La ciudad porosa
ha absorbido todo lo que pudo, ha aceptado todo lo que en ella ha penetrado, se
ha quedado con mucho de lo que no quiso irse… un paraíso habitado por diablos, diablos que han generado la plebe, una plebe que, según
Montesquieu, en Nápoles es más pueblo que en cualquier otro lugar… ciudad de
los Welfare populares: la pizza “a
ogge a otto” se compra y se come hoy pero se paga después de ocho días, el
famoso “caffè lasciato”, el café que se pide en un cualquier bar napolitano y
no se paga porque alguien ya lo lasció
pagado. Miseria de las malas políticas y nobleza en la Via Toledo de la Belle epoque, dialecto hablado con
gestas y musicalidad, sabores intensos y olores únicos en los Barrios españoles y en Mergellina, y así
superstición en el cuerno de la suerte y milagros en “La sangre se ha disuelto” de San Gennaro, la
smorfia napolitana con los números de la cábala, hambre surrealista en Miseria e nobiltá de Eduardo Scarpetta,
y así miedo y egoísmo, codicia y sensaciones de riqueza en La piel de Curzio Malaparte.
Nápoles es mil
canciones y es mil colores, el humus
de su plebe es un mestizaje hecho de griegos, romanos y bizantinos,
longobardos, nórmanos y suevos, franceses, aragoneses y españoles, austriacos… e
italianos; su incomparable belleza
desde el balcón del terminator Vesevo
de Leopardi. Sus vicios y sus virtudes, camorra
e invención diaria de la vida. Los españoles no lograron imponer ningún
tribunal de la inquisición intra moenia
(adentro de los muros de la polis partenopea…) y así tampoco el gueto: para la plebe los hombres son
fundamentalmente iguales; en Nápoles no existió la corrida y hasta en la
criminalidad es sui generis, la
camorra no es secreta, todo el mundo conoce a los camorristas, adonde viven y
quiénes son sus hombres…
Quien puso pie en
esta ciudad quedó encantado: Stendhal siguió en su fábula hecha síndrome,
Walter Benjamín se hizo geólogo gracias a su poder de absorción, Virgilio y
Leopardi la siguen admirando desde Posillipo, Dostoievski la vio como una nueva
Jerusalén… Carolina Bonaparte hipnotizada por sus bellezas se hizo Condesa de
Lipona (Condesa de un anagrama), a Degas le gustaba deleitar sus amigos con la
aventura ocurrida en una de sus estadías en Nápoles, cuando unos mariuolo les sustrajeron su billetera,
gracias a su siempre pronta tempestividad de acción. Napoli creo sea la única ciudad en el mundo que puede irse a
dormir frente a su golfo y despertarse en cualquier otro lugar de la tierra, no
extrañaría nada y se adaptaría al instante a todo, Neapolis es urbe
catastrófica y catastrofista, la de los problemas irresueltos e irresolubles,
es la de los tres millones de almas que viven bajo un volcán vivo, es la que en
1799 hizo la revolución más atípica de toda la historia, la revolución que
devolvió los poderes al rey… es la ciudad del mayor filosofo de todos los sures
del mundo: Pulcinella, tragicomedia y
poesía adonde el sueño es saber de existir, bloquear un barrio para festejar la
salida de la cárcel de un hijo, es tener Maradona como rey y grafitear el muro
de cinta del cementerio de Soccavo (barrio adonde se entrenaba el equipo del Nápoles
en aquellos años dorados) con la frase: “Non
sapete cosa vi siete persi” (No saben lo que se han perdido).
Nápoles es
también pizza e mandolino pero es
sobre todo la poesía de Salvatore Di Giacomo, es el Pulcinella de Eduardo De Filippo, es Totó, es Raffaele La Capria y
Matilde Serao, Napoli es el canto de
las sirenas para Homero y el filosofar de Gianbattista Vico, es Lo cunto de li cunti de Gianbattista
Basile. Nápoles es vientre y cabeza, pasión y sangres… hijos de soldados
norteamericanos negros que hablan el dialecto de su madre, una Esposito,
lustrabotas neorrealistas e scugnizzi (yocallas)
prontos a todos como en una Gomorra,
a la cual Roberto Saviano supo añadirle la sal popular… la sal de su plebe. Nápoles
es Goethe que después de haberla visitado exclamó: “Vedi Napoli e poi muori”.
Octubre 2017
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