CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES
Ahora que
emprende vuelo a Perú y se han aquietado las aguas de la fanaticada, amerita
unas líneas la visita del Papa Francisco a territorio chileno. Por motivos
ajenos a la salvación del alma, debí seguirle la pista al representante de la
Iglesia Católica en el planeta y desde la indiferencia transité a la curiosidad
y hasta rocé la simpatía. Esto no significa que el catolicismo haya ganado una
oveja más para su rebaño, pues mi agnosticismo continuará en su cómodo sitial
hasta el derretimiento de los polos. Este cambio de percepción se fue gestando
a medida que dejé de ver a Francisco como el predicador de una fe en decadencia
sino como un político de tomo y lomo, alguien que se maneja en el justo
equilibrio entre el buen verso y las acciones efectistas (y a veces efectivas).
No necesariamente deslizándose sobre un skate sino a tropezones, como en una
pista de motocross. De muestra un botón un tanto oscuro: su dudoso rol durante
la dictadura argentina, mucho menos enfático y combativo que con los sucesivos
gobiernos democráticos, especialmente con los Kirchner.
Aun así, me
agrada su intromisión en los engranajes del capitalismo -tan bien aceitados
para los próximos cuatro años o más-, los baños para indigentes que mandó a
construir en El Vaticano, su puesta en jaque al protocolo, su devolución de
cheques millonarios por provenir de explotación laboral, su actitud acogedora
hacia quienes optan por ejercer libremente su sexualidad y aun así seguir
creyendo en el más allá. En definitiva, todo aquello que sus detractores llaman
populismo. Más que en sus discursos un tanto lánguidos, el mejor Francisco es
aquel de las respuestas espontáneas, agrandadas, ampulosas y cachetonas. Sí,
cachetonas, de buen argentino y más que argentino, porteño. Una suerte de
renovado Juan Domingo Perón (uno cura y el otro milico), preocupado del aquí y
ahora, más que de aquello que nos aguarda cuando polvo seamos y donde ya no
haya nada por hacer.
Sin formar parte
de sus huestes, saludé sus disculpas a las víctimas de abuso sexual de parte de
sacerdotes católicos, en un discurso dado a su anfitriona, una Presidenta atea,
separada y más encima socialista. Claro, para los afectados son sólo palabras,
pero en el mundo de las religiones las palabras pesan como el cemento y
cualquier avance, si es hacia adelante, hay que celebrarlo como los pasos del
hombre en la Luna.
Hasta este
papelón final y cuando menos lo esperaba. Sólo bastó que periodistas lo
abordaran entre la multitud y él decidiera contestar. En un par de segundos, le
dio un espaldarazo a un colaborador de Fernando Karadima –sacerdote condenado
dentro de la iglesia por abuso sexual a generaciones de niños y jóvenes, cuando
lideraba una parroquia de un barrio acomodado de Santiago de Chile, delitos
prescritos por la justica terrenal-, cerrándose a cualquier investigación,
argumentando faltas de pruebas y menospreciando a las víctimas. De paso,
dándoles el favor a la manga de alcahuetes con sotana que lo rodeó desde que
puso un pie en Chile. Así, volví al estado primario en que estaba antes de su
llegada. Recordé una frase dicha en una serie de televisión sumamente herética:
“Malcolm in the middle” y la acomodé a mi estado: “Francisco, nunca espero nada
de ti y aun así siempre logras decepcionarme”.
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De INMEDIACIONES,
19/01/2018
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