“Sonemos a más o menos” - Palíndromo del Turi -
Ni una poesía de
Leonard Cohen, el new age necesario y
muchas aproximaciones; Ishiguro aún no está en los catálogos, ni siquiera en la
casa del saber… una wasa orkomanta a
todo dar. Como en los tristísimos supermercados, el libro, una vez, muchas
veces al año, es prostituido, entra en salones fríos, en monumentos de la
finanza, en los círculos de la política (la sección espectáculo de la economía,
dijo Frank Zappa)… comercializados como una cualquier mercancía: igual que el
papel higiénico o un kilo de arroz: blanco de miseria, blanco de humanidad.
Se narra que el
Conde Guglielmo Libri (aquí Borges intervendría apológicamente…) se hizo de una
biblioteca de más de veinte mil libros, todos robados en librerías, sustraídos
en bibliotecas (la mayor parte de la Biblioteca
Medicea Laurenziana de Florencia), no restituidos a los amigos ingenuos, y
se cuenta que todos o casi todos los había leídos. Anoche visité la Feria del
libro de la Llajta, dedicada a una revolución, la del ’52, violenta como todas
las revoluciones, y más violenta que todas las revoluciones, sin un Lenin que
catalice los excrementos de la humanidad sumisa y hambrienta y haga voz,
tripudio, faber popular; brutalidad
que encubre otra brutalidades, la mediocre simplicidad que resume y se hace
cómplice de la desértica actualidad, aquí y allá alguno que otro libro sobre la
revolución: Marof, Zavaleta, Paz, Montenegro, el Chueco Céspedes… en el pasaje
del correo hay ediciones resumidas de Raza de bronce y del Juan de la Rosa.
Aberración traicionera e imperdonable.
Como una quimera a quemarropa encuentro la editorial El Cuervo, la pleiade 3600, la ya totémica Plural y así algunas otras estrellas, que espero no sean fugaces… Penguin avasalladora, Tusquets que habla (dijo mi hija al ver el precio de un extraordinario texto de Octavio Paz), Alfaguara ya decadente, sigo el fácil laberinto y ahí una librería de La Paz trae una honesta oferta de deliciosos textos, algunos viejos, un Hijo de hombre de Roa Bastos de Oveja negra en tapa dura (¡adjudicado!), un sensacional Adiós a Berlín de Cristopher Isherwood, una Historia del ojo de Georges Bataille en una económica excelente a los ojos y digna de ser libro… quería desde hace tiempo leer la poesía de Hilda Mundy, el stand de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia ofrece una fascinante edición de su obra, el precio está al alcance de todos los enamorados del arco y de la lira: 40 bolivianos, con factura (empresa del Estado Plurinacional) y tremenda, en todos los aspectos, yapa (te la introducen en una bolsa de papel bond mientras estas pagando y casi sin que tu veas…): dos bodrios del sunchuluminaria Qananchiri… pagados con el sudor, los callos y los emputes de los bolivianos y de las bolivianas; mala suerte la de los miles de libros que tocaron estas manos pegajosas.
Sigo y advierto
tristeza, los libros reclaman calor humano, el silencio de oro, pulcritud y
humildad: lectura veloz, síntesis y fanfarronerías no aman, no saben que es el
amor… escepticismo de Cioran, maestría de Valéry, extensión prosaica de Tolstoi,
elegancia de Sterne, inmortalidad de Virgilio… qué más si Los amigos del libro
ya en su lema nace negativo… o leer lo que Bolivia… y si además liquida, como
si un libro fuese un combo de hamburguesa más refresco, obras de la literatura
nacional, así fríamente, me da tristeza y bronca… 5 bolivianos por un ensayo de
Roberto Querejazu Calvo: Adolfo Costa du
Rels, el hombre, el diplomático, el escritor y a 10 bolivianos (va la foto)
la primera publicación de la bestia de las letras bolivianas, el Virginianos tan buscado por verdaderos
lectores.
Sonemos a más o
menos recita un palíndromo del Turi, más o menos es esta realidad, la que según
Cortázar era (y sigue siendo) esta
pesadilla irreal, esta danza de idiotas al borde del abismo…
Octubre 2017
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