La
ceremonia (La
cérémonie, 1995)
CARLOS RODRÍGUEZ
Cada año surgen
nuevas investigaciones sobre Alfred Hitchcock, Luis Buñuel y Stanley Kubrick,
entre otros genios de la historia del cine. El estudio de estos creadores,
responsables de películas que son una fuente inagotable para críticos y
exégetas, ha marcado la pauta para que hoy se analice la carrera de David Lynch
o Michael Haneke, por ejemplo. Hay una serie de artistas que han sido menos
examinados, cuyos aportes fílmicos dan cuenta de una visión única del mundo, de
una mirada particular a través de la que desarrollaron un estilo tanto temático
como formal que no es intercambiable, que tiene características propias y que,
en pocas palabras, merece atención. Claude Chabrol (París, 1930-2010) es uno de
esos creadores. El autor francés fue prolífico: dirigió 54 largometrajes para
el cine, sin contar sus incursiones televisivas, a lo largo de cinco décadas.
A Chabrol, que no
se le menciona con la misma insistencia que a Jean-Luc Godard o François
Truffaut –quienes, como él, empezaron como críticos en la revista Cahiers
du cinéma y luego se convirtieron en directores– como artífice del
cine galo, le tocó inaugurar el movimiento de la Nueva
Ola con su primera película, El bello Sergio (Le beau
Serge, 1958). También fue el primero en quitarse la etiqueta. El
francés, que insistió en que la Nueva Ola fue una invención, «como
una marca de jabón», para apoyar la política de Charles de Gaulle, siempre fue
a contracorriente, sin importar las tendencias del momento: cambió los retratos
citadinos y de juventud, asociados a esa etapa del cine galo, por la provincia
y las relaciones familiares. Tras el fracaso de Las viejas (Les
bonnes femmes, un filme de 1960 sobre el abuso del que son objeto un
grupo de mujeres, cuyo tratamiento pesimista adquiere hoy una lectura sagaz),
Chabrol decidió hacer una serie de filmes paródicos de espías con los que se
ganó la desaprobación de la crítica, aunque obtuvo el éxito económico que
buscaba.
Luego de diez
años de su opera prima, el francés estrenó Las dulces
amigas (Les biches, 1968), la
primera película en la que su estilo está definido. Si se piensa en
retrospectiva y se compara con la aceleración con la que hoy se percibe el paso
del tiempo, a Chabrol le llevó un periodo largo, en el que hizo catorce
películas, encontrar una manera propia de hacer cine. Las dulces amigas, protagonizada
por Stéphane Audran (que en aquel momento estaba casada con Chabrol) y
Jean-Louis Trintignant (exesposo de Audran), es una película sobre una mujer
bisexual, poderosa, que enamora a una joven; ésta, sabiéndose inferior, planea
deshacerse de su protectora. A partir de esta película Chabrol dirigió una sucesión
de filmes, producidos por André Génovès, agudos y sofisticados: La
mujer infiel (La femme infidèle, 1969), La
bestia debe morir (Que la bête meure, 1969), El
carnicero (Le boucher, 1970), La ruptura (La
rupture, 1970), Al anochecer (Juste avant la nuit, 1971)
y Bodas sangrientas (Les noces rouges, 1973).
En el
documental Viaje por el cine francés (Voyage à travers le
cinéma français, 2016), Bertrand Tavernier recuerda a Chabrol,
al que asistió como agente de prensa en uno de sus primeros filmes, como un
anarquista, un defensor de la libertad individual. En el filme Tavernier cuenta
que Chabrol, que inició en el negocio del cine adaptando los títulos de los
filmes de la 20th Century Fox en lengua francesa, estaba fascinado porque nadie
había ido al estreno de su película El ojo del diablo (L’œil
du malin, 1962). La anécdota ejemplifica el
carácter de Chabrol, que logró impregnar a su obra de una dimensión
ambivalente. ¿Los hombres de familia de La mujer infiel y Una
porción de placer (Une partie de plaisir, 1975), sádicos
acostumbrados a la buena vida, son parte de la orquestación de una burla que
intenta poner en ridículo a la burguesía o son una crítica social articulada en
función de un distanciamiento? El tratamiento fino, ambiguo y sutil de Chabrol
es particular, se trata, en algún sentido, de una manera de evidenciar la forma
en que operan las familias burguesas, donde los secretos y las mentiras son
elementos que las constituyen.
Si las primeras
tres etapas de su obra (la de la Nueva Ola, la de los filmes de espías y
la que hizo para André Génovès) potencian y exploran la incertidumbre, las
dudas y las confusiones de los móviles de los personajes, que no permiten hacer
una lectura sencilla, ideal o clara de su proceder –por ejemplo la secuencia
final de Los primos (Les cousins, 1959), donde un
hombre arrepentido de jalar el gatillo revierte su deseo de matar por el de
morir, o el absurdo de una mujer que no logra explicarse dónde se encuentra
en Alice o La última fuga (Alice ou La dernière fugue,
1977)–, un periodo posterior, en el que Isabelle Huppert se convierte en su
actriz principal, explora el intercambio entre víctimas y victimarios. La
cumbre de esta característica es La ceremonia (La cérémonie,
1995), donde se expone un conflicto de clases: una familia acomodada, que
practica una falsa caridad, es aniquilada por su servidumbre. ¿Qué grupo ha
tenido razones suficientes para odiar al otro, para oprimirlo o para vengarse?
Chabrol plantea un conflicto político, de antagonismos, y no da una sola
respuesta, sino múltiples, que escapan a las explicaciones tajantes.
Carlos
Rodríguez es el jefe
de redacción del sitio web de La Tempestad. Contribuyó a la
investigación del FICUNAM 2017. Actualmente trabaja en un proyecto que revisa
la obra de Claude Chabrol, cuyo sitio web es https://claude-chabrol.com.
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De ICÓNICA,
17/10/2017
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