“No hay puertas, hay espejos” - Octavio Paz -
Me dejé guiar por
el intenso aroma a cannabis hasta el bloque número 6, allí la tumba de Jim
Morrison está siempre rodeada de rebeldes con sus causas generacionales,
fumando y bebiendo todos los riders on
the storm posibles; en la esquina Rodolphe Kreutzer sigue su sonata para
violines dedicada a lo absoluto de
Beethoven; el inigualable laberinto dedálico de Père Lachaise me atrae hacia el
frente, en el bloque 17 todo el positivismo que generó Monsieur Teste está ahí, Auguste Comte firme, disciplinado y
austero, dos ciencias abrazándose al infinito… y luego siguiendo a la derecha,
un hilo de Ariadna sin fin conduce, no sin haber pensado a un nuevo invento, a
una nueva forma de comunicación, hasta Claude Chappe, la ilusión óptica abrió
caminos a Alexandre Dumas, y a la posibilidad de soborno de su Conde de
Montecristo. Me doy la vuelta, los dramas abren sus cortinas, un Barbero de Sevilla
ya está abofeteando al Bartolo de turno y - como un seguir dramático, un Fígaro ya se perfila en esposo - Beaumarchais
está presente, sus comedias no caducan; Rossini, Minotauro permitiendo, sigue
componiendo desde el bloque número 4, siguiendo tout droite desde la avenida principal veo dirigiendo el trafico al
Barón Hausmann, ya no hay salidas, la modernité
parisina está en el alma de este laberinto, recorro a un fabulista, a Jean de
La Fontaine, sueños fantásticos hasta el bloque 97 adonde Paul Éluard casi se
excusa de haber adherido al comunismo, el surrealismo de este movimiento no podía ser artístico. Me
perdí un rato, tal vez desde sus molinos Daudet extraña su Provenza natal y a
su héroe Tartarín de Tarascón… el laberinto se hace un marasmo, Gay-Lussac mide
el grado alcohólico de nuestras bebidas, Molière denuncia todos los
hipocondriacos y Gustave Doré quiere grabar la Comedia Humana de Balzac, y él
casi en plena soledad, desde el bloque 48, espía burgueses apresurados de ayer
y turistas mochileros de hoy, deja abierto el camino a que sea Géricault en
ofrecer una balsa de salvación y a
Delacroix que la libertad nos guie…
En este
laberinto, que no es lo de Creta y que ni Borges reconocería, si me introduzco
siguiendo la Avenue Saint-Morys me encuentro justo frente a la Chapelle con
Thiers, tres repúblicas francesas narradas siempre por los ganadores, si vuelto
a la izquierda el fundador de Il Giorno,
Cino del Duca me reconduce a las provincias italianas, a su Ascoli Piceno, y
Gustave Caillebotte me deslumbra con sus cepilladores
de parqué, realismo que solo Félix Nadar se permitió retratar en vivo así
tan auténticamente. En el bloque 87 vibra aún el canto altísimo de María Callas, mientras el surrealismo de Max
Ernst inspira a una Isadora Duncan encantadora, poesía de Esenin en un baile
posmoderno sui generis; frente a ella
Simone Signoret recita desde su cumbre,
allí la acompaña su inseparable Yves Montand. De lejos, desde una esquina
esquiva su descubridora, Edith Piaf, canta La
vie en rose, Ícaro sin plumas ya no está aquí.
Moverse, entre
árboles que han abandonado a su destino hojas multicolores, en otoño, mientras
un Georges Bizet enamorado de su gitana y de las obsesiones de Nietzsche, se
postula como un maudit suplicado por
los dioses a recitar una poesía de Pallanda.
Y poesía es la de
Apollinaire, casi solo en el bloque 86, poesía es el grito de Jules Vallès, que mira aquellos puntos de Seurat
transformarse en imágenes llenas de colores y de nostalgias, nostalgias
de una amante como fue María Walewska, amante de Napoleón Bonaparte. Me miro
alrededor, Colette y sus gatos, sus amantes y sus elegantes extravagancias
conspiran con el amor apasionado de un de Musset aún sofocado por George Sand.
Lastricados caminos, Teseo irreconocible, Minos enclaustrado en su poder,
Miguel Ángel Asturias con su presidente, y
muy cerca el piano de Chopin - imaginando entre teclas el retorno de George
Sand - que busca las sonatas de Kreutzer, laberínticas imaginaciones para un
recital de Sarah Bernhardt en convulsa con el dandy por excelencia, Oscar Wilde, allá arriba hacia el Jardin de Souvenir.
Reencontré el
tiempo, Marcel Proust con todas sus madeleine,
haciendo introspecciones con su esnobismo tout
court… y me reconduzco al camino - abandoné lo de Swann - y como en una
alquimia me dejo seducir: academia de Ingres (del cual Degas no admitía
discusiones) y encantos de Corot, la
pureza y la originalidad al tramonto. ¿Cómo no intentar una evasión? Me dirijo
lentamente hacia el bloque 96, busco un asiento y abro un cuaderno, en él me
había anotado una de las rocambolescas aventuras de Amedeo Modigliani, el
linaje de su familia alcanza al filósofo holandés del siglo XVII, Baruch
Spinoza, y no encuentro la nota; en la tapa del cuaderno hay un epígrafe: “Todos sois una generación perdida”, es
de Gertrude Stein, ella está en el bloque 94, no muy lejos de adonde me
encuentro, Scott Fitzgerald y Hemingway fueron icono de esta generación… París
su alcoba en los años veinte.
Me duelen las
piernas, mi aliento está en débito, aquí si no fumas Gauloises fumas Gitanes,
en un tacho de basura hay botellas de Pernod y de Pastis vacías, en otras rosas
secas, rosas rojas escarlatas como el amor escandaloso de Raymond Radiguet, su
presencia en el bloque 56 me tranquiliza aún más, una estremecedora Medea compuesta por Luigi Cherubini e
interpretada por María Callas invade el bloque 11, armonía y pulcritud antes de
dirigirme hacia el misterio: en el bloque 49 está Gérard de Nerval, todas las inquietudes del alma humana. Me
alejo de ahí. Sully Proudhomme, el parnasiano que defendió a Dreyfus está, con
su estética poética-filosófica, en el bloque 44. Me quedo un rato más y
cruzando la Avenue Tranversale nº1
alcanzo el bloque 52, tomando un callejón no tan ancho, Maurice Merleau-Ponty
no admite exclusiones, toda su fenomenología
de la percepción es una pincelada hacia el amor por el arte, por el amor a
la belleza…así un toque poético de jazz del maestro Michel Petrucciani, cerca
de Chopin reviven todas las melodías imaginada y forjada en su piano, soñando
Nápoles y su Ellington… mientras el patafísico George Perec sigue inspirando
escritores y cineastas.
Miro el reloj de
una chica, pálida, triste y solitaria, sentada frente a mí, ya son las 5 de la
tarde, es otoño, las nubes forman figuras de cuervos, de dragones, de animales
imaginarios, no sé si Allan Kardek sigue
aquí, del espiritista en la librería del cementerio podemos encontrar todos sus
libros, pero no hay La fiesta del chivo
de Vargas Llosa, Leónidas Trujillo está ahí muy cerca, y no muy lejos está el
cuñado de Napoleón Bonaparte, aquel Joaquín Murat que fue rey de Nápoles,
mientras su esposa se hizo nombrar Duquesa de Lipona (el anagrama de Napoli,
ciudad que la fulguró).
Me voy hacia la
salida y el aroma a cannabis sigue envolviendo este laberinto sin soledades y
con mucha vidas… me compro una guía para no perderme, en el caso volviera otra
vez, con el hilo de Ariadna no me encontré muy bien, sigo mareado… y me marché
hacia el Métro, otro increíble laberinto… del cual hablaremos luego, Minotauro
permitiendo.
Enero 2018
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Imagen: Jerry Di Falco/Pere Lachaise Cemetery in Paris at Night, 2012
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Imagen: Jerry Di Falco/Pere Lachaise Cemetery in Paris at Night, 2012
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