DANIEL AVERANGA MONTIEL[1]
Para
comenzar, no hubieran hecho desaparecer (¡malditos fascistas!) a Isaak Bábel,
Galeano sí hubiera citado con coherencia y seriedad histórica cada uno de sus
libros, se homenajearía más a Diego Rivera que a Frida Kahlo, Ernesto Guevara
atentaría (y sería ejecutado) en Estados Unidos y sí se le reconocería el
heroísmo, Trump hubiera seguido siendo un payaso y El Exorcista sí hubiera
recibido el premio a la mejor película, en 1973; la vida sería perfecta, porque
los consuelos estarían allí, metidos donde nadie los sacase de nuevo, y de paso
nos evitaríamos tanto dolor y tristeza. El niño sirio estaría todavía vivo y
con su madre y no ahogado con su ternura fría en una playa; Adam Lanza sería
otro adolescente más y no un asesino, mi prima Daniela no se hubiera suicidado tan
joven y se resolvería de una vez y para toda la eternidad quién mató al bebé
Alexander.
En una
realidad alterna, hace casi tres lustros, no se invitaría a un egresado con
antecedentes penales a ser docente de universidad, o mínimo, se le exigiría
antes un título para que ejerciera el trabajo que le diera, años más tarde, el
calificativo de “intelectual”; se apoyaría más a la cultura, Pikachuri no
hubiera sido tratado como se le trató y no se hubiera inmolado, como
efectivamente sucedió; los presidentes serían más responsables con sus familias
(o con los hijos que tuvieran con otras mujeres que no fueran su pareja
sentimental o “su último compromiso”) y apoyarían la idea de la evaluación
pedagógica permanente a los colegios y a las leyes educativas; la derecha no
sería tan imbécil y clasista (no racista, CLASISTA) y se reconocería más al
Gran Sandy, antes que viajara al exterior para morir, olvidado; el Chavo
Salvatierra ganaría algo en su vida, además de dinero; Azkargorta hubiera hecho
menos comerciales y se exigiría una rendición de cuentas al gobierno sobre las
canchas que se estaban haciendo, hasta el año pasado, en todo el país. El
presidente haría caso al resultado del “NO”; los del MAS no hablarían de
“blancos abusivos agentes del imperialismo” para que se terminara odiando a los
que son así y, de paso, no se activaría ese racismo a la inversa que ahora
tanto marca límites, incluso cuando uno facebookea. Se apoyaría más a los
estudiantes que escriben o producen, que a los que saltan como monos en sus festivales
de caporal; las maestras de inicial no les meterían reggaetón a sus niños como
música infantil y si hubiera realmente un proceso de cambio, todos los
estudiantes conocerían el legado de Leandro Nina Quispe y se recomendaría leer
en los colegios “El señor don Rómulo”, como dicen que apoyan la
“descolonización”... Se reconocería a Sebastiana Kespi, dotándole de ayuda de
verdad y no de un papelito de mierda, que como nos enseñó Urquiola en esta
realidad avinagrada, no sirve ni para comprar diez panes; no habría más
programas basura y se fomentaría la libre expresión. Se conocería al hijo de
Gabriela Zapata y el PROFOCOM no tendría tanto facilitador desubicado, más
delicado que himen de Scheherezade. Nadie molestaría a Paola Belmonte por hacer
algo que muchos (muchísimos) hacen, pero no estamos en esa realidad alterna,
que parece tan paradójica como imposible: estamos acá, atrapados en nuestras
propias decisiones.
La
oposición de este gobierno criticaría los hechos más que la piel y el modo de
hablar de los gobernantes; Félix Patzi no hubiera hecho adobes para quedar bien
con El jefe; Las mentes ociosas
ganarían un Grammy, no habría roscas estrechas en producción literaria
nacional, ni supuestos escritores atenidos a su posición social o su privilegio
de amistad para considerarse así; “Las malcogidas” ganarían un Globo de Oro y
hasta clasificaríamos al mundial...
Si
viviéramos en una realidad alterna, el caballo Bóxer no se sacrificaría por la
granja rebelada y por los cerdos líderes en esa novela triste; Bradbury sería
más apreciado y no seríamos tan idiotas al confundir raza con cultura.
Estudiaríamos más a Levi-Strauss, a Scorza, a José María Arguedas, en vez de
decir que leemos más de 25 mil libros... Consumiríamos más literatura y menos
ideas alborotadoras, empujados por los complejos. Seríamos más sensatos y no
haríamos de una postura política un pretexto para ser visto y likeado en
Facebook o Twitter; educaríamos mejor a nuestros hijos, nos despediríamos mejor
de quienes murieron, no habría tanto asilo para ancianos abandonados. En fin,
haríamos mejor las cosas.
Por mi
parte, no hubiera dejado que esa tarde de abril de 2003 ella se fuera sin un beso mío; quizá no escribiría más y estaría
casado, viviría en Mallasa, sería educador las veinticuatro horas del día y
molestaría con artículos pedagógicos en ciertos blogs nomás...
Pero eso no
sucederá.
Sí, sé que
hay cosas que pueden cambiar, mejorar y transformarse.
Si
estuviéramos en otra realidad, sería posible todo lo escrito líneas arriba.
No obstante,
estamos en esta realidad, con errores y aciertos, con tristezas y hambre de
justicia: hagamos lo que necesitemos hacer, señores; no es una obligación, pero
déjenme recordarles que Bertold Brecht dijo alguna vez que los imprescindibles
son, más que todo, los que luchan.
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[1] Escritorzuelo de sexta, de sexta
avenida
Imagen: Shepard Fairey/Big Brother City, 2008
Imagen: Shepard Fairey/Big Brother City, 2008
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