo demás les da
poco cuidado y menos escrúpulo.
Viendo este
desorden y la poca justificación de estas malocas, avisé al gobernador Antonio
de Acuña y Cabrera de estas dos que se habían hecho contra dos órdenes suyas y
contra toda razón, suplicándole que se sirviese de hacer justicia y mandar
volver aquellas piezas a sus tierras, y que si me daba licencia, yo iría a
llevarlas y a ponerle de paz todas las tierras de los puelches, porque estaba
cierto que no querían guerra ni jamás habían sido enemigos nuestros, por haber
comunicado a muchos de ellos y haberse favorecido de mi para que los dejasen
vivir con descanso en sus tierras. Recibida esta carta, respondió el gobernador
mostrando un cristiano celo y el sentimiento que había recibido de que se les
hubiesen hecho esas dos malocas a los puelches, así por haberse contravenido a
sus ordenes como por estar tan informado de la voluntad de esos indios, de su
rendimiento al rey nuestro señor y de la poca justificación con que se les
había abierto y hecho la guerra de nuestra parte, habiendo dado la paz con los
demás y no faltado a las capitulaciones de ella; y agradeciendo mi oferta, la
estimó con grandes encarecimientos y me suplicó o mandó que hiciese un servicio
tan grande como ese a su majestad y un bien tan señalado a aquellas almas de ir
a poner de paz y asegurar a aquellos indios, que no se les haría ya más la
guerra ni entraría español ni amigo a maloquear sus tierras, y que llevase
todas las piezas que se habían cogido en aquellas dos malocas tan mal hechas y
tan contra sus ordenes y se las volviese a sus caciques, y que para esto
pidiese al cabo y gobernador de Boroa toda la gente que me pareciese necesaria
y el avío, malotage y todo lo demás que juzgase ser conveniente; que para todo
le enviaba órdenes muy apretados y para luego me entregase todas las piezas que
tenía e hiciese entregar las que cualesquiera otros hubiesen, so pena de la
vida, y las que en otra maloca había cogido el capitán don Luis Ponce. Obró en
esto su señoría con gran cristianidad, desinterés y celo de la justicia y con
el consejo de todos los maestro de campo, capitanes y personas doctas de la
Concepción, a quienes consultó en una grave junta, y todos fueron de parecer
que así se ejecutase, atendiendo al servicio de Dios y de el rey, a la justificación
de la causa y a la inocencia de estos indios.
Luego que recibió
el orden de el gobernador don Antonio de Acuña, su cuñado, el capitán don Juan
Salazar, me entregó las piezas que tenía esclavas y me dio toda la ayuda que
pedí, que fueron solamente dos soldados, que no quise llevar más, y el capitán
don Luis Ponce de León, que era el que más los había maloqueado y hecho cruda
guerra, para que se hiciese amigo con ellos y echasen de ver que ya no le había
de maloquear más ni hacerles guerra. Y para que se me entregasen las demás
piezas y que en todas partes se me diese ayuda y favor necesario, dio el orden
siguiente el dicho cabo y gobernador de Boroa don Juan de Salazar, por escrito:
"Por haber tenido orden de el señor gobernador y capitán general de este
reino para entregar al padre Diego de Rosales, de la compañía de Jesús,
superior de las misiones de este gobierno de Boroa, todas las piezas que cogió
el capitán don Luis Ponce de León en dos malocas que hizo por el mes de
noviembre de mil y seiscientos y cincuenta y las que estaban aquí detenidas,
que se cogieron en una maloca que hizo el cacique Millacuga, para que su
paternidad las lleve y restituya a sus caciques y tierras naturales, procurando
con medios suaves la pacificación y quietud de los indios de la otra banda de
la cordillera, por esta se las entrego todas las que al presente se han podido
recoger, quedando a mi cargo el juntar las demás para el mismo efecto. Y ordeno
y mando a todos los ministros de guerra, caciques y cualquiera otras personas,
le den a dicho padre todo favor y ayuda necesaria, sin poner ningún impedimento
ni estorbo, por convenir al servicio de ambas majestades la ejecución de estos
intentos. Item: ordeno y mando que si algún soldado o cacique amigo hubiere
hecho alguna maloca de la otra banda de la cordillera y hubiere cogido piezas,
se les entregue a dicho padre Diego de Rosales para que las restituya a sus
caciques y tierras naturales, sin que en esto haya contradicción ninguna. Y por
cuanto el intento de su señoría es que se satisfagan las partes ofendidas y se
quieten los ánimos perturbados de esos indios de la otra banda de la
cordillera, encargo a vuestra paternidad que en la parte que se le pareciere
más conveniente, haga llamamiento de todos los caciques, y que en parlamento
público les entregue las piezas, dándole a entender el sentimiento que su
señoría ha tenido de que les hayan maloqueado cuando deseaba que todos se
pacificasen por suaves medios y el gusto que tendrá de que se sujeten todos a
la corona de su majestad y a la ley de el santo evangelio. olvidando los
agravios de una y otra parte. Y así mismo les encargará vuestra paternidad a
todos los caciques que vivan en paz, sin maloquearse unos a otros y para esto
será importante que v. paternidad tome la mano y haga todo lo posible para que
queden muy amigos unos con otros, olvidando los agravios y causas de enemistad
que de una y otra parte ha habido - Fecha en este fuerte de Boroa en nueve de
diciembre de mil seiscientos cincuenta años - Don Juan de Salazar Solis y
Enriquez."
Con esto saque de
prisión a cuarenta y cuatro esclavos, hombres y mujeres, y despaché por delante
un indio de buen corazón que fuese a avisar a toda la tierra de la otra banda
de la cordillera cómo ya estaban libres todos sus compañeros y el gobernador
había sentido en extremo las malocas que se les habían hecho y mandado que
todas las piezas se volviesen a sus tierras, y cómo yo partía con ellas para
entregárselas a los caciques y a asentar con ellos una paz perpetua como la
deseaban, y que se juntase toda la tierra para cuando llegase. Voló el indio
como pájaro que se ve libre de la prisión de una jaula, y cuando llegó con el
mensaje apenas creían una cosa jamás vista, que los españoles y los indios
amigos les volviesen las piezas maloqueadas. Salí con ellas y envié a pedir al
veedor general Francisco de la Fuente Villalobos, que estaba en Pelecaguen
esperando que se juntasen los caciques amigos de Osorno para asentar con ellos
las paces, que me enviase a un cacique amigo llamado Catinaguel que tenía en su
compañía y corría voz de que era sospechoso y se recelaban de él, que había de
hacer mal tercio en las paces; que le quería yo llevar conmigo, por ser los
puelche sujetos a su mandado y que me podía ayudar mucho, y quitarle de la
sospecha que allá tenían de él; y de verdad el indio era muy amigo de que
hubiese paces, y sentía mal de las malocas, y llevaba peor las que hacían
injustas, y los que eran amigos de piezas y malocas sentían mal de él, porque
las contradecía, y viose su buen celo en esta ocasión, porque vino a mi llamado
y me acompañó y ayudó grandemente a componer las paces con su autoridad,
razones y elocuencia en los parlamentos. Y luego que llegó a Boroa y le dije
para que le había llamado, se holgó mucho de que le llamase para ir a asentar
paces entre indios a donde alcanzaba su jurisdicción, y envió por todo el
camino mensajes a sus vasallos diciéndoles como yo iba a llevar aquellas
piezas, que me saliesen al camino al camino con camariscos de comida, caballos
y lo que hubiese menester para mi y para los indios que llevaba.
Causaba
admiración a los indios amigos el ver volver tantas piezas a sus tierras: era
cosa que nunca habían visto en tantos años como habían guerreado con los
españoles; y causábales grandes edificación el ver que los padres los
defendiésemos y quitásemos a los españoles las piezas que ya tenían suyas, y
conociendo que eran de paz, se les quitaba el escándalo que les había causado
el verlos maloquear por pobres retirados y serranos, y por el camino me dieron
los indios algunas piezas que tenían de estas malocas para que las volviesen,
viendo que los españoles habían dado las suyas. Y porque el cacique Buchamalab,
de Boroa, rehusaba darme una que tenía por decir que la había comprado y
gastado su hacienda, le pagué lo que le había costado por no dejarla y porque
él no quedase descontento. Cuando pasé a la otra banda de la cordillera y
llegué al Epulabquen, se levantó de la cama el cacique Antulien, que estaba muy
malo, y salió con toda su gente a recibirme y a agradecerme el bien que les iba
a hacer en llevarles los cautivos y ponerlos de paz. Puse una cruz en sus
tierras, que adoraron todos de rodillas; predíqueles los misterios de nuestra
santa fe, que creyeron, pidiendo el bautismo, y porque ya se iban juntando
todos los caciques y gran número de gente, pasé adelante y solo bauticé allí
algunos niños y al cacique que por estar muy peligroso.
Juntáronse al
parlamento en las tierras de Piutullanca gran número de puelches embijados,
pintadas las caras y cuerpos de diferentes colores, cubiertos de pellones de
guanacos, y las mujeres también pintadas y con el mismo traje, y a la novedad
de volver a ver a las piezas cautivas, y a un sacerdote, que en su vida habían
visto ninguno, y decían que venían a ver a un "Perimonto", a un
"Guecubu", que significaba entre ellos una cosa rara y nunca vista.
Cuando vieron las piezas, levantaron una grande algazara de contento y alegría,
llorando de gusto unos con otros por volverse a ver cuando no lo esperaban. Juntos
ya todos los caciques, enarbolé una cruz, que todos adoraron, y habiéndoles
hecho un sermón y explicado los misterios de nuestra santa fe, y como el Rey y
nuestro señor lo que pretendía de ellos, y para lo que deseaba su quietud y que
estuviesen de paz era para que oyesen la palabra divina y que fuesen
cristianos, respondieron que lo querían ser. Dígoles cómo el gobernador les
enviaba estas piezas por haberle maloqueado contra su orden y contra su
voluntad, porque había sabido como habían dado la paz y de su parte no la
habían quebrantado más, que viviesen seguros y con gusto y olvidasen los
agravios pasados, sin hacerse malocas unos a otros; y que estuviesen dispuestos
a que si los españoles quisiesen poblar en sus tierras, a recibirlos como
vasallos de el rey y a ayudar a trabajar en las poblaciones. Y en esto y en
todo lo demás que les propuse vinieron con grande voluntad diciendo que ellos
nunca habían sido enemigos de los españoles ni le querían ser, y que estaban
obedientes para cuanto les mandasen, y deseosos de tener algún sacerdote en su
tierra que los doctrinase y bautizase.
Hízoles luego
Catinaguel un elocuente razonamiento, exortándolos a la paz, a recibir el
evangelio, a ser fieles a Dios y al rey y a vivir en paz unos con otros, a que
respondió el cacique Malopara, el más noble y estimado entre ellos. Es indio de
grande estatura, bien dispuesto; venía vestido con pellón de tigre muy pintado,
con su arco y flecha en la mano, su carcaj al hombro, en la cabeza un tocado de
una red y un rollete de hilos de varios colores, y entre la red y el rollete
entretejidas muchas flechas con puntas de pedernal blanco y plumas de colores
en el otro extremo. Púsose en medio con su flecha en la mano y habló en dos
lenguas haciendo su parlamento, primero en la legua de Chile, respondiéndome a
mi y al cacique Catinaguel, y luego en lengua puelche, para que entendiesen lo
que nosotros y él habíamos dicho los que no sabían la lengua de Chile sino la
puelche, que es en todo diferente. "Desdicha nuestra ha sido haber nacido
puelche, el ser una gente que vive vida común con las bestias y tiene semejanza
con las fieras. Aquí hemos nacido y aquí nos hemos criado, y como no sabemos de
otro mundo, este nos parece el mejor y en este estamos hallados. Vivimos vida
común con las bestias por no haber conocido a Dios ni haber tenido quien nos de
noticias de él hasta ahora, y porque no aspiramos más que a vivir ni tenemos
otro modo de sustentar la vida que las bestias, porque nuestras tierras, por
ser tan cálidas que el sol con ardientes rayos las abrasa, no dan frutos
ninguno en los árboles, ni producen semillas, que avarientas se guardan, o
estériles las consumen. Y así nos vemos obligados a sustentar la vida paciendo
yerbas u osando raíces, y cuando este sustento nos falta, no hacemos de la banda
de las fieras, y vestidos de su naturaleza y de sus pieles de tigre con el arco
y la flecha, nos sustentamos cazando animales, y a costa de su sangre y de su
sustancia sustentamos la vida y alimentamos nuestra sustancia, imitando a las
fieras, al león y al tigre, que como fieras más poderosas se sustentan a costa
de la sangre del humilde cordero y de el animal más tímido. No se han levantado
jamás nuestros pensamientos a más que los de una bestia y de una fiera, que es
de sustentar la vida; no hemos apetecido reinos, tierras, ni señoríos; no
hacienda, oro, plata, galas ni arreos: que la vida humana se contenta con poco
cuando no es mal contenta ni ambiciosa, y así nunca hemos hecho guerra, ni
pretendido amplificar nuestro señorío, ni aumentar nuestras haciendas. Las que
tenemos las llevamos siempre con nosotros; nuestra habitación es el campo,
nuestra vivienda una casas de pellejos o unas cuevas.
Solo en la razón
nos mejoró la naturaleza a las bestias y a las fieras, y esa nos ha contenido
para no tener enemistades con nadie. Cuando los españoles poblaron antiguamente
Chile, aquí nos dejaron, despreciándonos por pobres y motejándonos de inútiles.
Con los de Chile tuvieron sus tratos y sus comercios, y esos, ingratos a sus
beneficios, se volvieron contra ellos y los hicieron guerra, quitándoles las
vidas, las haciendas y las mujeres y engendrando hijos en las españolas,
levantando de punto su natural con el multiplico de los hijos blancos y
mestizos de dos sangres, mixtas de indio y español. En ese tiempo nosotros nos
conservamos en nuestro humilde ejercicio; miramos los toros desde afuera, no
tomamos las armas contra los españoles, ni se nos alzaron los pensamientos a
hacerles guerra, así por no ser de nuestro natural el hacerla, como porque los
mirábamos con respeto, como viracocha o hijos de el sol. Y todo el tiempo que
los de por allá han estado haciendo guerra a los españoles, nos hemos estado
nosotros acá de esta banda de la cordillera en nuestras ocupaciones. No quiero
mas prueba de esto, sino que tendais la vista por toda la gente que ha
concurrido a este parlamento, que es la mayor fiesta que jamás han tenido, para
el más solemne concurso, para el día de el mayor regocijo, han traído todas sus
joyas, todos sus arreos y todas sus galas. Ved si hay algún despojo de
españoles, mirad si entre tantos soldados ha algunas armas de acero, alguna
cota, alguna espada, alguna lanza o arma de español alguno; arcos y flechas
vereis no mas para pelear con las fieras. Aquí están todas las mujeres, mirad
si hay alguna española; aquí han venido todos nuestros hijos, ved si alguno
tiene mezcla de otra sangre; y pues aquí no hay despojos, armas ni mujeres, ni
sangre de españoles, buena prueba es de que jamás les hemos hecho guerra, que
no hemos tenido codicia de su hacienda ni derramado su sangre.
Cuando los de
Boroa, la Imperial, Tolten y Osorno dieron la paz al marquez, concurrieron
nuestros caciques, no tanto a darla, porque no la habíamos quitado, sino a dar
reconocimiento al rey. como sus vasallos. Por inútiles nos dejaron y por pobres
no hicieron caso de nosotros. Pero los indios de la otra banda, como hicieron
paces con los españoles y no hallaban modo como cebar su codicia en ellos y
hartar su hambre en sus carnes, se volvieron contra nosotros, y como fieras más
poderosas se sustentaron de nuestras carnes y se alimentaron de nuestra sangre,
haciendo presa en nuestros ganados, y cuando los hubieron consumido todos,
viéndonos humildes corderos temerosa caza, dieron en cazar nuestros hijos y
mujeres para vendérselos por esclavos a los españoles, y llamándolos en su
ayuda al cebo de la segura presa, nos iban consumiendo y acabando; y acabaran
sin duda con nosotros si el gobernador no se hubiese dolido de nosotros, y el
padre que ha sido padre y nuestro redentor no hubiese venido a apadrinarnos y a
redimirnos de tantas vejaciones, a sacarnos de las gargantas de los lobos y
librarnos de las rapantes uñas de los tigres y fieros leones. Ya desde hoy
viviremos seguros y contentos, pues conocemos a Dios y tenemos quien nos ampare
y defienda. De paz hemos sido siempre y de paz somos; y aunque no tenemos
toquis ni instrumentos de guerra, por no faltar a la ceremonia quebraré estas
flechas para que se entierren al pie de la cruz".
Y así lo hizo; y
el cacique Guinulbiela, en lugar de oveja de la tierra, que ni una tienen ni de
las de Castilla, mató una vaca, que sola le había quedado y era la única en
toda la tierra, e hicieron sus acostumbradas ceremonias en las paces.
Acabadas, me
pidieron que les enseñase los misterios de nuestra santa fe, y en las tierras
del cacique Cheine, donde estuve algunos días, oyeron el catecismo con grande
gusto y bauticé algunos niños. Temían mucho los caciques a los indios
peguenches, que eran sus mortales enemigos, y rogáronme que ya que les había
asegurado que los españoles no le maloquearían más, que hiciese las amistades
con los peguenches de Millacuga, Guiliguru y Legipilun y los dejase
confederados; y por dales gusto y atajar la guerra caminé cincuenta leguas
atravesando cordilleras, y fui haciendo parlamentos por las tierras de
Guiliguru, Millacuga, Pocon, hasta los peguenches de las salinas, que están
junto al cerro nevado que está camino a Mendoza; encargándoles a todos la paz e
intimándoles el orden de el gobernador que no se moloquease más a los puelches,
ni unos entre otros tuviesen guerras, y todos prometieron de hacerlo y
agradecieron que hubiese metido mano para pacificarlos y hécholes tanto bien de
darles a conocer a Dios y de ponerles en sus tierras.
Volví a tiempo
que ya llegaba el gobernador don Antonio de Acuña y Cabrera a Boroa para
establecer las paces con los de Osorno, Ranco, Cunco y Calla-Calla, y cuando
corría voz que me habían muerto los puelches a mi y a los tres españoles que
llevé en mi compañía, entré en Boroa con cuarenta caciques que había dejado en
paz, cuyos nombres dejaré por no causar molestia, contentándome con poner los
de los más principales, que fueron: Piutullanca, Malopara, Guinulbilu, Cheine,
Painecalquin, Aguayama, Maripobtun y los demás. Fuimos recibidos con mucho gusto
de el gobernado y con grande aplauso de ver en su tiempo reducidos tantos
vasallos a la obediencia de su majestad; y fuese acrecentando el gusto porque
llegó también al mismo tiempo el veedor general Francisco de la Fuente
Villalobos, que había ido a Pelecaguin, como dijimos, a pacificar los indios. Y
porque se viese que la acción era suya, el gobernador de Valdivia don Diego
Gonzales Montero envió al padre Juan Moscoso, de la compañía de Jesús, superior
de la misión de Valdivia, de gran celo de la conversión de los indios, y muy
acepto entre ellos, a los llanos de Osorno y Valdivia, a que hablase a los
caciques y les digase que viniesen a Boroa a asentar de una vez las paces en
presencia del gobernador y capitan general, y con el capitán Baltazar Quijada
los trajo a este mismo tiempo a Boroa, donde se hizo el parlamento de las
paces, de que dirá el capítulo siguiente"
(Fuente: Historia
general de el reino de Chile Flandes Indiano, parte III, libro X, capítulo IV)
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