El mundo de la lectura es una conducta irrenunciable. Es la manera
gloriosa para ingresar hacia territorios desconocidos, tal vez ignorados,
inalcanzables, laberínticos, confusos. El ejercicio se inicia casi siempre,
cuando ingresamos a una biblioteca y sentimos aquel aroma de papeles y tinta,
libros apilados, esperando ser acariciados por la curiosidad y el asombro de
los buenos lectores. En las bibliotecas hay fantasmas, ángeles y demonios, es
cuestión de observar y caminar por aquellos corredores y encontrar los estantes
requeridos, libros apilados, libros catalogados por géneros, lenguas, temática,
etc. Cuando entro a una biblioteca no me dan ganas de salir, quisiera quedarme
y conversar con los protagonistas y los autores del mundo de la ficción, de la fantasía
y del realismo mágico.
¿Qué me llama la atención? No, no son los libros premiados, muchas veces
no son los mejores. Miro la tapa, y el título es fundamental para tomar un
libro, lo hojeo y me gusta leer el inicio, el estilo del autor es lo que me
compromete a leer, la temática no es tan importante, lo que interesa es la
manera de relatar un suceso, un cuento, una novela. He releído muchas veces las
obras de Cervantes, Lope de Vega, Ortega y Gasset, Borges, Bioy Casares,
Cortázar, Camus, Kafka, Sartre, Nietzsche, Shakespeare, Bolaño, Carpentier,
Saramago, Rulfo, Marías, Dostoievski, Balzac, Poe; me tomó muchos años hacerlo.
Me di cuenta que nunca podré terminar de leer el universo literario, los
autores estadounidenses, irlandeses, japoneses, ingleses, franceses, españoles
y por supuesto, donde ando más rezagada es con los autores bolivianos.
Últimamente he leído a muchos, algunos en especie, quiero decir con sus libros
en la mano, saboreando aquel asombro de encontrar talento y fibra, como la obra
de Claudio Ferrufino Coqueugniot, el mejor escritor boliviano. No mencionaré a
todos, luego hay susceptibilidades. En la juventud hay mucha pasta, tanto en
hombres como en mujeres.
Acepto el desafío cuando tomo un libro, es la llave maestra para
adentrarse al fondo de un autor, es escudriñar en aquel mundo que nos ha
convocado y en este rumbo, somos cómplices de una visión literaria.
Los libros me llegan de diferente manera, tuve la suerte de tener padres
lectores, mi esposo lo fue hasta su muerte, una lectura exigente y voraz. Con
aquellos libros conocí la novela policial y la ciencia ficción. Géneros poco
cultivados por mí, en mi escritura. Creo que me inclino más, por el realismo y
sus consecuencias demenciales, el psicoanálisis me apasiona.
Muchos títulos, muchos autores, muchas vigilias, el trasnoche habitual
cuando estoy prendada de alguna joya literaria que aparece, ya sea poesía,
novela o cuento. El ensayo es un género que me gusta leer y releer, son
magistrales los ensayos de Octavio Paz, Borges y Saramago.
Aquellas andanzas, me han convertido en una comprometida con la palabra, tal vez por eso, mi escritura la analizo y reviso, muchas veces. No me considero ni más, ni menos que nadie, soy una poseída por el demonio de la literatura, digo “demonio”, porque es un espíritu juguetón, diabólico a veces, me aprisiona y no tengo más remedio que seguir mi instinto y escribir sin parar. Es un camino muy difícil, voy de frente, como un rayo, caigo bien o puedo caer muy mal, la literatura me salva. En el recodo de mi vida, sigo encontrando maravillas, mundos mágicos, sobrenaturales y misteriosos. La lectura y la escritura, hacen de mi vida un paraíso, en mi mundo solitario. No me gusta la figuración y muchas veces me escondo para olvidar que existe un mundillo de falsedades y vanidades.
Hace algunos días acabé la lectura de dos libros muy interesantes, me
llevaron por mundos divergentes, los leí simultáneamente. Ambos cuentos y
relatos.
De Samanta Schweblin, “Siete casas vacías”, siete magníficos relatos,
puedo decir que su escritura es un delicioso laberinto, es un camino de
misterios y acertijos de locura. Vale la pena esmerarse para entender el
universo literario de esta joven escritora argentina, un poco me hace recordar
a “Delirio” de Laura Restrepo. Despistar a ratos al lector, parece muy buena
idea, siempre que el lector tenga el talento de salir por la puerta correcta.
El cuento que más me gustó, sin desmerecer a los otros, “Un hombre sin suerte”,
(Premio Juan Rulfo 2012).
“El hombre ilustrado” título del libro de Ray Bradbury, un conjunto de veinte
cuentos, un viaje hacia territorios desconocidos. Escritura que enriquece la
visión del presente, es un reto literario llegar a Marte y enamorarse de
aquellos personajes. Los planetas y el universo, muy cerca en esta lectura
juvenil, volví a mi adolescencia. Gracias a un amigo muy apreciado, Daniel
Averanga Montiel, por haberme proporcionado estos libritos necesarios para
entender las nuevas tendencias literarias.
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De Libros y otros
cantares
Derechos
Reservados 2017
La Paz
(Bolivia). Poeta, narradora, ensayista y conferencista
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De EL RESCATADOR,
17/01/2018
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